domingo, 30 de enero de 2022

En el adiós a Ricardo Bofill.

El Taller de Arquitectura, aprovechando los silos de la antigua cementera.

Esta pandemia de nunca acabar, ya sabéis, la del coronavirus Covid-19, acabó hace un par de semanas, el día 14 de enero exactamente, además de muchas otras, con la vida de Ricardo Bofill Levi a los 82 años de edad, uno de los arquitectos de aquí más conocidos fuera de nuestras fronteras y más cosmopolita, considerado como uno de los máximos representantes del estilo pos-modernista de la arquitectura española contemporánea, no exento de polémica, con obras repartidas por medio mundo. Como profesional rompió moldes, filmando, además, un par de documentales cinematográficos de teme social que hoy son objeto de culto, y en 1963, fundó un grupo formado, no sólo por arquitectos, sino también por ingenieros, sociólogos y filósofos, sentando las bases para lo que hoy es el Taller de Arquitectura de Sant Just Desvern (Barcelona) – posteriormente se extendería a París y New York -, un equipo internacional para dedicarse al diseño urbano, arquitectura, diseños de parques y jardines, y diseño de interiores, con el que se pudieron abordar proyectos de diversa naturaleza en diferentes partes del mundo, basados en la convicción conceptual de que una ciudad debe estar formada por calles y plazas, en oposición al modelo actual adoptado en la construcción de bloques aislados separados por amplios espacios abiertos. El modelo resultante es el de una ciudad mediterránea sostenible, con espacios públicos bien definidos, y en el que sus habitantes tienen todos los servicios básicos a una distancia razonable de sus casas, adaptando los proyectos, lógicamente, a las realidades culturales de cada lugar. Así nacieron, entre otros, y sólo por hablar de diseño urbano, la Place de l'Europe (Luxemburgo), Nova Karlin (Praga), Port Praski (Varsovia), Nueva Castellana (Madrid), nuevo frente marítimo de Tarragona, Nova Bocana del Port (Barcelona), el primigenio proyecto de Puerto Triana (Sevilla), Arteria Central (Boston) y la remodelación de Kobe en Japón. El súmun es el barrio Antigone, en Montpellier, Francia (cuatro millones de metros cuadrados construidos), que es todo un barrio que ha sido diseñado y construido por el Taller de Arquitectura durante veinte años. Muchos de sus proyectos se han convertido en puntos de referencia simbólicos en sus respectivas ubicaciones, lo que no quita que en el momento de su creación se consideraron radicales en grado sumo, generando encendidas polémicas.



Ejemplo de esas polémicas (a las que no son ajenas en este caso los graves problemas de financiación que sufrió al quebrar la constructora ni el hecho de que, ya durante la construcción, se encontraran evidentes y graves deficiencias técnicas cuando las baldosas -además de humedades, grietas en el interior de las viviendas o suelos levantados del primer edificio- empezaron a desprenderse) es el edificio Walden 7, ubicado junto al Taller, en los terrenos de una antigua cementera, uno de los más innovadores y emblemáticos edificios de viviendas de la arquitectura española contemporánea, concebido como un barrio vertical en sí mismo. El nombre del edificio viene del ensayo “Walden” (originalmente Walden, la vida en los bosques), publicado en 1854 por Henry David Thoreau y, especialmente, de “Walden Dos”, novela de ciencia ficción escrita por el psicólogo Burrhus Frederic Skinner en 1948, en la que el autor imagina una utopía tomando como referencia el “Walden” de Thoreau. En esa utopía, todos los miembros de la comunidad son felices, trabajan, no para enriquecerse, y pueden dedicar el tiempo restante a hacer lo que cada uno quiera. La comunidad entera se considera al cuidado de todos los hijos, deshaciéndose así de la idea de familia basada en los lazos de sangre. En esa comunidad los problemas son resueltos a través de la aplicación de la ciencia, explicando en la novela ciertos sistemas que son una mejora sobre los sistemas usados en las comunidades y sociedades actuales, con el objetivo principal de que cada miembro sea feliz como un individuo mientras funciona como parte de un colectivo. Con estos antecedentes, se proyectó en 1970 el edificio que originalmente se llamó Ciudad del Espacio y que se pensó en construir inicialmente en Madrid; consistía en la construcción de una gran cantidad de viviendas autogestionadas para simular una pequeña ciudad en vertical, con casas y pisos, calles, tiendas y comercios en su interior. La mitad de la superficie en planta se destinaría a usos comunitarios, circulaciones y jardines. De esta forma, aún con una densidad relativamente alta, se podía contrarrestar por el espacio en vertical. Lo formaban inicialmente 446 viviendas, y actualmente residen en él unos mil vecinos. Como curiosidad, el escritor José Agustín Goytisolo (1928 - 1999), antiguo vecino del edificio, publicaría un libro de poemas donde hace referencia al mismo, y el aparcamiento está decorado hoy con pinturas como de Mondrian y con las palabras de Goytisolo como esta breve poesía:


Igual que en cueva o castillo mágico

todo iba a cambiar en aquel sitio,

todo iba a cambiar porque en el sueño

las cosas imposibles ocurren fácilmente”



Sin embargo, repasada muy por encima, como humilde homenaje, la vasta obra del arquitecto desaparecido y alguna de las polémicas que generó, nos fijaremos para nuestras reflexiones en que Ricardo era hijo del también arquitecto nacionalista catalán Emilio Bofill y Benessat, y que, seguramente influenciado por lo que respiraba en su casa, fue expulsado de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona por sus actividades políticas, prosiguiendo sus estudios y obteniendo el título en la Escuela de Arquitectura de Ginebra, Suiza. Si tenemos en cuenta que esta expulsión se produjo en 1957, ya empieza a barruntarse que la posguerra (la represión por motivos políticos) es – “es”, no “fue” - más larga en el tiempo de lo que se nos viene diciendo. Es más, conozco de fuente fiable un caso similar, ocurrido, mira por dónde, también en una Escuela de Arquitectura, una docena de años después que el episodio Bofill: resulta que por razones económicas familiares alguien tuvo que abandonar los estudios de arquitectura; cuando, al poco tiempo pretendió continuarlos encontró una maraña de trabas burocráticas que se lo impedían hasta que a la diligente secretaria se le escapó que había una nota en el expediente académico que prohibía la matriculación para cualquier titulación y en cualquier universidad de España, especialmente en Escuelas de Arquitectura, por constar el titular como rojillo al haber sido delegado de curso (!!). Al no poder hacer como Bofill, seguir estudiando en el extranjero, y desechada la Arquitectura, el único camino era acceder a los estudios por la puerta de atrás (que había, más difícil, claro) y hay que decir que, por lo que sé, el resultado fue satisfactorio. Y, como esos, infinidad de casos en las universidades hasta hoy mismo porque las olas de lo que fue el régimen de Franco no cesan de golpear nuestro presente. A cada día, a cada instante, nos vemos asaltados por fotogramas del pasado; la mayoría de ellos se refieren a la brutal represión física sobre la que se construyó el franquismo, pero el universo represivo del franquismo fue mucho más amplio de lo que esos dramáticos restos del pasado nos dejan ver. Por lo menos desde comienzos del presente siglo, trabajos pioneros comenzaron a ofrecer un espectro más amplio de la represión, llamando la atención sobre la represión socioeconómica y cultural. El franquismo, como otros regímenes dictatoriales de la Europa de entreguerras, no puede entenderse sin el control social y la represión que ejercieron contra los sectores más desafectos de las sociedades sobre las que se construyeron. Represión física, represión cultural y represión socioeconómica fueron los tres pilares de la violencia política del franquismo y la represión cultural no puede ser entendida sin la existencia de una “Cultura de la Victoria” que abrazaron los vencedores; surgida en los días de la Guerra (in)Civil, consagraba la existencia de, por un lado, una “verdadera España”, colmada de los valores espirituales y patrióticos defendidos por los rebeldes durante la contienda; y por otro, delimitaba los límites de esa comunidad nacional, apuntando a una “anti-España”, identificada con los partidarios de la II República o, simplemente, con los “no afectos”. Fue esa cultura de no-reconciliación y de guerra sobre la que se construyó la España del franquismo, de la represión de acero, y fue interiorizada por muchos vencedores. Y así, no es raro que, junto al propio lucro personal, fuese el motor explicativo de la otra pata, la represión socioeconómica. Sólo así se justifica cómo, tanto desde las instituciones como en las esferas más locales, los vencidos fueron lanzados contra los muros del hambre más absoluta, condenados a las largas colas de racionamiento, a alimentarse con productos de deficiente calidad, a un pequeño estraperlo por el que eran castigados, a unas condiciones laborales penosas o a ser despojados de sus empleos y bienes.1



Da que pensar que estas líneas fueron publicadas en 2011, antes de la aparición y eclosión de formaciones políticas nostálgicas de formas de convivencia y gobierno de un pasado que creíamos superado; quedémonos en el recuerdo del desaparecido Bofill y su obra, y esperemos que en todo se imponga el sentido común y ciertos personajes sean capaces de asumir que el pasado (obscuro e intransigente) es eso, pasado. 

 

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1Claudio Hernández Burgos / Miguel Ángel Del Arco Blanco: Más allá de las tapias de los cementerios: la represión cultural y socioeconómica en la España franquista (1936-1951), Cuadernos de Historia Contemporánea, vol. 33

 

domingo, 23 de enero de 2022

Recuerdos y "recuerdos".


Cuando se oye la palabra “recuerdos” se suele asociar a la rememoranza de hechos agradables (prescindiendo, en general y de forma subconsciente, de los desagradables) en el ámbito personal que causan una cierta añoranza de tiempos pasados que son eso, pasados, asumiendo inteligente y conscientemente que, por definición, jamás podrán volver. Ya se ha repetido suficientemente, también en este blog, que la nostalgia del ayer es comúnmente un error que nos puede quitar fuerzas para el hoy. Otra cosa son los llamados también recuerdos, pero colectivos, esos retazos de historia que en el fondo nos han marcado como sociedad y que se magnifican, menosprecian u olvidan según sea la dirección del viento político de turno, como se puede observar mirando simplemente las efemérides que se conmemoran en cada fecha. Hace pocos días nos hacíamos eco, en estas líneas, del período histórico en que la parafernalia nazi se enseñoreaba de la ciudad de Barcelona y se comentaba de pasada de que eso fue consecuencia de la entrada en ella de las tropas franquistas en enero de 1939, al final de la guerra (in)civil, hace ahora, este mes, 83 años.



Pero si hay una (triste) efemérides para recordar de ese enero de 1939 es la orgía de operaciones de bombardeo/castigo sobre la población civil cuando ya se sabia ganada la guerra por los que resultaron vencedores.
Hay que empezar admitiendo la principal novedad en este aspecto de la contienda española de 1936 a 1939: «por primera vez en la historia la aviación fue utilizada intensamente en misiones de bombardeo sobre la retaguardia1». A decir de numerosos historiadores, “hasta entonces, la guerra quedaba circunscrita a campos de batalla de pocos kilómetros y las víctimas eran exclusivamente hombres y en edad militar [...] A partir de la guerra española las víctimas podían estar a centenares de kilómetros de los lugares del enfrentamiento bélico y ser sencillamente población civil indefensa2ya que el bando sublevado utilizó en repetidas ocasiones el "bombardeo de terror", como lo llaman algunos estudiosos, cuyo único objetivo era la población civil para desmoralizarla y empujarla a la rendición. Esta estrategia se inició en Madrid cuando en noviembre de 1936 fracasó el ataque frontal franquista contra la ciudad y continuó con el bombardeo de Durango, el bombardeo de Gernika, el bombardeo de Lleida, los bombardeos aéreos de Barcelona en enero y en marzo de 1938, el bombardeo del mercado central de Alicante, el bombardeo de Granollers y los bombardeos sobre diversas poblaciones catalanas en los meses finales de la guerra, especialmente los de Figueres, y cuyas víctimas principales fueron mujeres y niños en un momento en el que ya se sabía que el ejército republicano ya no existía en Catalunya. El único posible caso censado de "bombardeo de terror" por parte del bando republicano fue el de Cabra (Córdoba) en noviembre de 1938, pero todo parece indicar que se trató de un terrible error cometido por los pilotos que confundieron el mercadillo de la ciudad con un campamento de tiendas de campaña de una unidad italiana que, según la orden que habían recibido, había que buscar y destruir. Los conflictos armados tienen esos “riesgos colaterales”.



En el caso de Catalunya, a
l convertirse en un punto estratégico de recepción de material bélico, con gran actividad de la industria de guerra, centrales energéticas, importantes puertos y nudos de comunicación, fue un objetivo prioritario de los bombardeos aéreos y navales. Además, en 1938, Barcelona era la capital de los tres gobiernos republicanos: el central, el vasco y el catalán. Más de 140 poblaciones catalanas fueron bombardeadas a lo largo del conflicto. Aparte de Barcelona —la ciudad más castigada—, fueron especialmente sangrientos los ataques que padecieron ciudades como Lleida, Les Borges Blanques, Granollers, Badalona, Manresa, Girona, Figueres3, Reus o Tarragona. Sólo entre el 25 de diciembre de 1938 y el 15 de enero de 1939 serían bombardeadas, al menos, 36 localidades catalanas. El primer bombardeo conocido sobre Catalunya se produjo por mar contra la ciudad de Roses (Girona) el 30 de octubre de 1936 ya que, durante los últimos meses de ese año, los ataques contra la costa catalana fueron navales hasta que, a principios de 1937, la aviación italiana establecida en Mallorca (que se había convertido en el portaaviones de Mussolini) inició su campaña de bombardeos sobre el litoral catalán y valenciano. La mayoría de los ataques aéreos que afectaron los núcleos urbanos y que, en consecuencia, causaron más víctimas mortales, fueron obra de la aviación italiana. Esto no siempre ni en todos los lugares fue así.



El 26 de abril de 1937 la
alemana Legión Condor, al servicio de Franco, arrasó Gernika, en el primer bombardeo masivo de la historia de una población civil; primero los aviones bombarderos arrojaron toneladas de bombas explosivas e incendiarias, luego los cazas se dedicaron a ametrallar a la población fugitiva. El fuego provocado por el bombardeo se extendió a toda la localidad, que entre las bombas y el incendio quedó reducida a escombros. El ataque, iniciado por la mañana, duró todo el día. La prensa y el Cuartel General de los sublevados (de los nacionales o franquistas) atribuyo la destrucción de Gernika a los mismos republicanos ("los rojos", tal como los llamaban los sublevados). Durante años Franco mantuvo esta versión de los hechos pese a la documentación que salió a la luz de la propia Legión Condor. "Guernica fue violada e incendiada por los marxistas antes de su huida." (Francisco Franco, 19-6-1950). Sin embargo, Gernika no fue la primera: el 1 de abril de 1937, un mes antes, la aviación republicana y la nacional se enzarzaron en dos de los peores bombardeos de toda la guerra, en una matanza ocurrida en Andalucía y menos conocida, un acontecimiento que quedó en el olvido en una secuencia de terror contra la población civil desde ambos bandos que se saldó con muchos más muertos que en la localidad vasca. Los bombarderos republicanos sobre Córdoba (ciudad controlada por el bando nacional bajo el mando del general Queipo de Llano), donde no causaron daños, tuvieron su respuesta, con orden firmada por el propio Queipo, sobre Jaén, donde una sola pasada letal de seis bombarderos Junckers pilotados por españoles, y no alemanes, dejó 158 víctimas, especialmente ancianos, mujeres y niños, más que en Gernika, aunque el bombardeo de Jaén, y otros, se considera “acción de guerra”, pese a que realmente fuera una operación de castigo y terror sobre la población civil, ya que no existía un frente en ese momento en Jaén, ni objetivos militares.



Pero volvamos a Catalunya y a enero de 1939, en el que f
ueron bombardeadas casi todas las localidades situadas entre Barcelona y Tarragona; entre los días 18 y 21 de enero Sitges, Vilanova i la Geltrú y Vilafranca del Penedés fueron bombardeadas desencadenando el pánico entre la población y numerosas víctimas, el 19 de enero fue atacada Manresa y al día siguiente Vic y Manlleu, produciéndose numerosísimas víctimas; el 23 Martorell y el 25 Monistrol de Montserrat (que quedó prácticamente en ruinas). Más hacia el norte, la ciudad de Girona, que no había sufrido prácticamente ningún bombardeo importante, fue atacada prácticamente a diario desde el 27 de enero. Los días 24, 25 y 26 fue bombardeada Granollers, el 25 fue bombardeada Arenys de Mar y el 26, el mismo día en que las tropas franquistas entraban en Barcelona, eran bombardeadas Malgrat de Mar, El Masnou y Premiá de Mar. El resto de ciudades de Catalunya también se vieron muy afectadas por los bombardeos efectuados en su mayoría por la Aviación Legionaria italiana con base en Mallorca. En el desenfreno, después del fatídico enero, los días 28 y 29 de febrero se produjeron los bombardeos de La Garriga, en los que resultaron muertas 14 personas. Como síntoma, al ser inscritas en el registro civil se especificó que el motivo de su muerte había sido el "bombardeo que sufrió [la localidad] con ocasión de su liberación por el glorioso ejército nacional". Los bombardeos franquistas también se dirigieron hacia la población civil que huía hacia Francia, atacando mujeres, niños y ancianos. Estas acciones, de una gran crueldad, difícilmente justificables desde un punto de vista militar4, respondían a la política de eliminación sistemática del enemigo que el general Franco ejerció durante la guerra, en política que siguió en la larga posguerra.



L
o que queda fuera de duda es que todos los bombardeos sobre poblaciones civiles son, cuando menos, injustos y nuestra guerra tuvo bombardeos en zonas civiles de los dos bandos y, aunque no existe un consenso entre los historiadores sobre la cifra exacta de víctimas causadas por los bombardeos, sí que existe cierto acuerdo en considerar que fueron "varios miles" de personas las fallecidas a causa de ellos. En cambio el acuerdo es total en considerar que los bombardeos del bando franquista (sublevado) causaron muchas más víctimas que los del bando republicano. Y todo eso en enero de hace 83 años. ¿Recuerdos de añoranza? ¿Para quién?

 

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1La guerra española (1936-1939) marca un punto de inflexión en la guerra aérea pese a que la utilización de la aviación en conflictos bélicos se remonta a principios del siglo XX; los primeros bombardeos aéreos fueron ejecutados por el ejército italiano en Libia en el año 1911 y durante la Primera Guerra Mundial tuvieron un papel secundario. Los bombardeos intensivos y continuados que se sufrieron en la zona republicana durante la guerra (in)civil fueron ejemplo de un nuevo modelo de enfrentamiento bélico, en el que la retaguardia se convirtió en frente de guerra y la población civil, en blanco por parte de los agresores. Tras la guerra española, la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) consagró, por primera vez, la relevancia estratégica de la aviación parar decantar la victoria final. Los aviones de Hitler bombardearon Inglaterra, Francia, Bélgica y la Unión Soviética y los aliados convirtieron en ruinas la ciudad alemana de Dresde. El conflicto culminó con el lanzamiento de la bomba atómica por parte de la aviación norteamericana sobre les ciudades japonesas de Hiroshima —el 6 de agosto de 1945— y Nagasaki, tres días después. A partir de entonces y durante la segunda mitad del siglo XX, los ataques aéreos se incrementaron en los conflictos armados más trascendentes: en 1972, los aviones norteamericanos utilizaron en Vietnam las primeras bombas “inteligentes”, que permiten ser teledirigidas hacia su objetivo. Después de la guerra fría, en las postrimerías de siglo XX, son destacados los ataques aéreos durante la guerra del Golfo (1991), los bombardeos sobre Sarajevo (1992-1996), que motivaron destacadas muestras de solidaridad en toda Cataluña y, especialmente, en Barcelona, y los de la OTAN sobre Serbia (1999). Ya en el siglo XXI debe significarse el papel de la aviación y de los bombardeos durante la guerra de Irak (2003). Las protestas que tuvieron lugar en Barcelona contra estos ataques motivaron las siguientes palabras de George W. Bush , ex presidente de los Estados Unidos: «La política de seguridad de un país no puede verse influenciada por la cantidad de gente que participe en la manifestación de Barcelona». Y más recientemente, el ataque con fósforo blanco —prohibido internacionalmente— contra la población de Palestina por parte de Israel (2008-2009) o los bombardeos contra Libia (2011)

2Josep Maria Solé i Sabaté, Joan Villarroya, España en llamas. La guerra civil desde el aire.

3La comarca del Alt Empordà, capital Figueres, fue una de las comarcas con más víctimas a consecuencia de los bombardeos, en total 338 personas. Los objetivos fueron en principio la estación y las líneas férreas de Portbou y el puente de doble vía de Colera. También recibieron bombardeos Llançà, Port de la Selva, Vilajïuïga y, especialmente, Figueres, ya que la carretera de Figueres a El Pertús era una de las principales vías de comunicación entre Cataluña y Francia, y el Castillo de Sant Ferran, centro neurálgico del ejército republicano en la zona, hacían de la capital del Alt Empordà un importante objetivo militar. En 1939, durante las últimas semanas de la Guerra Civil en Cataluña, los ataques sobre la ciudad se intensificaron con el objetivo de colapsar las vías de comunicación con Francia y evitar que se convirtiera en un núcleo de resistencia. En febrero de 1939, los ataques aéreos se dirigieron hacia los lugares donde se habían refugiado las principales autoridades de la República y de la Generalitat de Catalunya ante el avance franquista: Manuel Azaña (presidente de la República) en La Vajol, Juan Negrín (presidente del Gobierno) en Agullana, y José Antonio Aguirre (presidente del Gobierno Vasco) y Lluís Companys (presidente de la Generalitat de Catalunya) en el Mas Perxés, entre Agullana y La Vajol.

4Y siguen hoy en el candelero, gozando de parabienes, a juzgar por la reciente decisión del Ayuntamiento de Madrid de reponer en el callejero el nombre de “Crucero Baleares”, de triste memoria, ya que la hazaña por la que se le conoce más es que en febrero de 1937 participa junto con los cruceros “Canarias” y “Almirante Cervera” a favor de los sublevados, bombardeando a quienes huían de Málaga por la única salida del cerco de la ciudad —la carretera costera de Málaga a Almería— en el triste episodio que se conocerá como "La Desbandá" o la Masacre de la carretera Málaga-Almería y que se calcula que causó más de 12.800 víctimas civiles, según noticias con fotografías publicadas en el The New York times pese a los esfuerzos de Franco por evitarlo.

 

domingo, 16 de enero de 2022

La Barcelona nazi.


La caída de Barcelona en manos franquistas el 26 de enero de 1939, hace ahora 83 
años, puso formalmente punto y final, en la ciudad y en el país, a tres años de guerra 
(in)civil en España. Pero no vamos a recordar aquí la atroz e inacabable posguerra 
(250.000 detenidos por “delitos de opinión”), sino un capítulo sobre el que se suele 
pasar de puntillas si se tiene en cuenta quién ganó la Segunda Guerra Mundial, cuáles 
fueron los perdedores (menos en España) y que España es ahora (sobre el papel, que 
todo lo aguanta) un estado democrático aunque con tintes autoritarios ¿heredados?, 
cual es la “Barcelona nazi”. La ocupación del espacio público barcelonés desde 1939 a 
1945 con esvásticas y actos fascistas se explica gracias a la complicidad evidente de 
las autoridades locales y provinciales, que articularon una red de simpatías y 
reconocimientos mutuos entre los regímenes de Hitler, Mussolini y Franco. El 
entusiasmo por la nueva Europa de la Alemania nazi que se veía triunfadora, y las 
promesas de futuro para España del régimen fascista italiano se desplegaban con una 
operación de imagen contundente. El número dos de Hitler, Heinrich Himmler (viajando 
en octubre de 1940 por toda España, aprovechando también el viaje para el chusco 
episodio de la búsqueda del Santo Grial en el Monasterio de Montserrat), el yerno de
Mussolini y Ministro de Exteriores de la Italia fascista, el conde Galeazzo Ciano (el 10 
de julio de 1939, cuya llegada a Barcelona fue organizada bajo la supervisión directa 
del segundo hombre más poderoso de la dictadura franquista, Ramón Serrano Suñer), 
y una larga lista de autoridades y delegaciones italianas y alemanas visitaron Barcelona 
y ocuparon simbólicamente los principales edificios de la ciudad: Ajuntament, 
Parlament de Catalunya, Palau de la Música Catalana, Universitat de Barcelona, Teatre 
Tívoli, etc. Las actividades organizadas se pusieron al servicio del triunfalismo 
ideológico del régimen: exhibiciones deportivas, actuaciones musicales, conferencias y 
exposiciones. Barcelona había entrado con su toma por las tropas franquistas en el 
sistema europeo nazi-fascista, como ya lo había hecho políticamente la España de 
Franco.

 

El impacto visual de las esvásticas presidiendo el escenario del Palau de la Música 
Catalana, o los jóvenes hitlerianos haciendo guardia en el Teatre Tívoli, eran la metáfora 
perfecta de los nuevos tiempos de la ciudad, ya que, como si fuera un ritual asumido 
por Barcelona, cada año la colonia alemana celebraba su calendario de forma colectiva 
y pública conmemorando las fechas y fiestas señaladas del imaginario nazi: el Día de la 
Cosecha, la Fiesta Nacional del Trabajo, el Día de los Caídos de Noviembre, el 
aniversario del dictador nazi... con una total y absoluta impunidad, y bajo la mirada 
comprensiva y la simpatía de los nuevos gobernantes, de forma que la colonia nazi 
invitaba a dirigentes del Partido Nacionalsocialista Alemán para que visitasen Barcelona 
y celebrasen con sus compatriotas las grandes festividades del III Reich en la España 
“neutral”. Mientras tanto, el alcalde, el gobernador civil y el capitán general, los 
tenientes de alcalde, rectores universitarios, obispos y canónigos, periodistas y nuevos 
intelectuales se deleitaban ante la parafernalia y las coreografías importadas de la 
Alemania nazi. Barcelona también acogió la visita de otros miembros de las estructuras 
políticas, sociales y culturales fascistas y nazis. Representantes de las diferentes 
organizaciones políticas, sindicales y culturales de los estados alemán e italiano 
también hicieron acto de presencia en la capital catalana. Siguiendo la organización 
jerárquica y piramidal vigente, los nuevos visitantes reproducían las consignas y las 
directrices marcadas siempre desde la superioridad. Su presencia era la expresión de 
los nuevos valores que se querían implantar y que en Barcelona tenían el equivalente 
franquista en el Frente de Juventudes y en la Sección Femenina.

 

Uno de los aspectos más importantes de la presencia alemana en Barcelona fue la 
celebración de diversas exposiciones, que reflejaban la pujanza del III Reich en todo 
tipo de ámbitos: la arquitectura, la artesanía, la industria del libro, etc. Aparte de 
muestras relativamente pequeñas, como la de artesanía, destacaron dos grandes 
exposiciones: la Exposición del Libro Alemán y la Exposición de Arquitectura Moderna 
Alemana. La primera se organizó en el paraninfo del edificio histórico de la Universitat 
de Barcelona el mes de febrero de 1941, engalanada con diversas esvásticas y el 
paraninfo fue presidido por una gran bandera nazi y por bustos de Franco y de Hitler; 
se expusieron libros alemanes y españoles, de temática nazi, entre los cuales destacó 
una edición de 1940 de Mein Kampf, de Adolf Hitler. La Exposición de Arquitectura 
Moderna Alemana, celebrada en el Palau del Parlament, en el parque de la Ciutadella, 
cuya fachada fue decorada con grandes esvásticas y banderas rojigualdas españolas, 
el mes de octubre de 1942, fue la muestra más importante de ese tipo que llegó a 
Barcelona en aquellos años y traía a la ciudad uno de los aspectos más esplendorosos 
de la “nueva” Alemania: el nuevo urbanismo y las intervenciones arquitectónicas 
gigantescas en ciudades como Berlín. Comisariada por Albert Speer —arquitecto de 
confianza de Hitler y futuro ministro de Armamentos del III Reich— y acompañada de la 
edición bilingüe de un libro-catálogo, la exposición recogía las principales maquetas del 
nuevo Berlín y se añadieron todo tipo de ilustraciones de la nueva arquitectura rural. 

 

Hay acciones menos vistosas pero que también demuestran la ocupación nazi de 
Barcelona. Cuando, en 1941, las tropas alemanas cruzaron la frontera entre la Polonia 
ocupada por los nazis y la que había quedado bajo control soviético en 1939, todos los 
europeos pronazis o simplemente progermánicos, entendieron que había llegado la 
hora culminante de la guerra: la destrucción de la Rusia bolchevique y la implantación 
del “nuevo orden” continental. La España franquista también quiso participar en el 
futuro reparto del botín y organizó la División Azul, un colectivo de unos 45.000 
voluntarios, básicamente falangistas, bajo mando militar leal por juramento público a 
Hitler, que irían a luchar al llamado frente del Este (principalmente la actual San 
Petersburgo), al lado de otros europeos antibolcheviques. El Ayuntamiento de 
Barcelona se abocó con entusiasmo a colaborar en esta misión europea organizando la 
recogida de comida y preparando un envío de víveres como obsequio de Navidad. Todo 
era poco para celebrar la nueva hora europea anticomunista, la gran cruzada 
continental contra el bolchevismo, y todo el mundo, incluso la Barcelona franquista, 
tenía que estar presente. 

 

La Segunda Guerra Mundial incidió en la Barcelona franquista de esa época de 
ocupación en dos aspectos; en primer lugar, la neutralidad oficial —no real— de la 
dictadura permitió que la ciudad fuera el escenario de dos episodios relevantes: los 
intercambios de prisioneros aliados (sobre todo, británicos y norteamericanos) y 
alemanes en los meses de octubre de 1943 y mayo de 1944. En ambos casos, el 
puerto de Barcelona fue el marco geográfico donde se llevaron a cabo los intercambios, 
bajo la atenta mirada de las autoridades franquistas provinciales y locales, que en 
ningún momento escondieron sus simpatías por el bando alemán. Además, las señoras 
de la alta sociedad local pudieron lucir sus mejores galas y buenos sentimientos, 
ofreciendo alimentos y consuelo a los heridos, en unas imágenes muy típicas de 
enaltecimiento del franquismo local. El segundo aspecto fue, lógicamente, la evolución 
de la guerra. En julio de 1943, después de la caída del régimen fascista de Mussolini, la 
presencia italiana en Barcelona casi desapareció y, a partir de la primavera de 1944, a 
medida que se hacía evidente el repliegue alemán, empezaron a ser noticia las 
actividades culturales de los británicos, de entre las que destacan una exposición de 
libros y un encuentro organizado por la Cámara de Comercio Británica y presidida por
el embajador. Poco a poco, los franquistas barceloneses se fueron apartando del amigo 
alemán —aunque no del todo— y empezaron a cultivar las relaciones con británicos y 
norteamericanos, incrementando los actos públicos, las inauguraciones de cursos, 
exposiciones, etc. Empezaba a ser la hora de cambiar públicamente de amigos y 
acabar con la estética (sólo la estética) nazi del franquismo en Barcelona.

 

Alguien ha dicho que, con el rumbo que está tomando la sociedad, si no se te llama 
nazi o terrorista, no eres nadie políticamente; viene a cuento, pues, al identificar la 
política del franquismo con la política nazi y/o fascista traer a colación la ley de Godwin 
o regla de analogías nazis de Godwin, técnicamente un enunciado pese a que se 
popularizó con el nombre de ley, propuesta por el abogado estadounidense Wayne 
Michael Godwin, de quien toma el nombre, en 1990, y que establece que “A medida 
que una discusión en línea se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación 
en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno”, de forma que existe una 
tradición general no escrita en grupos serios de tertulia que demuestra que en cuanto 
se mencione una determinada comparación similar a la descrita en el enunciado, la 
discusión se cierra y quienquiera que la usara la pierde. Así, la ley de Godwin 
proporciona un límite a las intervenciones de los grupos. De hecho, así es como 
muchos participantes conocen la ley, que sólo pretende evitar un abuso conversacional 
intransigente1, porque muchas veces se menciona simplemente a Hitler o al nazismo 
para que una posible confrontación objetiva de posiciones políticas se convierta en una 
discusión absolutamente subjetiva sobre el bien y el mal o cómo se interpretan éstos en 
cada quién. Bajo esta premisa quedan fácilmente descalificadas algunas “ocurrencias 
pseudo-políticas” que en el fondo no denotan sino ignorancia e incapacidad de 
argumentar como lazis (en alusión a los lazos amarillos en Catalunya), feminazis (por 
feministas), etc. No, el nazismo es (porque aún vive) algo más serio que un juego de 
palabras.
 

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1En determinadas ocasiones, hacer mención a Hitler o a los nazis es una manera totalmente apropiada de argumentar un punto de vista. Por ejemplo, si se discute los méritos relativos de un líder particular, y alguien dice algo como "es un líder bueno, mira cómo ha mejorado la economía", se podría decir que "el simple hecho de mejorar la economía no significa que sea un líder bueno. Incluso Hitler mejoró la economía". Algunos verían ésta como una comparación válida, ya que se usa a Hitler porque es un líder a quien todos conocen y, por tanto, no es necesario explicar el ejemplo. Otros dirían, por el contrario, que la ley de Godwin es especialmente aplicable a la situación descrita, ya que la mera mención de Hitler es un llamamiento inevitable a las emociones y un ataque tácito ad hominem al líder objeto de la comparación, ambos inadmisibles. Hitler tiene demasiadas connotaciones negativas como para usarlo como una comparación a cualquier otra cosa, con la excepción de otros dictadores. Así pues, y según esta última argumentación, la ley de Godwin permanece veraz y aplicable.

 

miércoles, 12 de enero de 2022

Reseña: "El mundo sin nosotros".

 


Por una de aquellas casualidades que a veces pasan, cuando está aún fresquita la tinta de nuestras reflexiones sobre la reciente cumbre sobre el cambio climático, COP26 de Glasgow, Escocia, y cuando el motivo de discusión climática es, con el mismo tono de preguntarse si son galgos o podencos, determinar si las nucleares y el gas producen, o no, energía verde (por temas de intereses económicos inmediatos, subvenciones y esas cosas, no os vayáis a creer que es por temas del medio ambiente), ha caído en mis manos el libro, publicado en 2007, The world without us (El mundo sin nosotros en su versión en castellano, que también existe, por Random House Mondadori, creo), del escritor, periodista y profesor estadounidense de periodismo y de estudios latinoamericanos en la Universidad del Estado de Arizona y anteriormente en la Prescott y Williams, Alan Weisman, cuyo prólogo empieza así: “Ana María Santi, india zápara, se rehúsa a comer carne de mono araña. Y arguye: Si nos rebajamos a comernos a nuestros antepasados preguntó- qué nos queda? Ya se han acabado los tapires y las codornices y los hombres, también indios záparas, ya no encuentran qué cazar. La disyuntiva deja entrever que tanto los záparas como el Alto Amazonas estarían condenados a extinguirse.…”, planteando disyuntivas conforme la humanidad avanza hacia el futuro que diseñamos y preguntándose si involuntariamente no estaremos envenenando o hirviendo a fuego lento el planeta con nosotros dentro, como en la conocida fábula de la rana y la cazuela. La verdad es que en pocos años han pasado algunas cosas que habría que considerar: cuando éramos más jóvenes no existía ninguna preocupación por el medio ambiente y si una fábrica contaminaba, se escuchaba a los mayores que decían: “es el precio del progreso”, el hombre reinaba sobre TODOS los animales con “naturalidad” y loans ecologistas, esos bichos raros, casi no existían; sólo Jacques Yves Cousteau documentaba en solitario el mundo submarino y procuraba inculcar la necesidad de respetar a los demás animales porque también eran seres vivos y compartíamos con ellos este maravilloso planeta llamado Tierra. Tampoco se hablaba sobre los derechos de los niños, ni nadie se preocupaba de la violencia hacia la mujer. Los derechos humanos seguían en pañales y había más preocupación en violarlos que en respetarlos.Ahora todo esto es diferente. Al menos hay una aparente preocupación entre las relaciones de humanos y animales. Estamos -por ejemplo- llenos de defensores del pueblo y en todo el mundo se levantan voces condenatorias contra las guerras y el terrorismo, sea cual sea su naturaleza. Claro que no basta. Tampoco garantiza un futuro sin guerras, ni menos la amenaza de un flagelo nuclear. Pero de haberlo, en el futuro próximo o lejano nadie imagina este planeta sin vida. Algo o alguien quedarán para contarlo.


Todas las ilustraciones, de Kenn Brown, inspiradas en la obra de Weisman.

H
emos usado y abusado del agua y del suelo, de modo que ahora queda mucho menos de ambas cosas, y hemos pisoteado a miles de especies animales que probablemente ya no reaparecerán. Dado el proceso imparable de deterioro del planeta, el autor apela al instinto de conservación, para luego formular su gran supuesto, que llama experimento mental creativo: supongamos que ha ocurrido lo peor, que la extinción humana es un hecho consumado e imaginemos un mundo del que súbitamente hemos desaparecido, mañana mismo, miremos a nuestro alrededor, al mundo actual, nuestra casa, nuestra ciudad, la tierra que nos rodea, el pavimento que pisamos y el suelo que se oculta debajo. Dejemos todo ello en su lugar, pero extraigamos a los seres humanos; borrémonos a nosotros mismos y veamos lo que queda. El experimento mental de Weisman se enfoca en dos cuestiones primarias: ¿cómo reaccionaría la naturaleza frente a la desaparición de la humanidad? y ¿qué legado dejarían los humanos en ella tras su ausencia?, de tal forma que, después de la justificación conceptual de su experimento, Weisman formula las primeras doce preguntas que se transforman en su plataforma para iniciar la búsqueda de las respuestas entrevistando a científicos y viajando, al menos, por cuatro continentes: África, Asia, Europa y América. Las preguntas son:

1) ¿Cómo respondería el resto de la naturaleza si de repente se viera liberada de la constante presión que ejercemos sobre ella y sobre los demás organismos?

2) ¿Podría el clima volver a ser como antes de que encendiéramos todos nuestros motores?

3) ¿Y cuánto tardaría en hacerlo?

4) ¿Cuánto tiempo haría falta para que se recuperara el terreno perdido y restaurar el Edén al modo en que debía de resplandecer y oler al día antes de la aparición de Adán, o el Homo habilis?

5) ¿Podría la naturaleza llegar a borrar completamente cualquier rastro de nosotros?

6) ¿Cómo desharía nuestras monumentales ciudades y obras públicas, y cómo reduciría de nuevo nuestros miles de plásticos y productos sintéticos tóxicos al estado de productos básicos inocuos?

7) ¿O es que algunos de ellos son tan antinaturales que resultarían indestructibles?

8)) ¿Y qué sería de nuestras mejores creaciones: nuestra arquitectura, nuestro arte, nuestras numerosas manifestaciones espirituales?

9) ¿Hay alguna de ellas realmente eterna, o al menos lo suficiente para durar hasta que el sol se expanda y reduzca nuestra tierra a cenizas?

10) ¿Sería posible que hubiéramos dejado alguna leve marca perdurable en el universo?

11) ¿Algún eterno resplandor, o eco, de una humanidad terrestre?,

12) ¿Algún signo interplanetario de que una vez estuvimos aquí?



En el fondo, cada interrogante es en sí mismo una idea abierta para que un lector cuestione su paso por la vida e inicie su propia investigación, meditando sobre cómo el hombre ha empujado a algunas especies a una extinción tan absoluta que no es probable que dichas especies, o su ADN, vuelvan a reaparecer jamás. Dado que algunas de las cosas que hemos hecho probablemente son irrevocables, lo que quedaría en nuestra ausencia no sería el mismo planeta que habría sido en el caso de, de entrada, jamás hubiéramos evolucionado. Tres ejes temáticos se combinan en la obra:

a) el tiempo geológico (el tiempo como fenómeno relativo);

b) la vida de la naturaleza que la explica desde los organismos unicelulares hasta los animales de gran peso que aún quedan como los hipopótamos, elefantes, rinocerontes, jirafas, leones, cebras, etc., sin dejar de atender las especies arbóreas; es decir, la megafauna y la megaflora;

c) el hombre, su evolución y el proceso de depredación que genera nichos vacíos de los que, según Weisman, la naturaleza ya ha superado antes peores pérdidas, y ha rellenado esos nichos sustraídos.



Weisman t
oma el enfoque del imperialismo ecológico del biólogo Alfred Crosby para explicar el proceso destructivo y se eleva lo suficiente en el tiempo para mostrar el mundo justo antes de nosotros con un interludio interglaciar para denotar la abundante presencia de CO2 y sus perniciosos efectos, que ha generado el género humano y que según palabras del profesor de estudios ambientales y biología de la Universidad de Nueva York Tyler Volk, habrán de pasar 100 mil años para que esta emanación descienda a los niveles prehumanos. Del hielo al zoológico perdido. Hay una conclusión: no necesitamos, por ejemplo, disparar a las aves canoras para eliminarlas del cielo; basta con quitarles lo suficiente de su hábitat o de su sustento, y caerán muertas por sí solas En este contexto desolador auspiciado por los humanos se encuentra la paradoja africana; por su impresionante colección de animales, África es un gran museo. Con base en este enorme acervo biológico, Weisman formula una pregunta, ¿Se propagarán estos animales por todo el planeta cuando nosotros ya no estemos? y concluye: la adaptabilidad es la clave del más apto, y la extinción de una especie representa la evolución de la otra. De la sobrevivencia pasa a lo que se destruye. La barbarie de la guerra y la fuerza de la naturaleza tienen algo en común: las dos destruyen lo que el hombre construye. Lo que vale son las entrañas de este paisaje. Nueve clases distintas plásticos se mezclan en el mar. Cuando se haga polvo el zooplancton se las tragará. Ahora mismo mil millones de toneladas de plástico están circulando. Harán falta cien mil años para que se degraden. Mientras tanto, todos los seres vivos seguirán comiendo plástico, porque desaparece la agricultura y las acciones de fertilizar, fumigar, etc.. Cesa también el engorde de ganado, cerdos, pollos cabras, ovejas, etc., y Weisman asume que en un mundo sin humanos, la brusca interrupción de toda fertilización agraria artificial liberaría de manera instantánea de un enorme presión química a las zonas bióticas más ricas de la tierra. La tierra sin agricultura forja el destino de las maravillas del mundo antiguo y moderno. También regresarán los ríos a sus antiguos cauces, se recuperarán los bosques y volverá el libre flujo de animales, jaguares, panteras, tapir y aves. De nuevo el mundo sin guerra pese a que la guerra puede condenar a verdaderos infiernos a los ecosistemas terrestres, como atestiguan las envenenadas selvas de Vietnam. El legado humano es la reacción en cadena. Si abandonáramos este mundo mañana dejaríamos atrás 30,000 cabezas nucleares intactas. Para entonces, fuera lo que fuere lo que viviera en el planeta habría de vérselas todavía con la escoria, todavía letal, de plantas nucleares, tarea nada fácil porque tendría que lidiar con este lastre humano por 4,500 millones de años. Antes del exterminio, habrá que hacer nuestro registro geológico. Se trata de las minas para extraer carbón y diamantes y el riesgo de que el permafrost del Ártico se deshaga y libere alrededor de 400,000 millones de toneladas de metano. Si se diera esta liberación se podría llevar el calentamiento global a niveles jamás vistos desde la extinción pérmica, hace 250 millones de años.



El peligro está en nosotros mismos. La posibilidades de que todos nosotros nos vayamos al mismo tiempo, y no digamos en un futuro próximo, son escasas, pero entran dentro de lo posible;
la probabilidad de que solo se mueran los humanos, dejando que todo lo demás continúe, es aún más remota; pero a pesar de ello, es mayor que cero. En esta partida quienes nos echarían de menos serían los piojos de la cabeza y los piojos del cuerpo. Pero mientras eso no suceda el hombre estará amenazado por los virus de alto riesgo como el Ébola, el Marburg, el VIH, el versátil virus del Covid, el virus de la peste porcina, el virus influenza, las vacas locas, la gripe aviar, etc. Más allá de todos los perjuicios y excesos y de las maravillas creadas por los humanos está el arte que nos trasciende. Las obras de arte elaboradas en bronce, así como las ondas de radio perdurarán hasta el lejano día en que el Sol, ya envejecido, se caliente más de lo debido, y la tierra finalmente termine.



Y en este contexto apocalíptico, ¿qué decir de las religiones, los futuros alternativos que ofrecen las tres grandes religiones del mundo el islam, el judaísmo y el cristianismo? Las tres discrepan sobre quiénes son “los buenos” para merecer ese futuro mejor
por lo que creer en cualquiera de ellas requiere de un acto de fe. En tanto que la ciencia tampoco ofrece criterio alguno para seleccionar a los supervivientes aparte de la evolución de los más aptos, y en el ámbito de cada uno de estos credos nacen porcentajes similares de individuos más fuertes y más débiles. En suma, la obra, a su manera, invoca al sentido común para reconsiderar una nueva ética de la tierra. Aunque después de todo, llevado al extremo, como dice el doctor en física teórica Lawrence Maxwell. Krauss en su libro de 2005 Historia de un átomo, la extinción (en cualquiera de sus formas) es una parte esencial de la vida.



P. S.- No debe ser casual que todos los expertos consultados y todas las referencias en la obra sean de ámbito estadounidense. Ahí se queda.