El jueves de la semana pasada, el
Banco Central Europeo (BCE) anunció la puesta en marcha de una serie de medidas
encaminadas, dice su presidente, Mario Draghi a reducir el riesgo de deflación
y estimular el crecimiento económico de la zona euro.
La medida más llamativa es la de
rebajar el tipo de interés de referencia al 0% desde el 0,05%, seguida por la
de recortar en 10 puntos básicos el interés aplicado a la facilidad permanente
de depósito, que pasará del -0,30% actual hasta el -0,40%, lo que se traduce en
la práctica a cobrar un 0,40% a las entidades que apliquen esta facilidad. Sobre
el papel, con ello se pretende salvaguardar su exceso de liquidez, y, a la vez,
estimular las inversiones y concesiones de créditos.
Otra de las medidas adoptadas por
el BCE consiste en ampliar hasta 80.000 millones de euros (20.000 millones más
que antes) el volumen de compras de activos mensuales en los mercados, lo que
se aplicará a partir de abril.
Entre el resto de medidas
anunciadas, menos llamativas seguramente, destaca un programa de paquetes de
préstamos a largo plazo para el sector bancario y, además, el BCE comenzaría a
comprar deuda corporativa y bonos denominados en euros (no sólo Deuda Pública),
lo que ha llevado a algunos medios especializados a describir la actuación del organismo
como "agresiva", en tanto que otros declaran que ya era hora de que
la autoridad monetaria de la Eurozona finalmente "se ponga manos a la
obra", aunque nadie espera que sucedan milagros.
En realidad estas medidas de la
Unión Europea para reactivar la economía son similares a las aplicadas por
Estados Unidos, aunque llegan con medio año de retraso, según opinan algunos
analistas; con ellas, el tejido empresarial
podrá acceder a préstamos y créditos aún más baratos, "casi gratis",
y así reactivar el sector de cara a las inversiones y generar más puestos de
trabajo.
Hasta ahí la teoría. Pero ¿se
notará algo en la economía real, en España? La finalidad última declarada del
conjunto de medidas es reactivar la economía de la eurozona mediante la
incentivación de la actividad empresarial y, de su mano, el consumo, a través
del acceso al crédito. Intentemos, pues, pensar en este punto como banqueros serios.
¿De verdad alguien cree que se puede animar el crédito a particulares en el
escenario de “recuperación” en que vivimos? Por mucho que el gobierno siga
empeñado en hacernos comulgar con ruedas de molino presentando como una panacea
la situación macroeconómica del país (fruto, todo sea dicho, no de sus reformas,
sino de agentes externos como la actuación del BCE o la evolución del precio
del crudo), lo cierto es que si un banco busca, como es natural, la razonable
seguridad de que recuperará los créditos que conceda, el ser consciente de la
realidad de factores como el altísimo porcentaje de paro, la precariedad del
empleo, los sueldos de miseria que se están generalizando para los que sí
encuentran empleo, etc., no lo alientan a conceder nuevos créditos, por lo que
iniciativas como la que comentamos del BCE quedan en teoría muy bonitas pero
sin llevarse a la práctica.
Por cierto, planteado este negro
esquema, es lícito pensar entonces que, si la banca no abre el grifo del
crédito, ¿de dónde salen sus escandalosos beneficios en momentos como los de
ahora? Hay que recordar la base de la rentabilidad de los intermediarios financieros
(la banca básicamente): captar depósitos de ahorradores, a los que pagan un
interés “i”, y prestar ese dinero a quien lo precisa, a quien le cobran un
interés “I”, naturalmente mayor que “i”. La diferencia “I - i” es en la que se
basa el negocio, por lo que no es difícil entender que la banca[1]
se encuentra más cómoda con tipos de interés altos que le proporcionan un mayor
margen de maniobra en el establecimiento de diferenciales. Pero los tipos de
interés, obligados sobre todo por la pertenencia a la Europa económica, empiezan
a deslizarse a la baja hasta llegar a la situación actual, en que el tipo de
referencia es negativo. ¿Qué quiere decir eso? Que la banca, ya desde hace
algunos años, no retribuye los depósitos (con el argumento viciado de que si va
al mercado interbancario le saldría más barato; que vaya, que vaya, y que
después diga el resultado, pues entre coeficientes, por no hablar del posible
incumplimiento de los Acuerdos de capital de Basilea a los que está sujeto, a
lo mejor ha de cambiar de argumento) y basa su rentabilidad en el cobro de
comisiones por todo, desde las que tienen plena razón de ser por la prestación real
de un servicio hasta las más peregrinas,
generalmente de índole pseudo-administrativa.
Cuando se consolidó la tendencia
de adecuación de los tipos, se generalizó el uso de un referencial para las operaciones de activo (crédito y préstamo)
de forma que la operación se formalizaba con un interés variable relacionado/ligado
con el tipo elegido como referencia, del que se constituía reflejo en su
evolución. La banca, sin embargo, fiel a su objetivo de mejorar siempre la
rentabilidad, ya previó el escenario de que el tipo de referencia bajara tanto
que el diferencial a cobrar del cliente no le fuera atractivo y se sacó de la manga
las famosas “cláusulas suelo”, sobre las que no nos extenderemos, a todas luces
ilegales, pero que aún colean a pesar de los sucesivos varapalos que vienen
recibiendo del Tribunal de Justicia Europeo.
En este orden de cosas, el de
buscar trucos para mejorar la rentabilidad, y hablando del tipo de referencia
de las operaciones, cabe situar el escándalo del Barclays, multado en 2012 con
más de 350 millones de euros por demostrarse que manipuló (a su favor) entre 2005
y 2009 la información para el cálculo del Euribor. Como consecuencia del
escándalo se puso de manifiesto la necesidad de abordar la forma de calcularlo,
pero no deja de ser curioso que hasta ahora, en que por vez primera es
negativo, nadie parecía tener autentico interés en iniciar el estudio. Y todo parece
indicar que el estudio incluirá “trampas al solitario”. Me explico.
El Euribor es un tipo de interés teórico que, a grandes rasgos, pondera
los diferentes tipos de interés informados por las entidades que cobrarían a
otros bancos, a diferentes plazos de amortización, para supuestas operaciones
de préstamo de dinero efectivo entre ellos. Pues bien, la trampa (en cuyo
estudio las autoridades de supervisión parecen mirar para otro lado) consiste
en incluir en el cálculo ponderado el interés real de operaciones concedidas a corporaciones, aseguradoras y
otros, que contienen ya un diferencial[2],
con lo que se “asegura” un beneficio mínimo, haga lo que haga el Euribor.
No deja de ser sintomático que
sea en los templos de juego, en los casinos, donde se ha hecho popular eso de
que “la banca gana siempre” aunque a veces parece que gana el jugador.
[1] Nos
referimos a la banca española, que sigue sin aprender. En otros países hace
tiempo que se manejan tipos de interés bajos. Soy testigo de la anécdota vivida
por un alto ejecutivo de un banco español en la década de los ochenta del siglo
pasado que, sabiendo que en un país centroeuropeo retribuían un depósito de
ahorro prácticamente la décima parte de lo que su banco hacía, exclamó: “Pues habrá
que ir a ver cómo lo hacen”. No tengo noticia de que hiciera el viaje…
[2] Para
nosotros no es nuevo algo así. En muchas hipotecas se daba a elegir al cliente
entre referenciar el tipo variable al Mibor (como el Euribor pero ceñido al
mercado interbancario de Madrid) o a un índice ponderado de los tipos de
interés de operaciones reales (que incluían ya, lógicamente, un diferencial) formalizadas
el mes anterior (índice de referencia del Mercado Hipotecario), con la
particularidad de que en ambos casos se añadía un diferencial. Como es obvio,
las segundas siempre eran más caras.
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