domingo, 26 de julio de 2020

Xenofobia y Covid-19.


Siempre que el actual inquilino de la Casa Blanca, sede del gobierno de los Estados Unidos, Donald J. Trump, se refiere a la situación creada por la pandemia del Covid-19 (lo que, por otra parte, procura evitar porque es un tema que le causa visible incomodidad) tiene buen cuidado de remarcar ante su auditorio que se trata de un virus venido de la China, enemigo económico declarado, transmitiendo así el mensaje de que, en su país, esas cosas no pasan y que los males siempre vienen de fuera (alguien, por cierto, según eso,debería entonces explicarle que la que él conoce como la “gripe española” de hace un siglo que causó entre 15 y 20 millones de muertes, se originó en unos cuarteles militares de Kansas, Estados Unidos, y que fueron los soldados estadounidenses quienes la propagaron, principalmente, a Europa) También entre nosotros unos que se autoproclaman “políticos” hablan sin reparo del virus chino, aunque, casualmente, uno de ellos se contagiara y no en China precisamente.

Habrá que recordarle a ellos (y a muchos como ellos) el mensaje al respecto del secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Antonio Guterres: “El Covid-19 no cuestiona quién somos, dónde vivimos o en qué creemos. Pero, sigue propagándose como un tsunami disfrazado de expresiones de odio, xenofobia, acusación por chivo expiatorio y alarmismo. Se apunta como blanco en todo el mundo a los trabajadores sanitarios y activistas de derechos humanos. Debemos reforzar la inmunidad de nuestras sociedades frente al virus del odio”, Guterres precisó que ha aumentado la xenofobia en la calle y se dan teorías de conspiración antisemíticas, ataques islamofóbicas en ambientes virtuales; se trata a los refugiados y emigrantes como el "origen del virus", y a los mismos se priva de tratamiento médico a causa del coronavirus.

Pero, además, no olvidemos que, ya se sabe, la feria va por barrios, y que en situaciones como ésta, según vaya la feria, se puede pasar en un abrir y cerrar de ojos de “chico bueno protagonista” a “el malo de la película”; primero fue la comunidad china la que fue mirada con prevención y rechazo por el resto del mundo pero luego, la italiana... y la española, y después otras. En apenas cuatro meses, el virus se expandió a una velocidad de vértigo por todos los continentes -excepto la Antártida-, desconociendo fronteras y paralizando prácticamente el mundo. La pandemia del Covid-19 ha sacado a la luz comportamientos xenófobos en distintas partes del mundo contra los ciudadanos de las naciones más afectadas por el virus, una reacción que los expertos achacan al miedo y a la ignorancia, debidos en parte a la falta de información y la propagación de noticias falsas que circulan por la red, que extienden rumores y mentiras sobre el virus - "y la amplifica el fascismo", aseguran expertos estudiosos del fenómeno -, que tiene difícil solución y que surge de la necesidad del ser humano de identificar al enemigo o al responsable de su "mal": Es una plaga tan antigua como el hombre, que no hemos logrado desalojar de nuestros cuerpos.

Es tan viejo como el origen del mundo. Cada vez que brota una pandemia, el pánico se extiende por toda la sociedad y comienza la caza de brujas para buscar a los culpables. Entre los supuestos responsables hay muchos candidatos: el Gobierno que “no ha querido atajar el problema”, misteriosas fuerzas ocultas y grupos secretos que crearon la cepa en laboratorio para soltarla después, provocando un Apocalipsis planetario, y hasta Dios o el mismísimo Diablo que envían sus maldiciones bíblicas al ser humano por pecados tan antiguos como los de Sodoma y Gomorra (no tardará mucho en salir un obispo que atribuya el mal a la lujuria, al libertinaje y a la ofensa de aquellos que dieron la espalda a la religión, y si no al tiempo). Toda la superchería que ya se vivió en la Edad Media está retornando con fuerza, pero por encima de las explicaciones irracionales hay una que se presenta como la más peligrosa de todas, un argumento que puede ser todavía más letal que el propio coronavirus: la peste la trajeron otros, los extraños, los de fuera, los inmigrantes, los que buscan refugio.

La tentación de dar rienda suelta a los instintos más bajos, como el racismo y la xenofobia, se impone entre los grupos más conservadores y reaccionarios cuando el miedo se instala en un lugar, y nos enteramos del otro gran drama, no el que están sufriendo los infectados por el germen ni los familiares de los fallecidos, sino el de los estigmatizados, el de los “parásitos”, el calvario que sufren las minorías étnicas, sobre todo, en este caso, los chinos a los que se empieza a culpabilizar ya de haber propagado voluntariamente el Covid-19, por ser confucionistas o simplemente por ser rojos seguidores de Mao. Cualquier excusa sirve cuando de lo que se trata es de encontrar una cabeza de turco en la que volcar la ira, el pánico y la neurosis.

Los discursos xenófobos a cuenta del coronavirus son cada vez más frecuentes. Cualquiera de nosotros puede escucharlos, ya fuera del confinamiento, en el autobús, en la tienda o en el Metro. En España los discursos antiimigración provienen de una formación política que ahora arremete contra el Gobierno “por no haber sabido frenar la expansión de la epidemia” denunciando que la inmigración ilegal puede traer a Europa y a España “pandemias ya erradicadas”. En realidad se trata de un bulo más ya que todos los estudios de organismos oficiales demuestran que no hay nada que nos lleve a pensar en una relación directa entre infecciones e inmigración. Pero el discurso xenófobo va calando y abrazar aquí a un asiático o darle un beso en la mejilla (o en muchos países a un español) se ha convertido (lo han convertido) en una práctica de riesgo que con el tiempo nos hará más hipocondríacos, más fríos y herméticos, más intolerantes. Es la otra pandemia, la pandemia del miedo mezclado con odio, tan cruel e injusta como puede ser la propia maldita enfermedad.

No es la primera vez que una enfermedad focalizada en un punto concreto del planeta se convierte en emergencia internacional. En 2014 varios países de África occidental sufrieron un grave brote de ébola, una de las enfermedades más mortíferas del planeta, la enfermedad se expandió rápidamente por la falta de recursos para combatir el virus, pero también porque no hubo una respuesta coordinada entre los diferentes gobiernos “porque no les afectaba”; como consecuencia, se infectaron más de 30.000 personas y hubo más de 11.000 muertes, según datos de Médicos Sin Fronteras (MSF). Fuera de África, en los países occidentales, los casos de ébola no superaron la docena según recoge la Organización Mundial de la Salud (OMS) y sólo falleció una de las personas infectadas en Estados Unidos. Recordemos que aquí, la enfermera española Teresa Romero fue la primera persona infectada por el virus fuera de África, por lo que su caso enseguida acaparó la atención mediática,... relegando a un segundo plano lo que estaba sucediendo con las miles de víctimas en África.

Estas situaciones también deben hacernos reflexionar sobre la diferencia entre los países desarrollados y las regiones con menos recursos y cómo recibimos la información sobre la emergencia sanitaria. La docena de víctimas del ébola en países occidentales tuvo mucha más presencia en los medios que los miles de muertos en África, lo que hace que nos preguntemos si la gravedad de una epidemia tiene el mismo peso para todo el mundo.

La xenofobia es la fobia al extranjero o inmigrante, cuyas manifestaciones pueden ir desde el simple rechazo hasta diversos tipos de agresiones. La mayoría de las veces la xenofobia se basa en el sentimiento exacerbado y fanatizado de “protección” de una nación, aunque también puede ir unida al racismo, o discriminación ejercida en función de la raza. Probablemente, y esto no la justifica, las raíces de la xenofobia se encuentren en nuestra hominización. La organización de los primeros grupos humanos conllevaría enfrentamientos y probables exterminios entre grupos vecinos, con lo que el sentimiento xenófobo, la prevención frente al extranjero, así, sería un rasgo evolutivo arcaico. Con la formación de sociedades amplias y permeables y el trasvase de información entre estas sociedades, veríamos al extranjero como portador de esa información y conocimiento y coexistirían ambos arquetipos: negativo y positivo; dominando la racionalización y contención del sentimiento xenófobo, el miedo al diferente, que podría ser innato, reminiscente de nuestra historia evolutiva. Entre los prejuicios xenófobos actuales más extendidos están la superioridad cultural del mundo occidental (eurocentrismo), el temor a la pérdida de la propia identidad y la vinculación y atribución del paro y la delincuencia a los emigrantes (pobres, claro, cuando, hablando de la pandemia, el mayor riesgo llega en avión y viste corbata).

El 16 de septiembre de 2008, en la cumbre de Bruselas, la Comunidad Europea aprobó la Ley contra la Xenofobia y el Racismo que contempla condenar hasta con tres años de cárcel los comportamientos xenófobos y racistas. Los Estados miembros deberán adaptar sus legislaciones en el plazo de dos años para contemplar como delito, por lo que no debe ser noticia que los gobiernos deben asegurar que sus respuestas a la pandemia del Covid-19 no contribuyan a la xenofobia y a la discriminación racial, y deben erradicar la xenofobia en todas las políticas y mensajes estatales.

Volviendo al principio, es desalentador ver que autoridades, incluido el Presidente de los Estados Unidos (o Bolsonaro, u Orban, o… Hay para elegir), adoptar nombres alternativos para el virus Covid-19. Y, en lugar de utilizar el nombre internacionalmente reconocido del virus, aplicar nombres con referencias geográficas, que generalmente se refieren a su aparición en China. Este uso calculado de un nombre geográfico para este virus se basa en la xenofobia y la fomenta. (en este caso, sirve para aislar y estigmatizar a las personas que son chinas, percibidas como provenientes de China o del este asiático). Los nombres que se le dan a las enfermedades realmente, psicológicamente, importan e influyen en las reacciones de las personas directamente afectadas; ciertos nombres de enfermedades provocan una reacción violenta contra miembros de comunidades religiosas o étnicas particulares con, a veces, graves consecuencias para la vida de las personas y sus medios de subsistencia.

Las expresiones de xenofobia relacionadas con Covid-19 en plataformas digitales han incluido acoso, discurso de odio, proliferación de estereotipos discriminatorios y teorías de conspiración. No es sorprendente que los líderes (?) que intentan atribuir Covid-19 a ciertos grupos nacionales o étnicos sean los mismos líderes (?) populistas que han convertido la retórica racista y xenófoba en el centro de sus plataformas políticas Las respuestas políticas al brote de Covid-19 que estigmatizan, excluyen y hacen que ciertas poblaciones sean más vulnerables a la violencia son inexcusables, inconcebibles e inconsistentes con las obligaciones internacionales de los Estados en materia de derechos humanos. Además, la retórica política y las políticas que avivan el miedo y disminuyen la igualdad de todas las personas es contraproducente. Para tratar y combatir la propagación de Covid-19 de manera efectiva, las personas deben tener acceso a información de salud veraz y a suficiente atención médica sin temor a ser discriminadas.


La pandemia del Covid-19 no entiende de colores ni razas ni clases sociales, solo de humanidad y solidaridad. Sólo podremos superar esta crisis sanitaria y económica si protegemos a cada una de las personas de nuestra sociedad”.

domingo, 19 de julio de 2020

Para la post-pandemia.

En el lenguaje coloquial se utiliza la expresión de que algo es "como el Guadiana", cuando 
ocurre a intervalos, normalmente irregulares, o cuando alguien o algo desaparece de 
improviso y vuelve a aparecer sin avisar y sin saber por qué. Según la cultura popular, el río 
Guadiana aparece y desaparece en su nacimiento aunque técnicamente, en realidad, forma 
un gran acuífero subterráneo bajo la cervantina localidad manchega de Argamasilla de Alba y 
vuelve a la superficie en Villarrubia de los ojos, en lo que se conoce como Ojos del Guadiana. 
Entre medias, se manifiesta en lagunas o charcas distribuidas intermitentemente en una 
región muy árida. 
O sea que es un río que a la vez son varios, el más enigmático de Europa, el más recóndito 
y desconocido de los principales del país, el menos visitado y quizás, el menos recordado. 
¿Es posible que un río, después de más de mil años, aún no esté claro el lugar de su 
nacimiento? ¿Que sus aguas desaparezcan bajo tierra para volver a brotar, a nacer de nuevo, 
después de esconderse por una gran llanura? ¿Que sea el único de los grandes ríos de la 
península que comienza en un territorio llano, en la meseta, lejos de los principales sistemas 
montañosos? El  enigma empieza por su nombre, que desde bien antiguo ya fue objeto de 
discusión para científicos, lingüistas e historiadores (Plinio el Viejo, el naturalista romano que 
vivió en el siglo I de nuestra era, jugaba con Ana o Annas, un vocablo interpretado de 
muchas maneras: en hebreo significa ¿en dónde está?, pero, aparte del árabe "Guad"=río, 
hay quienes relacionan Ana con pato – ánade -, el ave que se mete en el agua y vuelve a 
salir, como el río que parece que se hunde en la tierra y reaparece más allá).

Ya puestos, hagamos turismo. A poco, al recién nacido río ya le llaman el viejo. Este tramo 
del Guadiana presenta su primera singularidad, las lagunas de Ruidera, para muchos, otro 
nuevo nacimiento de este río de cabecera múltiple. Quince son las lagunas que, unidas entre 
sí, forman un verdadero oasis en la estepa manchega. Sus aguas nos sorprenden en ese, 
definido como reseco ambiente, con una paleta de colores azules, aguamarinas y verdes, 
dependiendo de la intensidad de la luz y la hora del día.

El enigmático Guadiana tendrá una nueva cara cuando vuelva a aparecer a la vista, ya 
definitivamente, en los Ojos de Villarrubia (“de los ojos”, naturalmente), ya en plena llanura 
manchega. ¿Será otro río diferente al viejo pero con el mismo nombre? Las Tablas de 
Daimiel, los molinos hidráulicos harineros, pescadores y barqueros octogenarios serán 
protagonistas de este nuevo tramo del río que no se esconderá, que se mostrará, donde el 
sol y las gentes lo vean hasta que muera en aguas atlánticas.
Y se acabó el turismo porque el discurrir hasta la desembocadura está librado de esa pátina 
de misterio; salvando las distancias, la confusión en torno al nacimiento del Guadiana, es 
como la que sentimos (ampliada, no sólo relativa a su origen) todos frente a esta pandemia 
del Covid-19; es decir, que el virus está siempre ahí pero solo algunas veces se hace visible. 
Y le pasa, por tanto, como a la crisis. Nos dicen que lo peor de ella ha quedado atrás, pero 
eso no quiere decir ni mucho menos que esté superada, como demuestra el retorno cada 
cierto tiempo de algunos de sus elementos más notorios en forma de los temidos rebrotes. 

Mirando hacia atrás, en cuestión de semanas, la pandemia del coronavirus Covid-19 ha 
pasado de ser un temor sanitario regional, a una crisis mundial que ha puesto patas arriba 
todo el mundo en una desigual ceremonia de la confusión, ha confinado en cuarentena a 
sociedades enteras y ha cerrado (¿temporalmente?) importantes sectores de la economía 
en muchas partes del mundo. Empresas y particulares se están encargando de gestionar el 
impacto del virus tanto en sus vidas personales como en el ámbito profesional. Desde la 
consolidación del teletrabajo, la equiparación (que solo se hacía para consolarse de que el 
Gordo de la lotería de Navidad había pasado de largo) de la salud con la riqueza, el 
fortalecimiento de los populismos (la inmigración, culpable de todo, por ejemplo) o la 
potenciación del aprendizaje online son algunos de los principales cambios sociales y 
culturales que, probablemente, se afianzarán tras la crisis del coronavirus. Mientras que la 
mayoría de las empresas e instituciones se centran hoy, con razón, en navegar por la 
realidad inmediata y las consecuencias a corto plazo de la crisis, es evidente que esta 
pandemia impulsará cambios a largo plazo en los ciudadanos como consumidores, 
empleados e incluso como votantes, que darán forma a una nueva realidad profesional y 
social en nuestro mundo durante los próximos años ya que un regreso a la normalidad de 
como era la vida a principios de 2020 todavía está, no nos engañemos, muy lejos; incluso 
cuando se alivien de forma continuada las asumidas como necesarias restricciones 
impuestas para hacer frente a la pandemia, el virus seguirá afectando nuestras vidas de 
muchas maneras. Y no olvidemos la importancia de observar el cumplimiento de lo único 
que queda al arbitrio de cada uno en tanto no hayan soluciones médicas, que es mantenerse, 
en beneficio mutuo, alejado físicamente del prójimo – eso que se dice de “mantener la 
distancia social” - , cuidar la higiene – particularmente de las manos, que “lo tocan todo” - y 
usar siempre la mascarilla, sobre todo ahora, que la Organización Mundial de la Salud 
anuncia que, según nuevas investigaciones, hay posibilidad de que el virus se transmita por 
el aire.
Se espera que el tradicional y espontáneo aplauso cotidiano de la ciudadanía a las 20:00 
horas para reconocer el trabajo y dedicación de los trabajadores clave sea el sonido de una 
comunidad redescubriéndose a sí misma y que, sin el lujo de la autocomplacencia, hayamos 
abierto los ojos a lo que verdaderamente importa. Se dice que el confinamiento ha desatado 
una emanación de buena vecindad que fluirá mucho después de que se levante la orden, 
pero las dificultades económicas pondrán presión a los vínculos sociales. Esa es la 
verdadera prueba para esta generación, no si "¿podremos mantener nuestro genio durante 
el confinamiento?", sino "¿podremos calladamente reparar el tejido social en tiempos difíciles?" 
la esperanza debe ser que nuestra sociedad, igual que un virus, esté mutando en algo más 
fuerte porque esta pandemia ha centrado el foco de atención en los ignorados y subvalorados 
recovecos de nuestra sociedad.

El filósofo danés Søren Kierkegaard dijo una vez: «La vida sólo puede entenderse mirando 
hacia atrás, pero debe vivirse mirando hacia adelante». Es más fácil entender lo que 
realmente sucedió cuando ha pasado suficiente tiempo para procesar la realidad de cómo 
esta pandemia ha dado forma a nuestro mundo. Pero no tenemos ese tiempo ahora. 
Tenemos que encontrar rápidamente un entendimiento común sobre la situación actual y 
acordar las medidas colectivas que debemos tomar hoy porque debemos concienciarnos de 
que el mundo después del Covid-19 se definirá por las acciones que tomemos hoy con la 
información que tenemos. Y ahí, aunque no debería ser así, pinchamos en hueso porque eso 
representa trabajar imaginando el futuro que queremos: en los mentideros globales figuran 
ya numerosos catálogos de recetas infalibles para la post-pandemia, cada uno de ellos 
barnizado con el correspondiente sesgo ideológico que prescinde, por cierto, de la cita de 
Kierkegaard y se suelen basar en repetir un pasado que, dicho sea de paso, nos ha 
conducido hasta donde estamos.
Más allá de recetas partidistas, vivir estos tiempos inusuales y difíciles invita a una seria 
reflexión sobre cuestiones importantes y existenciales. Todos nos estamos haciendo las 
mismas preguntas fundamentales: ¿cómo superaremos esto y cómo será el mundo después 
de la Covid-19? Resulta inevitable pensar en esta pandemia como un simulacro de incendio 
para los futuros desafíos globales. ¿Estaremos mejor preparados para responder a la 
emergencia climática y otros desafíos urgentes en materia de sostenibilidad como resultado 
de esta experiencia? El paso por el Covid-19 forzará, por ejemplo, decisiones incómodas y 
de asuntos, aparentemente, nimios sobre comportamientos ecológicos: a medida que los 
consumidores comiencen a priorizar entornos desinfectados, tanto empresas como usuarios 
pueden enfrentarse a una mayor confusión sobre las opciones relacionadas con los 
productos desechables, como los plásticos de un solo uso o como las bolsas de plástico. 

Hasta ahora hemos aprendido, nos guste o no, una importante lección sobre nosotros 
mismos como comunidad humana: estamos interconectados y somos interdependientes los 
unos de los otros en formas en las que nunca nos habíamos planteado. La salud y el 
bienestar de uno mismo depende de la salud y el bienestar de todos, y el mismo principio se 
aplica más allá de las fronteras y regiones. De hecho, nuestra salud colectiva define la salud 
de las empresas y las economías dentro y a través de las naciones. Esta nueva conciencia 
ha dado lugar a un sentido de solidaridad e interdependencia que llega a conmover porque 
claramente se ha puesto de manifiesto que sin solidaridad, especialmente con los más 
vulnerables, todos perderemos. Nadie ha quedado al margen de la pandemia durante las 
últimas semanas, lo que ilustra de manera muy concreta e inmediata cómo los desafíos 
mundiales como el cambio climático o la desigualdad entre los géneros nos afectarán a 
todos, aunque parezcan menos concretos o apremiantes en este momento.

Reflexionemos también, sin embargo, un momento sobre los elementos más preocupantes 
de la lucha contra la pandemia en todo el mundo; es cierto que, por un lado, nos ha reunido 
para apoyar a los necesitados en nuestros propios barrios y comunidades, también nos ha 
demostrado cómo los grupos más vulnerables son olvidados con demasiada frecuencia y 
dejados atrás ¿para que se valgan por sí mismos?. 
Uno es el de nuestros mayores, abandonados (sí, abandonados en muchos casos) en, a 
veces, lujosas y carísimas residencias que se han revelado meros almacenes de personas, 
frecuentemente dependientes en alto grado y para las que eso de la salud era un derecho 
que acabó con la vida laboral con la connivencia de casi todos y las muertes de miles de 
ancianos que no están siendo contabilizadas en las estadísticas de los fallecidos por 
coronavirus en Europa. Las dificultades de encontrar equipo de protección personal y la 
lentitud en realizar pruebas en las residencias se han vuelto síntomas de sus necesidades. 
Se cuestionará el aparente fracaso en darle apoyo prioritario a las primeras líneas de 
cuidados y todas las vidas que eso pudo haber cobrado. Entonces, tendremos que tomar 
una decisión. ¿Reconoceremos, valoraremos y financiaremos apropiadamente a un sistema 
integrado que provee apoyo a la comunidad? O, a medida que nuestros recuerdos se 
desvanecen y prima el abandono, ¿permitiremos otra vez que la importancia de este tipo de 
cuidados se pierda en el trasfondo?

Otro de los aspectos más preocupantes de los efectos de esta pandemia es el aumento del 
desempleo y de los desequilibrios sociales. En este sentido, la Organización Internacional 
del Trabajo ha estimado que, desde su primer informe del 18 de marzo sobre los efectos 
de la pandemia, las medidas de bloqueo y confinamiento adoptadas en prácticamente todos 
los países para contener la propagación del virus y la enfermedad han afectado ya a unos 
2.700 millones de trabajadores, provocando que millones de ellos se queden sin trabajo. En 
un reciente informe de la ONG Intermon Oxfam se asegura que, como consecuencia de los 
efectos económicos de autoprotección originados por las medidas en torno a los intentos de 
control de la pandemia, habrá en el mundo más muertes por hambre que por el virus.

El tercer factor de importancia es que esta anunciada crisis de desempleo golpeará más 
duramente a las mujeres, que a menudo tienen trabajos vulnerables y precarios. Las mujeres, 
de hecho, han sido las primeras afectadas por la crisis económica ya que, con ella, las 
mujeres marginadas se desplazaron aún más. En concreto, las mujeres siguen soportando 
una carga doméstica adicional, a menudo como cuidadoras informales en la primera línea 
doméstica o profesional de la infección, y el confinamiento también ha aumentado 
considerablemente el riesgo de este colectivo a sufrir violencia doméstica ante las 
dificultades económicas, la pérdida de los sistemas de apoyo y el encierro en el hogar. Si la 
igualdad de género no era más que una visión lejana antes de la pandemia, ya no se puede 
seguir ignorando la difícil situación en las que se encuentran las mujeres vulnerables de todo 
el mundo. Tenemos una misión muy importante por delante para asegurar que las mujeres y 
las niñas reciban apoyo durante y después de esta crisis. 
Y podríamos seguir, por supuesto, pero todas las respuestas giran alrededor de una única 
pregunta: ¿cómo es el futuro que quiero?. Pensemos en él.

domingo, 12 de julio de 2020

El Día Mundial del Rock.

Con esto de la pandemia, la obligación de clausurar, aún temporalmente, las actividades no 
esenciales, una circunstancia desconocida en Europa desde la primera mitad del siglo 
pasado por motivos muy diferentes, nos ha puesto delante de los ojos una realidad que no 
siempre tenemos presente: la cultura es un bien de primera necesidad. Confinados en casa, 
sentimos la urgente necesidad de oír música, leer libros, ver producciones audiovisuales e 
incluso visitar museos, aunque sea de forma virtual. Cae por su peso la importancia de que 
tengamos los medios para hacerlo así, virtualmente (y no ahondar en la brecha por la 
pobreza, que ese es otro problema – y gordo – que nos ha mostrado la pandemia, pero eso 
es otro tema), y por eso es una gran noticia que los teatros de ópera, las editoriales, las 
productoras y distribuidoras de audiovisual y los museos hayan abierto generosamente sus 
catálogos y sus plataformas, que están siendo muy visitados, lo que reafirma la impresión de 
que esta crisis está cambiando nuestros hábitos más profundamente de lo que pudiera 
parecer.
Zubin Mehta ensayando en Barcelona.
En circunstancias normales, el arte y las humanidades proporcionan un esparcimiento que 
alivia la cotidianeidad, pero realmente sirven, además, para algo bastante más importante: 
nos ayudan a desarrollarnos como personas y refuerzan los lazos que nos mantienen unidos 
como sociedad. “No os limitéis a tocar, cobrar y volver a casa”, dijo el afamado director de 
orquesta Zubin Mehta a los alumnos de una escuela de música; y añadió: “La música tiene el 
poder de hacer que las personas convivan, incluso aquellas que no quieren convivir. ¡Usadlo!

La música, como las otras artes, es un factor de cohesión social. Nos permite conocer el 
mundo interior de otra persona —el compositor, el intérprete, el artista— y, en espejo, 
conocer mejor el nuestro. De ahí, por otra parte, la importancia de apoyar a las escuelas de 
música y reforzar la presencia de las artes en la enseñanza general. 

En estos días, todos apreciamos la importancia de la cultura y agradecemos a los músicos y 
escritores que estén donando gratuitamente su trabajo, pero, además de darles las gracias, 
tenemos que protegerlos para el futuro inmediato. La cultura no es gratis y no se hace sola. 
La crean personas, que comen y pagan facturas como los demás. Compositores, intérpretes, 
escritores, pensadores, actores, dramaturgos, bailarines, pintores, cineastas y demás 
creadores van a necesitar el apoyo de todos, porque se avecinan tiempos difíciles. Es 
imprescindible que, en los próximos meses, España mantenga vivas las estructuras de su 
industria cultural y que, entre las medidas de emergencia que haya que tomar para poner en 
marcha el país después de este obligado parón, nuestros gobernantes tengan en cuenta a la 
cultura y le den la prioridad que le corresponde como el sector esencial que es. De nada 
servirá cubrir las necesidades materiales de la población si no atendemos también las 
morales, que son las que aseguran nuestra convivencia.

Pero esta sensibilidad/dependencia también se da a la inversa y es notable el apoyo a la 
sociedad (especialmente cuando ésta va mal) del, presentado siempre como casquivano, 
mundo de la música. Ahora, que se dedican fechas a conmemorar prácticamente todo, no 
podemos olvidar que mañana, 13 de julio, es el Día Mundial del Rock y, para acallar los 
nacientes e ignorantes pitorreos de algunos al tacharlo de festividad liviana y volátil sólo por 
su nombre, recordemos qué se conmemora y por qué en ese día. Vamos allá. 
 
 
 
A mediados de los años 80 del siglo pasado, las comunidades situadas en el cuerno de 
África vivían una situación de hambruna atroz, siendo Etiopía y Somalia los países más 
perjudicados hasta el punto que casi un millón de personas perdieron la vida solo en Etiopía 
entre los años 1984 y 1985. La cadena británica de televisión BBC mostró al mundo lo que 
ocurría, lo que impulsó al músico y actor irlandés Bob Geldof (vocalista de la banda The 
boomtown rats) a viajar para conocer sobre el terreno lo que estaba pasando en África y, 
cuando lo vio, se propuso volcarse en el problema y trabajar para dar forma a un plan de 
ayuda a esta región del mundo y, junto con su amigo Midge Ure, cantante del grupo Ultravox
lograron comunicarse con la mayoría de los grandes y reconocidos artistas, en principio, 
europeos de la época que, sin problema en participar, manifestaron de manera voluntaria su 
predisposición a colaborar y así Geldof y Ure fundaron la organización "Band Aid Trust", la 
cual grabó en 1984 Do They Know It's Christmas? (¿Saben que es Navidad?), canción de 
gran éxito mundial que, junto a We Are the World (Somos el mundo), grabada en 1985 por 
los grandes artistas de Estados Unidos que se les unieron, fueron los grandes himnos del 
proyecto que terminó llamándose Live Aid (traducido en español, Ayuda en Vivo), 
consiguiendo que se sumaran a la causa humanitaria artistas muy reconocidos del panorama 
musical.

El proyecto se cimentaba en reunir sobre un mismo escenario a las bandas y artistas más 
convocantes e influyentes de los géneros del rock y el pop, teniendo una presencia 
mayoritaria del primer género mencionado. Asimismo, Geldof tendría pensado el desdoblar 
su idea organizando dos escenarios en simultaneo, eligiendo para ello el Wembley Stadium 
de la capital del Reino Unido y el John F. Kennedy Stadium, de Filadelfia en los Estados 
Unidos. Al final lo que resultó este megaevento, contó con la participación de artistas 
reconocidos de ambas márgenes del Atlántico, tales como Queen, Led Zeppelin, Black 
Sabbath, Judas Priest, Duran Duran, Sting, Scorpions, Billy Joel, Mick Jagger, Carlos 
Santana, Stevie Wonder, Paul McCartney y varios otros que se convertirían en iconos del 
género con el paso de los años, hasta un total de 74 artistas o grupos.

Con todos estos ingredientes el Live Aid finalmente se inauguró el 13 de julio de 1985, 
desarrollándose a lo largo de 16 horas en simultáneo, entre Londres y Filadelfia (se sumaron 
a última hora Sidney y Moscú), siendo a su vez retransmitido en vivo y en directo a 72 países, 
convirtiéndose en uno de los eventos más vistos y asistidos en la historia. Gracias a la unión 
de los artistas y el aporte de los espectadores del evento, Live Aid consiguió superar la suma 
de los 100 millones de dólares, los cuales fueron destinados al fondo de salvación para las 
víctimas de la hambruna del África. La trascendencia que tuvo el acto benéfico, más la 
importancia en la organización del evento, la asistencia del público en general y la presencia 
mayoritaria de artistas del género del rock en este evento, terminó por fijar a partir de este 
evento al 13 de julio como fecha conmemorativa del Día Mundial del Rock.  
 
 
 
Para la pequeña historia queda que en Wembley salieron ese día Sade, Spandau Ballet, 
Ultravox, Elvis Costello, U2, Phil Collins (que realizó la machada de tomar un avión cuando 
acabó su actuación y plantarse también en Filadelfia para actuar, siendo el único que lo hizo) 
y otros que hoy forman parte de la historia de la música tras romper el fuego Status Quo; 
según el público presente, la mejor de todas fue la participación de Queen, quien se lució 
tocando versiones recortadas -para ajustarse a los quince minutos por artista- de seis de sus 
mejores clásicos, de los que We Are The Champions fue interpretada, como ya era 
costumbre, como un himno por todos los presentes. Freddie Mercury también dio un 
impresionante duelo vocal con el público, muy característico en sus conciertos. La actuación 
de Queen en Live Aid fue elegida a través de una encuesta musical como el mejor concierto 
de rock de todos los tiempos, logrando el 79% de los votos. Después de casi nueve horas de 
concierto, el último artista en escena fue Paul McCartney, interpretando Let It Be al piano, 
acompañado en coro por Pete Townshend, Bob Geldof, David Bowie y Alison Moyet, 
logrando uno de los momentos musicales más emocionantes del concierto.

Por lo que se refiere a Estados Unidos, 4 horas más tarde del inicio del concierto de 
Inglaterra comenzó el de Filadelfia, siendo el afamado actor Jack Nicholson el presentador 
de dicho evento y abriendo el show el consolidado artista canadiense Bryan Adams. Luego, 
una gran cantidad de artistas y bandas se hicieron presentes con sus actuaciones y después 
de una interpretación de Blowin' in the Wind por Bob Dylan, Lionel Ritchie aparece en escena 
invitando a todos los artistas presentes, como lo hizo Geldof en el concierto de Londres, para 
interpretar la canción que fue el gran himno de Live Aid - America: We Are the World
compuesto el año anterior por Ritchie y Michael Jackson, quien no pudo estar presente en el 
evento por motivos de trabajo. La interpretación de We Are the World por todos los artistas y 
por un coro de niños sobre el escenario (que después se grabó también en estudio para su 
comercialización), fue el momento de mayor emoción de todo el concierto, logrando el 
aplauso general de todos los asistentes y del mundo entero, dando paso al cierre final del 
evento. Live Aid, duró en total más de 16 horas y fue visto por más de 3.000 millones de 
personas en todo el mundo. 
 
 
No es esta la única vez que el mundo de la música se ha puesto al lado de la sociedad 
(incluso en cuestiones políticas) y, sin ánimo de ser exhaustivo, como en el Live Aid, en la 
historia se han producido conciertos benéficos por distintas causas en los que las mejores 
bandas se han unido para conseguir un objetivo común:

- The Concert for Bangladesh (1 de agosto 1971).- Organizado por el exbeatle George 
Harrison, en el Madison Square Garden de Nueva York, este evento pretendía recaudar 
fondos para la ayuda humanitaria en Bangladesh. Se recaudaron 250.000 dólares en el 
propio concierto y hasta 12 millones de dólares posteriormente con las ventas de la cinta del 
mismo.
- The concert for the New York City (20 de octubre de 2001).- Tras los ataques terroristas del 
11M en las Torres Gemelas de Nueva York varios artistas dieron un gran concierto en el 
Madison Square Garden de la misma ciudad. Fue organizado por el también exbeatle Paul 
McCartney y participaron más de 60 artistas.
- Live 8 (2 de julio de 2005).- Este concierto se organizó para presionar a los líderes del G8 
para que se comprometieran a combatir la pobreza en regiones como África. Participaron 
bandas como U2, Paul McCartney, Deep Purple, Coldplay, o Madonna. Y tuvo lugar en varias 
ciudades del mundo: Londres, Filadelfia, París, Berlín, Roma y otras.
- Live Earth (7 de julio de 2007).- Organizado por el documentalista y exvicepresidente de los 
Estados Unidos Al Gore tuvo lugar este concierto en distintas partes del mundo para crear 
conciencia sobre el cambio climático. Algunas de las bandas participantes fueron Génesis, 
Bon Jovi, Linkin Park, The Smashing Pumpkins… 
 
 
 
Los artistas serán esenciales para “reconstruir” mejor después de esta crisis, en la que, por 
otra parte, ha habido un gran acceso a contenidos culturales en línea gracias, precisamente, 
a la generosidad e iniciativa de artistas e instituciones. Mostrando con ello su papel 
fundamental como fuente de resiliencia para el ciudadano confinado. Además, las industrias 
culturales representan, según la UNESCO, el 3 % de la economía global y generan 29,5 
millones de empleos en todo el mundo. Por todo ello, larga vida al Día Mundial del Rock.

domingo, 5 de julio de 2020

¿No aprendemos de una crisis a otra?

Hace diez años, cuando empezábamos a ser conscientes de la debacle económico-financiera, 
de valores y, a la postre, social en la que nos había sumido la crisis de entonces, poco se 
podía imaginar nadie que, pocos años después, esa crisis y sus efectos se quedaría en 
pañales ante la actual, nacida, como todo el mundo sabe a estas alturas, a consecuencia de 
una inesperada e incontrolada crisis sanitaria, de alcance mundial, por la actuación de un virus 
desconocido, el hoy famoso Covid-19. De cara a la necesaria normalización de la actividad 
posterior al paso de la peor época de la crisis, efectuamos entonces unas reflexiones en torno 
a la ética en los negocios que hoy, diez años después, conservan toda su vigencia y que 
resumimos a continuación, sin menoscabo, naturalmente, de quien desee actualizar la lectura 
íntegra.

.../...
Tradicionalmente, los conceptos de ética y empresa se han situado en planos de realidad 
diferentes. Mientras la ética se ha vinculado con la subjetividad, con la aplicación correcta del 
libre albedrío, con lo que cada uno cree que está bien o mal, con el modo de ser, de estar y de 
actuar ante la realidad circundante o incluso con la forma de “hacer las cosas bien desde todos 
los puntos de vista posibles”, la empresa, por el contrario, se ha concebido como un ente 
objetivo, ligado a los resultados económicos y regido, por tanto, por criterios económicos y no 
morales. Hoy en día la situación está en plena evolución, de forma que no hay congreso o 
conferencia empresarial que no se ocupe de relacionar las palabras “ética” y “empresa”, en 
concreto al hablar de la ética empresarial, máxime si se considera la evidencia, que nadie 
pone en duda, de que hay empresas (sobre todo tecnológicas) que han salido reforzadas de 
estas crisis.

En una conferencia dictada en 1993 en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de 
Monterrey (México), con el título de “La ética en la vida profesional”, por el extinto Rafael 
Termes1, que en esos momentos formaba parte del Consejo Rector de la Asociación para el 
Progreso de la Dirección después de haber sido durante casi quince años el gran patrón de 
la banca española, el ponente, de entrada, ponía sobre la mesa unas reflexiones que definían 
la estructura de razonamiento para el acercamiento entre dos conceptos aparentemente 
antagónicos como son, precisamente, la ética y la empresa, abarcando ambiciosamente 
varios puntos de vista: “La ética viene en socorro de la economía, porque los problemas 
derivados de los efectos externos parecen muy propios de la ética: ¿«tengo derecho» a 
verter las aguas sucias de mi fábrica al río o sus humos al prado vecino? ¿Es superior el 
derecho de los perjudicados al de los trabajadores, cuyo nivel de vida depende de la 
continuidad de la fábrica contaminante? ¿Y el derecho de los consumidores a tener bienes 
baratos? ¿Es ético limitar el acceso de otras empresas a las patentes que he conseguido 
con mis investigaciones?” La conclusión temprana, que desarrollaba magistralmente en la 
ponencia era que “en los negocios: «business are business». Sin embargo, en los últimos 
años muchas empresas se han percatado de los beneficios económicos que supone 
«portarse bien». Códigos de ética, cursos de formación y desarrollo, incentivos a los 
empleados, han hecho más productivos los negocios. Hoy, los directivos enfrentan un gran 
reto: ¿son los resultados el único motivo para conducirse éticamente en la vida empresarial?” 
Hay que reconocer cierto sentido de anticipación en el enfoque, mucho antes de que se 
empezara a valorar la importancia de un concepto que hoy ya sí empieza a calar en todos 
cual es el de Responsabilidad social de la empresa. 
La ética empresarial, la ética de los negocios, debe entenderse, desde estas modestas 
líneas, como la parte de la ética que se ocupa del estudio de las cuestiones normativas o 
conductuales de naturaleza moral que se plantean en el mundo de lo negocios, abarcando la 
gestión empresarial, la organización de una compañía, las relaciones internas, las conductas 
en el mercado, las decisiones comerciales, etc. También se ocupa con frecuencia la ética 
empresarial del estudio de las virtudes personales que han de estar presente en el mundo de 
los negocios. Se trata de mostrar que tales virtudes forman parte de la correcta comprensión 
de lo que es una buena vida para un directivo, para el grupo de personas que forman una 
organización o para la sociedad más amplia en que la organización misma se integra.

Aunque las empresas están compuestas por personas, y aunque el carácter privado de éstas 
tiene al final importancia decisiva en el perfil ético de las compañías, las responsabilidades 
corporativas no siempre coinciden con las individuales, los métodos de decisión pueden 
diferir de los personales, los principios y objetivos de las organizaciones están a veces a un 
nivel diferente que los de las personas y los valores corporativos no tienen por qué 
identificarse con los valores personales de los miembros de la organización. En definitiva, la 
ética empresarial tiene componentes - las propias empresas como entes - que la distinguen 
netamente de la ética individual.

Mientras la ética individual apela a la conciencia o a la razón de cada persona, la ética de las 
organizaciones ha de apelar a su equivalente organizativo, representado por procesos que 
determinan las decisiones y comportamientos de las organizaciones. Hay sobradas razones 
para plantearse la necesidad de una ética empresarial, entre las que destaca el detalle de 
que, para que sea reconocida, ha de hacerse pública; no puede quedar como habitualmente 
sucede en las convicciones morales individuales, en el ámbito privado. Enfrentadas a sus 
responsabilidades, las empresas no pueden albergar "sentimientos" morales (culpabilidad, 
vergüenza, orgullo, sentido del deber) como les sucede a las personas que han tenido alguna 
educación moral. Las organizaciones han de responder a sus responsabilidades con 
decisiones colectivas; no obstante, la ética individual y la ética organizacional no pueden ir 
separadas toda vez que quienes realizan las tareas en las empresas son personas concretas 
con su ética privada y sus convicciones personales sobre qué se debe hacer en cada 
momento, de tal suerte que, con frecuencia, la ética atribuible a las decisiones empresariales 
es, ni más ni menos, que el reflejo de la ética individual (o falta de ella) de las personas que 
han tomado esas decisiones. Quizá este aspecto es más detectable y se percibe con más 
intensidad en los comportamientos internos, en las relaciones interpersonales dentro de la 
empresa.
Mirando hacia atrás, es a mediados del siglo XX, con la aparición de las primeras escuelas 
de negocios gestadas a partir de modelos teóricos de actuación, cuando se produjo la 
primera confrontación entre los conceptos de "ética" como ciencia y "empresa" como teoría 
de gestión, abriéndose el estudio de las connotaciones comunes a modelos en los que se 
concibe a la empresa como una comunidad de personas, y empezándose tímidamente a 
desarrollar las primeras teorías de responsabilidad social con criterios de justicia en el reparto 
del valor económico de las compañías. 

A partir de las características de este período y de las condiciones económico-sociales que 
se crearon surgen las primeras ramas de aplicación de la ética: bioética, ética y comunicación, 
ética económica y empresarial, ética del desarrollo, ética medioambiental, ética profesional y 
toda una amplia gama de reflexiones éticas acerca de fenómenos centrales en la vida 
humana. La Business Ethics, “la ética de los negocios”, como una de las variantes de la ética 
aplicada, aparece con fuerza en Estados Unidos, aunque buena parte del mundo europeo la 
prefirió rotular como “ética de la empresa”, tal vez porque la sociedad americana concibe a la 
empresa como un negocio de usar y (si le conviene) tirar, mientras que el europeo invita a 
entender la empresa como un grupo humano, que lleva adelante una tarea valiosa para la 
sociedad.

Esta idea de la nueva ética empresarial se extendió por Europa, América Latina y Oriente. 
Hay que decir que algunas personas se asombraban de la idea de ligar dos términos como 
“ética” y “empresa”, olvidando el pequeño detalle de que el fundador del liberalismo 
económico, Adam Smith, era profesor de filosofía moral y creía que la economía era una 
actividad capaz de generar mayor libertad y por ende mayor felicidad; conviene recordar, 
pues, que la empresa industrial no surgió a espalda de valores éticos. Tras los escándalos 
de corrupción de la época en Norteamérica (Watergate, Lockheed, Gulf Oil, etc) y algunos 
parecidos en otros países, la sociedad recuerda que la confianza es un recurso demasiado 
escaso, cuando constituye la unión de los miembros de la misma, por lo que las empresas 
emblemáticas refuerzan la vigilancia sobre su propia conducta; la ética se impone como una 
necesidad.

En los años siguientes se observa un movimiento oscilatorio iniciado por la influencia de los 
modelos industriales tradicionales anglosajones, que conducen a la sensación de que la ética 
vuelve a estar ausente de las decisiones empresariales y que el pragmatismo y el positivismo 
económico no deja resquicio a las teorías humanistas: es el inicio del paréntesis del alegre e 
inconsciente “España va bien” y, en consecuencia, todo vale. Han de suceder nuevamente 
algunos episodios escandalosos de todos conocidos para que se inicie el camino de vuelta a 
la razón y se perciba el inicio de un proceso profundo y acelerado de cambios, que llega con 
la fuerza de un tsunami para impregnar todos los ámbitos de la sociedad. 
A raíz de esta concienciación, el concepto de empresa ha sufrido un vuelco espectacular que 
ha llevado a resaltar que tiene una importante responsabilidad social con la comunidad a la 
que sirve, con independencia de las responsabilidades individuales de sus componentes2
En este sentido va calando poco a poco (y quizá con esfuerzo) la idea de que, si bien es 
cierto que el comportamiento moral acertado no siempre recompensa económicamente e 
incluso que la falta de ética puede resultar rentable a corto plazo, cada vez es más fuerte el 
convencimiento de que, a la larga, un comportamiento vicioso acaba resultando no rentable. 

Y ese convencimiento cabe atribuirlo en una parte importante a la globalización y a la 
facilidad de circulación de la información, (más rápida y a más lugares) que hace que las 
empresas tengan que ser cada día más transparentes y asumir que están vigiladas (en algún 
caso, la expresión más acertada es “controladas”) por los organismos de supervisión,
asociaciones de consumidores, los propios competidores, etc3. Dicho de otra forma, como 
feedback necesario, la empresa ha de ser sensible a las demandas de la sociedad para 
garantizar su supervivencia, y si el entorno le solicita un comportamiento ético, podría ser 
ruinoso a la larga el no poder atenderlo. 

.../…
En definitiva, una sociedad ética es una sociedad más eficiente y en ese sentido, la ética es 
rentable, pero será para todos, para la sociedad, no necesariamente para cada individuo. En 
efecto, ante cualquier situación pueden cumplirse siempre las reglas éticas y eso puede 
resultar rentable para todos excepto, a primera vista, para quien decide cumplir si los demás 
no cumplen las reglas. O puede decidir no cumplirlas sabiendo que los demás las cumplen. 
Esto parece muy «razonable» porque entonces la conducta no-ética es rentable para uno, al 
menos a corto plazo: “si todos actúan éticamente, los clientes no sospecharán que yo no lo 
hago, con lo que saldré beneficiado” (es el caso del «viajero sin billete»: si el tren funciona 
normalmente porque todos pagan, el «aprovechado» sale ganando). Ahora bien, a la larga, 
el resultado de ese comportamiento es el animar a no cumplir las reglas éticas: si se miente, 
cada vez habrá más competidores que también lo harán (somos humanos). Y cuando 
muchos lo hagan todos saldrán perdiendo, porque se crearán situaciones del tipo «dilema del 
prisionero»: si todos dicen la verdad, todos salen ganando; si alguno no dice la verdad, el 
mundo resultante es el peor de todos. 

Las conductas, tanto las éticas como las inmorales, se extienden a largo plazo como una 
mancha de aceite por el aprendizaje individual y social, que lleva al sujeto a hacer lo bueno o 
lo malo y enseñar a los demás a hacerlo: las personas aprenden de los demás como «por 
contagio». En definitiva, la falta de ética puede ser rentable a corto plazo, para algunos, en 
algunas ocasiones. La ética es siempre rentable a largo plazo para el conjunto de la 
sociedad, que proscribe a quien o no la utiliza o la manipula en beneficio propio. 

.../…

Y si no, es la propia sociedad la que está enferma. Tendremos ocasión de verlo analizando 
“cómo” se sale de la actual endiablada situación. 
 
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1Rafael Termes Carreró, 1918 – 2005, fue doctor ingeniero industrial, académico de número de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras de Barcelona y de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, fue consejero delegado en el Banco Popular y, posteriormente, presidente de la Asociación Española de Banca (AEB) entre 1977 y 1990. En el ámbito educativo y formativo, fue Doctor honoris causa por la Universidad Francisco Marroquín, de Guatemala, profesor de Finanzas del IESE, de la Universidad de Navarra, desde su fundación en 1958. Fue también director del campus del IESE en Madrid desde 1997, cargo en el que cesó en junio de 2000, para ser nombrado presidente de honor del mismo.

2No puede ser casual en este sentido que la actualización del Código Penal español incluya la responsabilidad penal de la empresa, y no ya sólo del directivo 

3Cabe aplicar aquí la conocida sentencia de Abraham Lincoln (otros la atribuyen a John F. Kennedy o a Winston Churchill), de que “se puede engañar a algunos todo el tiempo; se puede engañar a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”