Hay músicos legendarios del rock que aún dan la pelea, a pesar del paso de los años, de los achaques de la edad, de problemas de salud, de algunas dificultades para plasmar y concretar ideas, convencidos de que todavía pueden rockear como si viviéramos en 1971. A otros, simplemente no les pesa el tiempo, al contrario, reflejan una sabiduría ancestral que los hace relevantes y pertinentes. Eso sucede con Graham Nash, el célebre músico británico que edificó su carrera en Manchester a mediados de la década de los sesenta, en pleno esplendor de la llamada Invasión británica del rock, junto a The Hollies (otra máquina memorable de producir éxitos) y cuya notoriedad mayor corresponde al legado que dejó, cuando se trasladó a vivir a los Estados Unidos, con el proyecto Crosby, Stills & Nash (a veces junto con el canadiense Neil Young), tal vez la banda más importante que dio la historia del rock norteamericano por todo lo que plasmaron desde el disco homónimo, debut de 1969, hasta sus últimas apariciones en vivo hace más de diez años, grupo en el que estableció nuevas formas de hacer folk rock, donde las armonías, las voces, la fuerza de las letras y una comunión pocas veces vista entre tres superestrellas funcionó de forma equilibrada y sostenible, a pesar de los egos, a pesar de las diferencias que en más de una ocasión pusieron en riesgo la estabilidad del grupo. Graham Nash era el polo a tierra entre tres temperamentos feroces que en más de una oportunidad se sacaron chispas, siendo Crosby con quien mejor se entendió hasta al punto de producir varios trabajos en estudio en los años setenta que dieron cuenta de las capacidades creativas de ambos músicos aunque con los años la relación con Crosby se deterioró hasta el punto de quedar incomunicados por varios años. Y es que no olvidemos que la nostalgia, el sosiego y la determinada capacidad para leer un tiempo y un momento han formado parte del repertorio histórico de Nash como en Chicago, que hoy recordamos, interpretada por todo el grupo aunque cantada por él, esa joya de su disco debut como solista de 1971. Su carrera solista, como miembro de un grupo y como colaborador a lo largo de las décadas está llena de reflexiones similares y por eso no sorprende que incurra en una mirada a las relaciones que construyó, las que se sostuvieron y las que simplemente se terminaron por diferencias irreconciliables como sucedió con Crosby. Ante la imposibilidad de sostener una relación creativa con los músicos con los que escribió temas memorables para la historia del rock, Nash entendió muchos años antes de la muerte de Crosby que como solista también puede retratar y capturar la esencia de un tiempo que nunca se repetirá en la historia del rock y que la mejor manera de hacerlo es a través de melodías y letras que perdurarán en nuestra memoria. Está claro que Nash no ha perdido ni su voz ni la magia para hipnotizarnos con interpretaciones profundas, delicadas, como si el último disco, Now, se hubiese producido en otro momento, cuando el tiempo transcurría a otro ritmo. Evidentemente, es un álbum personal, autorreferencial, que parece con temas de los días junto a Stills y Crosby a finales de los setenta y tal vez el disco más profundo, en su corta e interesante carrera en solitario, desde la narrativa y por aquello de entender el paso del tiempo, su momento y que a sus 82 años tal vez está llegando al último ciclo creativo de su vida con canciones que encuentran un significado mucho más personal y asociado a experiencias, felices o dolorosas, que le permiten a Nash ver la vida desde otra perspectiva y a partir de las lecciones aprendidas y lo que puede enseñarnos con esas historias.
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