Se atribuye a Víctor Hugo1
aquella frase de que “la melancolía es la felicidad de estar
triste”. Lo cierto es que, paradójicamente, la melancolía suele
asociarse a la tristeza, aunque lo que se esté evocando sean,
contrariamente, buenos momentos del pasado. La melancolía sin
memoria no es posible. Es un sentimiento que nos recuerda que nos
falta algo o alguien, algo que estuvo ahí, algo que era bueno para nosotros,
pero que ya no podemos recuperar. Rememoramos personas, lugares,
momentos o experiencias que nos hacen pensar que cualquiera tiempo
pasado fue mejor, como ya dejó
escrito Jorge Manrique en sus archiconocidas Coplas a la
muerte de su padre. Cuando alguien está melancólico, realmente
está sufriendo por algo que ya no puede tener. Es un dolor permitido
porque recordamos algo o a alguien que ya no está con nosotros, y
eso nos duele, pero también nos hace pensar que es nuestro, que nos
pertenece, aunque sólo sea por unos minutos en una evocación y sólo
esté alojado en nuestro banco de recuerdos.
La melancolía es también
una manera de no aceptar el presente, de no estar contentos con lo
que tenemos ahora. Porque cuando nos permitimos viajar con la mente a
otros lugares, a otros espacios, a otros tiempos y buscamos una
compañía irreal, inconscientemente creemos que es algo que poseemos
y de lo que no podemos separarnos.
La melancolía se presenta
en momentos puntuales, pero ¡cuidado! puede convertirse en un
problema si se instala de manera permanente. Es normal sentirse
melancólico, es normal incluso buscar ese sentimiento una tarde de lluvia y
mirar fotografías antiguas; o escuchar una canción y recordar un
momento agradable; o pensar en alguien con quien compartimos nuestra
vida o parte de ella. Pero cuando esta conducta se repite
frecuentemente, si no se trata correctamente, puede derivarse en una
depresión. Los expertos aseguran que esta alteración saca a la luz
una carencia que tenemos las personas, que es reflejo de que no
estamos contentos con nuestra vida actual. Si nuestra vida es plena
no sentimos la necesidad de aferrarnos al pasado para pensar que lo
de antes era mejor que lo de ahora. Sentirse más o menos melancólico
va a depender del grado de satisfacción que tengamos en nuestro
presente. Cuando uno está feliz, no necesita evocar tiempos pasados,
ni pensar que todo podía ser de otra manera. Anclarnos en el pasado
es una manera de perdernos el presente.
La representación práctica
de una de las más conocidas consecuencias de la melancolía es su
transformación en nostalgia, con la que a veces se confunde, que es
un deseo o anhelo de volver al pasado o de repetir aquél tiempo que
ya ha sido vivido anteriormente; es el buscar recuperar como sea el
tiempo que ya se ha perdido y a menudo se caracteriza y se identifica
por un querer volver a la tierra de origen, al hogar, a reunirse con
la familia, volver a los brazos de un amor perdido o a encontrarse con viejos
amigos, al margen incluso de revivir las vivencias, no todas
agradables, que rodeaban a todo lo añorado. En alguna ocasión, en
este mismo blog, hemos reflexionado sobre lo pernicioso que puede
resultar para la persona el dejarse dominar inconscientemente por la nostalgia
en su caminar hacia adelante, lo que se ha de combatir por uno
mismo, pero otra cosa es ver cómo algunos (malos) políticos juegan
con esos sentimientos profundos convirtiéndolos en el eje sobre el
que gira una perversa política de confrontación que les da
votos. Y, la verdad, es que no lo disimulan; basta que alguien o
un colectivo (numeroso o no) plantee algo de futuro no
recogido, obviamente, en la legislación del pasado (ya decía
Aristóteles que "una ley, cuando nace, ya es vieja"),
para que determinados gobernantes a los que les resulta ajena e
incomprensible la propuesta, haciendo gala de que eso que habían
dicho de "gobernar para el ciudadano" no pasa de ser un
slogan de campaña, optan por contrarrestar la propuesta, sin
conocerla realmente, con la prohibición y la represión,
enmascarando su propia incapacidad, ignorancia y mala fe con la
inmoral manipulación de sentimientos inducidos, en una calculada
estrategia de crear crispación con el único argumento
(asombrosamente eficaz) de que desoyendo la propuesta se recupera la
normalidad (?) bañada en sensatez (?), apelando como arma a una
resistencia generalizada al cambio basada en fabricar la nostalgia de un
tiempo que, aseguran, fue mejor.
Sin llegar a esos extremos,
que serían tan ridículos si no tuvieran consecuencias tan dramáticas para la
ciudadanía, es evidente que la política siempre ha
interferido/manipulado las mentes. Si admitimos que personalidad,
desde el punto de vista de la capacidad de razonar, es el modo de
pensar o configuración mental de una persona, esto es, el conjunto
de ideas fundamentales que configura el pensamiento de una persona
(ampliable para el análisis a una colectividad o a una época), la
ideología política2
también lo es, pero mientras la personalidad es esponjosa y, en
mayor o menor medida, abierta, por estar impregnada de sensibilidad y
percibir en general a "el otro" de forma horizontal, de
igual a igual, la ideología es cerrada porque atiende sobre todo al
interés personal, de partido o de clase, y si incluye sensibilidad
es percibiendo a "el otro" de arriba abajo y, en
definitiva, podría decirse que las personalidades se enfrentan a las
ideologías; de aquí que hayan surgido partidos políticos y
movimientos ciudadanos cuyo propósito es actuar sobre la raíz de
los problemas para tratar de darles solución, ideologías aparte.
Porque se comprueba que
muchos de los problemas políticos y sociales proceden de la falta de
entendimiento entre dos mentalidades que perciben de modo bien
distinto el siguiente contraste reducido a términos económicos: una parte de la población vive de
unos ingresos seguros que le permite calcular lo que puede y no debe
gastar, otra parte no sabe qué será de su destino aunque ahora
tenga empleo -tan en el aire está- y otra carece de todo recurso:
tal es la incertidumbre de presente y de futuro tanto para los
desempleados como para la mayoría de los empleados que viven
temblando por el peligro de quedarse sin trabajo, aunque con exiguos
salarios, y no volver a colocarse. En cuanto a la cuarta parte de
esta clasificación, la clase de los excluidos, esos que además de
despojados y de haber perdido la esperanza, aunque no hay
estadísticas fiables, parece que significan en España un cuarto de
su población. Así que si las clases sociales en un momento dado
pudieron desaparecer del imaginario colectivo porque todo el mundo
vivía a su manera los deleites de una orgía de gasto, han vuelto a
aparecer diseñadas de otro modo.
En este escenario, es
perceptible, además, otro factor lamentable en la vida social, que
si ha existido siempre, en estos tiempos se hace más abominable por
el despertar de las masas: la idea de hacer ver sin rubor que ciertas
ideologías con gran número de votantes (¿adeptos o incautos?)
parten del supuesto de que pensar en los demás es signo de
debilidad. Cuando es todo lo contrario y las sociedades más
igualitarias, como las nórdicas, lo comprenden bien, que tener en
cuenta la suerte ajena inmediatamente después de satisfacer nuestro
interés, es signo de fortaleza e inteligencia. Fortaleza, porque
hace más robusta la personalidad del poseedor; inteligencia, porque
-cualquiera que ha vivido lo suficiente puede constatarlo- la
generosidad y la magnanimidad son fuente de bienes para todos y
propician nuestra buena estrella.
Creer en las ideologías
fijadas apriorísticamente es confortable. Sin embargo, esta creencia
tiene el problema de ser totalmente irreal. Pensar (y hacernos creer)
que las personas tenemos conceptos, sistemas de categorías y
“circuitos del pensamiento” fijados en el tiempo o incluso
“propios de nuestro ser” es una forma de dualismo que va en
contra de todo lo que sabemos acerca de la psicología. No existen
maneras fijas de ver la realidad, y por lo tanto aún menos existen
las maneras de pensar “propias de…” si tenemos en cuenta que
éstas están en continuo cambio. De igual modo, tampoco las
definiciones de ideologías políticas existen, al margen de quien
interiorizará esas ideas bajo la luz de sus experiencias pasadas y
presentes y que, además, orientará sus conclusiones de acuerdo a
sus objetivos e intereses. Nuestro pensamiento, nuestra personalidad,
no está por tanto guiado rígidamente por un solo principio
integrador como el “ser de derechas” o “ser pacifista”, etc.
Es verdad que, por el fondo
de los "valores" supuestos de cada ideología, se asignan
determinadas "etiquetas" a cada una, como puede ser, por
ejemplo, que las izquierdas ganan en sensibilidad por ser las que
tradicionalmente han defendido los derechos vulnerados de la persona,
pero, de ninguna manera se puede pensar que sean clichés
extrapolables a todas las personas de esa ideología olvidando
la extensa gama de grises que pueden darse en múltiples
personalidades diferentes ni afirmar que sea privativo de las
izquierdas. El "etiquetar" a las personas siempre es
pernicioso e ineficaz, y no habla bien de quien precisa "colgar"
una "etiqueta" a los demás para tratarlos de acuerdo con
esa clasificación que él ha decidido. Al final, lo importante es la
persona y no su circunstancia, que diría Ortega. Veamos un supuesto:
una cosa es desear que en el ordenamiento jurídico exista, para
delitos muy determinados, la pena capital; otra muy diferente,
propugnar (¡y legislar!) para que sea aplicable al adversario
político, y otra, más diferente aún, el apuntarse como voluntario
para formar parte del pelotón de ejecución de éste. Crear,
entonces, una etiqueta de "partidario de la pena de muerte"
y pretender catalogar por igual con ella a los protagonistas de los
tres niveles citados (y a los innumerables matices intermedios) es
simplista y, en el mejor de los casos, estúpido.
Agustín de Foxá, taurófilo confeso, saludando al torero Manolete. |
Hace muchos años, en las
páginas de cultura de una publicación que entonces era un diario
de información respetado y de referencia y que hoy, que se sigue
publicando la cabecera, no pasa de ser un panfleto que a menudo
confunde información con opinión en titulares sesgados,
tergiversados o, llanamente, falsos, descubrí el poema que
reproduzco a continuación y que me cautivó por su profunda
sensibilidad y por su sencillez en la exposición. El poema se llama, enlazando en un bucle con el principio de estas reflexiones,
Melancolía de desaparecer
y pocas veces el alma poética ha tocado con más profundidad el
temor a la incertidumbre y el dolor por la vida que se va, y dice
así:
Y pensar
que después de que yo me muera,
aún surgirán mañanas luminosas,
que bajo un cielo azul, la primavera,
indiferente a mi mansión postrera,
encarnará en la seda de las rosas.
Y pensar que, desnuda, azul, lasciva,
sobre mis huesos danzará la vida,
y que habrá nuevos cielos de escarlata,
bañados por la luz del sol poniente
y noches llenas de esa luz de plata,
que inundaban mi vieja serenata,
cuando aún cantaba Dios, bajo mi frente.
Y pensar que no puedo en mi egoísmo
llevarme al sol ni al cielo en mi mortaja,
que he de marchar ¡yo solo! hacia el abismo...
y que la luna brillará lo mismo
y ya no la veré desde mi caja.
aún surgirán mañanas luminosas,
que bajo un cielo azul, la primavera,
indiferente a mi mansión postrera,
encarnará en la seda de las rosas.
Y pensar que, desnuda, azul, lasciva,
sobre mis huesos danzará la vida,
y que habrá nuevos cielos de escarlata,
bañados por la luz del sol poniente
y noches llenas de esa luz de plata,
que inundaban mi vieja serenata,
cuando aún cantaba Dios, bajo mi frente.
Y pensar que no puedo en mi egoísmo
llevarme al sol ni al cielo en mi mortaja,
que he de marchar ¡yo solo! hacia el abismo...
y que la luna brillará lo mismo
y ya no la veré desde mi caja.
El autor de esta pequeña
joya, escrita en 1940, fue Agustín de Foxá Torroba3,
conde de Foxá y marqués de Armendáriz, de cuya existencia confieso
que yo entonces nada sabía, aunque es evidente a la luz de este
poema y posterior acceso a su biografía, que se trataba de un
intelectual nacido en época turbulenta y oscura para España,
ninguneado como poeta y encasillado por su ideología política,
autodefinido con humor por él mismo: "Bastante
simpático, abúlico, viajero, desaliñado en el vestir, partidario
del amor, taurófilo, madrileño con sangre catalana, soy
aristócrata, soy conde, soy rico, soy embajador, soy gordo, y
todavía me preguntan por qué soy de derechas. ¿Pues qué coño
puedo ser?; en mis años mozos yo me adherí a la trilogía
falangista que hablaba de patria, pan y justicia. Ahora, instalado en
mi madurez, proclamo otra: café, copa y puro".
Posiblemente este ninguneo empezó a raíz de su sinceridadpor encima de consignas, ya que,
siendo diplomático con el franquismo decía que, como embajador de
una dictadura en democracias, podía disfrutar de lo mejor de los dos
sistemas; y del Frente de Juventudes soltó (él, que había sido
falangista de primera hornada y casi creador de la Falange): "Son
unos niños vestidos de gilipollas mandados por un gilipollas vestido
de niño". Foxá, adscrito por todos a las derechas aunque
incómodo para ellas, no tenía la menor inquietud política. No hizo
el menor esfuerzo por labrarse una carrera en el régimen. Su mundo
seguía siendo otro: el de las palabras y los conceptos, una visión
esencialmente estética de la vida y del mundo.
Seguramente hay muchos Foxá,
quizá no tan llamativos, es decir, personas identificadas con un
cliché que las encorseta y prejuzga a ojos de terceros, sin advertir
que la persona, sus sentires y querencias, que diría el
olvidado escritor Manuel Andújar, está por encima de consignas,
símbolos y doctrinas políticas. Se ha de tener en cuenta, además,
para analizar estos hechos, que vivimos en una época en la que va
calando la idea (con penas y trabajos, eso sí, muy lentamente en
algunos ámbitos) en prácticamente todo el mundo de que las
legislaciones fundamentales de los países se han de basar en el
respeto a los Derechos Humanos (en mayúscula siempre), a pesar de
que haya formaciones políticas, e incluso gobiernos, que se jactan
en remar ostensiblemente en dirección contraria, presentando
usualmente a la ciudadanía ese retroceso como "lo sensato",
"la vuelta a la normalidad" u otras lindezas retóricas por el estilo.
Que la ciudadanía lo crea a pie juntillas formaría parte de otro
análisis, no de éste.
Esta circunstancia hace que
los esquemas y las estrategias de las derechas e izquierdas
tradicionales tiendan a la convergencia (no en todo, naturalmente)
como dicen constatar no pocos politólogos y poco a poco se vaya
poniendo de manifiesto y consolidando en la ciudadanía que, más
allá de las ideologías, está la ética, honradez y sentido de
responsabilidad de las personas, lo que se comprueba fácilmente
contraponiendo dos supuestos (reales, seguramente) antagónicos: el partido más honesto y
transparente puede tener en su seno manzanas podridas a la vez que el más
cerrado y corrupto puede tener auténticos "ángeles" en
sus filas. Cómo las formaciones gestionan internamente estas
contradiciones cuando se le presentan también formaría parte de
otro análisis.
Si hubiera que elaborar un
corolario a estas reflexiones, todo apunta a que hemos de esforzarnos
en deslindar todo aquello ligado a la condición humana, representado
en este caso por emociones tales como la melancolía, la nostalgia,
la sensibilidad,.. de los instrumentos utilizados en la política para
marcar la ideología, recordar que la persona es, ante todo, persona, y no dejarnos seducir por malvados cantos de
sirena de incompetentes que pretenden que identifiquemos nuestra
fibra sensible con SUS objetivos políticos y aprovecharse de ello.
Y, lamentablemente, estos personajes, parafraseando lo de las meigas
(brujas) gallegas, haberlos, haylos.
----------------------------------
1Victor
Marie Hugo (1802 - 1885), fue un poeta, dramaturgo y novelista
romántico francés, considerado como uno de los más importantes en
lengua francesa. También fue un político e intelectual
comprometido e influyente en la historia de su país, destacando por
sus posiciones muy determinadas sobre la lucha social (su obra
maestra, Los Miserables es un himno contra la miseria y en
favor de los más desfavorecidos), por alzar la voz (en aquella
época) defendiendo los derechos de las mujeres y por exponer y
mantener con frecuencia la idea de la creación de los Estados
Unidos de Europa. Como anécdota que nos toca de cerca cabe recordar que en 1843 tuvo una
corta estancia en una casa del pequeño casco urbano antiguo del
donostiarra puerto de Pasai Donibane (Pasajes de San Juan), casa situada
en el segundo arco de la “calle única, que siempre te lleva a
donde quieras ir", convertida hoy en museo como
homenaje al dramaturgo. Pese a que la estancia no llegó a
las dos semanas, puede decirse que entre Hugo y Pasai hubo un "amor
a primera vista" que marcó profundamente al escritor, como él
mismo reconoció: "Este pequeño edén resplandeciente
adonde llegué por azar, y sin saber dónde estaba, se llama en
español Pasajes y en francés Le Passage", describiéndolo
con precisión: "(...)De pronto, como por encanto, el
decorado cambió y apareció ante mí un espectáculo maravilloso.
Una cortina de altas montañas verdes recortando sus cimas sobre un
cielo resplandeciente. Al pie de las montañas, una fila de casas
estrechamente yuxtapuestas (...). Una vida, un movimiento, un sol,
un azul, un aire y una alegría inexpresables. He aquí lo que tenía
delante (...). La bahía se alegra con las navecillas de las
barqueras que van y vienen sin cesar y se dan voces de un extremo al
otro del golfo con gritos que se asemejan al canto del gallo. Una
vez en tierra, tomé la primera calle que se me presentó. Aquí,
una nueva sorpresa. Nada es más risueño y más fresco que el
Pasaje visto desde el lado del mar. Nada es más severo y más
oscuro que el Pasaje visto desde el lado de la montaña"
2Una
ideología es un conjunto normativo de emociones, ideas y creencias
colectivas que son compatibles entre sí y están especialmente
referidas a la conducta social humana, y que caracteriza el
pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento
cultural, religioso o político, etc. Las ideologías describen y
postulan modos de actuar sobre la realidad colectiva, ya sea sobre
el sistema general de la sociedad o sobre uno o varios de sus sistemas
específicos, como son el económico, social,
científico-tecnológico, político, cultural, moral, religioso,
medioambiental u otros relacionados al bien común. Hay ideologías
que pretenden la conservación del sistema - conservadoras-, su
transformación radical y súbita -revolucionarias-, el cambio
gradual -reformistas–, o la readopción de un sistema previamente
existente -restaurativas-. Merece atención detenerse en la
definición del concepto de ideología que hizo Karl Marx (de quien, mira por donde, casualmente, hoy se cumplen 200 años justos de su nacimiento) en el
prólogo a su libro Contribución a la crítica de la economía
política, en el que la ideología es el conjunto de las ideas
que explican el mundo en cada sociedad en función de sus modos de
producción, relacionando los conocimientos prácticos necesarios
para la vida con el sistema de relaciones sociales; la relación con
la realidad es tan importante como mantener esas relaciones
sociales, y en los sistemas sociales en los que se da alguna clase
de explotación, evitar que los oprimidos perciban su estado de
opresión: "El conjunto de estas relaciones de producción
forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la
que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que
corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de
producción de la vida material condiciona el proceso de la vida
social política y espiritual en general. No es la conciencia del
hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social
es lo que determina su conciencia"
3Agustín
de Foxá y Torroba (1906 – 1959), poeta, novelista, periodista y
diplomático español. Cultivó gran número de géneros literarios:
el relato de ciencia ficción (un par de los que escribió se cuentan entre los
mejores de la literatura especulativa española: Viaje a los
efímeros y Hans y los insectos), poesía
como La niña del caracol, El toro, la muerte y el agua, El
almendro y la espada, Poemas a Italia o
El gallo y la muerte, teatro
(escrito a veces en verso como Cui-Ping-Sing o
El beso a la bella durmiente)
como el drama Baile en capitanía
o la comedia Gente que pasa.
Sin embargo, el
reconocimiento del gran público le llegó precisamente con su
novela sobre la Guerra (in)civil, en la estela literaria de los Episodios Nacionales de Pérez Galdós y con una muy marcada imitación en ella del
expresionismo de Valle-Inclán, en especial en la primera parte de
las tres que consta, En la segunda parte, «Himno de Riego», el
propio autor se retrata en el momento en que, junto a otros
intelectuales falangistas como Rafael Sánchez Mazas, Dionisio
Ridruejo o el propio José Antonio Primo de Rivera, se redacta el
himno de Falange, el Cara al sol.
En la novela hay retratos de políticos y de escritores como Manuel
Altolaguirre, Luis Cernuda, Federico García Lorca, Ernesto Giménez
Caballero, Ramón Gómez de la Serna y alusiones al cine de Luis
Buñuel, las caricaturas de Luis Bagaría y la pintura de Manuel
Ángeles Ortiz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario