domingo, 24 de diciembre de 2017

Noche de paz

Estamos en Navidad.

Olvidando la vertiente comercial de estas fechas, lo cierto es que el recogimiento y la convivencia que se propugnan en estos días siempre se han acompañado con música, más o menos festiva, y que, para nosotros, "siempre ha estado ahí", sin plantearnos ni tan siquiera si, tal como solemos pensar, son todas ellas piezas tradicionales y anónimas.
No tiene importancia, claro, pero fijémonos hoy, para desmontar ese reflejo automático, en la que es seguramente la canción de Navidad más popular en todo el mundo, de autores identificados: Noche de paz.

Noche de paz, o Noche de paz, noche de amor (Stille Nacht, heilige Nacht) es una canción navideña austriaca compuesta originalmente en alemán por el maestro de escuela y organista Franz Xaver Gruber y con letra del sacerdote Joseph Mohr (curiosamente, no se conoce al autor de su versión en castellano).
Fue interpretada por primera vez el 24 de diciembre de  1818 en la iglesia de San Nicolás (Nikolauskirche) de Obendorf, Austria, acompañada  sólo por la guitarra e interpretada por Mohr, y su difusión fuera del ámbito restringido de aquella población parece que comenzó en 1833 gracias a un organista de Fügen, de nombre Maurach y es que, cuando en ese año interpretó junto a otros músicos melodías tirolesas en Leipzig, la canción Stille Nacht, heilige Nacht fue la que atrajo el interés del público.

Se presume que el villancico ha sido traducido a más de 300 idiomas en todo el mundo y que es el más popular de todos los tiempos. La cifra puede ser superior, si se tiene en cuenta la acción de misioneros cristianos en los cinco continentes que lo han traducido a innumerables idiomas gracias a la facilidad de su interpretación, su brevedad y que puede ser cantado sin acompañamiento instrumental.
Como curiosidad, la canción fue cantada simultáneamente en inglés y en alemán durante la Tregua de Navidad de 1914, durante la Primera Guerra Mundial,​ al ser el único villancico conocido por los soldados de ambos frentes.
Fue exitosamente grabada por más de 500 artistas en célebres y conocidas versiones cantadas, así como en instrumentales. Existen también versiones muy apreciadas de corales en todo el mundo.

Aprovechemos, pues, la audición del villancico, para desear eso, la paz, y una feliz Navidad a la gente de buena voluntad, y venturoso 2018 también a la gente de buena voluntad.

viernes, 15 de diciembre de 2017

Yo, por ahí, no paso

En la ya lejana época escolar, de otra época social también, en las Escuelas Nacionales para niños número 2 (las niñas iban a otras escuelas, destinadas a ellas, con asignaturas diferentes), en las que el voluntarioso maestro D.Manuel Ruiz hacía cada día lo que podía por desasnarnos, siempre había, como en todos los grupos humanos, lo que podríamos llamar, por diferentes motivos, protagonistas y actores de reparto, lo cual no hay que asimilarlo de forma automática a que tuvieran o no esos actores dotes de liderazgo, que es otra cosa, pese a que sí, éstas pueden ser detectables a temprana edad. 

Dentro de esos protagonistas de esa época recuerdo ahora a Alejandro, que vivía en el centro del pueblo, junto a la imprenta de los Jardinillos, y que era muy popular porque cada quince días se pasaba por el quiosco de Joaquinito o por la papelería El niño Jesús para aprovisionarse de los tebeos que les habían llegado y que después compartía en su lectura con los compañeros de la escuela, arremolinados a su espalda durante el recreo leyendo como podían por encima de su hombro. El colmo del ejercicio de ese protagonismo para algunos era ¡que se los prestaba para que los leyeran en su casa y se los devolviera después! No recuerdo que ningún tebeo se le devolviera estropeado o fuera del plazo acordado. Así pudimos leer, los que no podíamos comprarlos, las "emocionantes" aventuras de Yuki el temerario, El aguilucho, Espartaco, etc, además de los archiconocidos como El capitán Trueno o El guerrero del antifaz, entre otros.

Para ser ecuánime evocando los hechos, a Alejandro le corresponde en este relato el protagonismo de su generosidad al compartir los tebeos sin pedir nada a cambio (que no es poco, digno de elogio y agradecimiento, por supuesto), pero el paso previo, el de adquirirlos, evidentemente, no lo podía dar él por sí mismo. Y lo podía hacer porque su familia se puede decir que, en aquella sociedad, se podía considerar privilegiada en muchos aspectos y, económicamente, se podía permitir ciertos lujos como era el de comprar los anhelados tebeos. Resulta que el padre de Alejandro, al que recuerdo alto, muy delgado y ágil de movimientos, trabajaba en un banco (para ser exactos, en el Banco Español de Crédito, entonces EL banco) como ordenanza1, lo que le confería un prestigio y respeto social considerables, junto con una envidiable estabilidad económica. ¡Ahí es nada, un ordenanza del banco! Todo un personaje, sí señor, aunque, eso sí, nada que ver con el relumbrón del director de la oficina del banco, integrante, junto con el alcalde, el médico, el cura y el comandante del puesto de la Guardia Civil, de las fuerzas vivas del pueblo, presentes en todos los actos oficiales y con un poder casi taumatúrgico (o sea, realizando prodigios, fenómenos considerados sobrenaturales o más allá de las capacidades humanas) en sus relaciones con los paisanos, decidiendo siempre con plena libertad y a su albedrío incuestionable a quién, dónde y cómo recibir/escuchar/atender.

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Demos un salto en el tiempo, y, comparando situaciones, nos podemos preguntar lícitamente por qué hace unos años todos los trabajadores relacionados con las entidades financieras eran laboralmente, envidiados y, desde luego, socialmente, respetados sin fisuras, mientras que hoy, en general, generan cierta desconfianza y están "mal vistos" hasta el punto de que incluso los técnicos de las empresas de selección tuercen el gesto ante un candidato (con independencia de su perfil académico) que sólo acredita experiencia anterior concentrada en la banca, Los motivos de este cambio son variopintos, naturalmente, y sin ánimo de ser exhaustivos, nos detendremos en algunos (sólo algunos) que, además, nos permitirán reflexionar sobre hacia dónde parecen ir los tiros en la gestión de eso que llaman Recursos Humanos, o sea, personas.

En finanzas, particularmente en las domésticas, la confianza personal es básica en la relación y es normal que el empleado que gana la de un cliente se convierte en su confidente/confesor, a veces hasta en temas que nada tienen que ver con las finanzas (¿nadie ha reparado en el cliente que se queda como un náufrago en el patio de operaciones de una entidad sin saber qué hacer cuando le dicen que su gestor, con quien habla siempre, está de vacaciones?). Esta confianza ¿mutua? era asumida como la promotora de un continuo juego de toma y daca, en la que el empleado proponía a los clientes (excepto a los integrados en las carteras de valores, cuyo perfil solía ser diferente) productos financieros que, más o menos, les podían interesar y que siempre se les ofrecía con el señuelo de personalizados y con el argumento final de venta de "Confía en mí. ¿Te he engañado yo alguna vez?" para derribar barreras, que en esos momentos, en general, era verdad.

Y en este escenario de confianza2 basada en la gestión exclusivamente financiera, confluyen unos factores, aparentemente deslavazados pero que, unidos, producen resultados, digamos que llamativos. 

Uno es la entrada de España en la Comunidad Económica Europea (CEE), germen de la actual Unión Europea (UE) en 1985, lo que produjo un cierto desasosiego en el sistema financiero, temeroso de la prevista competencia de la banca extranjera, con un mayor abanico de productos, algunos de cierta complejidad debido a una, en general, mayor cultura financiera más allá de los Pirineos. Otro es que poco a poco en esos años va calando la idea de que Hacienda somos todos (menos para la Fiscalía, que, asombrosamente, en sede judicial, afirmó recientemente – sin que nadie haya sido cesado, luego debe ser verdad – que eso solo era un slogan publicitario) porque es sabida la existencia de bolsas de dinero negro, ajeno al control tributario, que se pretenden regularizar. El gobierno, con la colaboración de la banca, pone en el mercado unos productos del Tesoro Público de baja rentabilidad nacidos realmente con otro objetivo que, con la garantía de inmunidad a sus titulares, permiten aflorar ese dinero, y otros productos no vinculados al Tesoro como los AFROS3, destinados a aquellos titulares que se oponían a facilitar directamente su nombre al Tesoro. 

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La banca "descubre" entonces que en sus empresas de seguros participadas existen productos parafinancieros cuya titularidad no es necesario comunicar a Hacienda, salvo que ésta requiera expresamente el listado de titulares, y sobre esa laguna legal monta todo un sistema (cuyas consecuencias aún colean treinta años después) de venta en las oficinas bancarias, con objetivos numéricos de resultados en su venta, de unos aparentes Seguros de Vida de prima única4, que no eran sino depósitos, en general al plazo de un año, bien retribuídos, y con el mensaje de que Hacienda seguiría desconociendo su existencia. Lo cierto es que cuando algunas entidades entraron a saco en el tema, Hacienda les requirió el listado de titulares, lo que originó una auténtica conmoción a todos los niveles; en algunas entidades se procedió a una partida de ajedrez en que los directores y gestores cambiaron de casilla de inmediato para evitar problemas, incluso físicos5, con la clientela, que se sentía engañada por su gestor de confianza de toda la vida. En descargo de los empleados, hay que decir que la mayoría desconocía los pormenores del producto y simplemente, suponían que sus mandos les habían asignado objetivos de venta para algo que no podía ser malo, lo que, por otra parte, no deja en muy buen lugar su rigor profesional.

¿Es o no es para que, globalmente, la sensación de respeto social al colectivo se vea afectada? Lo preocupante del caso es que, tal y como reza una de las inexorables leyes de Murphy, si algo puede ir peor, irá peor. ¡Y vaya si puede! Lo curioso es que va a peor y afecta, no sólo a la percepción del grado de confianza y credibilidad del colectivo, sino también al grado de valoración de la calidad profesional del trabajo real a que se les obliga, totalmente alejado de su preparación y capacidades, con una gran parte de protagonismo de las propias entidades de que sea así este deterioro, con lo que se produce la curiosa paradoja de que las mismas organizaciones que figuran en los rankings como las preferidas para trabajar en ellas son las que, a su vez, tienen los empleados menos valorados socialmente.

Por aquello que apuntábamos de querer equiparar en el ámbito doméstico algo de la operativa, para el cliente medio, novedosa, de la banca extranjera ("No hace falta que vayas a la BNP; con nosotros también puedes hacerlo"), las entidades se embarcaron en una dinámica de "colocar" productos financieros complejos, que, frecuentemente, eran desconocidos hasta para el propio empleado al que obligaban a "colocarlos", a los clientes, con la única garantía para ellos de la confianza y credibilidad que le ofrecía el empleado, al que conocían de toda la vida. No hace falta resaltar la evidencia de que al conocerse (y publicarse) los primeros desajustes y las primeras reclamaciones, la imagen del empleado de banca sufrió otro duro revés.

Pero, ¡ay, este Murphy, que no descansa! Llega la crisis (que hoy, desgraciadamente, nos da la razón a quienes defendimos desde el primer momento que no era sólo económica) y con ella el que podríamos llamar el primer engaño financiero organizado masivo, con hondas repercusiones, no sólo económicas sino, en definitiva, sistémicas
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Hagamos algo de memoria: la crisis, conocida como la del 2008 se desató realmente debido al colapso de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos en el año 2006, que provocó hacia octubre de 2007 la llamada crisis de las hipotecas subprime (ya sabéis, aquellas  que se concedieron aún sabiendo que el titularno tenía medios para poder atender el pago de las amortizaciones). Las repercusiones de la crisis hipotecaria comenzaron a manifestarse de manera extremadamente grave desde inicios de 2008, contagiándose primero al sistema financiero estadounidense, y después al internacional, teniendo como consecuencia una profunda crisis de liquidez, y causando, indirectamente, otros fenómenos económicos, como una crisis alimentaria global, diferentes derrumbes bursátiles (como la crisis bursátil de enero de 2008 y la crisis bursátil mundial de octubre de 2008) y, en conjunto, una crisis económica a escala internacional.

En España, el comienzo de esta crisis mundial supuso la explosión añadida de otros problemas: el final de la burbuja inmobiliaria, la crisis bancaria. El primero provocó el aumento del desempleo, lo que condujo inmediatamente a una drástica disminución del crédito a familias y pequeños empresarios por parte de las entidades financieras, lo que unido a algunas políticas de gasto llevadas a cabo por el gobierno central, el elevado déficit público de las administraciones autonómicas y municipales, la corrupción política, el deterioro de la productividad y la competitividad y la alta dependencia del petróleo han contribuido al agravamiento de la crisis entre nosotros. En cuanto al segundo problema, el bancario, hay que partir de la base de que el sistema bancario español fue considerado por diversos analistas como uno de los más sólidos entre las economías de Europa Occidental y de los mejor equipados para soportar una crisis de liquidez, debido a la política bancaria restrictiva que obligaba a mantener un porcentaje de reservas alto en las entidades. Sin embargo, este análisis resultó ser incorrecto por otros factores, ya que, con antelación a la crisis, esta política se relajó y el regulador, el Banco de España, actuó con omisión. Además, el sistema contable de "aprovisionamiento contable" practicado en España, que como hoy ya se sabe, no supera los estándares mínimos del International Accounting Standards Board (IASB - Junta de Normas Internacionales de Contabilidad, organismo independiente del sector privado que desarrolla y aprueba las Normas Internacionales de Información Financiera), permitió dar una apariencia de solidez mientras el sistema se hacía vulnerable.

Descubierto el pastel, se puso de manifiesto que, para que la realidad y la información contable de las entidades financieras fueran parejas, era imprescindible una fuerte inyección de capital en ellas. En los bancos no había problema añadido, porque eso se reducía a proponer a los accionistas su participación en un aumento del Capital Social de la entidad, pero ¿qué hacer en las cajas de ahorro6 y cómo hacerlo? Y, digámoslo claramente, se descubrió que la única forma de hacerlo sin desaparecer del mercado por insolventes (cosa que, finalmente, ha tenido que suceder) era captar fondos de los clientes sin informarles de sus auténticos objetivos ni características, dando paso al uso de las hoy tristemente famosas participaciones preferentes7 (que, aprovechando el vocablo de la definición, se solían ofrecer como "preferentes" para los intereses del cliente) bajo distintos nombres comerciales.
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Lo dramático (para los clientes en primer lugar, pero también para los empleados de buena fe) es la forma en que las entidades orquestaron el engaño, engaño del que, ellas sí, eran plenamente conscientes:

- No informaron/formaron a sus empleados de las características del producto. Aunque hubo de todo, naturalmente, la gran mayoría de empleados no sabían realmente qué ofertaban8.
- Exigieron a sus empleados seleccionar a quién ofrecerlo de entre sus clientes de confianza que tuvieran los depósitos sin tocar, sin muestras de requerir con inmediatez los fondos.
- Asignaron objetivos de obligatorio cumplimiento, sujetos incluso a veladas amenazas de tipo laboral en caso de no alcanzarlos.

Y pasó lo que pasó, claro, sobre lo que no nos extenderemos. Esa confianza que tardó años en forjarse se pierde en un abrir y cerrar de ojos. ¿Cómo extrañarse entonces de que el prestigio social del empleado bancario esté en caída libre?

Para más inri, las entidades, olvidando la obviedad de que el empleado que se incorpora hoy a la organización es el crisol del directivo del futuro, parece que alientan ese desprestigio social (y el hundimiento moral) del empleado requiriendo profesionales que acrediten tener, cuando menos, una licenciatura (y si, además, un par de masters específicos, mejor) para acceder a puestos cuya única labor es vender productos y servicios, no necesariamente financieros, que no conoce, a clientes que tampoco conoce, en un tiempo marcado y en una cantidad que es obligado alcanzar so pena de consecuencias no declaradas pero imaginables. Lo trágico para el futuro del sistema es que este esquema se extiende y es lógico pensar que el empleado defraudado aguante carros y carretas, sobrellevando el estrés, ante el temor de que al chirriar en ese engranaje le comporte perder el puesto de trabajo (para el que ya hay cola de licenciados con masters a ocupar) y con él la, generalmente, exigua retribución asociada. Pensar en otra posibilidad, como es la de que las entidades asuman que contratan carne de cañón renovable, profesionales preparados de sobras, sin importar los costes personales, a la vez que, a un mismo nivel, contratan a otros profesionales, calcados de los primeros en su perfil, que, ellos sí, recibirán la formación interna y el acompañamiento adecuados, da escalofríos.

Y sin embargo, es lícito pensar que algo de eso debe de haber, a no ser que los departamentos internos de gestión de recursos humanos (RRHH) disfruten exhibiendo unas prácticas, digamos que peculiares. Es impensable pensar que un responsable de RRHH al que se le demanda el reclutamiento y selección de una persona para cubrir el puesto de otra que lo ha dejado, ignore y no analice los principios básicos de los motivos de quien marcha, con el serio propósito de evitarlos con quien se incorpore.

Se dice que siempre se van los mejores trabajadores de su empresa, lo que puede significar que se queden los peores, y esto, si es así, evidentemente, es el principio del fin de una empresa, por grande que sea, como aseguran los expertos aunque siempre hay, por supuesto, un índice razonable de abandono que varía en función de la empresa y/o su sector pero lo cierto es que, por encima de ciertos índices, deben sonar las alarmas y plantearse si está ocurriendo algo que no se conozca y que pueda llevar a la empresa a la pérdida del imprescindible capital humano de calidad. La salida de un profesional de una empresa no ocurre de la noche a la mañana. El empleado comienza por dudar de la forma en la que la empresa toma sus decisiones, continua con una fase más o menos lenta de desconexión, y concluye con el abandono de la misma. Sin embargo, si bien este proceso puede durar meses, son muchos los directivos incapaces de reconocerlo.
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Ante esta situación, es suficientemente conocido el decálogo de las principales razones por las que un empleado abandona su empresa, elaborado por reconocidos expertos multisectoriales en la gestión de RRHH y que ahora recordamos.

1. Expectativas incumplidas. Puede ocurrir que el empleado sea poco realista en sus expectativas. Sin embargo, es responsabilidad de la compañía presentar al empleado un panorama claro y objetivo de cuál será su futuro en la empresa y qué espera cada parte de la otra.
2. Desajuste entre el profesional y el puesto. En el mercado laboral español es frecuente contratar profesionales con capacidades por encima de las necesidades del puesto. Este hecho genera que alrededor del 80 % de los empleados piensen que no utilizan sus capacidades a diario, lo que se traduce en frustración o aburrimiento. En el fondo de esta política de contratación subyace la idea de que es el profesional quien debe adecuarse al puesto, y no al contrario, cuando la verdadera batalla de las empresas está en contratar a los mejores e impulsarles a desarrollar sus capacidades al máximo, no otras.
3. Falta de seguimiento, formación y apoyo. El buen empleado necesita saber hacia dónde va la empresa, qué se espera de él, cómo se valora su trabajo, siempre sobre factores acordes con su perfil, que ya se conocían cuando se contrató, etc. Es tarea del directivo reunirse con cada integrante del equipo para expresarle qué espera la compañía de ellos en un determinado plazo de tiempo en términos de resultados específicos, realistas y medibles, proporcionarle la formación adecuada a ese desempeño, valorar su desarrollo y fijar nuevas metas a alcanzar.
4. El favoritismo y la falta de meritocracia. Uno de los peores males de una empresa es no premiar correctamente el esfuerzo y trabajo de un equipo o profesional. Esta es una de las cuestiones que más impactan en la reducción de la lealtad hacia la empresa y que más aumentan los niveles de estrés e inseguridad laboral, por lo que es clave manejarlo adecuadamente.
5. Falta de un Plan de Carrera. Lograr la fidelidad de un empleado significa, en buena medida, ofrecerle unas perspectivas de futuro reales y satisfactorias ya desde la negociación para su incorporación.
6. Sentirse infravalorado. Y no sólo por desajuste entre perfil profesional y puesto. Con frecuencia las empresas pierden empleados por la simple falta de empatía entre las personas, la poca atención al trabajo de un empleado, el desconocimiento del trabajo realizado o la incapacidad para diferenciar una dedicación (no siempre reflejada en el rendimiento) mediocre de una extraordinaria.
7. La sobrecarga de trabajo. La sobrecarga continuada de trabajo se traduce en gran número de casos en desorganización, estrés, horas extras sin sentido, horarios inflexibles y, en muchos casos, conflictos personales que derivan en inseguridad e insatisfacción para los empleados. Está demostrado que una situación de estrés permanente e injustificado reduce la productividad de los empleados y sus deseos de permanecer en la compañía.
8. Pérdida de confianza en los superiores jerárquicos. La relación entre la dirección y el empleado son claves. Es más probable que los buenos empleados permanezcan en la empresa si tienen un jefe al que respetan y que les apoya, que aquellos que sufren la falta de confianza de un superior, su falta de contacto con la realidad del día a día, su falta de interés personal, su mala gestión o comunicación o su falta de consideración y aprecio.
9. Difícil relación con superiores jerárquicos o compañeros. Los conflictos con un jefe inmediato o con determinados compañeros, y la falta de opciones para sortear este problema, es también una de las razones más frecuentes para desear abandonar una empresa.
10. Falta de compensaciones justas. Curiosamente es éste el último punto del decálogo y no de los primeros, como cabría pensar, y en él se incluyen tanto compensaciones tangibles, como el propio salario, como intangibles: formación, oportunidad de aprender, crecer y conseguir metas, conciliación de vida familiar y laboral, etc.

Pero no seamos ingenuos y adoptemos el rol del empleado; nadie ha dicho que fuera fácil oponerse a las organizaciones, ni en el caso de las primas únicas ni en el de las preferentes ni en las situaciones actuales deshumanizadas de la banca, porque situaciones así se suceden cada día en nuestras empresas. La cultura empresarial de algunas organizaciones tiene una enfermedad que podríamos llamar genética y funcional, lo que quiere decir que tiene que ver con sus orígenes y con sus acciones, y eso hace muy difícil cambiar las cosas. En casos como los citados, los directivos suelen entender, lamentablemente, que su tarea consiste en dar o transmitir órdenes sin tener en cuenta las consecuencias y menos aún a las personas.

En el trabajo, la "complicidad9" es algo positivo y necesario, entre amigos, compañeros, en un grupo, existe complicidad porque se comparten criterios, ideas e incluso, objetivos. Lo malo es cuando el término hace referencia a ser cómplice de algo perjudicial o erróneo, o lo que es casi lo mismo, ser cómplice de ejecutar las directrices del jefe y las políticas erróneas de la empresa, en cuyo caso se están traicionando los principios y renunciando a lo que de verdad se piensa a cambio de un sueldo, o un puesto (lo que sea..). No digo que sea fácil tomar una decisión así, sobre todo por lo que todos estamos pensando en este momento, las responsabilidades económico-familiares. Aún así hay decisiones que se tienen que tomar “a pesar de todo” y principalmente, cuando lo que está en juego son principios y valores objetivos íntimos. Hablamos de una cuestión ética, de honestidad, de integridad personal.

Dejarnos llevar por las “órdenes equivocadas” aunque estemos presionados nos hace tan “culpables” como a los autores de las políticas de empresa. Que unos tomen decisiones erróneas está mal pero no resulta tan grave, si se queda sólo, si nadie le sigue o le hace caso. Se hubieran evitado muchos desastres, pequeños y grandes, financieros o no, si esto hubiera sucedido así. El liderazgo autocrático (que no es tal liderazgo) se sigue ejerciendo, y desafortunadamente suele ir asociado con criterios alejados del buen gobierno corporativo. El problema reside en que los que son presionados para llevar a cabo esas políticas empresariales equivocadas, acaban sucumbiendo a las presiones y al pensamiento débil, “si yo no lo hago, otro lo hará”. Si estos “directores de orquesta” no tuvieran músicos que hicieran sonar su melodía, otro gallo cantaría: el director tendría, o bien que buscar otros músicos más dóciles, o cambiar su forma de dirigir la orquesta. Y de esto se trata, de aprender a decir que no para que cambie la música que suena en nuestras Organizaciones, aunque parezcan sólo granos de arena en una montaña.

Intentar cambiar a los líderes de la Organización también es una opción válida y recomendable, pero si los jefes no cambian es mejor aprender a decir “No cuentes conmigo”, puede ser lo mejor que se puede hacer en muchas ocasiones de nuestra vida, personal y profesional. Seamos cómplices de aquéllos que aportan para hacer del mundo, de la sociedad y de nuestro entorno un lugar mejor , y no de los espernibles que buscan tener ellos el mejor lugar en el mundo.
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Y que nadie se equivoque: el enfrentarse/oponerse a participar en estas prácticas insanas no es un acto de cobardía por renunciar a querer adaptarse "laboralmente" a ellas y acceder con ello a la posibilidad futura de prebendas y una supuesta estabilidad, sino un acto de valentía y honradez pese al coste personal que puede suponer la decisión y el esfuerzo de llevarla a cabo.

Así, la percepción sobre el empleado de banca no hubiera cambiado negativamente ni hubieran sucedido episodios como las primas únicas o las preferentes ni, posiblemente, las entidades, reflejo de la sociedad, tuvieran la perversa deriva que tienen hoy en día.

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1La figura laboral del ordenanza se refiere a una categoría profesional que hoy ya no existe como tal y es la del empleado destinado a ciertas oficinas (no en todas había) que realizaba funciones diversas que no requerían especialización, como hacer recados o recoger el correo. Era habitual en las empresas organizar procesos de oposición interna para darles la oportunidad de "ascender" a realizar funciones administrativas. Se conocen casos de altos ejecutivos que se iniciaron  como ordenanzas,

2Conozco el caso de un buen cliente de un banco (apellidado, casualmente, Bueno) con el que hizo falta Dios y ayuda y el concurso de todo un ejército de corredores de comercio (figura profesional que entonces, además de la del notario, elevaba a público con su firma el contrato de determinadas operaciones financieras), abogados y notarios para convencerlo de que el hecho de que el banco exigiera su firma en un documento que reflejaba las condiciones de amortización de un préstamo que él había solicitado para atender unas obras en su taller no era porque el banco hubiera perdido su confianza en él sino por cumplir normas legales de un rango superior al del banco.

3Eran los llamados "activos financieros con retención en origen" (AFRO), en los que la opacidad fiscal tenía como precio el pago inicial de una retención del 45% de sus rendimientos.

4Vale la pena entrar en algunos detalles: el seguro de vida tiene dos grandes grupos de modalidades: unas, que sirven para cobertura de riesgo, es decir, proveer un capital o una renta en caso de fallecimiento de una persona que tiene a su cargo a otras, y un segundo grupo que, aunque incluya también parte de riesgo, fundamentalmente lo que procura es el ahorro o la inversión a medio o largo plazo, tratando de proveer un capital o una renta para un momento determinado que suele ligarse a la jubilación. Desde siempre, ambas modalidades de seguro han podido contratarse bajo la forma de pagos periódicos anuales, trimestrales o mensuales, que subsisten hasta la finalización del contrato, o acumulando todos estos pagos de una sola vez, es decir, por medio de una prima única. Cuando se habla de primas únicas y dinero negro, hay que considerar que este tipo de seguros de vida son perfectamente normales, lógicos, pero en esos años proliferaron los contratos de seguros de vida de prima única a un año de duración, sin ningún contenido de riesgo por personas que pensaron (mal aconsejados) que así su dinero o su inversión van a gozar de opacidad fiscal. Esto era así porque, efectivamente, las compañías de seguros no estaban obligadas a enviar de forma sistemática la relación de todos los asegurados, pero es necesario aclarar que, si bien no existe esa obligación formal de comunicar las operaciones de seguro de vida, el Ministerio de Hacienda puede en cualquier momento realizar una inspección a una compañía de seguros, pedir los registros de producción o las relaciones de asegurados y tomar nota de aquellas operaciones que le parezca, y después, con esa información, actuar en contra de aquellas personas que no las hubiesen incluido o declarado en el impuesto sobre la renta. Por supuesto que si la persona que contrata estos seguros a prima única justifica en su declaración del impuesto sobre la renta que con los ingresos que ha tenido en el año ha podido hacer esa inversión, y la incluye en su patrimonio, está actuando dentro de una total y absoluta ortodoxia, utilizando el seguro de vida como un instrumento más de inversión, cosa que se está haciendo también en todos los países. Otra cosa es si esta persona contrata esa póliza normalmente de una prima y capital elevados y no la incluye en su declaración sobre la renta, pensando que el Ministerio de Hacienda no va a tener conocimiento de este contrato.

5En su día vi una denuncia en la que un director de una oficina bancaria de un pueblo cercano a Barcelona que había comercializado entre sus clientes "cumpliendo los objetivos" las primas únicas informaba que se presentó en su despacho un cliente, guardia civil retirado, que, muy alterado, puso una pistola (ignora si cargada o no, si auténtica o no) sobre la mesa a la vez que le decía: "A ver qué habéis hecho con mi dinero"

6Conviene recordar que, aunque puede parecer que cajas y bancos son similares, ya que a las cajas de ahorros se les permite realizar las mismas operaciones que a los bancos en base a las reformas de los gobiernos democráticos, que han convertido a bancos y cajas de ahorros en competidoras directas, en realidad no son iguales. Las principales diferencias entre un banco y una caja de ahorros residen en el aspecto legislativo y jurídico. Los bancos son sociedades anónimas con ánimo de lucro que responden a un grupo de accionistas que se reparten los beneficios mientras que las cajas de ahorros, en cambio, son sociedades limitadas con carácter fundacional, por lo que deben destinar parte de los beneficios a fines sociales y estar dirigidas por un consejo de administración con representación pública. Otra gran diferencia está en los objetivos: los bancos, de titularidad privada en la mayoría de los casos, tienen por fin lucrarse priorizando la maximización de beneficios en favor de sus accionistas, en tanto que las cajas, cuya iniciativa es normalmente pública, poseen un marcado espíritu social heredado de sus precursores, los montepíos, entidades benéficas centenarias.

7Aprovechemos el momento y estas líneas para despejar dudas: las participaciones preferentes son un instrumento financiero de inversión legal aunque bastante complejo que emite una sociedad que no cede derechos políticos al inversor y ofrece una remuneración variable condicionada a la adquisición de beneficios. Cuentan con muy poca liquidez y su duración es perpetua, es decir, no tienen una fecha de duración determinada (aunque el emisor se suele reservar el derecho de cancelarlas a los cinco años) y si se produjese una situación de concurso de acreedores contra el emisor, los inversores estarán justo por delante de los accionista Podríamos decir de manera abstracta que son el eslabón perdido entre el depósito y las acciones., es decir, con más riesgo que los depósitos, pero menos, en general, que las inversiones en bolsa. Las participaciones preferentes son un producto con riesgo por los siguientes motivos: no hay ningún organismo que garantice el capital y una vez se quiere rescatar la inversión se deben poner en venta en un mercado secundario. Por tanto, su valor está sometido a cotización, lo que puede producir que cuando se quiere el dinero de vuelta se puede haber perdido una parte considerable. Por otra parte, el organismo que cubre las inversiones a plazo fijo, el Fondo de Garantía de Depósitos, no cubre este producto. Por tanto, en caso de quiebra del banco, se pierde la totalidad de la inversión. Su liquidez, como ya se ha dicho, es muy baja y como son a perpetuidad, el proceso para recuperar la inversión depende de una compra-venta, así que es engorroso y puede tardar incluso meses. En caso de tener una urgencia, puede significar un problema. Y hay que tener en cuenta dos “peros” importantes:
1. La entidad emisora se reserva el derecho de suspender estas participaciones preferentes al cabo de un tiempo determinado si así le conviene (algo que puede hacer el banco, pero no el cliente).
2. En caso de que la entidad no haya obtenido beneficios ni ha pagado dividendos ese año, puedes no cobrar el cupón anual.
En definitiva, para los inversores de perfil conservador que no quieren riesgos, lo mejor es buscar alternativas a las participaciones preferentes, como los depósitos a plazo fijo, ya que, como hemos visto, las participaciones son productos con más riesgos y complicaciones aunque se ofrezcan con ellas rentabilidades muy superiores a la media. Sobre los "inversores" no informados, corramos un pudoroso velo.

8Permitidme compartir una vivencia personal. Un director de sucursal de una caja de ahorros con el que tenía una relación cordial y fluida me vino a ver para ofrecerme el producto; yo le pregunté: "Pero, ¿tú sabes qué me estás ofreciendo?" y se lo detallé. Confesó, asombrado, que lo desconocía, y tomo dos decisiones: una, dejar de hablarme... y dos, continuar ofreciendo el producto. Verídico.

9En el bien entendido de que esta complicidad no se usa para que alguien eluda sus responsabilidades. Una de las últimas "perlas" en la gestión de RRHH en una empresa del ámbito de las finanzas de esas que salen en las encuestas como favorita para trabajar en ella consiste en tener un sistema informático que obliga al nuevo empleado, en pleno rodaje, a justificar "porque le ha tocado" ante un cliente que no conoce una incidencia que le ha perjudicado, cuya génesis y autoría tampoco conoce, en lugar de indicar al autor del fallo para que lo asuma y arregle (lo ideal, claro, es que el autor asuma su responsabilidad de motu propio, pero, si no lo hace, lo que es erróneo y peligroso es el sistema informático, quien lo diseña y quien lo implementa, al permitir volcar toneladas gratuitas de estrés injustificado sobre quien no tiene herramientas ni formación interna para solucionar el asunto)

sábado, 9 de diciembre de 2017

Nunca hay una segunda oportunidad para causar una buena primera impresión

Dice el estribillo del conocido villancico popular:

"La Nochebuena se vie-e-ne,
la Nochebuena se va-a-a,
y nosotros nos ire-e-mos
y no volveremos má-á-ás"

Con respecto a lo segundo no hay ninguna duda, y con respecto a lo primero tampoco parece haberla a juzgar por los anuncios publicitarios que ya se oyen: "Ya llega vuestra Navidad de siempre".

Y por ahí van los tiros. Como cada año, ya ha empezado la época de bombardeo publicitario de cosas que tienes que comprar/regalar si no quieres quedar ante todos como medio tonto e insensible, en un ejercicio periódico de impúdica e indisimulada explotación comercial de unos sentimientos hábilmente moldeados con antelación de forma masiva para que el personal colabore con entusiasmo en alcanzar esos objetivos comerciales. Los sociólogos de un futuro quizá más inmediato de lo que pensamos tendrán (si quieren) por delante el arduo trabajo de estudiar las razones de fondo (que todos intuimos) y de hallar los resortes que lo han propiciado, por qué unas fechas entrañables en el ámbito familiar se han convertido en el plazo de tiempo de una generación en la desenfrenada y febril orgía consumista, en forma cada vez más ostentosa, superficial e indiferente a las desigualdades que es hoy la Navidad.

Seguramente, frente a otras influencias, no es tan relevante, pero en este cambio hacia la comercialidad de todas las fiestas algo tuvo que ver el Pepín Fernández de Galerías Preciados (grupo de empresas, actualmente desaparecido, que hoy serían considerados Grandes Almacenes, fundado en los años 40 del pasado siglo con una trayectoria marcada por los problemas financieros y que en su día fueron punteros, además, de la venta por correo y por catálogo) que, en la salida de la autarquía provocada por la carestía de nuestra guerra (in)civil, registró en 1956 (y, curiosamente ha causado baja por caducidad del registro en este 2017) y popularizó el afortunado slogan comercial "Practique la elegancia social del regalo", publicado al efecto en la prensa de entonces con motivo del Día del Padre, Día de la Madre, san o santa No-sé-quién, Navidad, etc., siempre ligado a festividades religiosas. Pero si estos aspectos nos resultan llamativos al reflexionar sobre la sibilina imposición del american way of life en estas fechas, más aún nos puede resultar el cambio (aunque eso sí, más dilatado en el tiempo) precisamente en la cuna de ese american way of life si tenemos en cuenta que hubo un tiempo en el que la celebración de la Navidad allí estuvo prohibida1. Pero eso forma parte de otro discurso.
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Monumento a Jorge Manrique en Segura de la Sierra (Jaén), que se disputa ser el lugar de nacimiento del poeta con Paredes de Nava (Palencia).
Dejando aparte que esta sensibleria comercial ñoña mete en el mismo saco a las personas que realmente tienen nuestro cariño y respeto junto con el cuñado impresentable, el pariente gorrón y desagradecido, el amigo que de tal tiene poco, etc., y que las fechas utilizadas para tal desaguisado emocional sean las navideñas u otras, lo cierto es que todo el montaje tiene un trasfondo psicológico innegable, en la utopía de revivir una vez y otra episodios felices que recordamos del pasado, en especial si están asociados a esta época. Por aquello que ya decía Jorge Manrique en las Coplas a la muerte de su padre:

"... cuán presto se va el plazer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiere tiempo passado
fue mejor...."

y que añoramos ese tiempo pasado que queremos repetir para elevar, posiblemente, el ánimo, ese placer aludido que se ha marchado. Sin embargo, fijémonos en un detalle que no es baladí en absoluto: el poeta no dice que el tiempo pasado sea mejor, sino que lo es a nuestro parecer. Es importante ese matiz. El concepto de memoria tal cual lo conocemos en la actualidad, referido a procesos personales (si son colectivos requiere otro enfoque) de reconstrucción del pasado desde el presente es un campo abierto a inacabables debates entre sociólogos, psicólogos, filósofos y escritores, si bien todos coinciden en que la memoria considerada como se ha citado más arriba es involuntariamente selectiva, es decir que tiende a conservar cuidadosamente archivados con una ruta conocida los recuerdos que nos resultan agradables y procura, instintivamente, rechazar los desagradables. Es por eso, pues, que nuestro imaginario cuando volvemos la vista atrás sólo lo forman recuerdos agradables y nunca los desagradables necesariamente asociados con ellos para que los hechos hayan sido como han sido (quizá diferentes a cómo los recordamos2). Hemos defendido en este blog, y lo mantenemos, que anclarse en la nostalgia es un error, primero porque el pasado nunca vuelve como lo conocimos (hechos, lugares, personas) y segundo, y mucho más importante, es que el añorar el pasado hasta el punto de aferrarse a él como a una tabla de salvación puede provocar la ofuscación acerca de la realidad actual, con la que debemos construir el mañana.

Decía el poeta alemán Rainer Maria Rilke (que escribió parte de su obra en España, concretamente en Ronda) que "La verdadera patria del hombre es la infancia" y que uno gasta toda su vida adulta en un ejercicio, a la postre siempre inútil, de volver a esa infancia añorada pues, como nos recuerda entre otros, el filósofo y cantautor italiano Franco Battiato en su canción La estación de los amores, el tiempo (y no sólo el malgastado, como dice la canción) ya no volverá, no regresará más.


Pero la misma canción nos habla de que los deseos se mantienen con un nuevo entusiasmo que volverá sin avisar, ajeno, necesariamente, al del pasado, cuya evocación nos puede resultar perjudicial. ¿Tan pernicioso es anclarse en la nostalgia? ¿Cuándo empieza realmente el valor del recuerdo? El valor (positivo, pero, particularmente si es negativo) empieza en el instante siguiente a aquel en que sucede el hecho que lo provoca. Volvamos a los autores clásicos; Pedro Calderón de la Barca pone en boca de Segismundo en el Monólogo de su celebrada La vida es sueño aquellas conocidas estrofas de

"... ¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son...."

O sea, que la vida es un frenesí, una alocada sucesión de hechos fruto de decisiones, propias y ajenas, tomadas continuamente y que al final se transforman en un sueño, y la eventualidad de que el sueño sea realmente una pesadilla, parece confirmar que el darle al pasado (reciente o lejano, positivo o negativo) más relevancia de la que deba tener es un error garrafal. Esta puede ser la razón fundamental de la sinrazón de querer repetir vivencias que ya han pasado, si bien el posicionamiento de la persona es distinto si lo que se evoca es la nostalgia de los recuerdos en los que se ha hecho la criba involuntaria de las pesadillas (en estas ocasiones no se buscan porqués) o lo que pugna por salir es el atroz sentimiento de impotencia ante una pesadilla no superada. En cualquier caso, el pasado de hace un instante es pasado, y por más que se le dé vueltas no se puede modificar y sólo se puede/debe partir de la premisa de controlar sus efectos prescindiendo de analizarlo como punto de partida. Es como quien está al timón de una nave que embarranca al acercarse a una isla desierta; el objetivo principal en esa situación es poder abandonar la isla desierta y no desviar tiempo y energías en analizar qué es lo que falló para que el barco quedara varado, aunque esto es también importante (ojo, lo cual no quiere decir que se deseche la posibilidad de salir de la isla usando el mismo barco reparado, pero eso es otro matiz).

Hay una frase célebre, se supone que de autor anónimo, pese a que algunas fuentes la atribuyen al activista social, escritor y político estadounidense Abbie Hoffman, Hoy es el primer día del resto de tu vida, que en situaciones de observar que recuerdos incómodos pugnan por dominarnos y nos conducen a primar la búsqueda de porqués por encima de otros planteamientos más positivos,, nos ayudan a ver que, efectivamente, cada día es el inicio de una nueva vida. Cada hoy es el momento de dejar atrás los errores (aunque disimulados, si se han compensado con aciertos, en el corpus de la nostalgia navideña prefabricada, pongamos por caso) y de aprender de ellos, y debe ser tomado como el comienzo de un futuro maravilloso y repleto de satisfacciones.

No es fácil, porque luchar (seguramente esta expresión no es la más adecuada, pero la dejamos por la contundencia de su significado) contra los recuerdos para ponerlos en su lugar (de respeto y tributo, sin duda) es casi como luchar contra uno mismo y hay que convencerse antes honestamente de la fuerza propia, confiar en ella y definir claramente el objetivo. Y, quizá, identificar apoyos en los que confiar también en fases duras, que siempre aparecen en estos procesos.

Sí, la nostalgia per se sigue siendo un error en la medida que mantenerla requiere esfuerzos que se han de detraer de otros propósitos. Dice una canción de Joaquín Sabina que "Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver3" y, bien pensado, algo de razón tiene, toda vez que plantearse volver a donde/cuando/con quien se ha sido feliz implica reconocer que ahora la situación es otra, y eso puede conducir al colapso mental negativo para el análisis de lo que hacer hoy. Volviendo al ejemplo citado más arriba, si el barco ha embarrancado, todos los esfuerzos deben ir encaminados a salir de la isla desierta, y ya se analizará después las circunstancias o errores que han propiciado el embarrancar y tenerlos en cuenta para el futuro (el pasado es inmodificable por mucho que duela a veces y que lo intentemos), y en modo alguno dejarse condicionar dedicando esfuerzos a relamerse las heridas sin más.



Como reflexión final, no deja de ser sarcásticamente paradójico que la procedencia de esos machacones intentos de banalización comercial de unos sentimientos/recuerdos sea del mismo país, no ya de las oportunidades sino de las segundas oportunidades, lo que, en la práctica cotidiana, se traduce en un ejercicio continuado en ese país de obligarse a archivar los recuerdos y partir siempre de cero en la gestión de situaciones adversas. En efecto, dentro del catálogo de sentencias/slogans profesionales más conocidos y divulgados en las escuelas de negocio estadounidenses, podríamos recordar el que descarta el factor positivo de las segundas oportunidades: el actitudinal, el de Nunca hay una segunda oportunidad para causar una buena primera impresión, rigurosamente cierto, y de aplicación normal en una cultura como la anglosajona que, a diferencia de la latina, no estigmatiza ni margina a quien se ha equivocado, sino que le recuerda, simplemente, que para levantarse de nuevo, debe tener, seguramente, nuevos enfoques, nuevas estrategias, nuevos apoyos,... ante los que esa primera impresión puede ser determinante, desde luego alejada de la condicionada por el presunto error anterior.

No, la nostalgia, sea en Navidad, el 14 de abril, el 11 de septiembre o cuando sea, sigue siendo un error, y debemos saber contextualizar cuando oímos algo así como "vuelve a casa, vuelve por Navidad". Fin de la cita, como popularizó un conocido registrador de la propiedad, no conocido precisamente por su labor como registrador de la propiedad.

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1En efecto, los que alegremente tachan de que esto o aquello es ilegal, deben saber, entre otras cosas, que las leyes, entre las que se incluyen las Constituciones están para revisarse, adaptarse a la evolución de la sociedad y, si es conveniente, cambiarse,, y que algo hoy tan inocente y fuera de dudas como es la Navidad, de 1647 a 1660 estuvo prohibida en Inglaterra, y también en Boston entre 1659 y 1681 y sujeta a castigo penal. En EEUU sólo a partir de 1870 se declaró día festivo. Todo tiene su porqué. En el caso concreto de la Navidad, en la época colonial de los Estados Unidos, los puritanos de Nueva Inglaterra rechazaron la Navidad, y su celebración fue declarada ilegal en Boston aunque al mismo tiempo, los cristianos residentes de Virginia y Nueva York siguieron las celebraciones libremente. La Navidad cayó en desgracia en los Estados Unidos después de la Revolución, porque se consideraba una costumbre inglesa y les recordaba a la Iglesia de Inglaterra y a las costumbres del viejo mundo del cual acababan de escapar; en segundo lugar, no consideraban que la celebración fuera verdaderamente religiosa (el 25 de diciembre no fue seleccionado como fecha del nacimiento de Cristo sino hasta varios siglos después de su muerte). En la década de 1820, las tensiones sectarias en Inglaterra se habían aliviado y algunos escritores británicos comenzaron a preocuparse, pues la Navidad estaba en vías de desaparición. Dado que imaginaban la Navidad como un tiempo de celebración sincero, hicieron esfuerzos para revivir la fiesta. El libro de Charles Dickens Un cuento de Navidad, publicado en 1843, desempeñó un importante papel en la reinvención de la fiesta de Navidad, haciendo hincapié en la familia, la buena voluntad, la compasión y la celebración familiar. La Navidad fue declarada día feriado federal de los Estados Unidos, como se ha apuntado, en 1870, en ley firmada por el Presidente Ulysses S. Grant, pero es un hecho que aún es una fiesta muy discutida por los distintos líderes puritanos de la nación. También en Cuba Fidel Castro la prohibió durante cuatro décadas.

2Hay un experimento sencillo que realizan frecuentemente los estudiosos del tema, y es el de comparar los registros conscientes que han guardado de una misma vivencia compartida dos de sus protagonistas; los resultados suelen ser asombrosos ya que difieren, no sólo en los detalles, sino en el núcleo del hecho analizado. 

3La estrofa completa dice "en Comala comprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver" y tiene su miga que Sabina relacione el mensaje de que no conviene volver atrás con el pueblo mexicano de Comala, que existe y se menciona en la novela Pedro Páramo, de Juan Rulfo, como destino para recuperar un pasado que se ignora (“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera”)

viernes, 1 de diciembre de 2017

Los vendedores de crecepelo

Hace pocos días, con motivo de dedicar una entrada de este blog a las propiedades y aplicaciones (no sólo físicas) de la Banda o Cinta de Moebius, citamos al dibujante de historietas que hizo servir ese nombre en parte de su obra, Jean Giraud, y recordamos que antes de firmar como Moebius, como Gir nos dejó una obra monumental en la que el lector tenía la oportunidad, casi, de hacer un estudio sociológico de las costumbres y mitos asociados al Oeste americano.

Pues sigamos con las historietas. Resulta que cuando acaba la Segunda Guerra Mundial, prácticamente toda Europa, está en reconstrucción, devastada, y recibe cuantiosas ayudas del Plan Marshall. Es importante incidir en este hecho: el Plan Marshall no sólo fue una estrategia económica sino también una muy medida campaña de colonización cultural. Con el dinero, los estadounidenses traían su cultura. No era extraño que por los arrasados países occidentales, que eran legión, circularan varios de los cómics que se estaban haciendo en Estados Unidos.
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En ese contexto, el dibujante belga Maurice de Bèvére (Morris) publica el 7 de diciembre de 1946, en el número 47 del Almanaque Spirou, la primera aventura del héroe americano Lucky Luke, del que se cuida del guión y de los dibujos hasta que, en 1955, René Goscinny (sí, el mismo de Asterix, entre otros) se hace cargo de los guiones, formando a partir de ese momento un tándem que conducirá a la época dorada del personaje. Lucky Luke, el vaquero más rápido del Oeste, "más rápido que su sombra", es el más rápido porque es el mejor, y es el mejor porque ha nacido en un país en continua competencia, simboliza de manera muy humana valores de igualdad, libertad y fraternidad. El atuendo típico de Lucky Luke, su uniforme, con sus pantalones vaqueros azules, su sombrero de ala ancha blanco, su pañuelo rojo anudado al cuello, o las botas con espuelas (o su sempiterno cigarrillo en los labios que en 1988 fue sustituido por una ramita, en una acción anti-tabaco), incluso la forma de andar o de situar las cartucheras, está inspirada en galanes del western fílmico como Tom Mix, Roy Rogers, Gene Autry, Tex Ritter o Monte Hale; todos ellos, intérpretes del cine que se hacía en la época y que se veía en las salas. Siempre hay sentido del humor en las andanzas del cowboy solitario y todos los mitos del “Lejano Oeste” desfilan por sus páginas y hay que reconocer que los personajes creados por Goscinny son maravillosos; ya sean “buenos”, “malos” o meros comparsas en la historieta, todos tienen alguna línea, algún rasgo, que los hace deliciosos. Por supuesto, para acentuar el humorismo, a veces se resalta un tic, una manía, un comportamiento. Y así se recuerda al caballo Jolly Jumper (a través del que el guionista da salida al sentido común), al perro Ran- tan-plan y a la larga serie de personajes "humanos" que van apareciendo, alguno de ellos basado en personajes reales idetificables: los delincuentes hermanos Dalton, Calamity Jane, el bandolero Phil Defer, Elliot Bell, el fabuloso cazarecompensas, Rattlesnake Joe, pistolero de mal fario, Waldo Badmington, el “pie tierno” inglés recién llegado al Nuevo Mundo, los granjeros Vernon y Annabelle Felps,... o el vendedor del elixir para hacer crecer el pelo, Doctor Doxey (doctor Doxio en la versión en castellano).

Con todos ellos, el cowboy solitario impone justicia o, las más de las veces, sentido común y, después, cuando su labor no es necesaria, cabalga siempre hacia el ocaso. Su postura es la del hombre tranquilo y razonable y carga sobre sus espaldas con todos los tópicos, los vicios y las virtudes de un Oeste legendario que queda retratado con cortesía, descaro y humor.

Y no siempre los personajes son exclusivos del Lejano Oeste ni de esa época. Fijémonos en el doctor Doxey; los charlatanes siempre han estado entre nosotros y siempre lo estarán. Cambian de producto, de aspecto, pero siempre estarán al acecho. Se esconden y mimetizan con el ambiente, descubren los anhelos de sus coetáneos y les venden esperanza. Eso sí, siempre por un módico precio. Son gurús sanadores de todo tipo de males y suministradores de todo tipo de productos (y, cada vez más, de servicios). En este siglo, y en el tiempo pasado, ofrecieron la solución de todos los problemas de la vida mezclando sabiamente palabras sin sentido con viejos y manidos mantras.
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Pero, para ser exactos, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de la charlatanería como herramienta "de venta"? Un charlatán es una persona que practica algún tipo de estafa con el fin de conseguir beneficio económico o alguna otra ventaja personal mediante el engaño o la superchería. Todo charlatán debe tener alguna habilidad especial; la más común es el don de la palabra, mediante la que logra embaucar a su audiencia, por lo general crédula o necesitada en la temática que el charlatán postula. Otra de las más comunes, cuando se trata de vender productos en directo, es la prestidigitación (movimiento rápido de las manos), mediante la cual hacían los cambios oportunos de productos que entregaban, recibían o devolvían. A menudo los poseedores de la primera habilidad mencionada se asociaban con los de ésta, para mejor llevar a cabo sus estafas.

De las inveteradas estafas con productos engañosos cuyo arquetipo es ese "vendedor de crecepelo en el Oeste", vino la venta de servicios con el "vendedor de humo"1, particularmente en la figura de algunos consultores y/o coaches, si bien toda esta moda empezó teniendo sentido: pequeños seminarios donde enseñar ideas y conceptos básicos a practicar, se fue de la mano porque todo eso se puede aprender con un libro, en una escuela y practicando a mucho menor coste que con un “coach” si se sabe sobre qué se desea profundizar. Ya se sabe: si se es mediocre en varios temas, lo mejor es mezclarlos ante el profano para crear tendencia y ser, al menos durante un tiempo, los mejores en ese campo difuso. De ese oscuro lugar surgieron todas esas locas combinaciones del “coaching”: la empatía del líder emocional; liderando la innovación emocional; comunicación institucional empática y un largo etcétera.. La charlatanería suele asociarse hoy con el esoterismo o el ocultismo, pues a menudo los charlatanes se presentan como astrólogos, adivinos, numerólogos, médicos, curanderos, líderes espirituales y vendedores de remedios milagrosos y en general maestros de cualquier ciencia de la época.

Pero el cáncer está mucho más extendido de lo que pueda parecer, con todo el daño que puede hacer por su inadvertida influencia en áreas de nuestro entorno cotidiano en las que no repararíamos.

Veamos algún ejemplo secuencial para el que es preciso puntualizar algunos antecedentes: es de sobras conocido el descalabro ocasionado en las economías domésticas en general y en algunas entidades financieras (el de éstas solventado merced a la generosidad impuesta por el Gobierno al contribuyente) el inicio hace ya ¡10 años! de esta crisis de múltiples caras que nos sigue azotando, que puso de manifiesto, además, que en las entidades financieras eran comunes prácticas que facilitaban ese descalabro a sabiendas (sin entrar en detalles, éste que suscribe puede dar fe de que muchos altos ejecutivos bancarios reconocían en privado saber que se encaminaban al desastre pero que aplicar políticas razonables equivalía a perder competitividad frente a la competencia, y decían con la boca pequeña que lo que esperaban es que esa competencia se estrellara antes que ellos -sic-).

Una vez inmersos en plena crisis, empezó a calar la idea de que la recuperación vendría de la mano de las empresas y negocios, lo que produjo movimientos internos en las entidades conducentes a la creación/potenciación de divisiones destinadas a la gestión de empresas, hasta ahora casi sector de negocio residual. Y aquí se abrió la caja de Pandora de los vendedores de crecepelo.
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Supongamos que una entidad financiera de esas que salen favorecidas en las encuestas a los recién titulados sobre las empresas en las que les gustaría trabajar decide dar forma a una de esas divisiones, que, naturalmente, debe dedicarse a financiar y asesorar a las empresas acerca de sus planes de inversión, gestión de cobros/pagos, rentabilización de puntas de tesorería, etc. En teoría. Porque esa "división de empresas" no tarda en convertirse (gracias a la base de datos de clientes) en una tienda de venta de productos más o menos vinculados con la actividad empresarial aunque totalmente ajenos a la gestión financiero/bancaria de la empresa ( cuidado, este modelo puede resucitar episodios recientes ya olvidados: hace unos años, en una ciudad catalana, los comerciantes de un gremio concreto cancelaron de forma coordinada sus cuentas en una entidad por entender que ésta les hacía  competencia con sus productos; la entidad fue absorbida por otra mucho antes de la fiebre de fusiones propiciada por el inicio de la crisis). ¿O es gestión financiera la venta, pongamos por caso, de sistemas de alarma para negocios por parte de la entidad financiera? (ojo, no confundamos: la tenencia de seguros de robo,de incendio, etc., puede influir en la prima de riesgo, e incluso en la autorización o no, de determinadas operaciones, pero eso es otra cosa). En resumen, con esta actuación puede deducirse cierta incompetencia de los ejecutivos que diseñan tal amalgama contradictoria, y lo que es peor, están creando legión de vendedores de crecepelo al marcar objetivos de "colocación" entre el personal bancario de, sigamos con el ejemplo, las alarmas, producto que les es ajeno, que desconocen, pero que han de vender como sea.

Pero no acaba ahí la cosa: los vendedores de crecepelo pueden funcionar simultáneamente hacia el interior y hacia el exterior, como puede observarse si se sigue la secuencia. Con el marco descrito (que no es inventado), es fácil deducir que, lo que debería ser una estable división para la gestión financiera de empresas y que se ha convertido en una tienda multi-producto, arroje una apreciable tasa de rotación de personal. Y aquí viene la intervención, a más alto nivel y consciente, del vendedor de crecepelo, cabe pensar que vocacional: resulta que, sabedor de que una plaza ha quedado vacante, su único objetivo (de cuyo cumplimento elevará informe, acreditativo de que lo ha cumplido en el plazo previsto) es cubrirla, pasando por alto la comunicación al candidato de la obligada job description, y quitándole importancia (o sin mencionar) a lo que será su caballo de batalla cotidiano: la venta pura y dura sometida a objetivos que determinarán su continuidad o no en el puesto, donde, por otra parte, no recibirá formación ¿para qué si todo es venta? A nadie se le oculta que a alguien con tal actitud cabe calificar de inepto, embaucador y otros adjetivos que, como no forman parte de la jerga profesional, se sustituyen por el de "eficaz aunque con métodos particulares". Y se le premia. Minucias tales como la adecuación profesional del candidato y cosillas así pasan a un segundo plano2. Aunque, eso sí, siempre queda como argumento recurrente en una eventual rescisión de servicios, que el candidato era poseedor de un excelente perfil técnico que no se adecua al desempeño que se le exige (y de cuya dimensión no se le informó debidamente antes de que tomara una decisión), En cuanto al candidato medio, ¿cómo va a dudar de lo que le dice quien habla en nombre de una de esas empresas en las que todo el mundo quiere trabajar?

Por desgracia, es más usual de lo que sería deseable la existencia profusa de vendedores de crecepelo, y particularmente dañina su actuación (a menudo consentida, "mirando hacia otro lado") en el campo de la gestión de los recursos humanos, en una época en que, pese a lo que digan las instancias oficiales, estamos lejos de la normalidad en el mercado de trabajo.

Cuando estos altos ejecutivos de medio pelo que desde su confortable poltrona bien retribuida alientan la explotación (ellos le suelen llamar "versatilidad") de los trabajadores, se echa de menos que no haya muchos Charles Plosser, presidente que fue del Banco de la Reserva Federal de Philadelphia (EEUU), que, cuando le propusieron algo relativo a los funcionarios versátiles dijo convencido aquello de que no se puede convertir fácilmente a un carpintero en un enfermero, ni a un corredor de hipotecas en el experto de ordenadores de una planta de producción. Y  a renglón seguido mantenía, lógicamente, que si se plantea matizar un perfil profesional y enfocarlo a tareas diferentes, es indispensable la formación y preparación previas; sea como sea, él continuó trabajando con funcionarios "no versátiles" pero conocedores y preparados para realizar sus funciones y responsables de hacerlo, manteniendo, sin problemas para el banco, índices de rentabilidad en igual progresión.

A ver si no será sólo una alegoría y que, con estas prácticas, cabalguemos toda la sociedad, como Lucky Luke, siempre hacia el ocaso...
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1No me resisto a reproducir un chiste, muy conocido en el sector, que identifica a la perfección a algunos profesionales (no todos, por favor), incluso de gran renombre, auténticos "vendedores de humo". Dice así:
Iba un día una persona conduciendo su lujoso coche, sin prisas, por una carretera de montaña, cuando ve un pastor cuidando un rebaño de ovejas, ayudado por su perro, y se detiene junto a él.
- Oiga, buen hombre, buenos días. Si le adivino cuántas ovejas forman el rebaño, ¿me regalará la que yo quiera?
- Buenos días. Pues acepto el trato..
- Veamos; mmm.. mmm... 394 ¡no! 395, porque una acaba de parir.
- Es exacto, sí, señor. Puede coger la oveja que quiera para llevársela.
El hombre del coche coge el animal y vuelve al vehículo cuando le habla el pastor:
- Perdone, usted es consultor, ¿verdad?
- Pues sí – responde asombrado - ¿cómo lo ha sabido?
- Fácil. Primero porque ha venido sin que nadie lo haya llamado, segundo porque me dice cosas que yo ya sé, y tercero porque demuestra que conoce el sector que dice asesorar confundiendo el perro con una oveja.

2Esto es impensable cuando la búsqueda y selección de personal las gestiona una empresa externa especializada, que tiene muy presente las obligaciones contractuales del servicio a sus clientes, por un lado, y la sujeción de su gestión a las acciones, incluso judiciales, de los candidatos si consideran que la información recibida es incompleta, inexacta, y no digamos, engañosa, condicionante de su decisión. En cambio, cuando el proceso se realiza internamente, suele primar el cubrir la vacante, que se traduce en beneficio personal para quien lo informa, y a veces importa muy poco la sensibilidad del candidato, que puede haber tomado decisiones sin tener toda la información necesaria.