domingo, 25 de diciembre de 2022

Las nevadas, en su tiempo.


Eso de que el tiempo está loco (y con el cambio climático, que sí, que existe, que no es un invento de mentes calenturientas, más) no es ninguna novedad, y hay temporadas que se percibe más que otras. Hace unos meses, sin ir más lejos, que soportamos una continuada, pertinaz y peligrosa sequía, que aún dura, que nos hace evocar otros tiempos en los que, por estas fechas, los compañeros inseparables eran el abrigo, la bufanda, los guantes y las botas de agua con doble calcetín, aunque, eso sí, partiendo de la condición climática de la ciudad de Barcelona (estamos en Barcelona) que, como mediterránea, viene caracterizada por inviernos no muy crudos y veranos calurosos y de escasas lluvias, puede sospecharse que las precipitaciones en forma sólida, las de nieve, no serán en modo alguno frecuentes, o por lo mejor decir su frecuencia será muy baja. Y sobre episodios de nieve reflexionamos hoy. Propiamente las nevadas en Barcelona están en gran parte ligadas a las olas de frío que invaden nuestro país por el nordeste. Tales olas de frío son, por lo general, dos; una, la primera del invierno, suele presentarse antes de finalizar el año civil, anticipándose, a veces, el invierno que llamamos meteorológico, por producirse dentro del año astronómico; la segunda se produce siempre entrados ya en el nuevo año y más frecuentemente en el mes de febrero. El mecanismo de estas olas de frío es siempre el mismo y proceden del polo del frío, situado en Siberia. Son estas olas de frío las que provocan nevadas importantes en el Pirineo oriental y en los macizos montañosos de la Cordillera Prelitoral. Mucho más débiles son las nevadas sobre la Cordillera Costera, de cota más reducida que la Prelitoral, y años hay en que la cadena costera no recibe ni un solo copo de nieve. Por eso se recuerdan, vívidamente, las “nevadas históricas” que ahora rememoramos, las últimas registradas.


El 8 de marzo es el Día Internacional de la Mujer y, el del año 2010, además, un día memorable meteorológicamente hablando pues una gran nevada afectó a la ciudad de Barcelona y a gran parte de la región metropolitana; aquel lunes, 8 de marzo de 2010, cayeron hasta 20 cm de nieve que se convirtieron (de momento) en la nevada más importante de este siglo y también la última vez que la nieve cogió al centro de la ciudad. La ciudad se paralizó por completo y la movilidad terminó siendo un gran caos durante la salida de las escuelas, que coincidió con la máxima intensidad de la nevada. La combinación de una perturbación en el mediterráneo y la entrada de aire muy frío en las capas altas de la atmósfera proveniente del norte de Europa, originaron un cóctel que provocó que la nieve llegara hasta el nivel del mar. Ya hacia el mediodía, la nevada se hacía más abundante y empezaba a estar por encima de los 100/150 metros, es decir, en lo alto de la ciudad. En la sierra de Collserola, que rodea Barcelona, ya se empezaban a acumular grosores de nieve destacables, mientras que en las zonas más bajas de Barcelona, se informaban los primeros copos de nieve. No fue, sin embargo, hasta pasadas las tres de la tarde, cuando la nevada se generalizó en toda la ciudad y buena parte del área metropolitana siendo muy abundante. La nevada cogió una intensidad poco vista hasta el momento en nuestro país y se dio, incluso, algo poco frecuente: la tormenta de nieve. En el momento de máxima intensidad acabó nevando con rayos, truenos y unas ventoleras que poco envidiaban a la ventisca del Pirineo. De cara al día siguiente, los servicios de emergencias se centraban en recuperar la normalidad, pero sin embargo, un total de 24.847 alumnos se quedaron sin clases porque unas setenta escuelas no pudieron abrir sus puertas. Ese día la información de mayor interés fue la referida a la movilidad. A partir del mediodía del día 8, las rondas y las principales vías de acceso y salida a la ciudad se colapsaron. Ante las dificultades, los autobuses dejaron de circular, primero en lo alto y, después, en toda la ciudad: el metro fue el único medio de transporte que funcionó con total normalidad, pero más lleno que nunca, y por la noche no cerró para asegurar que todo el mundo pudiera volver a casa. El número de incidencias en los trenes de cercanías y en la red de los Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya era tal que parecía que no hubiera forma de informar a todo el mundo para que eligiera la opción para volver a casa. Las redes sociales, ya muy generalizadas, también sirvieron para que todo el mundo pudiera compartir sus imágenes de la nevada y certificar su dimensión (hoy, es una necesidad que tenemos cuando vivimos un episodio insólito que nos gusta enseñar). Las fotos corrieron por Twitter, Facebook y Flickr (Instagram todavía no existía), los vídeos, por YouTube. El de unos jóvenes publicistas jugando a curling en una calle del Poblenou, el barrio de la “Vila Olímpica”, donde habían escrito, precisamente, “Barcelona 2022” se convirtió especialmente en viral. Todo el mundo tenía alguna historia que contar, también al día siguiente.


Pero los mayores recordaban la nevada de 1962, mucho más importante, que ya había colapsado Barcelona y su entorno medio siglo atrás, y todo el mundo repetía la frase: "Esta ciudad no está preparada para la nieve". (aquel año fue excepcional en Catalunya en lo que a meteorología se refiere; tres meses antes, el 25 de setiembre, cayó sobre las comarcas próximas a Barcelona una tromba de agua de tal calibre que causó unas catastróficas inundaciones, con particular intensidad en la comarca del Vallés). El día de Navidad de 1962, hace 60 años exactos, Barcelona y sus alrededores quedaron cubiertos de blanco. Muchos barceloneses vieron la nieve por primera vez ese día. La nevada comenzó en la Nochebuena cuando en muchas parroquias de Barcelona y otros puebloss se iniciaba la celebración de la Misa del Gallo. Pronto empezó a cuajar y a las ocho de la mañana siguiente, la capa blanca ya alcanzaba una altura de 10 cms. A esa hora, todavía circulaban por Barcelona algunos tranvías y autobuses, pero a medida que fue avanzando el día la intensidad de la nevada les obligó a detenerse o a regresar a las cocheras. Como el día era festivo muy pocos medios privados circulaban, circunstancia esta que unida a la anterior, hizo que el tráfico de vehículos se paralizara casi totalmente. Al final, una gran nevada, con espesores que alcanzan los 70 cm, cae sobre una ciudad que, ni entonces ni ahora, no está preparada para gestionar esta situación y más de 60 años después, el recuerdo sigue vivo en muchos de aquellos que la vivieron. Tal cantidad de nieve despertó la afición de los amantes del esquí, que en las calles de las ciudades y en plena plaza de Catalunya de Barcelona pudieron esquiar a placer enfilando en sentido descendente las Ramblas en este caso. No cabe dudar que se trataba de una nevada extraordinaria. El 26, día de San Esteban, festivo de reuniones familiares en Catalunya, amaneció muy frío pero lucía un sol radiante. Los barceloneses se lanzaron a la calle para disfrutar del insólito paisaje aunque muy pocos iban suficientemente equipados para caminar por la nieve. A medida que avanzaba el día y el sol empezaba a calentar un poquito, resultaba peligroso caminar por las aceras. Bloques de nieve empezaron a desprenderse de balcones, árboles y terrados. En los días siguientes este riesgo aumentó. No fueron pocos los vecinos que, ante el temor de que la nieve acumulada en los terrados produjera daños en los últimos pisos o un derrumbamiento a causa del peso, se dedicaron a tirar la nieve a la calle a paletadas. La carrocería de centenares de coches resultó abollada a causa de la cantidad y peso de los impactos recibidos. Mas a medida que fueron pasando las horas, la sorpresa y la admiración del principio dejaron paso al miedo, preocupación y accidentes; la actividad se trasladó a las azoteas, muchas de las cuales amenazaban con hundirse por el peso de la nieve acumulada. Como recordaba Francesc González Ledesma, hubo una "alarma colectiva para ir a buscar palas" y "no se podía ir por la calle porque te abrían la cabeza". También rememoraba cómo la angustia de quedar aislados hizo que mucha gente fuera a comprar y que muchas tiendas quedaran vacías. Ledesma criticaba que las autoridades no tenían ningún tipo de plan ni herramientas para afrontar una situación meteorológica como ésta, y el que no caía de espaldas, caía de cara, en unos momentos en que la falta de experiencia hizo cometer errores a los bomberos, como regar, que todavía fue peor al convertirse el agua en hielo.


En la edición del día 27 de diciembre, el periódico La Vanguardia (entonces “española”) publicó en su portada bellas imágenes de aquella jornada a la vez que, en su editorial y en las páginas interiores daban cumplidas noticias de la repercusión y el alcance que la nevada había tenido en la vida ciudadana barcelonesa y en la de otras localidades vecinas. La ciudad estaba cubierta por 12 millones de metros cúbicos de nieve. En una entrevista que el popular periodista Manuel Del Arco le hizo a José María Porcioles, a la sazón alcalde de Barcelona, éste manifestó que la ciudad carecía de máquinas quitanieves y que se estaba trabajando con 9 vehículos provistos de palas niveladoras. Se estaba a la espera de que llegaran de Andorra los equipos necesarios para despejar la nieve de las principales vías urbanas. La ciudad quedó paralizada, casi al borde del caos. Los medios de transporte, excepto el metro, apenas podían circular. Las vías ferroviarias estaban bloqueadas. El aeropuerto estuvo cuatro días cerrado, pues una capa de nieve de 60 cms cubría las pistas. Otros servicios públicos dejaron de funcionar o lo hicieron de manera muy precaria, como el de limpieza porque en aquel tiempo la recogida de basuras se realizaba mediante carros tirados por caballerías. Fue preciso un especial esfuerzo en los hospitales para mantener en lo posible la necesaria atención a los enfermos, se produjeron averías en los suministros de agua y electricidad. También el ejército prestó una importante colaboración, con material procedente del campamento de Talarn (Lleida). Llegó a temerse que se produjera una situación de desabastecimiento, especialmente de determinados productos básicos. Ante tal situación, las autoridades hicieron un llamamiento al sentido cívico y responsable de la ciudadanía y la instaban a prestar la máxima colaboración para restablecer cuanto antes la normalidad. En medio de este caos, fue Andreu Claret Casadessús, un republicano exiliado en Andorra, quien proporcionó las máquinas quitanieve que permitieron desbloquear la situación, entrando en la ciudad por la Avenida Diagonal, en una llegada que tenía “una doble dimensión” porque, sí, es el hombre que se enfrenta a la tarea de quitar la nieve, pero también es el republicano que entra para liberar a la ciudad. “La gente aplaudía, esas máquinas con las que nadie contaba salvaron a Barcelona”, concluye González Ledesma.


Ha habido más episodios de nieve en Barcelona, entre otros los que coincidieron con la guerra (in)civil para empeorar las penurias, concretamente el viernes, 31 de diciembre de 1937, en que la nevada de la mañana y tarde cubrió el suelo con un espesor de cuatro centímetros, y el martes,15 de febrero de 1938, en que la nevada se acompañó de tormenta y dio lugar a una capa de nieve de trece centímetros de espesor; al día siguiente, miércoles 16, fue más ligera, ya que su espesor sólo fue de un centímetro y medio, pero ninguna tiene el morbo añadido de un final como la de 1962. Unos antecedentes: en enero de 1939, Andreu Claret Casadessús, uno de los fundadores de Esquerra Republicana de Catalunya y amigo personal de Lluis Companys, lideraba la retirada de los altos cargos del Gobierno republicano en Catalunya. Cuando cruzó la frontera, como un exiliado más, se sumó a la Resistencia francesa contra la ocupación nazi mientras brindaba ayuda a otros españoles exiliados como él en el sur de Francia, entre los que se encontraba Pau Casals. Fue éste quien le libró de un destino sombrío cuando intercedió para que la Gestapo (la policía secreta de los nazis) liberase a Claret tras caer detenido. En 1949 Claret se estableció en Andorra y logró del Gobierno de ese país una concesión administrativa para mantener abierto durante los meses de invierno el Port d’Envalira, un enclave esencial para asegurar las comunicaciones con Francia. Andreu Claret se convirtió así en uno de los expertos más reconocidos en comunicaciones de alta montaña de Europa.


Con toda seguridad, en esos días de nieve, esquí y veladas junto al fuego, Andreu Claret trabó amistad con José María Porcioles, el alcalde, franquista y amigo de Franco, al frente de la Ciudad Condal cuando llegó la gran nevada. Con todos los servicios esenciales inmovilizados, Porcioles, el día 26, no dudó en contactar con Claret, quien aceptó el reto de cruzar Cataluña para desbloquear Barcelona con su maquinaria y experiencia y, al frente de doce hombres, cinco camiones pala y dos turbinas quitanieves, se dispuso rápidamente a emprender un viaje que, a lo sumo, debería terminar a primera hora de la tarde pero un serio problema se cruzó en su plan: Claret carecía de pasaporte y además era requerido en España por la justicia, militar, por supuesto, por un artículo presuntamente firmado por él en la publicación Poble Català que llevaba por título Franco, ets un assas (“Franco, eres un asesino”). El comisario a cargo de la frontera, a pesar de conocerle y apreciarle personalmente, se negaba a franquearle el paso. .Al final, y sin que se sepa exactamente cómo sucedió todo, la situación se resolvió y a las 10 de la mañana del 27 de diciembre la comitiva, con Andreu Claret al frente, emprendía viaje a Barcelona con la condición de “Claret: usted baja, retira la nieve y regresa derecho a este puesto fronterizo, ¿de acuerdo?”, que ordenó el comisario antes de franquear el paso a la caravana. Es difícil imaginar lo que sintió Claret al contemplar la ciudad desde lo alto de la Diagonal años después de haberla abandonado acompañando a otro ejército en retirada y a punto de ser derrotado; las quitanieves se entregaron a su tarea durante 36 horas frenéticas y su actuación fue decisiva para levantar el bloqueo al que el hielo sometía a Barcelona y sus infraestructuras vitales. Recibidos por los barceloneses como auténticos héroes a primera hora de la tarde –el viaje desde Andorra había durado 14 horas–, sus esfuerzos resultaron tan decisivos para que Barcelona fuera recuperando paulatinamente la normalidad que Andreu Claret pasó a ser conocido popularmente como “el ángel de las nieves” o “el príncipe de las nieves”. Claret, después, emprendió camino de regreso a Andorra, cumpliendo así con la orden que recibió del comisario. El equipo de libertadores de la ciudad no recibió compensación económica alguna por parte de las autoridades españolas, pero sí un reconocimiento en forma de placa pues, cuatro meses más tarde, en abril, el Consistorio le entregó una placa, escrita en catalán ¡en aquella época!, con esta inscripción: “En homenatge i record de la seva actuació a la nevada del desembre de 1962”. En Andorra, en cambio, en premio a sus incontables servicios, le rindieron un merecido homenaje, concretado en un magnífico monumento, emplazado en una de las cimas pirenaicas, a la altura de su legendaria y larga vida y obra Historias de la historia...



 

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