LOS SUEÑOS DE
FARAÓN
La
lectura de los clásicos siempre es recomendable por varias razones: por el
propio placer de la lectura, por las enseñanzas que aporta y porque nos permite
frecuentemente reflexionar y comparar ideas, puntos de vista y soluciones en
problemas que, pese a ser a veces de rabiosa actualidad, se descubre que se han
presentado en otras épocas y se han abordado de formas que hoy nos parecen,
cuando menos, originales. O no…
Dentro
de esos clásicos ocupa un lugar destacado, por múltiples motivos que no
analizaremos, la Biblia y, dentro de ella, las narraciones del Antiguo
Testamento desde el punto de vista sociológico
Y
acudimos hoy a la Biblia, concretamente al capitulo 41 del Génesis, del que
extractamos la historia que sigue:
Dos años más tarde, el faraón tuvo un sueño:
Estaba de pie junto al río Nilo cuando, de pronto, del río
salieron siete vacas hermosas y gordas que se pusieron a pastar entre los
juncos. Detrás
de ellas salieron otras siete vacas, feas y flacas, que se pararon a orillas
del Nilo, junto a las primeras.
¡Y las vacas feas y flacas se comieron a las vacas
hermosas y gordas!
En ese momento el faraón se despertó. Pero volvió a dormirse, y tuvo otro sueño:
Siete espigas de trigo, grandes y hermosas, crecían de un solo tallo.Tras ellas brotaron otras siete espigas, delgadas y quemadas
por el viento solano. ¡Y las siete espigas
delgadas se comieron a las espigas grandes y hermosas!
En eso el faraón se despertó y se dio cuenta de que sólo era un sueño. Sin embargo, a la
mañana siguiente se levantó muy preocupado, mandó llamar a todos los magos y
sabios de Egipto, y les contó los dos sueños. Pero nadie se los pudo
interpretar.
……
El faraón mandó llamar a José, (que)…se
presentó ante el faraón, quien le dijo:
—Tuve un sueño que nadie ha podido
interpretar. Pero me he enterado de que, cuando tú oyes un sueño, eres capaz de
interpretarlo. ….En mi sueño, estaba yo de pie a orillas del río Nilo. De pronto,
salieron del río siete vacas gordas y hermosas, y se pusieron a pastar entre
los juncos. Detrás de ellas salieron otras
siete vacas, feas y flacas. ¡Jamás se habían visto vacas tan raquíticas en toda
la tierra de Egipto! Y las siete vacas feas y
flacas se comieron a las siete vacas gordas. Pero,
después de habérselas comido, no se les notaba en lo más mínimo, porque seguían
tan feas como antes. Entonces me desperté. Después
tuve otro sueño: Siete espigas de trigo, grandes y hermosas, crecían de un solo
tallo. Tras ellas brotaron otras siete espigas
marchitas, delgadas y quemadas por el viento solano. Las siete espigas delgadas se comieron a las espigas
grandes y hermosas.
José le explicó al faraón:
—En realidad, los dos sueños son uno solo. …Las siete vacas
hermosas y las siete espigas hermosas son siete años. Se trata del mismo sueño. Y las siete vacas
flacas y feas, que salieron detrás de las otras, y las siete espigas delgadas y
quemadas por el viento solano, son también siete años. Pero éstos serán siete
años de hambre…. Están por venir siete años de
mucha abundancia en todo Egipto, a los que les
seguirán siete años de hambre, que harán olvidar toda la abundancia que antes
hubo. ¡El hambre acabará con Egipto! Tan
terrible será el hambre, que nadie se acordará de la abundancia que antes hubo
en el país. .. Por todo esto, el faraón debería
buscar un hombre competente y sabio, para que se haga cargo de la tierra de
Egipto. Además, el faraón debería nombrar
inspectores en todo Egipto, para que durante los siete años de abundancia
recauden la quinta parte de la cosecha en todo el país. Bajo el control del faraón, esos inspectores deberán juntar
el grano de los años buenos que vienen y almacenarlo en las ciudades, para que
haya una reserva de alimento. Este alimento
almacenado le servirá a Egipto para los siete años de hambre que sufrirá, y así
la gente del país no morirá de hambre.
O sea, que en el antiguo Egipto también había crisis…. que podían
solucionarse con previsión y sentido común. Ya ha llovido desde el tiempo de la
historia que narra la Biblia, pero la pregunta surge al albur de ella: ¿Podría
haberse anticipado de alguna forma la crisis actual y sus consecuencias,
evitando la situación actual?
Los ciclos económicos
El pasaje de la Biblia reproducido viene a recordarnos una verdad
inmutable: a toda época de prosperidad le sigue otra de penurias, y al revés.
Ciertamente, cuando la vida y su tiempo se guiaban por la agricultura, el
clima, las lluvias, las sequías, y todos los fenómenos relacionados con el
tiempo atmosférico tenían una importancia fundamental para la bondad (o no) de las
cosechas y no había ninguna duda de que lo que hoy llamaríamos el ciclo
económico era un simple reflejo del ciclo climático.
A medida que la sociedad ha ido evolucionando, los ciclos económicos han
ido dependiendo de otros factores además de los climáticos, pero cualquier
estudiante de primer curso de Ciencias económicas sabe que, con unas variables
u otras que afecten a su composición y
análisis, los ciclos económicos existen
sin ninguna duda; el problema es que es difícil establecer cuándo empiezan y
cuando acaban, y lo que es peor: casi siempre por motivos de rentabilidad u
oportunidad políticas, nadie es capaz de tomar las medidas oportunas en la fase
alcista del ciclo, como sí que hizo el Faraón de la historia de la Biblia.
Por la dependencia total de la agricultura de las economías modernas, ha
de admitirse que los ciclos se relacionan con toda la actividad, por lo que
debemos dar por válida como definición de ciclo económico la que expresaron en 1946
Mitchell y Burns, que, recordemos, dice que “Los ciclos de los negocios o comerciales
son un tipo de fluctuación en la actividad económica organizada principalmente
en empresas lucrativas: un ciclo consiste en expansiones que tienen lugar
prácticamente a la vez en muchas actividades económicas, seguidas por
recesiones, contracciones y recuperaciones igualmente generales que confluyen
en la fase de expansión del ciclo siguiente; la secuencia de cambios es
recurrente pero no periódica; en duración, los ciclos de los negocios pueden
variar desde poco más de un año hasta diez o doce años; no son divisibles en
ciclos más cortos de carácter similar con amplitudes parecidas”.
De forma general, en la vida de cada ciclo que se repite (aunque no con
una duración uniforme, como ya se ha apuntado), se pueden observar unas fases
comunes que, no obstante, permanecen en permanente discusión entre los expertos
acerca de su precisión y alcance real:
- Auge:
Es el momento más alto del ciclo económico en el que,
paradójicamente, se producen una
serie de rigideces que interrumpen el crecimiento de la economía,
propiciando el comienzo de una fase de recesión.
- Recesión: Es la fase descendente del ciclo que origina una caída importante
de la inversión, la producción y el empleo. De forma genérica, una crisis es una recesión particularmente
abrupta.
- Depresión: Es el punto más bajo del ciclo: corresponde con un alto nivel de
desempleo y una baja demanda del consumo en relación con la capacidad
productiva de estos bienes.
- Reactivación: Es la fase ascendente del ciclo originada por una renovación del
capital, que tiene efectos multiplicadores sobre la actividad económica
generando una fase de crecimiento económico y por tanto de superación de
la crisis. Cuando la actividad general supera el punto de auge del ciclo
inmediatamente anterior, la economía está nuevamente en expansión.
Sin embargo, más interesante para el propósito de análisis de este
boletín es acercarnos a la teoría austriaca
de los ciclos, que relaciona el crédito
bancario, el crecimiento económico y los errores de inversión masivos que se
acumulan en la fase alcista de ciclo, explotando con la burbuja y destruyendo
valor.
Lamentablemente,
habremos de convenir en que todo indica que la escuela de Viena se ha basado en
la situación actual para corroborar su teoría, ya que ésta afirma que una expansión “artificial” del crédito, es
decir, no respaldada por ahorro voluntario previo y mediante la manipulación a
la baja de los tipos de interés, tiende a aumentar la inversión y a crear un
falso auge económico, dado que los precios relativos han sido distorsionados
por la mayor masa de dinero circulante en la economía. Estas inversiones, que
no hubieran sido emprendidas de no ser por la mencionada distorsión,
sobreutilizan los bienes de capital acumulados, desviándolos a proyectos no
rentables -si hubiera imperado el tipo de interés de mercado- y tarde o
temprano producirán sobrevaloraciones en algún o algunos activos. Tales
burbujas inevitablemente acaban estallando. Cuando la emisión de nuevos medios
fiduciarios cesa, las tasas de interés artificialmente bajas se acomodan en su
verdadero nivel de mercado, generalmente muy superior al establecido por los
bancos centrales dada la escasez de bienes de capital, lo que corta de raíz el
flujo de crédito barato, y las inversiones que parecían rentables con precios
inflados ahora dejan de serlo: la crisis estalla y se efectúa la natural
liquidación de las inversiones erróneas
No parece
necesario profundizar en el estudio de los ciclos económicos para notar que,
efectivamente, la evolución del problema, ahora tan estudiado en sus más
mínimos detalles, obedece a razones que, para los economistas (en los que
cabría incluir tanto a los banqueros como a los asesores de los gobiernos)
deben darse por sabidas. Parece razonable, por lo tanto, encaminar la reflexión
hacia el terreno en el que cabe analizarse si la teoría austriaca es eso,
teoría explicativa o, por el contrario, puede haber habido con ella suficientes
elementos de juicio en los momentos previos al estallido de la actual crisis como
para haber tomado unas medidas que, a la vista está, no se han tomado.
La historia de repite
Históricamente pueden citarse numerosas crisis económicas, que no
empiezan con la que se da como aldabonazo de salida que es la de 1929; mucho
antes, ya en 1637, se produjo el crack del precio de los tulipanes y, entre
otras menos llamativas, la inmobiliaria de Florida, en 1920. Como motivo de
análisis desde el punto de vista de la economía moderna, sí que puede afirmarse
que la primera es la Gran Depresión de 1929, pero, a partir de ese momento, y
sin ánimo de ser exhaustivos, pueden recordarse las originadas por las
posguerras española y mundial, en 1940 y 1946, la del petróleo de 1973, la de
la reconversión industrial en España en 1980, la burbuja financiera de Japón de
los años 80, el crack bursátil de 1987, la representada por las sociedades de
ahorro y préstamo de Estados Unidos en 1991, la producida en España en 1993 por
la finalización de la Expo y las Olimpiadas, la del “efecto tequila” del México
de 1995, la de los “tigres” asiáticos en 1996, el estallido de la burbuja de
las punto-com en 2000, el corralito argentino en 2001, la derivada de la
recesión encarnada por el caso Enron en los Estados Unidos de 2001 y,
finalmente, la iniciada en 2007 con el estallido de la burbuja inmobiliaria y
las hipotecas sub-prime.
Si nos fijamos en la secuencia de fechas de la relación, es fácil notar
que las crisis son cada vez más frecuentes, si bien es cierto que, con la
excepción de la actual, la solución llega en poco tiempo; es decir,
deteniéndonos en la situaciones desencadenadas en la economía estadounidense
(por aquello de verlas con más desapasionamiento), las “minicrisis” previas a
la actual conviven con un período que aún seguía siendo alcista, es decir, que
el crecimiento económico iniciado con Greenspan durante el mandato de Ronald
Reagan se mantenía a pesar de las crisis del 91 o del 2001. Deberá convenirse,
entonces, que habrá que buscar otras razones, aparte de las puramente
económicas, que justifiquen la permanencia de la situación iniciada en 2007 y,
aún hoy día, sin síntomas claros de finalizar.
Sólo un apunte sobre esas razones adicionales: en los años del “España
va bien”, en los que nuestros gobernantes se permitían dar lecciones de
economía a Alemania, pasó desapercibido un informe a cargo de un equipo de
investigadores liderado por Díaz Ripollés en el que se documentaba, entre otros
excesos “del ladrillo” que el volumen de edificación de obra nueva de sólo el
municipio de Estepona (Málaga) era superior al de toda la provincia de Madrid. Aún
admitiendo las previsiones optimistas de llegada de turistas a la Costa del
Sol, el dato en sí (dejando de lado el núcleo argumental del informe, centrado
en el blanqueo de capitales a través de operaciones inmobiliarias) debería
haber aportado más cautela que otra cosa, y eso no sucedió, entre otras razones
porque los ayuntamientos entraron en una espiral de delirios de grandeza para
cuya financiación necesitaban los ingresos de impuestos provinentes de la
construcción, ya que no había otros que pudieran crecer. Es entonces cuando
entra en escena un elemento nuevo, de menor entidad hasta ese momento, y
suficientemente estudiado hoy, que es el fenómeno de la corrupción,
no sólo en España, sino como mecanismo distorsionador de la economía en todo el
mundo y en todas las crisis.
Llegados a este punto, si se intenta profundizar en las razones de la
crisis introduciendo parámetros no estrictamente económicos, podría caerse en
la tentación de analizar situaciones cercanas que, por lo mismo, pueden tener
un sesgo interpretativo importante y dar la sensación de que se pretende
juzgarlas. Nada más lejos de nuestro propósito que el del estudio desapasionado
de lo que entendemos por crisis y sus componentes hasta hoy. Por ello nos
referiremos a crisis ocurridas en tiempos cercanos en la economía USA a fin de
preservar la objetividad que permita a cada lector de estas líneas extraer sus
propias conclusiones, y así nos limitaremos a recordar las crisis de las
sociedades de ahorro y préstamo de 1991, la recesión encarnada por el caso
Enron y los inicios de la actual.
Por lo que se refiere a la crisis de 1991, una primera aproximación
inclinaría a deducir que su origen fue solo la liberalización, en 1982,
de la actividad de las sociedades americanas de ahorro y préstamos (S&L),
equiparándolas a los bancos y ampliando su ámbito más allá del que tenían como
casi único, que eran las hipotecas, pero lo que a veces se olvida en el
análisis es que, permitiendo un abanico más amplio para la captación de
operaciones, el Estado permanecía como garante de los depósitos. La
liberalización creó oportunidades impensadas y alejadas del criterio ortodoxo
de los economistas y, lo que es más importante, hizo de guía de actuación para
personas que, amparándose en el ejemplo de estas sociedades, que ya no valían
nada (lo que valía era la garantía del Estado), descubrieron una operativa que,
por desgracia, se extendió rápidamente, como fue la emisión de bonos basura ,
en volúmenes desproporcionados, de sociedades que se pretendía comprar (¿recordáis
el sonado caso de Michael Milken, representativo de esta época?). No es de
extrañar la frase, que hoy se nos antoja premonitoria, que dijo David Sands,
del Departamento de Contabilidad Estatal, ante el Comité de prácticas bancarias
del Senado (en 1991, recordemos):”Tengo la firme convicción de que la
confianza que inspira en estos momentos el sistema bancario es nula”
La crisis representada por el caso Enron, en 2001 también tiene razones
aparentes y otras de fondo: las aparentes quedan definidas por la coincidencia
del boom bursátil inmediato anterior, pero las reales tienen un alto componente
de actitudes corruptas realizadas por el sencillo método de llevar al extremo
la contabilidad creativa. En efecto, Enron descubrió que podía inflar legalmente
la cifra de beneficios (con la consiguiente alegría de los accionistas)
aplicando simplemente la valoración actual a proyectos futuros, pero esto, que
para la producción y venta de energía sea posible, se volvía extraordinariamente
complejo si el proyecto incluía también inversiones tangibles en industria,
toda vez que era necesario algo tan simple como invertir para llevar a cabo realmente
el proyecto. Para soslayar esta menudencia, Enrono recurrió a estrategias
ilícitas que le permitían mantener los altísimos dividendos y retribuciones de
sus directivos, lo que, en definitiva, condujo a destapar el tinglado. A la
vista de la situación, la gente acabó
harta de los mercados financieros y (en 2001, recordemos también) los inversores
mostraron nítidamente su rechazo a los escándalos contables y de corrupción,
causa principal de su retirada del mercado bursátil. El problema de fondo, sin
embargo, visto desde hoy, es que, entonces, volvieron la vista al mercado
inmobiliario, para cuyo valor no hay que confiar en los contables.
Precisamente eso, el valor de los inmuebles fue el desencadenante
visible de la crisis iniciada en 2007: en un escenario en el que desde mediados
de la década de los noventa hasta el mismo año 2007 los precios de la vivienda
se dispararon en una espiral que era imposible de contener, se propició que la
especulación con la compraventa de inmuebles se extendiera sobre la base del eterno
incremento del valor de los mismos, es decir, se alentó que se comprara hoy,
aún sin saber si se disponían de medios para comprar, porque el objetivo era
vender mañana y obtener las ganancias inmediatas del incremento de valor del
inmueble. Además, esa época coincidió con un período de dinero barato que daba
la sensación de que el poder adquisitivo tenía una elasticidad asombrosa. No
importaba la solvencia del peticionario sino el valor de la garantía, y los
préstamos hipotecarios subprime se convirtieron en moneda corriente para las
entidades financieras. Pero había más: las mismas entidades que formalizaban
las hipotecas no tenían confianza en sus propios productos y lo que buscaban
era deshacerse de ellos cuanto antes en forma de productosd “estructurados” y
quedarse, simplemente, con la rentabilidad que ofrecían, de forma que, lo que
empezó como un posible problema económico se convirtió en un problema que
afectaba a la sociedad en general porque, con la inoperancia de las autoridades
de supervisión, se crearon unos paquetes encadenados de productos financieros
vacíos de contenido que se habían usado como garantía de operaciones en
prácticamente todo el mundo y entre todas las entidades.
El cómo estalló todo ya es historia reciente y no finalizada: el
determinar dónde está todo el dinero que se ha volatilizado aparentemente y el
razonar por qué la solución (en todos los países) sigue siendo acudir al
contribuyente medio, ya forma parte de análisis diferente, pero sólo con lo
dicho queda de manifiesto que las crisis tienen siempre un origen no solo
económico; es como si, en la historia del faraón con la que iniciábamos este
boletín, a la hora de acumular las reservas en las épocas de bonanza, se
hubiera permitido que alguien “distrajera” esas reservas y, llegado el momento
de la necesidad, se descubriera que alguien ha echado mano de ellas pero, para
solucionar el problema, simplemente se exigiera austeridad a todos los demás.