domingo, 30 de agosto de 2020

Las fechas y los hechos.

Sic transit gloria mundi. He sabido estos días, por esas chiripas curiosas que pasan a veces 
de comentarios aislados de unos y otros que nos llegan, que nos ha dejado un amigo de la 
lejana infancia, de esos con los que divergen los caminos, a los que se pierde absolutamente 
la pista con el tiempo, con los que nunca más se produce un reencuentro pero que, por una u 
otra razón, queda un recuerdo vivo de ellos. En el caso de Rafael (así se llamaba), el 
recuerdo de la persona va unido al de compartir la común inquietud adolescente por el futuro, 
no por la idea de qué nos depararía materialmente sino, filosóficamente si me apuráis, por 
darle vueltas a cómo sería la cotidianidad por venir y, en ese sentido, elucubrar acerca de los 
cambios que se producirían con motivo del entonces lejanísimo año 2000. 
 
Como homenaje respetuoso a su recuerdo, repasemos cómo ha evolucionado todo desde 
entonces. En algún sitio he leído que esa confortable normalidad en la que vivimos no es, ni 
más ni menos, que la plasmación de que el tiempo pasa tan pausadamente que no 
advertimos (ni queremos, posiblemente, advertirlo) que todo está cambiando lentamente a 
nuestro alrededor, como una forma del miedo al cambio, pese a saber que nada es eterno, y 
no nos damos cuenta hasta que el cambio es radical y nos deja “fuera de juego” en nuestra 
“normalidad” al constatar con curiosidad, asombro o estupor (según de lo que trate) que, o no 
hemos sabido captar las señales o no hemos sabido/querido (quizá por comodidad) 
interpretarlas. Parafraseando al politólogo Noam Chomsky, "Cuando un cambio se produce se 
oculta interesadamente que tal cambio fue posible gracias al esfuerzo de las personas de 
base y se entroniza un Gran Hombre (en este caso, una Fecha Señalada) como elemento 
catalizador y líder del cambio...”  
 
Y esta hipótesis es aplicable a todo; por ejemplo, hablando de asuntos muy delicados y no (o 
sí) de la cotidianidad, se cumple cabalmente en política (uno de los paradigmas del miedo al 
cambio) cuando alguien se extraña del hoy, asimilando la situación actual como si fuera de 
generación espontánea, prescindiendo de examinar las señales del pasado, como puede ser 
el aumento exponencial de las personas que hoy manifiestan querer la independencia de 
Catalunya frente a las pocas lo hacían pocos años atrás sin tener en cuenta, entre otras 
cosas, que ya en 1991 se lucían pancartas de “Catalunya is not Spain”, ¿nadie lo advirtió?, 
que en 2010 se recortó el Estatut de Catalunya (sólo él, no otros textos legales similares de 
otras Comunidades)  a instancias de un recurso presentado por el Partido Popular y admitido 
por el Tribunal Constitucional, con la subsiguiente eclosión popular al rebufo de la “estelada”, 
muy minoritaria hasta entonces, ¿nadie se dio cuenta?, que se ha atacado día sí, día 
también, el uso normal de la lengua propia con el argumento de “un país, una lengua” (sigue 
en vigor el “Muera la inteligencia” y el "espíritu de conquista"), la absoluta inacción y 
menosprecio de los últimos gobiernos del PP,… ¿A qué seguir? Señales de ebullición interna 
y/o cambio ha habido, y muchas a lo largo del tiempo, pero, seguramente, la pretendida 
“normalidad” las ha ocultado, pensando una y otra vez que no eran prioritarias en ese 
momento. Y así en todo, política/convivencia y otras cosas.  
 
Algo de eso ha reconocido también el jugador de baloncesto de Los Angeles Lakers, LeBron 
James, cuando, al ser interpelado sobre la ceremonia de reinicio de la NBA que empezó con 
todos, jugadores de ambos equipos, árbitros y técnicos, rodilla en tierra mientras sonaba el 
himno de EEUU reivindicando el Black lives matter, recordó que quizá no se escuchó/atendió 
la acción solitaria de Colin Kaepernick (jugador que deslumbró al mundo del fútbol americano 
cuando guió a su equipo, los San Francisco 49ers, a la final de la Super Bowl de 2012 y hoy 
está sin jugar al no ser contratado por ninguno de los 32 equipos de la Liga Nacional de 
Fútbol Americano por arrodillarse antes de los partidos en señal de protesta, lo que mantuvo 
hasta 2016). Pequeños avisos de evolución, pequeños detalles… que nadie parece ver. 
Como rompen la “normalidad”... 
 
Volviendo al tema central de estas reflexiones en torno a las novedades técnico-científicas 
atribuibles al cambio de milenio y poniendo en valor el principio de la existencia de pequeños 
cambios constantes que hacen que todo sea evolución y no, en general, fruto de nacimiento 
“como hongos” de los avances, no puede echarse en saco roto que el siglo XX ya registró 
avances tecnológicos y científicos importantes que, de una u otra forma, sentaron las bases 
para hallazgos/inventos posteriores: la aviación, la teoría de la relatividad (pese a ser, en 
principio, una mera teoría del campo de la física, sus predicciones fundamentales han sido 
sometidas a comprobación en varias ocasiones y de diversas formas1), la televisión, la 
energía nuclear, el láser, la computación, la biomedicina, la ingeniería genética, etc., pero, por 
otro lado, es bien cierto que el advenimiento de un nuevo siglo que, además, inicia un nuevo 
milenio (en nuestra cultura; en otras, no) hace que millones de personas piensen que celebrar 
un año con tres ceros es algo que vale la pena, que merece anunciar “algún estreno” y que 
los campos de la ciencia y la tecnología son los más indicados porque han tenido, tienen y 
probablemente tendrán en el futuro cercano una influencia destacada sobre la cultura mundial, 
la historia o la vida cotidiana. 
 
Con estos mimbres, en los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI se han visto 
algunos de los avances tecnológicos más rápidamente desarrollados en la historia de la 
humanidad, gracias a creaciones e inventos que nos han cambiado la vida, como Internet (o 
"red mundial" como se la conoció por primera vez en sus inicios) y el teléfono móvil. Internet 
redefinió nuestra manera de buscar y compartir información, rompiendo las barreras de 
comunicación entre distintos países mientras que el teléfono móvil cambió nuestra forma de 
relacionarnos con la tecnología y consumir información a nivel personal, transformándolo de 
un artículo de lujo a una herramienta esencial en la vida cotidiana. Estos dos inventos han 
ayudado a crear un mundo en el que la tecnología siempre está presente, y el siguiente gran 
avance ha sido ponerla al alcance de todos. 
 
Una prueba de que los cambios son muy lentos e inadvertidos hasta que son irreversibles y 
hay que echar la vista atrás para calibrar su alcance la tenemos, como muestra característica, 
en el teléfono. No hace ni el tiempo de un suspiro era (el fijo, que era el único que había, en 
general, de color negro, con un dial redondo giratorio para marcar el número con el que se 
deseaba comunicar, usualmente a través de esforzadas “señoritas telefonistas” - nada que 
ver con los actuales servidores de los call centers -) un lujo al alcance de pocos y, en cierto 
modo, un signo de distinción para quien podía tenerlo. Y sólo servían como teléfono, para 
hablar, y con un timbre de aviso (un “riiing”) uniforme y monótono. Florecían así como un 
servicio público necesario, pensando en la mayoría de no pudientes, las cabinas con los 
teléfonos públicos en los que era bastante frecuente que cuando mas se necesitaban, o no 
funcionaban o se habían llevado el auricular (ley de Murphy también aquí).

 
¡Que lejos quedan esos teléfonos públicos con imágenes de colas, particularmente en 
ciudades de vacaciones! Las nuevas tecnologías, esas que ni barruntábamos ni, seguramente, 
podíamos barruntar con Rafael, han acabado con casi todas las cabinas telefónicas de 
nuestras calles; aunque gracias a ellas y a su evolución, ahora podemos comunicarnos con 
rapidez, en cualquier momento y lugar. La telefonía  móvil de última generación, ha 
revolucionado nuestra vida de un modo inimaginable hace pocos años. Nos sirve para 
nuestra vida privada y para el desarrollo de nuestras profesiones, también para tener en el 
bolsillo un medio de gran utilidad ante posibles emergencias, es una herramienta que nos 
permite hacer consultas, localizaciones o buscar inmediatamente cualquier cosa que 
necesitemos2,... además nos permite ver en la pantalla imágenes estáticas o en movimiento y 
hacer fotos o tomar vídeos en alta definición sin necesidad de acarrear además máquinas 
fotográficas o de grabación… verificando su calidad al instante. 
 
El uso del teléfono móvil ha tardado algún tiempo en llegar a equipararse al uso de un 
ordenador, igualando su funcionalidad pero hoy se ha vuelto indispensable para muchos 
profesionales de todo el mundo tener acceso con él a información importante como a los 
mapas, documentos y correos electrónicos. Pero, indudablemente, obedece a pequeños 
cambios que se convierten en grandes sólo cuando se mira hacia atrás, como suma, nunca 
cuando se están produciendo. Qué duda cabe que nuestra vida cotidiana está afectada por 
pequeños cambios que no advertimos… hasta que miramos hacia atrás: ya nadie tiene esas 
voluminosas (y decorativas) enciclopedias temáticas de antaño cuando Internet, “que lo sabe 
todo”, te ofrece la información actualizada sólo a un clic de distancia, nadie usa engorrosos 
planos y mapas de carreteras cuando hay aplicaciones informáticas que, en general, los 
mejoran al instante (pese a algunos fallos clamorosos) o ya se está perdiendo la costumbre 
de leer un libro de papel sentado a la sombra de un pino ante el auge de los e-books, que, 
además, “no ocupan sitio ni pesan”.

 
Y como eso, todo; posiblemente por deformación en la visión de lo pasado (la Historia oficial 
es muy proclive a marcar fechas concretas, especialmente cuando se refieren a victorias en 
acontecimientos bélicos), nos gusta asignar fecha a todo, a veces sin pararnos a calibrarlas. 
Estamos hablando de inventos y descubrimientos, ¿no?; pues ¿cual es la fecha más 
importante a asignar en, por ejemplo, la penicilina, ese descubrimiento fundamental para la 
medicina del siglo XX?  Habrá quien afirme que 1928, cuando Alexander Fleming encontró el 
cultivo bacteriano enmohecido a la vuelta de unas vacaciones, los años 40, en que se usaba, 
durante la Segunda Guerra Mundial, como panacea para todo, 1941, cuando se simplificó el 
proceso para su obtención, 1947, cuando se catalogaron sus aplicaciones… o muchos años 
antes, en sus precedentes médicos en la Grecia e India antiguas, en el Ceilán del siglo II o en 
culturas tan distintas y distantes como Serbia, Rusia, China o la de los nativos de 
Norteamérica por no hablar de los sofisticados médicos árabes (en general se solía recetar la 
toma de alimentos florecidos – enmohecidos - o aplicar cataplasmas de tierra del suelo que 
contuviera hongos a las heridas de guerra). 

 
Por decir algo de algunos cambios técnicos que afectan a cómo se enfoca la vida cotidiana 
ocurridos alrededor del cambio de milenio, no en una fecha concreta, sea el año 2000 u otro 
cualquiera, podemos citar, en una clara vanguardia, Internet (formalmente, hacia 1990) y, a su 
estela, el correo electrónico, los sistemas de posicionamiento global (GPS), el teléfono móvil y 
sus aplicaciones (hoy ya, claramente, en un todo-en-uno a través de la evolución del 2G, 3G, 
4G, 5G,...), la música con envidiable calidad de reproducción portable en MP3, las Redes 
Sociales, los drones, pero no lo olvidemos, también la alarma climática, la bomba atómica,… 
y, en el mundo científico, la clonación de organismos vivos (tema tenso donde los haya dentro 
de la comunidad científica, pero los investigadores están explorando si la tecnología se puede 
usar en el futuro para reproducir especies en peligro de extinción eludiendo sus aplicaciones 
al género humano), el ADN humano o no, el Bosón de Higgs, la observación del cosmos con 
los descubrimientos aparejados de nuevos planetas habitables y de la evolución del propio 
sistema solar, hallazgo de nuevos materiales como el grafeno, la nanotecnología,…

 
En este siglo XXI, a pesar de que sólo hemos consumido cuatro lustros, la ciencia ya nos ha 
dejado innumerables hallazgos; son tantos, que con ellos se podrían hacer infinidad de listas. 
Hemos echado la vista atrás relativizando las fechas a una era llena de descubrimientos. En 
los últimos años, científicos de todo el mundo han avanzado la comprensión del cuerpo 
humano, de nuestro planeta y del cosmos que nos rodea. Es más, el conocimiento humano 
ha dado un gran salto y la ciencia es más internacional y colaborativa que nunca (aspecto 
positivo de eso de la globalización). En la actualidad, es más probable que los 
descubrimientos vengan de grupos de 3000 científicos que de grupos de tres. Como la 
vacuna del Covid-19.
 
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1A modo de ejemplo, en 1916, Albert Einstein propuso que cuando se aceleran objetos con masa suficiente, a veces pueden generar ondas que se desplazan por el tejido del espacio y el tiempo como las olas en la superficie de un estanque. Aunque más adelante Einstein dudó de su existencia, estos pliegues espacio-temporales —denominados ondas gravitacionales— son una predicción fundamental de la relatividad y su búsqueda ha cautivado a los investigadores durante décadas. En los años 70 aparecieron pistas sugerentes de la existencia de las ondas, pero nadie logró detectarlas de forma directa hasta 2015, cuando el observatorio LIGO (Laser Interferometer Gravitational-Wave Observatory ,en español, Observatorio de ondas Gravitatorias por Interferometría Láser) de Estados Unidos sintió el temblor de la colisión distante de dos agujeros negros. El descubrimiento, anunciado en 2016, abrió las puertas a una nueva forma de «escuchar» el cosmos.

2Otra cosa, que queda fuera de estas reflexiones, pero que no debe olvidarse, es que también tienen sus inconvenientes como el abuso de su utilización, vemos frecuentemente a jóvenes y menos jóvenes en cualquier lugar, manejando los nuevos artilugios que manipulan con mayor o menor destreza, sin preocuparse de amigos o familiares cuando los tienen al lado. Otros caminan por las calles abstraídos leyendo o escribiendo, sin percatarse de los peligros que les acechan. Y quizás lo mas grave, niños de diez o doce años manipulando estos aparatos, comunicándose en redes sociales o visitando páginas de todo tipo y contenido. Todos deberíamos aprender a manejar las nuevas tecnologías, pero no debemos olvidar que son un medio de ayuda, nunca para ser esclavos de esos aparatos.

 

domingo, 23 de agosto de 2020

… y los sueños, sueños son.


Articular históricamente el pasado no significa conocerlo "como verdaderamente ha sido". Significa apoderarse de un recuerdo tal como éste relampaguea en un instante de peligro."
(Walter Benjamin)

Hace ya muchos años leí un libro del que fue conde de Castellbell José Luís de Vilallonga 
que llevaba el título de La nostalgia es un error. Quizás ahora más que nunca me doy cuenta 
de lo que significa esa afirmación, a pesar de que, en puridad, el libro no era más que una 
serie de relatos de la vida del aristócrata que, en cierto sentido, contradecían el significado de 
su título. La verdad es que pensando en la nostalgia por lo vivido, creo que nunca le he 
prestado la atención que para muchos (y es de respetar) merece su vida pasada. Quizá sea 
porque pienso -y siento- que “agua pasada no mueve molino” y que todo aquello que viví, 
fuera o no agradable en su momento, aunque dulcificado por la pátina del tiempo, no ha 
hecho más que configurar lo que hoy soy, pienso, siento y hago en mi vida. ¡Qué más da en 
realidad cómo he llegado hasta aquí! Y, aunque no niego que durante demasiados años de mi 
vida pasada toda mi historia influyó en el día a día, hoy me he liberado  de aquello, 
quedándome simplemente con las lecciones aprendidas y dando relevancia única y 
exclusivamente a lo que soy hoy. 
 
Cuando un grupo de paisanos (“los cincuentones”) decidimos conmemorar el año común de 
nuestro 50 aniversario, además de guardar registro del “evento” en un libro, entre los actos 
programados había encuentros, cenas y demás en las que, lógicamente, había muchas 
personas que hacía mucho tiempo que no se veían, como suele suceder en este tipo de 
conmemoraciones. Las conversaciones, entonces, en grupos pequeños, no eran más que 
recuerdos compartidos y experiencias vividas en común. La nostalgia invadía las 
conversaciones junto con una cierta pena por lo ya vivido y por lo que nunca volverá. Eso es 
la nostalgia, desear rememorar lo ya pasado y echarlo de menos en la actualidad. 
 
En agosto de 2014, José María Íñigo  (desaparecido en mayo de 2018) hablaba en una 
entrevista con un periodista del diario EL MUNDO sobre la televisión, el tiempo y la vida, y a 
la pregunta de Cualquier tiempo pasado fue.., su respuesta fue Pasado. La nostalgia, como 
dijo alguien, es un error. Hay que vivir el día, el momento. El ahora mismo. Y es que es eso, 
bueno o malo - a pesar del mal hábito de juzgarlo -, el pasado no es más que el camino que 
hemos recorrido hasta el hoy. Lo que ahora somos es la suma de todo ello, así como lo que 
pensamos, sentimos y hacemos, siempre que hayamos incorporado efectivamente su 
aprendizaje. Si permanecemos atados al pasado y sus circunstancias o al futuro y sus 
expectativas, nos estamos perdiendo el presente y todas las oportunidades que la vida nos 
pone enfrente para seguir aprendiendo y creciendo. Cuando todo lo que pensamos, sentimos 
y hacemos viene siempre tamizado por lo vivido, estamos dejando de prestar atención al hoy 
y, por tanto, de disfrutar de toda su amplitud. Los hechos y las circunstancias parecen ir 
repitiéndose una a una sin cesar y todo nos parece redundante y monótono, aunque eso nos 
confiera una falsa sensación de tranquilidad carente de sorpresas e imprevistos. 
 
Es fácil comprender que la nostalgia es fruto del miedo, miedo al cambio, a lo nuevo y a vivir 
lo que en realidad somos ahora. La nostalgia es una foto fija que nos blinda ante el presente y 
la realidad del hoy. Deshacerse de ella o controlarla es, pues, aprender a amar la vida -es 
decir, confiar en ella- lo suficiente como para vivirla tal y como viene… y sacar lo mejor de 
nosotros para disfrutarla y aprender de ella. Y eso solo es posible si somos capaces de 
desterrar el miedo a uno mismo, a los demás, a lo que nos rodea y a la vida en definitiva. 
Para ello solo es necesario ser libre ante el pasado y libre frente a la opción siempre posible 
de abrir los ojos o la de seguir teniendo miedo a lo imprevisible y mágico que siempre tiene 
una vida plena. 
 
La nostalgia es un sentimiento íntimo y personal porque, en tanto está sustentada en 
recuerdos, la sensibilidad adquirida por dos personas acerca del mismo hecho vivido en 
común puede ser, no sólo diferente, sino diametralmente opuesta. Eso hace que plantear 
uniformidad en la nostalgia para respaldar unas propuestas (frecuentemente de contenido 
político) arroja un tufo a manipulación que tira de espaldas. 
 
En junio de 2016, en este mismo blog, y con el titulo, precisamente, de La nostalgia es un error
se hizo un ejercicio reivindicativo y de recuerdo (no de nostalgia) de lo que fue el pueblo 
minero de El Centenillo, en Sierra Morena, hasta su desaparición “por real decreto” en 1964 
con el cierre de las minas, el cese de toda actividad y la consecuente diáspora de todos sus 
moradores. No se mencionaba allí (no era el caso) que, administrativamente, El Centenillo 
era una pedanía del municipio de Baños de la Encina, distante más de 40 kilómetros, y para 
el que, para llegar al mismo, se tenía que pasar obligatoriamente por La Carolina, a 16 Kms. 
de El Centenillo, donde, lógicamente, se centralizaban los servicios oficiales y no oficiales: 
comerciales, de Registro, judiciales, educativos, festivos, deportivos, funerarios,… 
 
Así las cosas, cuando han pasado 56 años del cierre de las minas y el cese de toda la 
actividad en el pueblo, convertido ahora en una barriada (encantadora, eso sí) de segundas 
residencias para algunos herederos o relacionados con los centenilleros originales (los que 
tuvieron que marchar al desaparecer el pueblo), donde hasta el pan hay que ir a comprarlo a 
La Carolina y coincidiendo con esa época oscura de confinamiento sí pero no, no pero sí, 
para afrontar el desastre de todo tipo que significa la propagación de la pandemia por el 
Covid-19, el Ayuntamiento de Baños de la Encina aprueba en el pleno del 15 de julio el inicio 
del procedimiento para disolver la entidad local autónoma (pedanía) de El Centenillo, según el 
alcalde de Baños, "en escrupuloso cumplimiento de la ley" y recuerda que la Cámara de 
cuentas ha declarado la entidad local autónoma en causa de disolución "porque no ha 
presentado sus cuentas". Al parecer, "la propia junta vecinal pidió expresamente su 
eliminación” que, si hubieran optado por la operativa estipulada en la normativa de 2013, la 
disolución se hubiera hecho por la vía rápida mientras que con el procedimiento iniciado se 
abre un plazo para que El Centenillo presente alegaciones y tanto la Diputación como la 
Junta redacten sus informes. De hecho, "la propia entidad local podrá defenderse 
jurídicamente y podrá aportar toda la documentación y todos los argumentos que considere 
oportunos". 
 
Si la disolución prevista cumple, como se dice, escrupulosamente la ley, poco margen queda 
realmente para oponerse al procedimiento porque, aunque no cabe duda de que las 
Entidades locales autónomas  (entidades territoriales de ámbito inferior al municipio o, 
simplemente, entidades menores) tienen plena personalidad jurídica y su creación puede ser 
solicitada por una mayoría simple de vecinos, no basta con ello; deben ostentar, además, 
competencia para desarrollar cualquier actividad o prestar un servicio público. Y es aquí 
donde está el problema pues no tienen como competencia propia la de asumir la iniciativa 
pública en materia de actividades económicas salvo que, por convenio entre el Ayuntamiento 
y la entidad, esa competencia le hubiera sido delegada. La decisión ha causado una enorme 
polémica en el pequeño núcleo de población (¿volante?) de poco más de 100 habitantes. 
 
Hay un librito, ¿Quién se ha llevado mi queso?, publicado hace un cuarto de siglo, que es un
obra de motivación escrita por el psicólogo estadounidense Spencer Johnson en forma de 
parábola. Describe el cambio en el trabajo y en la vida confortable conocida desde cuatro 
típicas reacciones (resistirse al cambio por miedo a que sea algo peor que lo conocido
aprender a adaptarse cuando se comprende que el cambio puede conducir a algo mejor 
diferente, detectar pronto el cambio y finalmente apresurarse hacia la acción) al citado cambio.  
Este libro viene como anillo al dedo, en mi opinión y con la información de que dispongo, 
riesgo de ser malinterpretado, para afrontar este (y algún otro) problema sin dejarse obcecar 
por los legítimos sentimientos, que han de quedar aparte. 
 
Veamos, sentimientos, deseos personales y nostalgia aparte. En el supuesto de que siga 
adelante el procedimiento, ¿en qué afecta a la actual comunidad? ¿y a sus habitantes? ¿cómo 
queda la representación? ¿cómo se canalizarán las demandas de servicios y otras?,…. y, en 
función de las respuestas, tomar las mejores decisiones de futuro, porque la pregunta del 
millón, esa que a alguien de algún organismo oficial, posiblemente incluso alguno de los que 
promueven hoy el enfrentamiento, puede causar incomodidad, sigue sin respuesta: ¿por qué 
no se hizo nada cuando el pueblo estaba vivo para modificar su dependencia de un municipio 
distante más de 40 kms. con el que, además, no había en la práctica ningún lazo de relación? 
En las postales ya era La Carolina.
 
Lo lamentable de situaciones como ésta, que, en el fondo son puntas de iceberg de feroz 
lucha partidista, se aproveche y manipule la buena fe y los sentimientos de mucha gente para 
forzar un resultado (el que convenga), llegando al engaño “bienintencionado”; dos ejemplos 
de este caso concreto: se ha extendido la consigna de protesta de que “ésto es el final de El 
Centenillo como pueblo” cuando en realidad su final se produjo en 1964; lo que hay ahora es 
otra cosa, desde luego no el pueblo minero que fue. Por otro lado hay muestras de que ésto 
no es sino confrontación partidista en evidencias tales como que se informa (y se ataca en base 
a ella) de la postura contraria, en Almería, a la de Baños de representantes del mismo partido, 
ocultando (casualmente) que el caso que lo sustenta, el mantenimiento de Fuente Victoria  
como ELA de Fondón, es radicalmente diferente: Fuente Victoria, que fue municipio 
independiente hasta hace poco más de un siglo, plantea la independencia de Fondón. Nada 
que ver, como se ve, con El Centenillo, y así, es razonable encontrar posturas políticas 
opuestas en un mismo partido frente a ambos casos, pero jugar con la desinformación para 
crispar a favor de lo que a mí me conviene 
 
El recuerdo, la memoria de un lugar va más allá del estricto espacio físico, e incluy
personas, canciones, lecturas, películas, y todo lo que una vez amamos. pero nosotros, los  
protagonistas de entonces, ya no somos ni seremos nunca los mismos, como decía en un 
poema el gran Pablo Neruda y, actualizar lo que se guarda en el recuerdo, trae a colación a
también poeta Joseph Brodsky, que añadía que siempre se vuelve al lugar del crimen, pero 
no al del amor. Si ninguna agua desaparece por completo del río heraclitiano, todo lo que 
hemos vivido sigue en nuestro zurrón. Por eso, si es así, convendría no hacer de la nostalgia 
más que otra de las razones por la que alegrarnos: En los casos terribles, por haberlos 
sobrevivido y, en todos, por haber tenido la oportunidad de vivirlos. El Centenillo ha cambiado 
radicalmente. Y en algunos aspectos, no nos engañemos tampoco, para mejor, y es probable 
también que quien suscribe ya no sea el mismo de aquel entonces pese a tener el mismo 
amor y respeto por los ahora recuerdos que entonces por los hechos. Lo que no se entiende
sin embargo, es por qué ese empeño que ataca a algunas personas de regresar en 
sentimiento una y otra vez, y sin más, a los mismos lugares de la infancia y adolescencia, esa 
voluntad inconsciente de dejarse atrapar por las redes del pasado. La nostalgia, como 
sentimiento, no es nunca un error; lo que lo es es basarse en ella para diseñar el futuro y,  
sobre todo, valerse de ella como un arma arrojadiza con otros fines inconfesables.

 

domingo, 16 de agosto de 2020

“Daños colaterales” de la pandemia en la ataxia.

 

No soy médico, nunca estudié medicina y no me duelen prendas confesar que si hace 
algún tiempo me dicen que “ataxia” es una expresión etrusca relativa a la inmortalidad 
del cangrejo, seguramente, según quién me lo dijera, aunque fuera de broma, me lo 
creo a pie juntillas porque no me sonaba de nada la palabreja. Ahora, sí, y es que, en 
sucesivas visitas médicas, se pasa del “Estoy bien, sólo algo cansado siempre”, hasta 
el bombazo de diagnóstico… Es a raíz de ser diagnosticado con ella que empiezo el vía 
crucis de la búsqueda de información (fiable, huyendo de lugares - que los hay, y 
muchos - con información sesgada y/o alarmista) y llego a saber que ese nombre, que 
poco antes no conocía, corresponde a una enfermedad de las calificadas como 
minoritaria o rara, neurodegenerativa, incapacitante, sin tratamiento médico ni, por 
supuesto, cura, y que, como también otras (no es la única), es especialmente cruel 
porque la persona afectada es testigo consciente privilegiado (?) a la vez que sujeto del 
gradual e imparable deterioro físico sin poder hacer nada para evitarlo. 
 
Bueno, la verdad es que lo único que resulta mínimamente efectivo (aunque no en todos 
los casos), a falta de medicinas, para intentar ralentizar, que no detener, el progreso de 
la enfermedad es la rehabilitación (fisioterapia más logopedia, básicamente) continuada, 
lo que se traduce en que cada persona afectada, en función de su grado de afectación, y 
debidamente asesorado por profesionales, diseñe y lleve a cabo, disciplinadamente y, 
habitualmente con esfuerzo y constancia, unas rutinas de ejercicios, unos en el interior 
de los domicilios y otros en el exterior, siempre, repito, con el asesoramiento de 
profesionales.

 
Y así estamos cuando nos llega la noticia de que en una remota región de China se ha 
declarado una especie de gripe que ha obligado a las autoridades a ordenar el 
confinamiento de los 11 millones de habitantes de la ciudad de Wuhan, que ni nos 
suena, para evitar, dicen, la propagación del virus de esa “gripe”. ¡Estos chinos! Pero el 
asunto nos sigue pareciendo algo lejano y ajeno, un punto exótico. Sin embargo, esos 
días se estaba preparando en Barcelona la celebración del anual Congreso Mundial de 
la Telefonía Móvil y asistimos perplejos a una cascada de cancelaciones de asistencia, 
por los posibles efectos de ese virus, aún sin nombre, no sólo de empresas asiáticas, 
sino también de compañías europeas y americanas. La cosa adquiere en unos días una 
velocidad de vértigo en el contagio, se informan casos en Corea del Sur, Irán, Italia,.., la 
Organización Mundial de la Salud (OMS) le pone al virus el nombre de Covid-19 
(COronaVIrus Disease del año 2019, médicamente, SARS-CoV-2), declara que es una 
pandemia por su alcance global y, en España, el gobierno decreta el Estado de Alarma 
en todo el país para obligar al confinamiento de la población. Lo demás es historia.

 
Se ha hablado mucho (con razón) de los devastadores efectos en la economía de empresas y 
personas que han provocado el largo período de confinamiento y, por lo tanto, de inactividad 
obligados por la pandemia del Covid-19 que (tampoco debe olvidarse) ha afectado a más de 
1500 millones de estudiantes en el mundo con repercusiones inmediatas y de largo plazo, no 
sólo en la propia educación y el futuro del mundo, sino también en ámbitos como la nutrición y 
el matrimonio infantil, así como la igualdad de género, y ha exacerbado las desigualdades en 
la esfera de la educación. Las proyecciones indican que casi 24 millones de estudiantes 
desde primaria hasta universidad podrían abandonar las clases a causa del impacto económico 
de la crisis sanitaria. El titular de la ONU, António Guterres, afirma en este sentido, que las 
decisiones que se tomen ahora al respecto tendrán un efecto duradero en cientos de millones 
de personas y en el desarrollo de sus países. 
 
Se ha hablado, no obstante, muy poco de las secuelas físicas y psicológicas en algunas 
personas, además, de riesgo, de los casos personales alejados de las macrocifras que 
manejan los medios. Y es que la ataxia, como enfermedad crónica y neurodegenerativa, ya 
es considerada de riesgo, según las autoridades sanitarias, pues la infección con este 
coronavirus cursaría con gravedad en este tipo de enfermos. Además, técnicamente, no debe 
olvidarse que en realidad esta dolencia es un conjunto de patologías que vienen dadas según 
el tipo de ataxia que se padezca. Por tanto, no sólo existe el síntoma neurológico, que es el 
común a los más de 30 tipos catalogados, sino que, por desgracia, existen otros: cardiológicos, 
pulmonares, metabólicos, musculares, circulatorios, inmunitarios, etc., y este amplio espectro 
polipatológico del atáxico contribuye a lo expresado anteriormente sobre el curso grave de la 
infección por cualquier patógeno, y en especial por el Covid-19.

 
Así pues, el “Quédate en casa” no es sólo un eslogan sino que es un tratamiento efectivo 
contra la propagación del coronavirus, por lo que los enfermos atáxicos deben extremar las 
prevenciones que han dictado las autoridades sanitarias y las familias deben velar 
exhaustivamente por el estricto cumplimiento de las mismas. El atáxico sabe por experiencia lo 
que supone que una enfermedad tenga o no tratamiento, así que se deben seguir las 
disposiciones pues en ello va la vida propia y, por supuesto, la de los que lo rodean. Y no es 
una frase retórica. No obstante, el confinamiento estricto puede ir también en contra de la 
salud del atáxico pues al no poder seguir con la rutina de las sesiones de fisioterapia y 
rehabilitación el cuerpo sufre una pérdida importante de movilidad y elasticidad.

 
En general, se sea o no atáxico, en el contexto del confinamiento por la pandemia, se han 
informado de otras manifestaciones neurológicas que se pueden clasificar en (perdón por el 
uso de algunos términos demasiado técnicos):
  - Del sistema nervioso central (mareo, alteración del nivel de consciencia, cefalea, 
enfermedad cerebrovascular aguda, crisis comiciales…)
  - Enfermedades del sistema nervioso periférico (alteración del gusto, del olfato, pérdida de 
visión, dolor neuropático, polineuropatía postinfecciosa...)
  - Dolencias osteomusculares (mialgias, etc.)

Pero, para centrar el tema, tener ataxia, o cualquier otra patología neurodegenerativa que te 
va privando de movimientos, pero que respeta tus capacidades cognoscitivas, es como vivir en 
una especie de cárcel, con ciertas limitaciones. Y no se puede evitar hacer una dolorosa 
comparación con el Covid-19 - salvando la distancia de comparar 9.000 atáxicos en España 
frente a una pandemia de alcance mundial, claro -. Ese ser consciente de lo que pasa y no 
poder evitarlo. Y el tiempo va en contra. Y no sabes qué será lo próximo. Y sabes que no hay 
un “combate entre China y EE.UU. para conseguir una cura” para lo tuyo, mientras para el 
Covid-19 sí, y que los informativos no hablan de ello; y que desde el Estado no se hace nada. 
Ciertamente, ahora hay que centrar todos los recursos en encontrar una cura para el virus 
pese a que ahora el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, ha afirmado 
que, pese a que existen seis candidatas a vacunas contra la COVID-19 que se encuentran en 
"fase muy avanzada" (dice que hay más de 140 laboratorios del mundo que están 
desarrollando vacunas, y seis de ellas en países como Estados Unidos, China, Reino Unido o 
Rusia se encuentran en la tercera y última fase de ensayos), lo cierto es que “no hay vacuna 
en este momento” y, ha añadido, “quizá no la haya nunca” y que la “nueva normalidad” - sin 
abrazos y con mascarilla – ha llegado posiblemente para quedarse. Simplemente no estaría 
de más que cuando el descubrimiento de la vacuna ocurriera, si ocurre, también se parara el 
mundo para combatir contra la ataxia y otras enfermedades minoritarias.

 
Para acabar estas reflexiones, nada mejor que corroborarlas con las palabras de una 
neuróloga directora de una unidad especializada en pacientes con trastornos del movimiento 
(ataxia, distonía, parkinson,...), Mónica Kurtis: Lo que yo estoy viendo es que nuestros 
pacientes con trastornos del movimiento han empeorado durante el confinamiento. Son los 
daños colaterales de la pandemia de los que no habla nadie…

   - El no poder salir a pasear ha empeorado la capacidad de caminar de algunos pacientes.
   - El no poder recibir fisioterapia ha mermado de forma importante su movilidad.
   - Los pacientes con tratamiento que no lo han podido recibir tienen más dolor y 
movimientos involuntarios incómodos
   - Los pacientes en ensayos clínicos han visto interrumpido su tratamiento y seguimiento.
   - El estrés de la incertidumbre que vivimos también ha producido aumento de ansiedad, 
insomnio…

Todo esto lo extraigo de lo que me cuentan nuestros pacientes… pero, seguro que hay 
muchas más cosas que tenemos que aprender.

 
(Por cierto, daños colaterales, ya sabéis, en el argot militar es un eufemismo usado para 
referirse a las muertes, heridos y daños en general no intencionados que estadísticamente 
se producen, y que se espera con certeza que lo hagan, como resultado de una operación 
militar)