martes, 20 de febrero de 2018

Los talentos ocultos

Una buena amiga y excelente profesional en su campo de la Sanidad me comenta que ha tenido la oportunidad de visitar (y lo ha hecho, claro) la Torre1 de l'Àngel, pequeño tesoro de nuestro patrimonio arquitectónico escondido.

La casa, de propiedad privada, habitada y, por tanto, no abierta al público, se encuentra en el término municipal de Matadepera, cerca de Terrassa (Barcelona), en un cruce de la carretera dirección a Mura (por si alguien se decide a ir para verla por fuera). Arquitectónicamente destaca en ella el uso irregular de la piedra en la fachada para darle un toque rústico al edificio, los arcos parabólicos que conforman la galería lateral, que también se utilizan en las oberturas principales, los atractivos vitrales en alguno de los arcos así como el uso del trencadís2 en la decoración del remate del coronamiento frontal. 
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Todos estos elementos son característicos de la arquitectura del genial Antoni Gaudí (ya sabéis, el de la Basílica de la Sagrada Familia, aún en construcción) y, en principio cabría suponer que el diseño de la Torre de l'Àngel corrió a cargo de Gaudí o de alguno de sus discípulos. Pues no; el arquitecto fue Lluís Muncunill3, (del que, casualmente, esta semana se cumplen los 150 años de su nacimiento) prácticamente contemporáneo de Gaudí e influenciado por él (y, según declaró él mismo, también por Lluís Domènech i Montaner, otro gran arquitecto modernista).

Este amigable debate suscitado en torno a la autoría de la casa de marras, nos conduce a la reflexión acerca de la tendencia a priorizar a los primeros de prácticamente cualquier disciplina o actividad y a olvidar a los "segundones" aunque, en muchos casos, seamos conscientes del gran valor de esos "segundones" y estemos convencidos de que no coincidir con su número uno, éste lo serían ellos; esto es especialmente visible, por ejemplo, en los deportes de competición, en los que (preferencias personales muy respetables aparte, por supuesto) Nadal sería número 1 indiscutible... si no hubiera coincidido con Federer, o Pedrosa con Márquez, o Cristiano con Messi, o Poulidor con Merck, etc., cosa que no es por supuesto, privativa del deporte: ahí está, sin ir más lejos, un Salieri totalmante eclipsado por un contemporáneo, aunque más joven, Mozart.
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Mozart y Salieri
Pero el caso de la Torre de l'Àngel proporciona el matiz de que se puede decir que, tras la figura emblemática representativa (Gaudí aquí), no nos atrevemos a poner a nadie, ya que, pongamos a quien pongamos, siempre quedará a la sombra del primero y le hurtaremos, aunque sea de forma inconsciente, su luz propia, paso previo a la caída en el olvido.
Un ejemplo de que esto es así lo encontramos, siguiendo con el deporte, en el atletismo: desde que en 2008 el atleta jamaicano Usain Bolt empezó a destrozar los tiempos en los que se corren las distancias cortas, de 100 y 200 metros en pista, y marcando nuevos records para la historia, ¿cuántos de vosotros sabría decir sin dudar el nombre de los que le acompañaron en los podios? Y no estamos hablando de "don nadies" en su especialidad, ni mucho menos; pensemos que si el record de Bolt para los 100 metros es de 9,58 segundos, otros dos atletas acreditan una marca inferior a los 9,70 segundos y una veintena de corredores lo hacen en menos de 10 segundos, que, en cualquier caso, no es moco de pavo... pero está Usain Bolt para eclipsarlos totalmente.

Algo así pasa con los movimientos culturales como el conocido como Modernismo (con diferentes nombres, según el país de que se trate: Art Nouveau, Jugendstil, Sezession, Modern Style, Nieuwe Kunst,... ) y su  arquitectura, del que sería un error pensar que, en España, sólo se dió en Catalunya; para desmentirlo, basta echar un vistazo a las valiosas muestras de edificios de la época/estilo que se conservan en León, Astorga, Comillas, Cartagena, Alcoi, Palma de Mallorca, etc., incluso Ceuta y Melilla (curiosamente, no en Madrid, que se ve que, tradicionalmente, siempre ha estado por otras cosas). En la arquitectura modernista cuyas figuras en Catalunya que son, sobre todo, Domenech i Montaner, Puig i Cadafalch, Sagnier, Rubió i Bellver, Muncunill i Parellada, etc., lo son porque su estilo no se parece al de Gaudí, de forma que todos los que colaboraban al mismo nivel profesional con el genio han pasado directamente al olvido o son considerados, en el mejor de los casos, como discípulos.

Veamos, para acabar, una situación sintomática de esta particularidad.

Josep Maria Jujol i Gibert (1879 – 1949), arquitecto y estrecho colaborador de Antoni Gaudí, fue creador de una obra arquitectónica con un marcado carácter personal en la que son características una gran sensibilidad por las formas de la naturaleza, el interés por el detalle artesanal y la reutilización creativa de materiales viejos o de desecho, que lleva a su máxima expresión con una técnica a la que se le ha denominado trencadís (original de él, no de Gaudí). Con Antoni Gaudí puede decirse que más que un discípulo más llegó a ser su colaborador personal y de confianza (compartieron incluso vivienda en las obras de la Sagrada Familia).
La arquitectura de Jujol es modesta tanto por la cantidad como por el presupuesto y magnitud de los encargos. Pero esto hace más destacable el contraste entre la relativa precariedad de sus trabajos y lo que tiene de desbordante su arquitectura contemporánea. Su obra auna disciplinas tradicionalmente separadas: arquitectura, escultura, pintura en una obra de carácter total, como se puede observar, entre otras obras, en la Fuente conmemorativa de la exposición de 1929 de la Plaza de España, de Barcelona, construida al alimón con el escultor Miquel Blay.
Dentro de su colaboración con Gaudí podemos destacar las obras de la Casa Batlló, la Casa Milà (la Pedrera), el Parc Güell o la mismísima Basílica de la Sagrada Familia, todas ellas de Barcelona, la reforma de la Catedral de Palma de Mallorca, etc., y dentro de su obra propia los numerosos edificios proyectados y construídos en Barcelona, Sant Joan Despí (Barcelona), Tarragona, Els Pallaressos, La Secuita (ambos en Tarragona), etc.
La otra Sagrada Família
El Santuario rodeado de las viñas de la comarca
Mención especial merece una obra suya que podríamos calificar, sin miedo a equivocarnos, como una muestra de "arquitectura modernista de final del siglo XX": el Santuari de la Mare de Déu de Montserrat (Santuario de Nuestra Señora de Montserrat) de Montferri (Tarragona).
El santuario fue proyectado, inspirado su perfil en el de las montañas del Macizo de Montserrat, cercano a una cueva en la que también se veneraba a la Mare de Déu de Montserrat , y comenzado a construir entre los años 1926-1928 en un promontorio cercano al pueblo, en unos terrenos cedidos por la familia Vives, viticultores, uno de cuyos miembros, jesuita, había sido el promotor de la obra. Se suele decir que el santuario no se terminó a causa de la guerra (in)civil pero la verdad es que quedó a medias por falta de recursos económicos, pese a que los materiales empleados eran sencillos y la mano de obra era básicamente obtenida por prestación personal de los vecinos del pueblo. En 1930 se detuvieron las obras y después, por causa de la guerra, eso sí, ya no se reanudaron. Se cuenta que Jujol aún hizo un viaje durante la posguerra para inspeccionar el estado del santuario, pero se desanimó totalmente al verlo abandonado.

En 1987 se iniciaron obras de restauración, “reinterpretación” y consolidación bajo la dirección del arquitecto Joan Bassegoda Nonell, reconocido estudioso de la obra gaudiniana, obras que finalizaron en 1999, año en el que se inauguró y se dedicó al culto. Hay que decir que la decisión de continuar la obra despertó las críticas de un sector de arquitectos, y se originó un debate similar al que suscitó la continuación de la obra magna de Gaudí en Barcelona, la Basílica de la Sagrada Familia.

Lo que parece claro es qué solo cuando se producen hechos inesperados se dan las condiciones para que alguien que ha permanecido eclipsado pueda salir a la luz. Con Jujol/Gaudí, la idea del primero más la casualidad de la continuación de la obra más de medio siglo después de su paralización pusieron en marcha la realización definitiva de un proyecto que hoy parecería más bien una broma o una utopía. El tiempo ha reivindicado la figura de Jujol, durante muchos años poco valorada, y a quien se llegó a considerar sólo un gran decorador dentro de la obra arquitectónica de Gaudí cuando hoy se sabe que en él destacaban su ingenio, imaginación y extraordinaria habilidad en la ejecución de la forma y del color, llegando a superar a Gaudí en el ámbito de la ornamentación, al usar con imaginación metales, yesos y pinturas. 
Ermita de Montserrat del arquitecto Jujol a Montferri ,Tarragona
Interior "gaudiniano" del Santuario

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1El término torre, además de su significado coincidente con el castellano, de construcción fortificada, más alta que ancha, que en las iglesias sirve para colocar las campanas, y en las casas para esparcimiento de la vista y para adorno y, en general, a un edificio de mucha más altura que superficie, en Catalunya también puede referirse, como en este caso, a una casa unifamiliar de más de una planta y con jardín o a una casa de labor, con finca agrícola y ganadera.

2El trencadís es un tipo de aplicación ornamental del mosaico a partir de fragmentos cerámicos —básicamente azulejos— unidos con argamasa; muy habitual y característico en la arquitectura modernista catalana.

3Lluís Muncunill i Parellada (1868 - 1931), fue un arquitecto modernista que desempeñó su trabajo, sobre todo, en la ciudad de Terrassa, de la que fue durante un tiempo arquitecto municipal, durante 40 años, dejando en ella numerosos e impresionantes edificios de todo tipo: públicos, religiosos, industriales y residenciales, muchos de los cuales aún se conservan y forman parte del catálogo arquitectónico municipal.

viernes, 9 de febrero de 2018

La amistad, la política... y la Filosofía

"Que nadie, por ser joven, no deje para más adelante la aspiración a la sabiduría, y que nadie, por ser viejo, no se canse de aspirar a ella: para ocuparse de la salud del espíritu no es nunca demasiado tarde ni demasiado pronto. decir que aún no es hora de aspirar a la sabiduría, o que la hora ya ha pasado, es como decir que aún no ha venido, o que ya ha huido, la hora de ser feliz.
....
El sentido común es el principio y el mayor bien de todo. Por eso resulta más precioso incluso que la aspiración a la sabiduría: es de él que nacen todas las demás virtudes, desde el momento que nos enseña que no hay vida feliz si no se vive con sensatez, con honestidad y con justicia ... "
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De vez en cuando, las circunstancias nos recuerdan la inmutabilidad de las Leyes de la Física (a diferencia de las leyes humanas relativas a todos los aspectos de la convivencia, que no son solo mutables, revisables y a veces veleidosas pese a lo que digan ciertos políticos -?- sino, frecuentemente, ruines instrumentos partidistas de manipulación), como la circunstancia personal actual al avisar que las paredes de las casas no son elásticas y que pese a que pueda ser verídico eso tan repetido de que la Cultura no ocupa lugar (El saber, también se dice), lo que resulta evidente es que los diversos soportes físicos que albergan esa cultura, sí que lo ocupa ¡vaya si lo ocupa!

Cuando "se reciben" esos avisos de leyes de la física al límite, es recomendable (aunque duro y difícil) organizar un zafarrancho en el que, seguramente sin llegar a quemar los libros, como hacía el Pepe Carvalho, en las novelas de Manuel Vázquez Montalbán, sí que se impone un compromiso personal serio de revisar en profundidad de qué se puede prescindir y, en su caso, a quién se puede regalar para hacer un hueco... hasta el siguiente zafarrancho.

La parte positiva de estos incómodos zafarranchos es que, casi siempre, permiten también redescubrir lecturas ya olvidadas que, curiosamente, pueden estar de rabiosa actualidad (cuando pasa esto, no nos engañemos, el libro "es indultado" y vuelve a su lugar en la estantería).

Es lo que ha pasado en esta ocasión al tener la ocasión de releer la olvidada Carta a Meneceo, de Epicuro, de lo poquito que nos ha llegado de lo que se sabe que fue su extensa obra, de contenido fundamentalmente ético y de la que hemos utilizado unos fragmentos para iniciar esta entrada.

Un ejercicio mental instintivo en alguna de estas relecturas es intentar calibrar por qué pensamientos expresados hace más de veinte siglos, con lo que ha llovido desde entonces, son aplicables en la sociedad de hoy, a veces sin cambiar ni una coma.

Apoyémonos, si os parece, en el redescubierto Epicuro para reflexionar sobre ello. 
 
Sin entrar al detalle en su biografía, sí que recordaremos que Epicuro (341 a,C.-270 a.C.) nació en la isla griega de Samos y marchó con 18 años a Atenas, donde desarrolló toda su obra y donde murió. Pese a ser uno de los filósofos capitales de la antigua Grecia, la posteridad lo convierte, sin duda, en el más maltratado, objeto de escándalo y escarnio, por su negación de la inmortalidad, tanto del alma como de la providencia divina, sus ataques a la religión y al Estado, su "feminismo" avant la lettre y su combativa defensa de la libertad del individuo.

Confirmando de alguna manera la hipótesis que apuntábamos en una reciente entrada de este blog, en el sentido de que no hay nada eterno, es curioso comprobar que coincidiendo con la llegada de Epicuro a Atenas tiene lugar la muerte de Aristóteles, y eso representa, además de la desaparición física del filósofo, el principio del fin de la hegemonía de su doctrina clásica hasta el punto de que, visto desde hoy, en el período helenístico surgen con gran fuerza tres escuelas de filosofía: la epicúrea, la estoica y la escéptica, entre las que hay más coincidencias de lo que en general se cree ya que, ciertamente, el hilo conductor que las une radica en el afán por asegurar al hombre la serenidad y tranquilidad de ánimo, difíciles de conseguir en un mundo tan sumamente complejo y turbulento , tanto entonces como ahora. Dejando a un lado el estoicismo y la doctrina escéptica, la epicúrea preconiza que el objetivo de la sabiduría es suprimir los obstáculos que se oponen a la felicidad. Ello no significa, sin embargo, la búsqueda del goce desenfrenado, sino, por el contrario, la de una vida mesurada en la que el espíritu pueda disfrutar de la amistad y del cultivo del saber. Su escuela ateniense, que recibió el nombre de Jardín, se hizo famosa por el cultivo de la amistad y por estar abierto a la participación de las mujeres... y de los esclavos, en contraste con lo habitual en la Academia fundada por Platón y en el Liceo de Aristóteles.
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Busto de Epicuro. Copia romana del siglo II de su original griego.
La filosofía de Epicuro puede ser claramente dividida en tres partes, la Canónica (no en la acepción religiosa del significado de la palabra, sino al referido a canon, regla o precepto), que se ocupa de los criterios por los cuales llegamos a distinguir lo verdadero de lo falso, la Física, el estudio de la naturaleza, y la Ética, que supone la culminación del sistema y a la cual se subordinan las dos primeras partes.

Fijémonos en esta última. La ética es la culminación del sistema filosófico de Epicuro: la filosofía como el modo de lograr la felicidad, basada en la autonomía personal y en la tranquilidad del ánimo o ataraxia. En la medida en la que la felicidad es el objetivo de todo ser humano, la filosofía es una actividad que cualquier persona, independientemente de sus características (edad, condición social, etc.) puede y debe realizar.

Y, como en un libro actual de autoayuda, se encuentran consejos-guía como son el exponer, por un lado, todo aquello que su filosofía pretende evitar, que es, en definitiva, el miedo en sus diversos modos y maneras, y por otro lado, aquello que se persigue por considerarse bueno y valioso.:

Lo que se debe evitar.- La lucha contra las diversos miedos que atenazan y paralizan al ser humano es parte fundamental de la filosofía de Epicuro; no en vano, ésta ha sido designada como el "tetrafármaco" o medicina contra los cuatro miedos más generales y significativos: el miedo a los dioses, el miedo a la muerte, el miedo al dolor y el miedo al fracaso en la búsqueda del bien:

1) El miedo a los dioses. Es absurdo, nos dice Epicuro, pues éstos en nada intervienen en los asuntos humanos y no se mueven por la ira ni la cólera ni tantos otros sentimientos que comúnmente se les atribuyen. Por el contrario, los dioses deberían ser un modelo de virtud y de excelencia a imitar, pues viven en armonía mutua manteniendo entre ellos relaciones de amistad. Si bien Epicuro no era ateo, entendía que los dioses eran seres demasiado alejados de nosotros, los humanos, y no se preocupaban por nuestras vicisitudes, por lo que no tenía sentido temerles. Por el contrario, los dioses deberían ser un modelo de virtud y de excelencia a imitar, pues según el filósofo viven en armonía mutua, manteniendo entre ellos relaciones de amistad.

Es famosa, en este capítulo, la conocida como Paradoja de Epicuro, que dice así:
¿Es que Dios quiere prevenir la maldad, pero no es capaz? Entonces no es omnipotente. ¿Es capaz, pero no desea hacerlo? Entonces es malévolo. ¿Es capaz y desea hacerlo? ¿De donde surge entonces la maldad? ¿Es que no es capaz ni desea hacerlo? ¿Entonces por qué llamarlo Dios?

2) El miedo a la muerte. Es igualmente absurdo e irracional. Es un temor que se produce por dos motivos: o bien la imaginación nos lleva a pensar que existen cosas terribles tras la muerte o bien es fruto de la consideración de que yo, como individuo, voy a dejar de existir para siempre. Ambas pensamientos, sin embargo, son infundados. Por un lado Epicuro es un materialista, y lo único a lo que le concede una vida eterna es a los mismos átomos, pero no al producto formado por las combinaciones entre ellos.

Por otro lado la muerte no es un mal. Siendo como es la pérdida de la capacidad de sentir, Epicuro afirma:Todo bien y todo mal residen en la sensibilidad y la muerte no es otra cosa que la pérdida de sensibilidad. La muerte no es nada para nosotros. Cuando se presenta nosotros ya no somos". No siendo un mal en el momento en el que se presenta, menos daño puede hacer mientras estamos vivos y sólo la presentimos. En ese caso es el temor y la angustia que produce la fuente del sufrimiento, y no la muerte. Deberá ser el razonamiento el que nos muestre lo infundado de tal temor. La actitud del sabio es la de vivir razonablemente en lugar de desperdiciar el tiempo que tenemos anhelando un tiempo de vida infinita que nunca lograremos alcanzar: "El recto conocimiento de que la muerte nada es para nosotros, hace dichosa la mortalidad de la vida, no porque añada un tiempo infinito, sino porque elimina el ansia de inmortalidad. Nada temible, en efecto, hay en el vivir para quien ha comprendido que nada temible hay en el no vivir."

3) El miedo al dolor. es otro de los objetos de ataque de Epicuro. Se trata de un miedo infundado ya que todo dolor es en realidad fácilmente soportable. Mantiene que si se trata de un dolor intenso, su duración será breve sin duda, mientras que si el dolor es prolongado, su intensidad será leve y podrá ser fácilmente sobrellevado.

4) El miedo al fracaso. en la búsqueda del bien y de la felicidad en la vida está relacionado con el ideal de autonomía del sabio epicúreo. Quien considera que la felicidad depende de factores externos equivoca su juicio y se somete a cosas que están fuera de su control, como la opinión de los demás, las recompensas externas, etc. Por el contrario, gozando de la autonomía propia del sabio, es posible para cada uno lograr un estado de ánimo equilibrado y gozoso con muy pocos medios (no debe olvidarse que la mayoría de las filosofías helenísticas surgen como respuesta a un mundo en continuo cambio y conflicto y pretenden proporcionar al individuo la coherencia e independencia que la polis clásica había perdido).

5) Por último, carece también de sentido temer al futuro, puesto que“el futuro ni depende enteramente de nosotros, ni tampoco nos es totalmente ajeno, de modo que no debemos esperarlo como si hubiera de venir infaliblemente ni tampoco desesperarnos como si no hubiera de venir nunca”.

Lo que se debe perseguir.- Con respecto a aquello que la filosofía de Epicuro considera bueno y valioso no puede ensalzarse lo suficiente el placer y la amistad.

a) En la búsqueda de la felicidad es necesario distinguir aquellos deseos que son naturales y necesarios (como el placer de calmar el hambre o la sed), de aquellos que son naturales y no necesarios (como el placer de seguir comiendo y bebiendo aunque el hambre y la sed hayan sido satisfechos), y también de aquellos que no son ni naturales ni necesarios (como el placer de obtener glorias, honor, etc.). Epicuro siempre sostuvo la importancia de distinguir entre los placeres aquellos que eran verdaderamente beneficiosos de aquellos que podían generar una dependencia y que terminaban por causar insatisfacción, bien porque fuesen irrealizables o bien porque eliminaban la autonomía del individuo. "Reboso de placer en el cuerpo cuando dispongo de pan y agua, y escupo sobre los placeres de la abundancia, no por sí mismos, sino por las molestias que los acompañan."

2. Finalmente Epicuro exalta la amistad entre los seres humanos como una de las mayores virtudes y uno de los mejores placeres de los que se puede gozar. La amistad proporciona un apoyo en un mundo hostil y extraño. Es una ayuda no tanto por lo que los amigos hagan efectivamente por uno, como por el hecho de saber que podamos contar con ellos, en caso de ser necesario. Fue la amistad lo que llevó a Epicuro a fundar su propia escuela entendida como un lugar de encuentro, de disfrute, de diálogo y de estudio así como de recuerdo gozoso de los amigos que ya han desaparecido.

3. La clave del modo de vida epicúreo, de tener que ser resumida en tres palabras, vendría a ser: gozar, saber y compartir. Esos tres factores, como nos muestran las palabras de Epicuro, están íntimamente relacionados: Gozar el placer de estar vivo, saber discernir lo que es verdaderamente valioso, y compartir en la amistad tanto la vida como el conocimiento. "De todos los bienes que la sabiduría procura para la felicidad de una vida entera, el mayor con mucho es la adquisición de la amistad."
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En unos tiempos convulsos en los que una caterva de insensatos pregonan (y muchos, lamentablemente, los creen) la falacia de que, por ejemplo, unas diferentes ideas políticas pueden lanzar al traste una relación de amistad, quizá no esté de más recordar la filosofía de Epicuro cuando dice que la amistad está por encima de las leyes y hay un pacto entre los sabios (relacionando siempre los sentimientos con la cultura, con el saber), que aman a sus amigos como a sí mismos. La mayoría de los hombres, al no alcanzar la sabiduría, necesita las leyes, pero el epicureísmo afirma que la amistad es la garantía contra la inseguridad, sostiene que si la amistad contribuyese como la Física a disipar los temores, estaría asentada en la naturaleza misma. Algunos filósofos intentan dar una explicación de la amistad afirmando que los átomos de los amigos, si son similares, se intercambian entre sí, pero todo esto resulta muy extraño puesto que seguimos siendo amigos a pesar de la distancia y sin poder explicar la posibilidad de los intercambios. El amigo llega a ser una especie de alter ego y, como decía Cicerón, «el amigo llega a ser lo mejor de mí mismo. Su mirada salvaguarda la imparcialidad cuando la pasión tiende a cegarme ... es un bien inmortal». Conviene diferenciar, no obstante, entre el plano estrictamente jurídico-social, que debe ser suficiente para la salvaguarda frente a terceros, y el plano de la familia o el entorno más próximo de la comunidad, que no se basa en el pacto. Ahí es donde se instala con valor de norma la amistad. Según Lucrecio1, en el supuesto origen y evolución de la humanidad, la amistad ocupó el primer plano, ya que «vecinos unos de otros, empezaron a unirse en amistad, deseosos de no sufrir ni hacerse mutuamente violencias; y entre sí se encomendaron a sus niños y mujeres, indicando torpemente con sus voces y gestos ser de justicia que todos se apiadaran de los débiles. Así y todo no podía ser general la concordia; pero una buena parte de ellos observaban los pactos con escrúpulo; si no, ya entonces el género humano hubiera perecido ... ». La amistad es el vínculo que une a todos los hombres, aunque sólo Epicuro «transciende, en un sentido, la civilización en la que nació». Una nación bárbara, según Lucrecio, no hubiera podido engendrar al creador de una nueva técnica que permite a los hombre alcanzar, mediante el placer, la felicidad, una vez alejado el temor a la muerte y a los dioses, que no intervienen para nada en la historia social y tecnológica de los hombres.

Como corolario final, una reflexión/pregunta última, sobre la que no estaría mal tener respuesta: ¿De verdad alguien, máxime si ostenta la responsabilidad de Ministro de EDUCACIÓN, se puede plantear en serio eliminar la asignatura de Filosofía ("Conjunto de saberes que busca establecer, de manera racional, los principios más generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad, así como el sentido del obrar humano" según el DRAE) de los planes de enseñanza?

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1Tito Lucrecio Caro (99 a. C.- 55 a. C.) fue un poeta y filósofo romano, autor de un único texto que se conozca: el poema didáctico De rerum natura (Sobre la naturaleza de las cosas), defensor de la filosofía de Epicuro.

domingo, 4 de febrero de 2018

¿Cuándo es el cumpleaños de Chris Spheeris?

Un día de este 2018 (no se sabe cuál, o sea, que podría ser hoy), el mismo cada año, cumple años (no se sabe cuántos) el músico estadounidense de origen griego Chris Spheeris, poco conocido por su nombre entre nosotros. Confieso que yo tampoco lo conocía hasta que (eso sí, hace años) una persona muy querida me sugirió que lo escuchara atentamente.

Sorprende que en una época como la que vivimos, en la que a cualquiera que berrea algo que nos dicen que es una canción se le dedican páginas y páginas de papel couché y del que sabemos hasta el postre que tomó en el restaurante del aeropuerto el día (hace 5 años) que se retrasó el vuelo en el que volvía a España de una estancia en la Riviera Maya (acreditada con profusión de fotos en sus playas) en la que estuvo acompañado de la que entonces era su sexta pareja "fija"; sorprende, digo, encontrar personajes públicos (por su profesión) como Spheeris tan celosos de su vida privada, hasta el punto de que no se divulguen datos como su fecha de nacimiento.

¿Y quién es este Spheeris? 
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Pues no es un don nadie. Empezó a componer para guitarra en su adolescencia y actualmente cuenta con más de veinte discos publicados, dentro de los que hay obras calificadas como auténticas joyas de la New Age Music por los expertos, ha puesto música también a películas y a varias series de televisión americanas, ha editado trabajos en colaboración con Paul Vouduris (músico nacido en Trípoli, Libia, hijo de refugiados griegos llegados de Turquía)) o Vangelis (nacido como Evangelos Odysseas Papathanassiou en Volos, Grecia), y un largo etcétera. Todo un síntoma, por cierto, en la era Trump y de la deprimente insensibilidad de la rica UE, estos orígenes de excelentes músicos y la influencia que eso ha tenido en una música cálida, melódica, esencialmente mediterránea.

Su estilo es muy característico, reconocible con facilidad. Spheeris alterna temas de melodías directas de instrumentos de sonidos muy definidos como el piano o la guitarra (en temas como Lovers and Friends, Andalu) con instantes mucho más suaves, dulces, donde los teclados envolventes y deliciosos forman preciosas atmósferas de paz y armonía (Stars, Remember Me…). Otras veces se mueve entre la frontera de ambas tendencias, como el relajante Field of Tears, dirigido por un oboe brillante y secundado por teclados y guitarras.

Se puede casi afirmar que todos los temas son perfectos, admirables, de inusitada expresividad. Basta una escucha para que enamore y conmueva profundamente. La música de Spheeris forma parte de las pocas composiciones, se encuadren o no en la New Age, que son uno de los mejores reflejos de lo lejos que puede llegar la sensibilidad del ser humano, prodigiosas, sublimes, de una elegancia infinita, un trabajo precioso de principio a fin que debería trascender las fronteras de los géneros para llegar a los corazones de cualquiera con un mínimo interés en el verdadero conocimiento.

Pues eso, feliz cumpleaños, Chris Spheeris, sea cuando sea.