Estamos habituados a que
cuando leemos "Érase una vez..." asumimos instintivamente
que nos encontramos ante un relato de ficción en el que, como se
suelen encargar de recordarlo los autores, "cualquier parecido
con la realidad es mera coincidencia". Pero, ¿cómo nos
posicionamos ante relatos de hechos reales tan estrambóticos que le
dan sopas con honda a los de ficción?
Viene esto a cuento porque,
veréis: a mi buen y viejo amigo Manolo lo han convertido (no
se ha convertido, ojo) en espectador de primera fila,
privilegiado a la par que engañado, dolido y estupefacto de un
espectáculo a medio camino entre el sainete político y el drama
dickensiano en el que han querido que él sea protagonista casi único
para disimular mejor lo que tiene todas las trazas de ser un cúmulo
de torpeza, miopía e ineptitud colectiva.
Me explico. Sin entrar en
excesivos detalles identificativos que no vienen al caso (¿para qué?), pues nos hemos informado de que
la actuación que provoca estas reflexiones es más frecuente de lo
que cabría esperar por lo que no es excesivo generalizar estas
conclusiones, resulta que recientemente Manolo lideró una propuesta
(en principio colectiva en la que él sólo era la cabeza visible) a
la corporación municipal, de tipo social, de imagen y reputacional,
alejada de las luchas partidistas y que no exigía ningún retoque
presupuestario de las arcas públicas. Al parecer hubo una formación
política que llevó al pleno una moción que recogía la propuesta
que, incomprensiblemente, cayó de cuatro patas en la confrontación
entre partidos y condujo a que se argumentara con razones de índole
política el que no prosperara.
Si eso es así, el hecho es
preocupante en sí porque demuestra que los representantes del
pueblo no tienen la sensibilidad para serlo y que aún tienen
mucho que aprender de lo que es y de lo que no es la política,
porque, vamos a ver, señores munícipes, si, por ejemplo, se plantea
la construcción de una rampa de acceso a la Catedral para que quien
tiene que desplazarse en silla de ruedas no encuentre el insalvable
obstáculo de las escaleras, se podrá cuestionar esta construcción
por motivaciones económicas (no aplicables en el supuesto que
comentamos), técnicas (tampoco), incluso estéticas (mejoradas en
este caso), pero jamás por razones políticas o partidistas
con las que lo único que se hace es una exhibición de incompetencia
al elegir argumentos alejados del sentido común, del sentir de la
comunidad y de la realidad. ¿O sólo va en silla de ruedas el rival
político?
La cosa es que la moción no
prosperó, quedando pospuesta sine die.
Y después, el silencio y el
querer indignamente presentar a Manolo como culpable de la
evolución negativa de la decisión, otra vez por razones políticas.
Lo llamativo es que cuando se pedía conocer las razones para tomar su decisión (no responsabilidades que, a la vista de la situación era como mentar la soga en casa del ahorcado), las respuestas resultaban peregrinas, vanas, inconcretas, revestidas de tufillo político de sesgo partidista, Por cierto, si el caso fuera una serie de televisión, no extrañaría
que un guionista avispado trabajara ya en un spin-off (secuela para nosotros) del
relato principal que analizara la repentina desaparición del
escenario como por ensalmo de la gran mayoría de aquellos que daban total apoyo a la
propuesta. ¿Dónde están? ¿Suscriben el que no prospere? ¿Dónde
y a quién se han quejado?.... Pero eso es otra historia, un
spin-off...
Bien, olvidémonos del
asunto, en el bien entendido que aquí olvidar debe de
entenderse como dejemos de darle vueltas al pasado pero
mantengámonos en seguimiento continuo. Será curioso ver lo que se
tarda en recuperar la sensatez y quién lo hace, con o sin nueva
propuesta formal.
Hace unos años, antes del
inicio de la crisis, en diversos estudios del mundo empresarial sobre
la gestión de personas (eso que llaman Recursos Humanos) y su
eficacia laboral, se puso de manifiesto que una buena relación entre
los jefes y los empleados aumenta la productividad y los resultados
de la compañía. No menos importante es saber que, aunque muchas
empresas no presten la debida atención a este fenómeno, el estilo
de liderazgo de los superiores afecta al bienestar de los empleados
que también está íntimamente relacionado con los resultados de la
empresa. Y por eso, las organizaciones deberían tener especial
cuidado a la hora de valorar esta variable, porque el estrés y el
malestar laboral, entre otras causas, pueden ser fruto de una
relación tóxica entre jefes y empleados, empezándose a analizar la
figura del jefe tóxico.
El paso siguiente, aún en
el ámbito empresarial, fue el de certificar que no sólo existen
jefes tóxicos, sino también empleados tóxicos que suelen
convertirse en un quebradero de cabeza para los jefes, los
compañeros, el bienestar cotidiano y hasta el futuro de la empresa1.
Estaba cantado; una vez demostrado que esa toxicidad está asociada a
rasgos de la personalidad, empezó a perder fuelle el enfatizar sobre
jefes o empleados tóxicos y hablar simplemente de personas
tóxicas. Pero ¿qué son las personas tóxicas? Desde el punto de
vista de actitud (no confundir con actuación), un
estudio reciente de la Universidad Friedrich Schiller, de Alemania,
muestra cómo influyen las personas identificadas como tóxicas en el
bienestar de los individuos que les rodean porque son capaces de
absorber el tiempo y energía de los demás al ser una fuente de
conflicto, crear malestar y estrés, entre muchos otros problemas.
Naturalmente, al tratarse de
un problema de tanta complejidad asociado a la personalidad, es
imposible que haya estándares aplicables a toda la gente
tóxica; sin embargo, se han realizado documentados estudios como el
capitaneado por la psicóloga colombiana Carolina Dulcey que permiten
agrupar algunas claves para detectar a una persona tóxica.
1 No escucha: la clave para
descubrir a una persona tóxica es que no escucha ni es capaz de dar
la oportunidad al otro de explicar sus razones.
2 Siempre tienen la razón:
no hay argumento que pueda ganarles, jamás reconocen que cometieron
un error.
3 Son manipuladores ya que
no admiten nunca lo que quieren en realidad y mueven los hilos de sus
argumentos y acciones para que sean otras personas quienes realicen
acciones extremas fruto del cansancio emocional que sienten.
4 Mienten y hacen melodrama
por cualquier discusión. Además, son sarcásticos y no hay frase
que se les pueda decir que no sea objeto de burla.
5 Son evasivos y posan
siempre como la víctima, para ellos todo es complot en su contra
orquestado por fuerzas malignas.
6 Se quejan y fomentan los
chismes, nunca están contentos con nada y siempre son otros los que
están haciendo algo malo.
7 Son dependientes y
ansiosos, no dejan de darle vueltas a un tema, de acusar, de idear
estrategias y de buscar la forma de que las situaciones se
compliquen.
En las situaciones de la
vida cotidiana podemos encontrarnos con personas que nos van a
lastimar, y que por mucho que pongamos de nuestra parte, solo van a
querer salirse con la suya pase lo que pase sin dar explicaciones
razonadas que no suelen pasar de excusa y existen diferentes señales
para detectar una personalidad tóxica, tampoco uniformes, como las
siguientes:
- Al final te hace perder
los papeles
- Te culpa a ti cuando él
es el culpable
- Sientes malestar cuando lo
has descubierto y has de estar con él
- No puedes estar relajado y
calmado en su presencia
- Estás a la defensiva
cuando se acerca
- ....
Ahora bien, llegados a este
punto, hay que ir con cuidado a la hora de etiquetar a las personas.
Si bien es cierto que hay individuos con una personalidad tóxica, en
muchas ocasiones (no en todas), es posible hablar y solucionar los
problemas. Todas las personas pueden cambiar, pero hace falta que
ellos también pongan de su parte. No obstante, las personas tóxicas
existen y pueden provocar problemas relacionales que a la larga
afecten al bienestar y calidad de vida.
Para acabar esta somera
reflexión, ya que estas líneas no pretenden convertirse en un
vademecum sobre las personas tóxicas, una de Perogrullo: antes de
culpar a nadie de los demás, resulta imprescindible saber mirarse a
uno mismo, porque a veces podemos centrarnos en los demás para
justificar nuestro propio comportamiento. A veces es la propia
relación (en la que participamos cuando menos dos) la que lleva a que
una persona se comporte de manera negativa hacia nosotros.
Los individuos con
personalidades tóxicas, sin embargo, suelen comportarse igual con
otras personas y en otras situaciones.
Volviendo a casos (que se
dan con profusión, esa es la verdad) como el de mi amigo Manolo, no
es difícil observar que muchas decisiones se toman como se toman
porque el asunto le viene grande a quien tiene que decidir, o
lo que es lo mismo, supera su nivel de competencia, y la verdad es
que personas incompetentes conocemos en todos los niveles, desde
altos cargos en empresas o esferas políticas hasta la más pequeña de las organizaciones y, por supuesto, también
están presentes en esos escenarios cotidianos en los cuales, nos
vemos obligados a “lidiar” diariamente con personas que se ven
muy competentes cuando no lo son.
¿Las tenemos que considerar
también personas tóxicas? Desde luego porque en el momento en que
se tiene cerca una persona que vulnera tu integridad personal con
esta distorsión cognitiva (vulgo, ignorancia), hemos de considerar
su influencia claramente dañina.
Pensemos por ejemplo en esos
altos cargos que presumen de sus capacidades organizativas, cuando en
realidad, no solo atacan los derechos de sus colaboradores, sino que
su proyecto es incapaz de mantenerse por su clara ineptitud como
profesional desarrollando modelos que generan una clara inestabilidad
e inmadurez en todos. Seguro que lo hemos visto alguna vez. Este
comportamiento es en realidad, técnicamente, un sesgo cognitivo de ahí donde la
persona tiene una imagen de sí misma completamente errónea. Una
persona que no es eficaz en lo que hace, que no tiene conocimientos,
que comete errores, o que sencillamente no es apto para lo que quiere
“vendernos”… Y sin embargo, gusta de exaltar sus virtudes. A
este sesgo se le conoce también como “efecto Dunning-Kruger”.
La base esencial del efecto
Dunning-Kruger, donde el incompetente se ve a sí mismo como
competente, es una inhabilidad meta-cognitiva donde el sujeto no ve su
propia falta de competencia ya que, si llegaran a verla, sería como atentar
a su propia confianza, y ello les debilitaría totalmente (que es lo
que instintivamente deben evitar. Es decir, lo que en un principio surge para
proteger su baja autoestima, se acaba convirtiendo en una auténtica
coraza que ellos mismos se creen con total naturalidad), estaría
sujeto en estos pilares:
- Falta de realismo sobre la
competencia y habilidades de uno mismo.
- Efecto de superioridad
ilusorio, que debe mantener a toda y costa.
- Una baja autoestima. Así
es, aunque parezca sorprendente la base de todo esto es una clara
baja autoestima que les obliga a crear estas “ilusiones” con el
objeto de defenderse, para auto-protegerse y aparentar. Y aún más,
al defenderlas férreamente hasta que al final, se pierde claramente
el equilibrio personal y esa falta de realismo sobre la propia
incompetencia.
.
El efecto Dunning-Kruger
fue acuñado por dos psicólogos de la Universidad de Cornell, de
Nueva York, Justin Kruger y David Dunning, tras realizar varios
experimentos e investigaciones publicados en "The Journal of
Personality and Social Psychology" de diciembre de 1999. Kruger
y Dunning simplemente realizaron un experimento consistente en medir
las habilidades intelectuales y sociales de una serie de estudiantes
y pedirles una auto-evaluación posterior. Los resultados fueron
sorprendentes y reveladores: los más brillantes estimaban que
estaban por debajo de la media; los mediocres se consideraban por
encima de la media, y los menos dotados y más inútiles estaban
convencidos de estar entre los mejores. Así vemos por ejemplo la
diferencia entre las personas competentes e incompetentes:
- Competentes: Son personas
que ven su rendimiento o su capacidad como dentro de la media. Es
más, es habitual que duden de sí mismos y se interesen por aprender
con la idea de mejorar en las áreas que sean. Saben que siempre es
posible mejorar y superarse. Reconocen también los logros de otras
personas y están dispuestas a enfocar varias opciones.
- Incompetentes: Piensan que
sus capacidades están por encima de la media, son incapaces de ver
sus fallos o su falta de eficacia, e incluso no pueden admitir que
otros hagan las cosas mejor que ellos.
Como dijo una vez Charles
Darwin, la ignorancia suele proporcionar más confianza que el
conocimiento. Curioso, ¿no? pero es así, como lo demuestra el
hecho de que en más de una ocasión hemos encontrado personas, "profesionales de prestigio"
absolutamente incapaces de ir más allá de sus propios esquemas y
creencias. Y, como decía el escritor Francisco Ayala, la
incompetencia es más dañina en el momento en el que incompetente,
tenga más poder.
Dicho sea de paso, en la
actualidad estos parámetros vienen al pelo para catalogar e
interpretar muchas de las decisiones y desaciertos de tantos
pretendidos “expertos”, particularmente en economía y política,
que nos han llevado a donde estamos. Y lo que te rondaré, morena.
Y dejémoslo ahí.
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1La
consultora Otto Walter (ottowalter.com) publicó en 2007 un informe
con el revelador título de ¿Cuáles son las conductas más desquiciantes
de los empleados tóxicos?, como resultado de una encuesta
realizada a empresas de toda España, que aún hoy es libro de
cabecera para expertos y estudiosos del tema.