domingo, 31 de julio de 2016

De cara a los futuros Presupuestos: Estado, S.A.

En diversas entradas anteriores en este blog hemos propuesto, para abordar diferentes temas cotidianos, llevar a cabo el ejercicio teórico de pensar en el sector público como si se tratara de una empresa privada con el fin de poder analizar sus actuaciones sobre un plano, a veces comparable, de eficacia (o no) de gestión empresarial, que nos suele resultar más accesible que el meramente político.


Esto es así porque, en el fondo, un gobierno administra, como cualquier empresa al uso, en base a unos determinados ingresos y gastos, toda una serie de actuaciones encaminadas a asegurar la continuidad (en la empresa, y viabilidad en la Administración) y a que sus integrantes estén correctamente atendidos, vía salarios (y factores asociados) en la empresa privada y vía servicios en la Administración. Naturalmente, sería un error comparar sin más en un pretendido plano de igualdad la elaboración del presupuesto anual en una empresa y la de los presupuestos generales anuales del Estado. No siguen iguales criterios ciertamente, pero no es menos cierto que los fundamentos para ellos son los mismos, y estos sí que se pueden comparar.


Lo primero que hay que decir en esta reflexión es que, aunque resulte chocante por la solidez de los datos básicos empleados en el sector público, éste es mucho más sensible a verse afectado por la teoría del caos1, habida cuenta de la multitud y variedad de agentes (económicos o no) que confluyen en el día a día, desde luego muchos más que en la empresa privada.

Representación clásica del efecto mariposa

En cualquier caso, teniendo en cuenta la situación de inicio y evaluando las variables conocidas y las previsibles, es indudable que para elaborar unos presupuestos de empresa o de país, hay que mirar al futuro, hay que ser capaz de visualizar una situación futura y deseable, mejor aquella que se aspira a lograr en un horizonte más bien lejano2, sopesando de antemano en esta visión que no necesariamente esté claro el camino para ello. La idea es que la visión, o mejor dicho la visión compartida, opere como un factor poderoso de motivación para TODOS los miembros de la organización. La visión puede contener cualquier tipo de ingrediente; puede referirse a aspectos clasificables como misión, valores, objetivos, metas o estrategias, en los términos que se refieren a continuación.


Está claro que resultaría incoherente (y, seguramente, contraproducente) trabajar en esa visión de un futuro deseado olvidando que ésta debe estar perfectamente alineada con los llamados valores, que son las pautas de conducta o principios fundamentales que guían el comportamiento, como pueden ser el cumplimiento de las disposiciones legales (que han de ser, inexcusablemente, justas), el respeto humano, la ética, la lucha real contra la corrupción a todos los niveles, etc.


Con este bagaje, ya es momento de definir los objetivos, que constituyen el nivel de aspiración sobre la eficacia buscada, es decir, resultados a lograr: rentabilidad, crecimiento, posición en el mercado, etc.Es curioso constatar que los objetivos, en tanto no se expresen en términos cuantificables periódicos, como metas (objetivos expresados en términos específicos, medidos y acotados en el tiempo, cuantitativos/acumulativos y referidos a puntos de avance controlables o a la terminación de un proyecto), pueden significar también valores, o sea pautas de conducta.
 
El siguiente paso, una vez definidos los objetivos, lo constituye el elegir la secuencia de acciones a implementar para lograrlos frente a todo un planteamiento de acciones alternativas. Como parte del denominado planeamiento estratégico, es conveniente que las estrategias versen sobre "cuestiones estratégicas claves" (previamente identificadas, obviamente), en donde la elección de una u otra secuencia de acción habrá de tener un impacto significativo sobre el rumbo de la organización. Por ello se puede afirmar que el proceso de toma de decisiones constituye el núcleo de la actividad, definiendo en este caso "decisión" precisamente como la elección de una secuencia de acción determinada entre varias posibles. Pero, para que la elección tenga lugar, y se vea su eficacia, es necesario que exista un "problema", en el sentido de brecha entre una situación actual o proyectada y el objetivo, y, en este escenario, el concepto de problema abarca:



- El problema negativo (la situación actual no satisface el objetivo a lograr)

- El problema potencial (la situación proyectada puede no satisfacer el objetivo).

- El problema de implementación (cómo se va a concretar el objetivo).

- El aprovechamiento de oportunidades (generación de un nuevo objetivo durante el proceso).




El proceso de toma de decisiones, para acabar, comprende las siguientes etapas:


I. Examen de la problemática, que incluye:
- El enfoque de la problemática.
- La priorización de problemas.
- La identificación del objetivo.
- El diagnóstico de la situación.
II. El desarrollo de la secuencia de acción, que incluye:
- La concepción de secuencias posibles.
- La evaluación de secuencias concebidas.
- La elección de secuencia a seguir.



Como se observa, teorías aparte, es que no identificar los problemas o diseñar unos objetivos cubiertos en demasía por una pátina partidista alejados de esa visión de futuro común deseable (acciones ambas cuyo resultado ha de ser muy nítido antes de elaborar un presupuesto y que no forman parte de él) es llamar sin disimulos y con un altavoz a que se presente el efecto mariposa en cuanto los presupuestos comiencen su andadura.


Y que cada cual saque sus propias conclusiones en cuanto a que la aplicación de estas técnicas es o no comparable (con matices) al sector privado y público, con un apunte previo irrebatible: sería exigible a quienes elaboran presupuestos públicos que, más allá de teorías, demostraran experiencia en la confección de presupuestos en el sector privado.

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1No hay que confundir la teoría del caos con esa idiotez, tan en boga en períodos electorales de "o nosotros o el caos" para crear pánico al posible cambio de orientación política de los gestores públicos. La teoría del caos es el nombre popular de la rama de las ciencias (matemáticas, física, biología, meteorología, economía, entre otras) que trata de la evolución de ciertos tipos de sistemas complejos y/o dinámicos muy sensibles a las variaciones en las condiciones iniciales. Pequeñas variaciones en dichas condiciones iniciales pueden implicar grandes diferencias en el comportamiento futuro, imposibilitando la predicción a largo plazo. Esto sucede aunque estos sistemas sean en teoría determinísticos, es decir; con un comportamiento que puede ser completamente predeterminado conociendo sus condiciones iniciales.Eso implica que si en un sistema se produce una pequeña perturbación inicial, mediante un proceso de amplificación, podrá generar un efecto considerablemente grande a corto o mediano plazo. Y eso se conoce como efecto mariposa cuyo nombre proviene de las frases: "el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo" (proverbio chino) o "el aleteo de las alas de una mariposa puede provocar un tornado al otro lado del mundo", lo que cabe interpretarse de la siguiente manera: imagínense dos mundos posibles casi idénticos, pero en el segundo hay una mariposa aleteando que en el primero no aparece. A largo plazo, el mundo con la mariposa y el mundo sin la mariposa acabarán siendo muy diferentes, en particular en uno de ellos puede producirse un tsunami o un tifón que en el otro mundo no se produce.Quizá un ejemplo actual bien visible y no teórico de las consecuencias de la teoría del caos lo encontramos en aquellos países productores de petróleo que han visto desplomarse su economía al haberse depreciado el precio del crudo por razones geopolíticas imprevisibles cuando elaboraron, un año atrás, sus presupuestos.

2Fijémonos que este simple matiz ya obliga al trabajo colectivo previo de definir qué modelo de empresa (o país) imaginamos en un futuro lejano.

domingo, 24 de julio de 2016

De animalistas y animalicidas

Verano. Por fin verano y, para muchos (no nos engañemos, de aquellos que hoy tienen la enorme suerte de tener trabajo en este país y pueden permitirse ciertos gastos) , inicio de unos días de disfrute de unas, seguramente, merecidas vacaciones, lejos de las rutinas diarias y, si es posible, con nuevos entornos, nuevas costumbres y nuevas compañias... o no, pero con voluntad declarada de ver las cosas diferentes de como se ven el resto del año.

Dentro de estas nuevas ópticas se repite cada año la de quien descubre estupefacto (porque era algo que, en su día, no cabía en su sesera) que la encantadora mascota que él mismo le regaló a la niña para el dia de Reyes se ha transmutado en un desagradable bicho incómodo que, por una parte, reclama cuidados (lo que se traduce en tiempo y, lo que es peor, comporta gastos) y, por otra, les condiciona disponibilidad de días para esa estancia de relax programada en las fantásticas playas de El Algarve. Solución: deshacerse del bicho de la forma que sea: si es un periquito, un loro, etc., soltándolo entre la arboleda del parque de al lado; si es una tortuga, un pez o así, en los humedales del canal o río más próximo, y si es un perro o un gato, cargarlos en el coche y abandonarlos a unos cientos de kilómetros de casa. Total, no importa demasiado porque ya le compraremos por Reyes a la niña otra mascota, más bonita, para que olvide este capricho.

Maltrato animal: antesala de la violencia social

Claro, que frecuentemente, la escasa hucha de los ahorros no permite demasiadas alegrías, y entonces se recurre al viaje al viejo terruño y solar familiar, a redescubrir eso que llaman antiguas tradiciones en forma de festejos curiosos de los que los pueblos de nuestra geografia están llenos en época estival. Y, mira por donde, en muchos hacen protagonistas a animales. Así, por ejemplo, en Cazalilla (Jaén) arrojan una pava desde el campanario de la iglesia, en la riojana localidad de Nalda, se celebra la Fiestas de los gallos que consiste en arrancarles la cabeza a gallos, colgados previamente por las patas en una soga con la cresta para abajo (hay que decir, ante la polvareda que se ha levantado por este maltrato animal, que desde hace unos años se utilizan gallos de goma), en Manganeses de la Polvorosa (Zamora) arrojan cabras desde el campanario de su iglesia, en Coria (Cáceres), un toro al que se le da suelta en el pueblo es acribillado con dardos en las fiestas del pueblo (¡en honor a San Juan!), en la vallisoletana ciudad de Tordesillas, en la tradicional Fiesta denominada El Toro de la Vega, un animal es perseguido, acosado, torturado y lanceado bárbaramente por decenas de "valientes" tanto a pie como a caballo, sin citar los festejos con toros ("bous", atados, entorchados, etc.) en el Levante y Catalunya, los Sanfermines (en los que los toros son después sacrificados, no lo olvidemos), las corridas, y un largo etcétera. Por supuesto, todo ello con cobertura legal y con excusa de celebración religiosa para honrar al patrono o a la patrona (ya me diréis cómo justificar desde el punto de vista estrictamente religioso estos actos a la vista de las doctrinas de Santo Tomás de Aquino o San Francisco de Asís, sin ir más lejos).

O sea, que asistimos a la esquizofrenia colectiva de que se persigue socialmente y se rechaza (como debe ser, sin duda) a quien abandona un animal mientras se protege legalmente a quien hace un espectáculo de su martirio y sacrificio. Pues vaya...

En cualquier caso, y antes de seguir reflexionando sobre esta paradoja, es lícito preguntarse: ¿cómo es posible que existan y se permitan actos de crueldad hacia los animales? Empezando quizá por actitudes a nivel particular que se amplían al campo social, ya se trate de perros, gatos u otras mascotas o animales que se califican "de granja", "de entretenimiento", etc., toda vez que es frecuente que aparezcan casos (generalmente divulgados por las redes sociales y raramente por los medios de comunicación tradicionales) que producen escándalo en la opinión pública. En todos estos casos, la pregunta genérica sobre las causas del maltrato es la misma., y conviene explorar algunos de los motivos que llevan a la crueldad hacia los animales, y algunos consejos para evitarla y superarla.


La dificultad mayor con que nos encontramos en la lucha contra el maltrato animal es la evidencia de que a pesar de que hay legislación en ese campo, la realidad oficial es muy otra, de forma que muchos de los festejos que incluyen ese maltrato, no sólo están protegidos por una ley (con minúscula, por favor) sino que, sin ningún rubor, se llegan a calificar de "culturales", lo que conduce a sugerir de urgencia a nuestros Poderes Públicos que revisen seriamente su concepto de CULTURA. Ciertamente, los defensores de estas fiestas esgrimen en general otros dos argumentos que no se sostienen: la tradición y la identificación de los festejos con el arte.


La tradición. Veamos (sin interpretar, ni de lejos, que sean hechos comparables; sólo a efectos de hipótesis de reflexión): en algunos países es tradición hoy el vender a las hijas, incluso menores de 10 años, para contraer un matrimonio que a nosotros nos parece repugnante con quien paga el precio de esa dote. Más tradiciones: en otros países se procede legalmente a la ceremonia de ablación de clítoris a las niñas con las consecuencias para la salud y psicológicas que esa aberración produce. Por desgracia podríamos seguir citando centenares de ejemplos en todo el mundo en los que se invoca la tradición de que "siempre se ha hecho así" para intentar justificar lo injustificable. Además, si no se tuvier en cuenta la evolución social y con ella las tradiciones, seguiría en vigor el Código de Hammurabi, ni siquiera el Derecho Romano.

El arte. Aludir al arte para justificar el maltrato animal (especialmente las corridas, muy recurrente con este argumento) es, directamente, una estupidez. Sería como si, sobre la base de que hay magníficas obras pictóricas cuyo tema es una batalla, se justificaran las guerras por su presunto componente estético, o como si, aprovechando la armonía y vigor de "La masacre de los inocentes", de Rubens, se intentara justificar la matanza ordenada por Herodes que nos cuenta la Biblia, o como si, cautivados por el magnetismo estético del cuadro de Repin "Ivan el Terrible y su hijo Ivan" en el que retrata la desesperación del primero tras haber matado a su hijo, alguien intentara dar carta blanca al asesinato por su estética1, o... ¿seguimos? ¿hacen falta más ejemplos para desmontar la insensatez del arte como justificación del maltrato?

En definitiva, el maltrato animal seguirá impune mientras se sigan aplicando dos varas de medir.: la restrictiva para el ámbito privado y la del "todo vale" y "es legal" para los actos públicos.
Pero decíamos que puede resultar conveniente examinar los motivos que producen estas actitudes para con los animales, y, a tal fin, desglosaremos tres niveles.

Maltrato inconsciente

Muchas de las personas que abusan o maltratan a los animales no lo hacen a propósito, o al menos, no teniendo intención ni conciencia de hacerlo. Todos hemos sido educados en una sociedad profundamente antropocéntrica, es decir, que encasilla a los animales como "cosas insensibles" y sin validez moral, por lo que actuamos en consecuencia sin percatarnos de lo que hacemos, ni mucho menos, de reflexionar sobre ello. 

Con los animales "siempre se ha hecho así" y los animales "no sienten"2, y "si es que sintieran", sus sentimientos no importan ni son relevantes; por lo tanto tampoco importa mucho lo que hagamos con ellos. Por esta idea entran los casos de negligencia, es decir, en los que se falla al proveer a un animal (del que somos responsables) de sus necesidades básicas de alimentación, agua, refugio y cuidados veterinarios, incluyendo aspectos de psicología animal como mantener las mascotas en un espacio vital muy reducido o dejar que las hembras tengan una camada de cachorros, para luego "regalarlos" (o incluso, venderlos). En su lógica, ellos como "dueños" no hacen nada malo.

En estos casos, de un primer nivel, la solución es la educación y sensibilización para aprender y entender que está siendo cruel, ver que realmente hay maltrato y se tome conciencia de las necesidades de sus mascotas, recordando, en su caso que puedenser actitudes castigadas por la Ley.

Maltrato intencional "social"

Otro grupo de personas que maltratan a los animales lo hacen a propósito y con pleno conocimiento de que lo que hacen es malo; pero lo hacen por un corto período de tiempo, o lo ejecutan en pocas ocasiones. Por ejemplo, un grupo de niños que decide lanzar piedras a los nidos de los pájaros, o maltratar a un gato/perro que ronda en el vecindario. Estas personas usualmente son jóvenes y dañan a los animales porque no están pensando en el daño que causan sus acciones en ellos sino en la diversión de ejercer poder sobre ellos (o porque no pueden oponerse a la presión que ejerce el grupo de amigos).

Quienes no están pensando en el daño ocasionado puede que lo sea por estar molestos o sentirse frustrados, y descargan su rabia contra los animales; o bien piensan que es entretenido ver cómo el animal se retuerce o huye. En cualquier caso, no están pensando en los sentimientos de los animales a los que causan daño, ni en la magnitud del daño que le están causando, mucho menos en las consecuencias para el animal. Y los que presionan al grupo para realizar el maltrato sólo quieren mostrar su poder e influencia sobre el resto; o bien están tratando de impresionarse mutuamente, por lo que siguen lo que el grupo hace.

El daño intencional a los animales es un tema serio, que debe ser reorientado y castigado. Nunca deben tomarse como "bromas o inocentadas de niños", sino que se trata de actitudes que, de no ser reorientadas, podrían perpetuarse en el tiempo3. Nuevamente en estos casos, es a través de la educación que se debe inculcar la empatía y el ponerse en el lugar del animal maltratado, aprendiendo a sentir como los otros, para orientarnos fuera de nosotros mismos y entender que los animales también sufren. Y que si esos animales sufrieron, fue por una acción y decisión personal, que debe ser castigada/penalizada para no volver a repetir la escena. Aprender que los actos propios tienen consecuencias negativas -y si uno lo quiere, también positivas- sobre otros seres vivos.

Maltrato intencional cruel o violencia voluntaria

Encuadradas en este nivel se encuentran esas personas que maltratan sistemáticamente de manera intencional, porque disfrutan provocando daño a otros seres vivos, por el hecho de sentirse poderosos. Necesitan ejercer su poder sobre otros, y dañarán a los animales porque piensan que de esa manera los controlan y gobiernan. O maltratan al animal para ejercer su poder sobre otra persona (es el típico caso del novio/marido maltratador que pega/daña/tortura/mata al perro/gato/pájaro de su novia/esposa para retenerla en sumisión, pues le podría hacer lo mismo a ella). Otros harán que sus animales dañen a otros animales, porque eso les convierte en una dupla poderosa, donde evidentemente, quien tiene el control es el dueño.  El caso extremo patológico es de quien simplemente disfruta ejerciendo la violencia y provocando dolor a otros seres vivos. Obviamente las personas de este grupo sufren serios problemas psicológicos que no pueden dejarse desatendidos porque no "pasarán" con el tiempo. Estas personas necesitan, con urgencia, apoyo profesional que les rehabilite en sus relaciones sociales y con su entorno inmediato. Sin ayuda, los problemas psicológicos de estas personas los afectarán de por vida, y ellos continuarán maltratando -de manera cada vez más violenta- a otros seres vivos, y seguro que también a otras personas.
 
El maltrato animal es, a la vez, un factor que predispone a la violencia social y una consecuencia de la misma,y forma parte de la cascada de la violencia que nos va alcanzando a todos como individuos y como sociedad. La violencia es un acto intencional que puede ser único o recurrente y cíclico, dirigido a dominar, controlar, agredir o lastimar a otros. No puede pasarse por alto que casi siempre es ejercida por las personas de mayor jerarquía, es decir, las que tienen el poder en una relación, pero también se puede ejercer sobre objetos, animales o contra uno mismo, y puede variar desde una ofensa verbal hasta el homicidio.


La crueldad es una respuesta emocional de indiferencia o una obtención de placer en el sufrimiento o dolor de otros, o una acción que innecesariamente causa tal sufrimiento. La crueldad de los niños, que incluye a los animales, es un signo clínico relacionado a desórdenes antisociales y de conducta.

En las familias en las que hay violencia, ésta es más frecuentemente dirigida hacia los más débiles, lo que incluye ancianos, mujeres, niños y animales de compañía. El maltrato hacia los animales es tolerado por aquellos que lo observan; se minimizan sus causas y sus efectos, y los padres, maestros y comunidades que no dan importancia al abuso animal en realidad incuban una bomba de tiempo.

Debe hacerse énfasis en que la detección, prevención y tratamiento de la violencia hacia los animales es un acto de humanidad en sí mismo. Los animales son criaturas que se encuentran, en relación al ser humano, en un nivel de inferioridad dentro de la escala evolutiva; esto nos hace responsables de su bienestar, ya que tener supremacía lleva consigo una obligación, una responsabilidad, que es la de cumplir como guardián de las especies inferiores en términos intelectuales. Si realmente queremos combatir la violencia, una parte de nuestra lucha consiste también en erradicar el maltrato a otros seres vivos.


Estas reflexiones se limitan a un somero examen de acciones/recomendaciones en el ámbito privado ante el maltrat animal que, mediante la educación, concienciación y ¿por qué no considerarlo? eventual castigo, conducen al posterior cuestionamiento moral de las actitudes colectivas actualmente consentidas que en el fondo vulneran la legalidad.

Otra cosa es la actuación, con la Ley por delante, ante determinados criaderos, granjas o mataderos (los menos, por fortuna), antesala y copia de la Casa de los Horrores, pero eso trasciende estas reflexiones.

Y que los seguidores de ciertos festejos crueles con los animales recapaciten sobre la validez de su muletilla habitual para justificarse: "Pues a mí me gusta. A quien no le guste, que no venga". ¿Admitiría que el caco que ha desvalijado su casa se defendiera diciendo que a él le gusta robar?

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1No nos llamemos a engaño en este punto, pero tampoco nos confundamos. Existe un libro escrito por Thomas De Quincey llamado, precisamente, Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes en el que el lector, engañado por el título, puede creer que encontrará una descripción de esos pulcros crímenes de las viejas novelas policiales en que se escamotea el dolor y la angustia de la muerte para convertirla en cifra de un tranquilo problema intelectual. Nada de eso. A De Quincey no le interesa el asesinato por su abstracción sino por su tremenda materialidad y, cocainómano confeso, desarrolla una crítica social descarnada atravesada por relámpagos de humor que se agradecen.

2Muestra extrema es la asombrosa e inclasificable afirmación del alcalde de Tordesillas, que asesgura que el toro de la Vega, perseguido, acosado, alanceado hasta la muerte "no sufre". Sin comentarios.


3Aquí cabría incluir las múltiplies "peñas taurinas infantiles" que existen, incluso contraviniendo la legislación vigente.

miércoles, 13 de julio de 2016

Vencedores vencidos - (y 3) ¿Tribunal Penal Internacional?

El último capítulo hasta hoy de este drama de Irak, las consecuencias de cuya invasión permanecen aún incalculables y de ámbito físico y temporal imprevisibles, empieza a gestarse relativamente poco tiempo después de la captura de Saddam, cuando Estados Unidos decide, en 2005, poner fin a la búsqueda de los presuntos arsenales de armas de destrucción masiva cuya existencia en poder del gobierno iraquí había “justificado” el inicio de las acciones armadas. Conviene recordar en este punto que, ya antes del inicio de la invasión, los inspectores de la ONU, dirigidos por el egipcio Baradei1, se desgañitaron certificando que Irak no disponía de esas armas de destrucción masiva.
A ello hay que añadir que los movimientos ciudadanos de protesta en todo el mundo identificados por un común “No a la guerra” no cesaban, y poco a poco fue calando la preocupación de establecer hasta qué grado confiaron los líderes más en la idea defendida por Estados Unidos y sus aliados que en la certeza empírica que proclamaban los inspectores de la ONU. Y, llegados al extremo, si cabía la posibilidad de que se hubiera ordenado la invasión a sabiendas de que no existía amenaza armada.
Y así, en junio de 2009, el entonces primer ministro británico Gordon Brown ordena una comisión de investigación independiente sobre la participación del Reino Unido en la guerra en Irak en 2003, iniciada por su antecesor (y del mismo partido) Tony Blair. La investigación fue encomendada a Sir John Chilcot2 quien, al aceptarla declaró sus intenciones de que “…queremos facilitar un entendimiento claro de los varios elementos centrales de la implicación de Reino Unido en Irak y cómo evolucionaron en el tiempo…” En palabras de Chilcot, "Nuestro mandato es muy amplio, pero los puntos esenciales, según lo establecido por el Primer Ministro y aprobado por la Cámara de los Comunes, son que se trata de una orden emanada de un comité de Consejeros Privados. Se tendrá en cuenta el período comprendido entre el verano de 2001 y finales de julio de 2009, que abarca el período previo al conflicto en Irak, incluyendo la forma en que las decisiones fueron tomadas y las acciones tomadas, para establecer, con la mayor precisión posible, lo que pasó y para identificar las lecciones que se pueden aprender. Esas lecciones ayudarán a asegurar que, si nos enfrentamos a situaciones similares en el futuro, el gobierno de turno es el mejor equipado para responder a ellas de la manera más eficaz para atender los mejores intereses del país." El resultado de esa larga y profunda investigación es el oficialmente llamado The Iraq Inquiry (La investigación sobre Irak), más conocido precisamente como el Chilcot Report (Informe Chilcot).
La investigación incluye declaraciones orales llevadas a cabo durante varios meses, con tantas audiencias públicas como fueron posibles. La primera ronda se inició en otoño del mismo 2009 y continuó hasta principios de 2010. Después de un descanso para no influenciar en las elecciones generales, el comité reanudó sus audiencias del 18 de enero a la 2 febrero de 2011, para acabar con audiencias privadas a finales de mayo de 2011. Las evidencias escritas incluyen más de 150.000 documentos de la época. Aunque las investigaciones finalizaron en 2011, Chilcot anunció que, debido al «elevado volumen de material sensible» o «clasificado» que debía gestionarse, la publicación de su informe se retrasaría hasta junio o julio del 2016. Se ha presentado y divulgado el 6 de julio de este 2016.
No es un asunto baladí, por otra parte, el citar que Chilcot se ha quejado de que el Gobierno había llevado a cabo una campaña contra su trabajo en el sentido de que ha facilitado ciertos documentos a personas críticas con el Gobierno para así ayudarles a definir sus posiciones ante el conflicto.
Ante estas dificultades para realizar la investigación denunciadas por el propio Chilcot, y sólo como ejercicio teórico, cabe preguntarse: ¿podría llevarse a cabo en España una investigación similar? Veamos con algunos ejemplos:
- El accidente de metro que costó la vida en Valencia a más de 40 personas en 2006 se silenció `por las autoridades del momento y, tras un programa de televisión que sacó a la luz las incoherencias oficiales, hubo que esperar hasta el cambio de color político en los poderes públicos valencianos para poder iniciar las investigaciones encaminadas a señalar y delimitar responsabilidades.
- El accidente de tren de Angrois (A Coruña) en 2013, con casi 80 muertes, ha originado que la UE cuestione la validez del informe sobre el siniestro, encargado por las autoridades a quien era juez y parte en el asunto y, al parecer, con el único fin de “confirmar” las tesis oficiales en cuanto a la culpabilidad/responsabilidad del accidente.
- Siguiendo esa estela de aparente aversión a conocer los responsables de las cosas, estamos habituados a la existencia de clamorosas no-comisiones como las de los casos Madrid-Arena de 2012 o Spanair de 2008. Y no digamos cuando la comisión se mueve en terreno político-partidista, como la investigación sobre Bankia, los ERE en Andalucía, la sanidad en Madrid, las escuchas en el restaurante barcelonés La Camarga, etc. Un ejemplo extremo pasa ahora con el descubrimiento del uso torticero por parte de las autoridades de Interior de las Instituciones creando y divulgando pruebas falsas para acabar con sus rivales políticos; pues bien, como las pruebas (de autenticidad no negada por sus protagonistas) se consiguieron mediante grabaciones efectuadas por no se sabe quién, el PP, C's y el PSOE se niegan a iniciar una investigación sobre los CONTENIDOS en tanto no se determine la validez JURÍDICA de las pruebas. (Inaudito; es como si en un pinchazo telefónico se sabe la intención de alguien de poner una bomba en la estatua de La Cibeles y, en lugar de ir contra ese terrorista, nos dedicamos a marear la perdiz buscando la legalidad o no del pinchazo).
- Una última reflexión sobre estos aspectos domésticos: ¿A alguien se le ocurre, con los partidos políticos que tenemos, que se permita que, en este caso, Rajoy inicie una investigación sobre algo hecho por Aznar como sucede con el Informe Chilcot entre Brown y Blair? Absolutamente impensable.
En conclusión a la pregunta de si sería viable en España una comisión similar a la que ha producido el Informe Chilcot, todo parece indicar que faltaría crecer en sentido ético y democrático por nuestra clase política para poder acometer tales retos.
Volvamos, pues, al Informe. El trabajo, que se ha gestado durante siete años, desgrana el papel de las autoridades británicas en la intervención militar en Irak de 2003, uno de los capítulos más polémicos de Tony Blair en su etapa como jefe del Gobierno (1997-2007). Examina la actuación de Reino Unido en los meses previos al conflicto, en la propia guerra y en la gestión de sus consecuencias. Desde la invasión hasta el día de hoy el conflicto ha provocado 251.000 muertes, entre civiles y combatientes. El Informe resulta demoledor porque asegura que el Reino Unido no agotó todas las opciones pacíficas antes de unirse a la invasión de Irak que lideraba Estados Unidos. Los juicios sobre las armas de destrucción masiva se presentaron con una certeza que no estaba justificada. La investigación concluye que Estados Unidos y Reino Unido socavaron la autoridad del Consejo de Seguridad de la ONU, porque presionaron para la acción militar cuando las alternativas de resolución sin recurrir a la fuerza no se habían agotado. Las decisiones en Irak se tomaron en base a inteligencia y evaluaciones defectuosas que no se cuestionaron, y debieron haberse cuestionado. La acción militar pudo haber sido necesaria en algún momento pero no lo era en 2003.
El informe supone una crítica sin matices a la decisión de Tony Blair de entrar en guerra con Irak. Describe a Saddam Husein como indudablemente un brutal dictador, pero la investigación concluye afirmando sin matices que la acción militar en ese momento no era el último recurso" y el dossier que Blair presentó al Parlamento británico en septiembre de 2002 no respalda sus argumentos de que Irak contaba con un programa activo de armas químicas y biológicas. Se subestimaron las consecuencias y se fracasó en lograr los objetivos establecidos. La investigación no acepta por ello, ha dicho Chilcot, las alegaciones de Tony Blair de que los problemas de después de la invasión eran imposibles de predecir.
El Informe, que consta de 12 volúmenes y un total de 2,6 millones de palabras3 pero que se limita a dilucidar la base legal que había en 2003 para la invasión, y carece del poder de recomendar cargos criminales contra los implicados, incluye detalles de los papeles del Gabinete desclasificados, evaluaciones de la inteligencia que apuntaba, erróneamente, a que Irak poseía armas de destrucción masiva y de la correspondencia privada entre Blair y el entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, en relación con el conflicto y la base para la intervención militar. El grupo de expertos ha tenido que evaluar y analizar 150.000 documentos del Gobierno y para elaborar sus conclusiones y recomendaciones y, en palabras de Chilcot, se han tenido muy en cuenta desde el principio que las familias tienen altas expectativas y deseos de conocer la verdad de todo lo que sucedió, en particular en lo que se ven afectados sus parientes. Y es que el Reino Unido envió 30.000 soldados con la misión de ocupar a Irak, en una invasión liderada por Estados Unidos. En 2009, en medio de las críticas ante la evidencia de que el régimen de Saddam Husein no escondía armas de destrucción masiva como se aseguró, el Gobierno de Gordon Brown encargó una investigación en profundidad de lo ocurrido, dirigida por el alto funcionario John Chilcot. Ya el pasado octubre de 2015, Blair pidió disculpas por su papel en la guerra de Irak, a la que llevó al país hace ahora 13 años. El ex líder laborista pidió perdón por utilizar información de inteligencia errónea; reconoció que no supo prever el caos que se desataría tras el derrocamiento de Saddam Husein, y admitió que dicho caos puede haber contribuido a la aparición y crecimiento del Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés).
Una de las características conocidas de los documentos digitales es la de que admiten la opción de “Buscar” en el texto una palabra o conjunto de ellas y, aplicando esa búsqueda al Informe, se puede comprobar que el nombre de José María Aznar aparece en varias ocasiones, en su mayoría por los contactos entre los gobiernos británico y español para conseguir que el Consejo de Seguridad de la ONU aprobara una segunda resolución que legalizara la guerra. Esa resolución no llegó a existir porque Washington, Londres y Madrid no tenían los votos suficientes para que saliera adelante ni podían impedir que Rusia y Francia la vetaran en caso de votación. 
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Entre los numerosos documentos que aparecen en el informe, figura la descripción de una reunión de Tony Blair y Aznar en Madrid el 27 y 28 de febrero de 2003, tres semanas antes del inicio de la invasión. Washington está decidido a lanzarse sobre Irak para acabar con Saddam Hussein y sólo ha aceptado a regañadientes la negociación de una segunda resolución de la ONU mientras Aznar y Blair están preocupados por hacer llegar a sus respectivas opiniones públicas que ellos estaban centrados en impedir la guerra, no en lo contrario. Las actas de la reunión del equipo de Blair, aseguran que para afrontar las dificultades creadas por "la impresión de que EEUU estaba decidida a ir a la guerra pasara lo que pasara", Blair y Aznar acordaron poner en marcha una estrategia de comunicación que demostrara que "estaban haciendo todo lo posible para evitar la guerra". Ambos sabían ya que la decisión –que ambos apoyaban– estaba ya tomada en Washington desde hace mucho tiempo y que había llegado el momento de intentar adelantarse a las críticas. La postura de Aznar es particularmente decidida, “presionando en favor de la importancia de la alianza transatlántica (la relación con EEUU), pese a los problemas políticos internos, mucho mayores que los nuestros", según documentos examinados, y no compartía el gran interés de Blair por una segunda resolución de la ONU que de forma explícita autorizara a EEUU y sus aliados el uso de la fuerza, es decir, invadir Irak. El ánimo belicista de Aznar, según el Informe, estaba a prueba de cualquier coste político y, en declaración de David Manning, el principal consejero diplomático del primer ministro británico, "Creo que los españoles habrían seguido (en la coalición dirigida por EEUU). No lo sé seguro, pero Aznar estaba absolutamente decidido, y muy, muy claramente a favor de continuar, y no de seguir intentando conseguir una segunda resolución".
En pocas palabras, queda demostrado que tres semanas antes de la invasión de Irak, Aznar y Blair pactaron desarrollar medidas de propaganda que hicieran ver que ellos hacían lo posible para evitar una guerra, ya decidida por Bush, y que Aznar no estaba tan interesado como Blair en conseguir una segunda resolución, favorable, de la ONU; al contrario, estaba decidido a apoyar como fuera a Bush en la guerra. Una guerra en la que España no participó (una no-participación causante, según todos los Organismos y analistas internacionales, de la masacre del 11M-2004 en Atocha), o al menos eso juran hoy Esperanza Aguirre, Federico Trillo (entonces ministro de Defensa), entre otros, ante el ominoso silencio de Mariano Rajoy, entonces vicepresidente del gobierno, o del propio José María Aznar. Si eso es así, nuestros soldados muertos allí ¿fueron de vacaciones o como mercenarios bajo otra bandera? Deleznable e inmoral, representativo de la estatura moral de algun@s ¿y de quienes los votan?
Ha recordado repetidamente Sir John Chilcot que la investigación carece del poder de recomendar cargos criminales contra los implicados pero lo cierto es que cada vez son más las voces que se alzan pidiendo que los implicados respondan de sus actos ante el Tribunal Penal Internacional. Recordando los juicios de Núremberg con los que iniciábamos esta entrada, si allí se procesaba a juristas por aplicar unas leyes injustas pero vigentes, no parece descabellado pedir responsabilidades a los que, prescindiendo de cobertura legal, han llevado al mundo al marasmo en que se encuentra hoy. Y sin ver el final del túnel.
 
1Mohamed Mustafa el-Baradei, diplomático, jurista y político egipcio que fue el Director General de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), una organización intergubernamental bajo el auspicio de las Naciones Unidas. En 2002, junto con Hans Blix, fue encargado por la Agencia y por las Naciones Unidas para certificar el desarme de Irak, y condujo el equipo de inspectores de la ONU buscando evidencias de armas de destrucción masiva en aquel país.El 27 de enero de 2003, ante el Consejo de Seguridad de la ONU expuso que la AIEA había desmantelado, eliminado o evacuado la mayor parte de las instalaciones iraquíes con capacidad de fabricar armas nucleares. El 7 de marzo, ante el mismo órgano, reafirmó su postura y comunicó que no existía uranio en Irak procedente de Níger, tal y como George W. Bush había denunciado con anterioridad. Por ello, se opuso frontalmente a que Estados Unidos, Gran Bretaña, España y Portugal hicieran la declaración de las Azores que dio lugar a la invasión de Irak de 2003 al considerar que no había pruebas para dicha intervención, y solicitando un plazo de tiempo mayor para que los inspectores realizasen su trabajo.
Curiosamente, en 2005 ganó el Premio Nobel de la Paz junto a la AIEA.

2Sir John Chilcot es miembro del Consejo Privado del Reino Unido con una destacada carrera en Her Majesty's Civil Service, donde ha desempeñado varios cargos, entre ellos, como subsecretario de Estado permanente para el ministerio para Irlanda del Norte. Es, por tanto, conocedor de la gestión de conflictos.

domingo, 10 de julio de 2016

Vencedores vencidos - (2) Irak



Es necesario un apunte previo al comentario sobre el Informe Chilcot: Irak es un país que dispone de la segunda mayor reserva mundial de petróleo, por detrás sólo de Arabia Saudí, lo que le permite actuar como productor “bisagra” dentro de la OPEP: es el país que más dispuesto está a modificar su propia producción para determinar, así, el precio del barril de petróleo.

Irak podría eventualmente llegar a amenazar la posición predominante de Arabia Saudí. Es una posibilidad lejana, dado que sus infraestructuras petrolíferas están muy deterioradas y su puesta a punto implicaría unas masivas inversiones de capital que durarían por lo menos cinco años y que sólo se harían con el convencimiento por parte de las grandes multinacionales del petróleo de que el régimen iraquí mantendrá una cierta estabilidad en el futuro. A largo plazo, sin embargo, es lógico pensar que los grandes consumidores de petróleo querrán que la oferta sea lo más amplia posible, tanto por no beneficiar excesivamente a un solo régimen productor (en este caso, el régimen saudí), como para abaratar el precio del crudo. En su día, se valoró la posibilidad de que el régimen de Saddam Husein controlara la segunda mayor reserva de petróleo del mundo con la amenaza que esto suponía para la economía internacional (¡Ojo! No para la paz mundial, aunque haya conexiones evidentes entre una cosa y otra).

Realmente, el régimen de Saddam Husein fue una amenaza para sus vecinos y para sus propios ciudadanos. Sus tendencias expansionistas se concretaron en Kuwait en 1990 y en la guerra con Irán en los años ochenta. Sus masacres de la población kurda en el Norte del país y de la chií en el Sur fueron constantes. No están demostrados, sin embargo, los lazos iraquíes con Al-Qaeda que hubiesen supuesto su colaboración en la organización de los atentados del 11-S.

Y fue precisamente el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001 el desencadenante de todo lo que ha venido después. El 11-S provocó la operación militar “Libertad Duradera” que comenzó el 13 de octubre de 2001 con el objetivo de destruir las bases de Al Qaeda (que se suponía que albergaban a los terroristas autores de la masacre del 11-S) y derrocar al régimen talibán en Afganistán. Objetivo que compartió la comunidad internacional en ese momento, en el que la emotividad dominaba la escena social y política, y la reacción fue inmediata sin tiempo para la reflexión pausada que pudiera conducir a otro tipo de medidas más eficaces a largo plazo.

Pero lo cierto es que Afganistán fue un enemigo improvisado e Irak ya había sido designado como enemigo antes del 11-S[1]. Por eso, en vez de realizar una política de respuesta al terrorismo por el análisis de sus causas, por el empleo de la información e inteligencia y la aplicación de la legalidad vigente, el gobierno Bush  optó por la fuerza militar. Poco les importó que no se pudiera demostrar que Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva y tenía conexiones con el terrorismo internacional, como el presidente norteamericano Bush afirmó repetidamente.

A partir del momento en que Bush hijo decide vengar el presunto ataque a su familia con la excusa de luchar contra el terrorismo que ha provocado el desastre de Nueva York, las razones esgrimidas para la invasión de Irak eran la posesión de armas de destrucción masiva, su apoyo al terrorismo internacional y la expansión de su régimen que provocaría un peligroso efecto dominó en la zona. 

Los opositores a la guerra argumentaron que ninguna de esas razones estaba demostrada y que se estaba vulnerando la legalidad internacional al no contar con el consentimiento de las Naciones Unidas para tal invasión. El 14 de febrero de 2003 el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas no votó una resolución favorable a la invasión, a pesar de las presiones que hicieron sobre algunos miembros no permanentes del Consejo, y sólo Bulgaria, España y Reino Unido votaron favorablemente, Estados Unidos sólo pudo sumar 4 votos de los 15 del Consejo de Seguridad y unos 30 países de 192, no obstante, decidieron actuar unilateralmente y el 20 de marzo de 2003 se inició la invasión de Irak[2]; la entrada en Bagdad se produjo el 9 de abril y la captura de Sadam Hussein el 12 de diciembre de ese mismo año. Pero en ese escenario, la detención de Saddam no significaba en absoluto un Irak estable, en paz y resignado a la invasión. Hay que recordar que Saddam había sido un dictador promocionado y apoyado desde Occidente y que desde Francia a los mismos Estados Unidos le prestaron ayuda militar en su momento para contrarrestar el auge de la revolución iraní que derrocó la dinastía Pahlevi y encumbró el régimen político/religioso de los ayatolás. Entre los aliados de la coalición para la invasión se encontraban países de dudosa reputación democrática como Uzbekistán; por lo tanto, la excusa de la democratización del país tras la captura de Saddam era poco creíble.

Para colmo de males, tampoco acertaron los que pronosticaron una campaña corta. Efectivamente las operaciones puramente militares para consumar la invasión no resultaron costosas en tiempo y vidas humanas para los invasores, sin embargo la posguerra ha sido más problemática. El país está lejos de la estabilidad y mucho más lejos de la pacificación. La guerra de Irak ha perjudicado los principios democráticos. La prisión de Guantánamo, las torturas, las detenciones ilegales, las cárceles secretas; leyes como la Patriot Act; el aumento de la intolerancia, la xenofobia y el racismo; la exacerbación del patriotismo y la manipulación de la opinión pública son los ejemplos que argumentan tal afirmación[3]. Y eso sin contar las víctimas inocentes directas del conflicto sino las provocadas en Occidente por Al-Qaeda como respuesta a la invasión; sólo en el año siguiente a la invasión se contabilizan más de 800 muertos en acciones reivindicadas o atribuidas a Al-Qaeda. (Caso aparte son las actividades del último “hijo” de la invasión que es el Estado Islámico, ISIS o DAESH, como se quiera llamar).

Desde el punto de vista de la legalidad internacional tampoco parece que la decisión de invadir Irak se ajustara al Derecho Internacional. La Carta de las Naciones Unidas reconoce el derecho al uso de la fuerza en legítima defensa o ante una amenaza inminente. La Carta no autoriza al uso de acciones unilaterales contra amenazas no probadas, ya que solo el Consejo de Seguridad, dentro de lo permitido en el Capítulo VII de la Carta, puede autorizar el uso preventivo de la fuerza cuando se considere que existe grave amenaza para la paz.

La discusión sobre la legalidad de la invasión no cesa y hay expertos que la defienden mientras que otros la niegan, incluso hay quienes reclaman que los responsables de la invasión sean llevados a los tribunales competentes para dilucidar su grado de responsabilidad penal. Sin embargo, es conveniente constatar que no se encontraron pruebas de vinculación del régimen de Saddam Hussein con Al- Qaeda, ni tampoco la existencia de armas de destrucción masiva. Por lo que se puede argumentar que la invasión de Irak vulneró las leyes internacionales.
El objetivo real de la invasión
Una vez cumplido el objetivo de acabar con Saddam, la coalición no ha encontrado ninguna de las supuestas armas de destrucción masiva que se utilizaron como pretexto para la guerra, y que ya en su día, antes de la invasión, los inspectores de la ONU certificaron su no existencia.
Esto ha provocado, aunque sólo en países éticamente avanzados, una encarnizada lucha de búsqueda de responsabilidades y, por ejemplo, en el Reino Unido llevó a cuestionar la credibilidad de Tony Blair contra la BBC a la cual el Poder Judicial Británico había quitado la razón frente al premier británico, pero las encuestas revelaron que su credibilidad cayó notablemente en favor de la BBC. En cuanto a George Bush, argumentó que había actuado por información de la CIA pese a que el director de la Agencia negó que se hubiera afirmado la existencia de armas de destrucción masiva en Irak. El presidente de EE.UU. creó, en consecuencia, una comisión destinada a investigar si los informes de inteligencia justificaban la invasión. El 12 de enero de 2005 el gobierno de EE.UU. cerró oficialmente la búsqueda de armas de destrucción masiva en Irak, sin ningún resultado positivo. Pero la guerra sigue.


Dejando aparte la discusión sobre la legalidad de la invasión que inició la guerra, lo que no origina ninguna discusión es la evidencia de que no solo el conflicto ha provocado cientos de miles de muertos irakíes, millones de desplazados, un elevado número de bajas en las tropas de las potencias invasoras, etc. sino que la guerra no acabó junto a Saddam. Las luchas entre facciones rivales dentro del país se eternizan y siguen causando un reguero inacabable de muertes civiles, y lo que es peor, la inseguridad EN TODO  EL MUNDO ha aumentado exponencialmente, por no hablar del nacimiento de organizaciones como ISIS[4], al amparo de la confusión y el caos existente. 

Y en esas estamos cuando, con puntualidad británica (no podía ser de otra forma), el día 6 de julio, tal como estaba anunciado, se presenta a las autoridades del Reino Unido, y se procede a su divulgación íntegra el llamado Informe Chilcot, al que nos referiremos en la parte siguiente de esta entrada.


[1] Acabar con Saddam Hussein se había convertido casi en un “asunto de familia” para Bush hijo tras la rendición de Irak (pero dejando vivo a Saddam) después de la Tormenta del Desierto, operación militar multinacional a gran escala comandada por EEUU y aplicada como respuesta de la comunidad internacional de la invasión de Kuwait por Irak en 1990 y tras un posterior rocambolesco “intento de asesinato” de Bush padre por los irakíes. Convertido en presidente, Bush hijo pronunció en septiembre del 2002 (recordemos que el enemigo oficial en esas fechas, tras el 11-S, era Afganistán) un comentado discurso en Houston, Texas, afirmando que el derrocamiento de Saddam Husein era una responsabilidad especial de Estados Unidos, con el argumento de que «otros países se enfrentan al mismo riesgo pero no hay duda de que el odio del dictador iraquí se dirige especialmente a nosotros. Después de todo, éste es el tipo que intentó matar a mi padre». Referencia personal que abrió las puertas a toda clase de reproches y caricaturas sobre como el pulso sobre la existencia o no de armas de destrucción masiva en Irak estaba degenerando en una especie de obsesión familiar con tintes dinásticos.

[2] Puestos a buscar razones, hay expertos que aseguran que hubo un componente semántico en la toma de decisiones y argumentan que para la invasión de Irak fueron erróneamente usados los términos pre-emtion y prevention. El primero significa la toma de acciones militares contra un Estado que está decidido a lanzar un ataque inminente. Las leyes internacionales permiten, en este caso, la respuesta militar como medio para atajar ese ataque. En cambio el segundo se refiere a comenzar un ataque contra un Estado que “puede” ser una amenaza futura. Parece claro que, después del 11-S el gobierno americano confundió los dos términos para poder atacar a Saddam Hussein.

[3] Los Estados Unidos y Europa habían compartido históricamente una serie de valores comunes que se vieron reforzados durante la II Guerra Mundial y la Guerra Fría, y se ratificaron tras los atentados del 11-S. Sin embargo, poco después de la invasión primera, la de Afganistán, comenzaron las divergencias. Los europeos en general no aprobaron algunas de las acciones realizadas por la Administración Bush; no compartieron la Patriot Act, ni las cárceles de Guantánamo, ni las torturas de Abu Graib, ni, por supuesto, la invasión de Irak. Ésta provocó una fractura política entre las grandes potencias, que se dividieron entre aquellas que se opusieron activamente a la invasión, como  Francia, Bélgica, Alemania, Rusia, China (además de otros países que mostraron una oposición pasiva), y aquellos que sí apoyaron públicamente a los Estados Unidos, como fue el caso de Reino Unido, España, Polonia, Portugal y demás naciones que integraron la coalición. La invasión (y por consiguiente, la guerra) también ocasionó que se diera la primera manifestación ciudadana global en la historia en contra de un conflicto.

 [4] En este sentido, resulta de inexcusable lectura el artículo que con el título de Las mentiras que hicieron posible el EI publicó el día 7 de julio en el diario La Vanguardia el periodista Eduardo Martín de Pozuelo y que reproducimos íntegramente:
“En verdad no era necesario esperar desde 2003 un informe británico para saber que la segunda invasión de Iraq se basaba en falsas informaciones de inteligencia que fueron usadas para tratar de engañar a la opinión pública mundial. Y digo trataron pues no lo consiguieron, ya que hubo miles de personas que se echaron a la calle protestando contra lo que intuían una guerra sin justificación.
El 16 de marzo de 2003, mientras el presidente de EE.UU., George W. Bush; el primer ministro británico, Tony Blair, y el presidente español, José María Aznar, escenificaron en las Azores una obra de teatro en forma de ultimátum contra Sadam Husein y sus supuestas armas de destrucción masiva y su terrorismo, los servicios secretos de varios países europeos –Francia y España entre ellos, además de Israel– emitían sus notas de inteligencia negando la mayor. Esto es: Sadam no tiene armas de destrucción masiva ni es la cueva de Al Qaeda. Al contrario, decían, su situación militar es precaria debido al control ejercido a través de las llamadas zonas de exclusión y al programa Petróleo por Alimentos, que mantenía al país en los límites de la subsistencia. Antes del ataque, que Sadam intentó evitar moviendo su diplomacia en todos los foros que quisieron escucharle, incluida La Vanguardia, el control norteamericano de Iraq ya era tan estricto que para lograr viajar a Bagdad vía Ammán era preciso rellenar un impreso del control de fronteras norteamericano en el que había que hacer constar cuántos lápices de mina de grafito llevabas, no fuera a ser que cayeran en manos de Sadam y construyera con ellos un arma definitiva.
La invasión se produjo y las mentiras y errores fueron aflorando. Blair dijo ayer que “la inteligencia fue errónea”, Colin Powell, el secretario de Estado de EE.UU, dijo en 2005 que lo sucedido es “una mancha en mi carrera”, y Aznar adujo que ahora sabía que Sadam no tenía aquellas armas que solemnemente aseguró por televisión a los españoles y que justificaban su apoyo a Blair y Bush, ante un disgusto del Rey nunca revelado formalmente.
Aquel desastre tuvo gravísimas consecuencias que hoy padecemos de forma creciente. La consecuencia se llama Estado Islámico y este sí que tiene armas de destrucción masiva: su ideario, ya indestructible gracias a internet y sus soldados del califato, dispuestos a morir matando por su ideal.
Y, en el triste camino de aquella guerra, ocho agentes españoles del CNI murieron asesinados al quedar sin cobertura”. 
(Es justo puntualizar que este último párrafo es un guiño al lector precisamente sobre el libro "Sin cobertura", en el que el propio Martín de Pozuelo, al alimón con su compañero Jordi Bordas narra novelando de forma critica ese episodio de la masacre de ocho agentes españoles al que alude en el artículo)