viernes, 12 de julio de 2024

En el aniversario de la muerte de un gran desconocido: Franz Kafka.

 Este año 2024 hace cien años de la muerte joven, a los cuarenta años, de un gran escritor que está en boca de todos pero que en realidad pocos han leído; me refiero a Franz Kafka, diagnosticado de tuberculosis, enfermedad que lo condujo al aislamiento en diferentes sanatorios (hasta que en uno de ellos encontró la muerte), autor checo, de Praga, que cuando él nació, era parte del Imperio austrohúngaro, de una familia judía, cuya obra, escrita en lengua alemana, está considerada como una de las más influyentes de la literatura del siglo XX; asociado al expresionismo y existencialismo, sus creaciones literarias lograron abarcar temas tan complejos como la condición de la realidad del momento del hombre contemporáneo, la angustia, la culpa, la burocracia, la frustración o la soledad, entre otros, mezclando lo onírico, lo irracional y la ironía, y destacando novelas como El proceso1, El Castillo2 o La metamorfosis3, y una gran cantidad de relatos, epístolas y escritos personales. Kafka fue un escritor poco reconocido en vida pero, no cabe duda, que fue una gran influencia para autores posteriores y también uno de los propulsores de la renovación de la novela europea del siglo XX aunque su obra no hubiese tenido reconocimiento de no ser por su amigo Max Brod, quien decidió desobedecer las últimas voluntades del escritor, que pidió que sus escritos fuesen destruidos (por lo que Brod es también conocido como “el traidor”). Gracias a este hecho una de las obras literarias más influyentes del siglo XX pudo ver la luz. La literatura de Kafka es compleja, casi equiparable a un laberinto con su temática de lo absurdo (se ha utilizado el término kafkiano para calificar a todo aquello que, pese a su aparente normalidad, es definitivamente absurdo y es que, las historias que se narran en sus obras pueden parecer corrientes pero, después, se convierten en situaciones surrealistas), personajes extraños (son, a menudo, individuos con características singulares, personajes apáticos, alienados que presentan frustración), lenguaje elaborado y preciso, generalmente con escritos desde la mirada de un narrador omnisciente y una estructura lineal de tiempo, sin anacronías. La obra de Franz Kafka representa a menudo el espíritu del siglo XX, por lo que sigue estando sujeta a todo tipo de interpretaciones. Algunos de estos enfoques son: autobiográfico (esta lectura de la obra de Kafka atiende al posible reflejo de la vida del autor en su obra, especialmente, a la difícil situación familiar de Franz Kafka con su progenitor; también, se ha querido ver el reflejo de su escepticismo o su naturaleza religiosa), psicológico o psicoanalítico (esta perspectiva trata de identificar posibles símbolos de referencia sobre el pensamiento de Sigmund Freud en la obra de Kafka) o sociológico y político, que atiende a una posible explicación de la obra del autor mediante la justificación de los hechos históricos y sociológicos de la época en la que vivió. Existen también otras posibles interpretaciones que encuentran influencias marxistas y anarquistas en la misma. A pesar de que su vida personal fue tan tormentosa como refleja su obra, Kafka fue en realidad un hombre agradable y de trato fácil. Poseía un sentido del humor que fascinaba a sus amigos, casi todos intelectuales judíos con los que asistía a conferencias en Praga.


A lo largo de la década que va de 1908 a 1917, Kafka pudo volcarse plenamente en la actividad literaria y fue ese período de su vida el más productivo en ese sentido. Además de sus Diarios, que empezó a redactar en 1909, Kafka escribió en esos años gran parte de sus mejores cuentos y no
velas. El año 1917 marcó un punto de inflexión en la vida de Kafka: le diagnosticaron tuberculosis pulmonar. Condicionado por una enfermedad de constantes altibajos, pero que iría mermando su salud año tras año, Kafka escribió relativamente poco en la etapa final de su vida; así pues, Kafka escribió la célebre Carta al padre, escrita de un tirón en 1919 y dirigida a su padre, Hermann Kafka, estando ya enfermo de tuberculosis y faltando cinco años para su muerte. La carta más famosa del siglo XX jamás llegó a su destinatario. Ni siquiera fue enviada. Escrita en un estilo que su propio autor calificó como de abogado, la carta es un memorial de las relaciones que había mantenido con su padre desde su nacimiento: Kafka se abre en canal con su padre, pero desde el escudo de su virtuosidad y del papel. Así empieza:

Queridísimo padre:

Hace poco me preguntaste por qué digo que te tengo miedo. Como de costumbre, no supe darte una respuesta, en parte precisamente por el miedo que te tengo, en parte porque para explicar los motivos de ese miedo necesito muchos pormenores que no puedo tener medianamente presentes cuando hablo. Y si intento aquí responderte por escrito, sólo será de un modo muy imperfecto, porque el miedo y sus secuelas me disminuyen frente a ti, incluso escribiendo, y porque la amplitud de la materia supera mi memoria y mi capacidad de raciocinio...

Esta carta de Kafka es la prueba más evidente de que el libro que se lee cala de una u otra forma dependiendo del momento vital desde el que se hace. La carta que Kafka escribe a su padre no es la que yo le escribiría al mío. Una carta, por cierto, que le sirvió de inspiración a Bunbury para escribir la letra de La carta de Héroes del Silencio, en su disco Senderos de traición. El padre de Kafka, visto por el escritor, era un ser ciertamente abominable, se percibe el resquemor en cada párrafo, da igual que esté hablando de sus miedos, de su trayectoria profesional, de su relación con la religión, del trato con el resto de la familia o de las inseguridades que el padre le provocó, el tono se mantiene. Kafka está jodido y echa toda la culpa sobre él. A pesar del dolor, el sufrimiento y el tono visceral de todo el texto, es un documento que impresiona por su lucidez. Una lucidez que se demuestra en la capacidad para mostrar las contradicciones que le someten a su padre. Porque Kafka es un juguete roto en manos de su padre al tiempo que le reconoce al padre que es normal que le trate como tal porque realmente es un flojo, un miedoso y un timorato; pero claro, reconocerse como tal le genera sentimiento de culpa, así que la forma de eludir la culpa radica, entonces, en identificarse a base de no ser, tratando de ser el extremo opuesto a la equiparación con el padre; y en ese mismo momento, nos damos cuenta de que sombra del padre gravita sobre todo el texto y sobre el propio Kafka. La presencia del padre en Kafka es metastásica, desde el epitelio hasta la última víscera, pasando por cada gota de sangre y cada sinapsis neuronal. De ahí la necesidad de escribirlo, en un último intento por despegarse de él.


La Carta al Padre se escribe en el pequeño pueblo cercano a Praga, donde acompañado de Max Brod ha ido a descansar una semana. En ella analiza distintos puntos de la relación entre él y su padre, con lo que queda claro que la ficción de sus obras no había conseguido aliviar del todo la tensión emocional. Aquí no hay alegorías, parábolas ni metáforas para ilustrar su relación con su familia y sobre todo, con el padre, tema central de su obra: “Mi escritura trataba de ti, allí sólo me quejaba de aquello que no podía quejarme sobre tu pecho”. En pocos autores están la biografía y la ficción tan estrechamente unidas: en Kafka constituyen los dos polos de una misma realidad que se organiza en torno a la idea de la Ley, del Padre, de la autoridad suprema: inalcanzable, impenetrable, imprevisible e implacable. La Carta va analizando, punto por punto, a veces con humor e ironía, a veces con rebelión, a veces con tono reivindicativo, a veces con desgarro, la relación entre ambos. A pesar de sus idas y venidas, de sus repeticiones, de sus contradicciones, no es una carta inocente que sirve tan sólo de desahogo psicológico, está perfectamente estructurada por temas. Si el padre es gordo, fuerte, ancho, el hijo será flaco, débil, estrecho. Si el padre habla a voces, el hijo se quedará mudo o tartamudeará. Si el padre come salchichas con apetito voraz, el hijo estará muy cerca de la anorexia: es un pajarito que se alimenta de miel y frutos secos. Si el padre es un hombre sano, lleno de vitalidad, el hijo será enfermizo, hipocondríaco. Si el padre gana mucho dinero y es un próspero comerciante, el hijo será un simple funcionario de la compañía de seguros estatal. Si el padre calcula ingresos y pérdidas, el hijo escribirá novelas. Si al padre nada le interesa el judaísmo más que en su aspecto social, el hijo aprenderá hebreo y estudiará la Torah, el Talmud, se acercará al Teatro yiddish.


Tenemos la impresión a medida que avanzamos en la lectura de La Carta, que es la imagen del padre, más que el padre de la realidad, lo que le impidió a Kafka desarrollarse como adulto en el terreno emocional y en el de los afectos, si bien fue un motor que le llevaría a centrarse en el mundo creativo e intelectual. No estaba Kafka muy alejado de esta idea cuando afirmaba que pasaría directamente de la infancia a la vejez sin transición; toda la vida de Kafka está centrada en el padre, pero no puede escapar a su larga sombra. Esta desigual relación de fuerzas se extiende a toda la vida del escritor, sus gustos personales, sus amistades, sus compromisos matrimoniales, van a depender de la sentencia paterna, de la sentencia divina, de la sentencia de la ley. Por todos lados está presente su imagen omnipotente, omnisciente, omnipresente, “A menudo me imagino un mapa del mundo extendido y a ti tumbado sobre él. Y entonces parece como si las únicas zonas que me son accesibles son aquellas que tú no tapas o que están lejos de tu alcance…”. Sin embargo, a Kafka, y a pesar de la amarga acusación que es La Carta, el amor que siente por el Padre le impide ver las deficiencias y limitaciones de este, lo que no quita que no deje ni por un momento de tomar la defensa del acusado “a mi me sería insoportable tener un hijo mudo, sordo, seco, derrumbado, si no existiese otra posibilidad, huiría de él, me marcharía…” o bien “Además, con respecto a mi tenías razón un número sorprendente de veces”. Cuando el autor está casi a punto de finalizar, una vez más utiliza la técnica del principio para intentar identificarse con el punto de vista de su padre. ¿Cómo hubiera podido Hermann Kafka impugnar las acusaciones contra él?. El padre pronuncia una alocución imaginaria acusando al hijo de parasitismo, a la vez que afirma que Franz siempre había luchado contra él, pero no caballerosamente, sino como un insecto que le chupa la sangre. “Eres incapaz para la vida”, “eres un parásito”. El Hijo no tiene salvación. Estamos otra vez en el principio -o en el final- del eterno círculo vicioso kafkiano pero el intento kafkiano de despojarse de la influencia de su padre es en vano. No podemos. En eso consiste ser padre y por eso es tan difícil y supone una responsabilidad tan grande. La huella que dejamos en nuestros hijos es indeleble. Y hay que pensar muy bien qué les transmitimos y cómo lo hacemos.

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1Esta novela inacabada fue escrita entre el año 1914 y 1915 pero se publicó en 1925, tras la muerte de Kafka. Se trata de una de las obras más conocidas del autor, y es una de las más comentadas e influyentes. Su argumento gira entorno a Josef K, el protagonista, quien es acusado de un delito y, posteriormente, se encuentra inmerso en un proceso legal del que no le será fácil salir. Durante el libro tanto el personaje como el lector desconocen la naturaleza de su crimen, lo que se convierte en una situación absurda. La historia pone en evidencia los procesos burocráticos y plasma el tema de la existencia humana, la cual se encuentra bajo el control de unas leyes que deben ser acatadas. La novela conduce al protagonista a través de un enredo legal, el cual desemboca en un caos vital. Entonces, la muerte aparece como única salida.

2El castillo también se trata de otra novela inacabada, sin embargo, en este caso, el autor sí planteó un posible final para la misma. Es una de las obras más complejas de Kafka por su carácter simbólico y metafórico. Algunas interpretaciones sostienen que la obra es una alegoría sobre la alienación, la arbitrariedad y la búsqueda de propósitos inalcanzables. El protagonista de esta novela, denominado como K., es un agrimensor recién instalado en una aldea cercana al castillo. Pronto, el hombre comienza una lucha para acceder a las autoridades que disponen desde el castillo.

3La metamorfosis es un clásico de la literatura y es una de sus relatos más leídos. Narra la historia de Gregor Samsa, un hombre común que un día amanece convertido en un escarabajo, situación que lo lleva a aislarse de la sociedad al ser rechazado por sus familiares y conocidos. El tema de la muerte como única alternativa, como opción liberadora, es uno de los temas presentes en esta novela. El libro ha sido sometido a diferentes interpretaciones y se han llegado a buscar en él similitudes con la compleja relación que el autor tenía con su progenitor en la vida real.

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