Tengo un amigo, Rafael,
chicharrero militante él (para ser exactos, tal vez sea más
apropiado usar en esta frase el verbo "tener" en tiempo
pretérito, toda vez que Rafael y yo hace años que parece que nos
perdimos mutuamente la pista), que mantiene la idea de que, cuando
uno está pachucho y alguien le pregunta "¿Cómo estás?",
lo mejor siempre es responder "Bien", porque, dice, si
quien lo pregunta es un amigo, se alegrará, y si no lo es, se
fastidiará (la verdad es que él usa un verbo más contundente, lo
que no desvirtúa el fondo del argumento).
Eso nos lleva a reflexionar,
aunque solo sea para calibrar el alcance de ese "Bien", a
veces esgrimido como mentira piadosa, sobre qué es en realidad eso
de estar o sentirse bien, lo que conoce socialmente como
bienestar.
De teorías...
Según los estudiosos del
tema, el concepto de bienestar tiene cuatro principales componentes o
ámbitos complementarios:
- físico, que
puede definirse como la sensación de tener una buena salud general,
o sea, poder satisfacer razonablemente bien las necesidades
primordiales del cuerpo y de lo que con él se puede realizar.
- psicológico o
mental, resultado de una percepción subjetiva provinente de
aspectos diversos como financiero, profesional, sentimental, etc.,
pero también, naturalmente, en la percepción directa e indirecta
que no se tienen disturbios mentales.
- emocional, que
se refiere a la habilidad de manejar las emociones, (ojo, no
reprimirlas sino saber manifestarlas de forma apropiada, a un tercero
pero, sobre todo, a uno mismo) para tener suficiente flexibilidad de
disfrutar más de la vida, con todos sus conflictos y tensiones.
- social,ámbito
nuevo (desde el siglo XIX) nacido de la evidencia de que las
condiciones laborales, sanitarias, e incluso económicas, repercuten
mucho sobre la salud general de la población1:
La noción general de
malestar con frecuencia es presentada como la situación opuesta
a bienestar.
A la
vista de lo expuesto, resulta obvio que lo que entendemos como
bienestar se puede definir como la mezcla o combinación de
situaciones de placer y de alegría con ausencia de penas y de
situaciones incómodas, sea cual sea el ámbito concreto que tenga
más influencia puntual, como si fuera (que no lo es) un sistema de
vasos comunicantes.Y es por esa voluntad de lograr el equilibrio
entre todas las fuerzas que influyen en el bienestar, realmente en
cuestiones relativas al sentido de la vida planteadas ya por la
filosofía y la religión, por la que se origina y va tomando forma
una disciplina que hoy está popularizada como desarrollo personal,
ya que con ella se asegura una respuesta a las problemáticas y dudas
que se plantean en la mejora del bienestar. La noción de desarrollo
personal tiene significaciones diferentes según sea expresado por
psicoanalistas, por promotores de las novedosas técnicas New Age,
por las llamadas corrientes coaching, por educadores o especialistas
en cuestiones del trabajo, etc., y sus objetivos se suelen marcar en
el conocimiento de uno mismo y la puesta en valor de los propios
talentos y virtudes, en la mejora de la calidad de vida, en poder
llegar a alcanzar las propias aspiraciones más sentidas, etc., es
decir, lo que proclama la revista Sciences humaines:
Las
técnicas de desarrollo personal se orientan a la transformación de
la propia persona, ya sea para deshacerse o aminorar ciertos aspectos
que pueden rozar lo patológico (fobias, ansiedad, depresión,
timidez), ya sea para mejorar las propias performances (comunicarse
mejor en público o en pequeñas reuniones, mejor gestionar el propio
tiempo, afirmarse en ciertas habilidades y destrezas).
Sin
embargo, lo que suele ofrecerse (en el mercado de la formación) como
desarrollo personal, es objeto de severas críticas por parte de
sectores académicos, que consideran ese dominio de conocimientos y
de reflexiones como una pseudo ciencia, pues dicen que así se
promueven conceptos imaginarios o ilusorios, lo que incluso en
ciertos casos puede ser hasta peligroso. Pues las generosas promesas
de felicidad presentes en muchos de los métodos de « desarrollo
personal », podrían llegar a abusar de la vulnerabilidad y
credulidad de algunas personas, a tal punto que lo que pretende
darles una solución se transforme en realidad en un problema y un
peligro para la salud personal. Por ejemplo, ciertos grupos
religioso/sectarios como la Cienciología han sido acusados
reiteradamente de servirse de tácticas de desarrollo personal para
reclutar nuevos adeptos.
Ciertamente,
desde que Jung, hace ya un siglo, planteó que la individuación
es el proceso de diferenciación psicológica, destinado a armonizar
la relación del consciente con el inconsciente, y que tiene por
objetivo el desarrollo de la personalidad del individuo hasta que
la psicología positiva de 1998 consagró el paso del desarrollo
personal de un tema secundario de la psicología a una posición
central, mucho ha llovido y muchos enfoques (¿ensayo-error?) han
tenido los intentos de mejora del bienestar. Sin ánimo de ser
exhaustivo, y por orden cronológico, los estudios de Jung citados,
la psicoterapia cognitivo-comportamental, el método Coué de
autosugestión consciente, la psicología humanista representada por
Abraham Maslow y Carl Rogers, el pensamiento positivo, el análisis
transaccional (AT), el coaching o mentorización, la programación
neurolingüística (PNL), la psico-sociología de los estados de vida
o la psicología positiva, por no hablar de las estrategias nebulosas
del New Age desde que se inició como técnica hace un siglo y que, a
lo largo del tiempo ha usado diferentes herramientas como el análisis
bioenergético, la hipnosis, la relajación, la sofrología, el yoga y
un largo etcétera.
Pero
fue el psicólogo canadiense Albert
Bandura quien concluyó que
ciertas fuerzas humanas más
que otras, ayudan a fortalecer el desarrollo personal, y mostró que
la confianza en sí mismo
es uno de los factores que explica mejor el por qué individuos que
tienen un
mismo nivel de conocimientos y de competencias, pueden llegar a tener
resultados, en todo,
muy diferentes. Este matiz es
capital si tenemos en cuenta que todos los marcos de actuación para
la mejora del bienestar "se olvidan" del bienestar físico,
cuando, en palabras del humanista
franco-norteamericano René
Dubos la salud es justamente
el punto de convergencia de los conceptos de autonomía y bienestar.
No hay duda acerca de que la
referencia principal para la evaluación del mejoramiento global de
un individuo es la propia persona en sí misma, lo que puede
apreciarse de forma empírica realizando (y los programas serios de
desarrollo personal lo suelen hacer) un test de
auto-evaluación, que ayuda a determinar si ha habido algún progreso
o si incluso eventualmente el individuo ha pasado a un nuevo estado
en el desarrollo de su personalidad pivotando sobre todos sus ámbitos
y gestionándolos en una suerte, como decíamos, de sistema de vasos
comunicantes.
Anímicamente, todos
partimos (consciente o inconscientemente) de un estándar de bienestar
subjetivo, que suponemos con capacidad de mejora, y en cuyos
componentes admitimos variaciones temporales: una enfermedad,
un bache financiero, un conflicto de pareja, etc., cuya adecuada
gestión equilibrada y potenciada con los ámbitos no afectados nos
permite mantener ese standard global subjetivo y confortable mientras
dura la incidencia. Pero, ¿qué pasa cuando la incidencia
desequilibrante no es temporal? ¿cómo enfocar ese, ahora sí,
imprescindible desarrollo personal ante la adversidad (reglado
o instintivamente autónomo)? Son situaciones que se presentan a
menudo: la desaparición de un ser querido, una catástrofe natural,
un crack financiero generalizado, la aparición de una enfermedad
irreversible...
No pretendemos, ni mucho
menos (ya nos gustaría), ofrecer soluciones de cómo gestionar estos
desequilibrios, sino simplemente reflexionar sobre alguno de ellos.
No se trata de frivolizar aplicando el viejo proverbio (dicen que
árabe) de que si tienes un problema que sabes que tiene solución,
no te has de preocupar y si sabes que no la tiene, ¿para qué
preocuparte?, sino de ver si hay forma de abordarlos. De todas
formas, a un observador objetivo no se le escapa que el único
desequilibrio de los irreversibles que el individuo puede gestionar
es, precisamente, el que no contempla ningún programa de
desarrollo personal, el que se refiere al bienestar físico, a la
salud en definitiva. Todos los demás son exógenos.
Dice Sally Goddard Blythe,
directora del Instituto de Psicología Neurofisiológica de Chester,
en el Reino Unido, que el equilibrio nos permite tener los necesarios
sentimientos de seguridad y estabilidad, que se transfiere de lo
físico a lo emocional, de forma que el desequilibrio físico afecta
negativamente a todas las facetas del desarrollo personal. Y la cosa
se complica, porque, en palabras del escritor keniata eterno
candidato al Nobel Thiong'o, en la búsqueda del equilibrio (armonía
dice él) hemos de ser conscientes de que estamos siempre conectados
con nuestro entorno, o lo que es lo mismo, que se origina un efecto
similar al de la matemática Teoría del Caos (ya sabéis, aquello
tan desasosegante de que el aleteo de una mariposa en Canadá puede
provocar un terremoto en Japón) porque nuestro equilibrio o
desequilibrio influye en el de nuestro entorno y al revés.
Hay un conocido juego de
mesa, encuadrado dentro de los "de habilidad" consistente
en que apilando un número determinado de piezas, generalmente de
madera, se construye una torre y, después, los jugadores, en un
orden establecido, van intentando sacar piezas de la estructura para
llevarlas a la parte superior y seguir haciendo crecer la torre...
sin que se derrumbe todo lo construido al quitar la pieza elegida.
En la búsqueda del
crecimiento personal (que no debe limitarse en este aspecto a las
etapas clásicas de aprendizaje de infancia y adolescencia)
coordinado con el mantenimiento del equilibrio en que se funda el
bienestar, el quehacer es parecido al del juego de la torre de piezas
de madera, con la gran diferencia de que no es uno mismo quien elige
la pieza desequilibrante, pese a que el objetivo coincide con el que
persigue el juego: evitar el fatal e irreparable derrumbe. Cobra
fuerza entonces la idea de Bandura de la importancia capital que
tiene la confianza en uno mismo para encarar un proceso de este tipo,
sin que haya que deducir por ello que deban rechazarse todas
las posibles ayudas externas. Y es que, en el proceso de la búsqueda
del necesario reequilibrio, es conveniente tener al alcance o poder
disponer de alguna forma de ayuda... ¿externa? Pensemos que se debe
asumir que la ayuda externa, por definición, es temporal (salvo que
existan patologías psíquicas insuperables, pero eso, si se da,
entra en territorio exclusivamente médico) por lo que, para poder
calificarla y potenciar su eficacia, es imprescindible determinar qué
pilar de la estabilidad, de los citados al principio, se desequilibra
e identificar el alcance estimado del desequilibrio.
... y de prácticas.
En definitiva podemos
afirmar que el objetivo es conseguir mantener lo menos maltrecho
posible el pilar que hemos definido más arriba como (copiamos)
emocional, que se refiere a la habilidad de manejar
las emociones, (ojo, no reprimirlas sino saber manifestarlas de forma
apropiada, a un tercero pero, sobre todo, a uno mismo) para tener
suficiente flexibilidad de disfrutar más de la vida, con todos sus
conflictos y tensiones. Parece evidente que la tarea es hallar la
llave secreta para dominar los efectos del bamboleo de los otros
pilares. Y al final, siempre se acaba en Bandura: lo más importante
es la acción interna de uno mismo, lo que corrobora la evidencia de
que a medida que aumenta el desequilibrio, mayor es el grado de
introspección personal para asumirlo, se cuente o no con ayuda
externa.
Si nos atenemos a los
pilares de bienestar que hemos identificado más arriba, resulta
obvio que pueden darse (y coincidir, a veces) diferentes causas de
desequilibrio, como el quedarse sin trabajo, la pérdida de un ser
querido, sufrir un accidente de tráfico, divorciarse, etc, y que
alguno puede ser temporal y otro irreversible, pero, en resumen, el
esfuerzo más importante a hacer es el de asumir su realidad para
poder afrontarlo. Vayamos, por ejemplo, a uno de los casos más
desequilibrantes que existen, que es la pérdida imprevista de un ser
querido (obviamente, las pérdidas por ley de vida, también
duelen lo suyo, pero se acaban asumiendo con un menor trauma
emocional). Puede ser conveniente acudir a ayuda externa, casi
siempre a alguien que ha pasado, y superado, un trance similar (un
inciso: con contadísimas excepciones, acudir a expertos gurús
no solamente no ayuda, sino que suelen incrementar la confusión pues
suelen aportar recetas estándar, iguales para un
desequilibrio emocional, financiero, social o del tipo que sea. Otro
tanto puede decirse de la mayoría de libros de "autoayuda",
en el fondo bestsellers que, con un objetivo puramente comercial
dicen en sus páginas lo que el confuso lector espera leer, entre
otras cosas porque si no, no se vendería) pero esta ayuda externa,
para que sea eficaz ha de ser necesariamente temporal, sólo del
tiempo imprescindible para entender cómo asumir el desequilibrio a
través del análisis de lo que otros han hecho en situaciones
similares. El esfuerzo, pues, es íntimo, y por eso es tan pernicioso
que la presunta ayuda se fundamente en "Has de... ",
"Tienes que... " y similares, condicionando decisiones que
sólo corresponden a la persona que ha de salvar el bache.
Curiosamente, cuando el
bache se origina en el primer pilar de la estabilidad, en el pilar
físico, aquel que definíamos como la sensación de tener
una buena salud general, o sea, poder satisfacer razonablemente bien
las necesidades primordiales del cuerpo y de lo que con él se puede
realizar, nunca se piensa en ayuda externa para superarlo
emocionalmente (excepción hecha de la ayuda médica o clínica,
naturalmente, que se encuadran en otro ámbito), lo que demuestra que
el mayor esfuerzo siempre es el íntimo. Además, nadie mejor que uno
mismo para evaluar la intensidad y duración de ese esfuerzo para el
reequilibrio potenciando en ese tiempo de enfermedad otros pilares
hasta que se recupera la normalidad. Pero, ¿y si se sabe que nunca
se recuperará? Por ejemplo, ante la amputación de un miembro, que
es irreversible y obliga a buscar un sustituto emocional permanente
o, un caso especial, la presencia inopinada de una dolencia
neurodegenerativa, en general poco conocidas y de las que se sabe el
final pero no la forma y duración del proceso para llegar a ese
final.
Detengámonos en ellas, sin
morbo añadido pero sí con objetividad, para intentar analizar si
realmente se puede lograr el reequilibrio del bienestar incluso en
las situaciones más difíciles. Hay una corriente de pensamiento
filosófico que dice que la vida es la capacidad de decidir.
Efectivamente, cada día tomamos decisiones. A cada momento. A veces
somos más conscientes de ello, otras ni nos damos cuenta; unas son
más banales, otras más trascendentales. Pero siempre estamos
tomando decisiones. Sin dejar el plano teórico, parece evidente que
una enfermedad que tiene un progreso conocido de antemano de que se
va mermando y condicionando inexorablemente la capacidad de decidir
da validez al título de la novela de Milan Kundera (de cuando
Kundera no era aún el Kundera que hoy conocemos, y de lectura
recomendable, dicho sea de paso) La vida está en otra parte,
a la vez que hace recordar la idea citada del escritor Thiong'o, de
que en la búsqueda del equilibrio hemos de ser conscientes de que
estamos siempre conectados con nuestro entorno. ¿Qué hacer? ¿Seguir
tomando de referencia el cambiante pilar físico? ¿Hay otro método?
Hace un tiempo asistí en el
Auditorio de Barcelona a una actuación de la Banda de Música de la
Guardia Urbana, en cuyo programa figuraba la conocida suite sinfónica
Scheherezade, del compositor ruso Nikolái Rimski-Kórsakov,
caracterizada, como se sabe, por una deslumbrante y colorida
orquestación con un acusado protagonismo de los instrumentos de
cuerda... precisamente de los que no dispone una banda de música, limitada a los
de viento y percusión.
Confieso que estaba
intrigado por escuchar la solución dada por el arreglista al primer
solo de violín en el primer movimiento; en el segundo ya no se
echaban de menos los violines y, al finalizar la interpretación,
quedaba en el aire la sensación de que Rimski había compuesto la
obra sólo para instrumentos de viento. Es decir, se había
conseguido un alto equilibrio armónico prescindiendo de un pilar que
se consideraba básico en la armonía de conjunto.
Pues algo parecido puede
suceder con el mantenimiento del equilibrio del bienestar ante
situaciones difíciles como la que analizamos, focalizando,
posiblemente, el esfuerzo, no en asumir la dolencia física y lo que
ella representa, sino en el esfuerzo de mantener el bienestar del
entorno como si no existiera en él el pilar del propio bienestar
físico. Pero no debe de ser fácil, y nadie pretende que lo sea,
entre otras cosas porque para ello se ha de cambiar conscientemente
el orden de prioridad instintivo del equilibrio y lograr ver el pilar
físico propio desde fuera, como un factor que no afecta al
bienestar (imprescindible) de todo el entorno, desdramatizando, en lo
posible, cualquier pensamiento o sentimiento que se desvíe de lo que
marca el estándar del bienestar y ensayando hasta dominarlo el
exhibir como natural la clásica cara de poker, inexpresiva
ante lo no positivo.
Quede claro que estas líneas
no son recetas (ya nos gustaría) sino simples reflexiones
fruto de la observación, que pueden estar equivocadas. No se trata,
en modo alguno, de permanecer inconscientemente ajeno al deterioro
que produce este tipo de enfermedades, al que se ha de estar, al
contrario, muy atento, sino variar la forma de verlo y exteriorizar
sus efectos; la respuesta que citaba al principio de mi amigo Rafael
es un buen inicio, mejorada a veces en "Bien, si no entramos
en detalles" dicha con la mejor de las sonrisas. Otra buena
respuesta es la de "Hoy estoy como nunca", también
expresada con una sonrisa, que tranquiliza y desarma al interlocutor
a pesar de que, en el fondo, encierra la cruel realidad de que cada
día que pase, el estado será peor. Es eso, la comparación de la
situación con el paso del tiempo, lo que constituye a la postre, uno
de los principales enemigos a esa decisión de mirarse desde
fuera. Y es inevitable. Porque siempre habrá (afortunadamente,
por otra parte) personas bienintencionadas que, con su mejor
voluntad, se interesarán por saber "¿Cómo estás hoy?¿Se
te ha pasado el malestar que me comentaste la última vez?",
lo que te transporta, sin querer, a establecer secuencias temporales
para la respuesta (positiva y con sonriente cara de poker, no
lo olvidemos) y a recordar que hace un par de años programabas las
etapas del Camino de Santiago y hoy te es imposible bajar sin ayuda
el bordillo de la acera de tu casa, pongamos por caso.
No es fácil, no, pero
tampoco debe abordarse como una heroicidad, que no lo es; simplemente
cabe ser consciente de que cada caso es un mundo, como se suele
decir, y que para conseguir el bienestar auténtico a veces hay que esforzarse en trabajar en un cambio
radical y consciente de prioridades y prescindir, si es necesario
(para uno mismo y para el entorno) de referencias que, en otros
supuestos, resultan indispensables.
Nada más (y nada menos).
--------------------------
1El
ámbito "social" del bienestar es producto de la llamada
“cuestión social”, iniciada efectivamente en el siglo XIX, por
los sufrimientos de la clase trabajadora a consecuencia de la
revolución industrial y de la que se hicieron eco intelectuales,
políticos y religiosos. En concreto, la Iglesia abordó de lleno
esta cuestión a partir de León XIII y su encíclica “Rerum
Novarum” (1891), y Pío XI y sus encíclicas "Quadragesimo
Anno" (1931) y "Divini Redemptoris" (1937), con las
que se establecieron los principios rectores del enfoque cristiano
en relación a lo social, lo que incluye la dignidad de la persona
por encima de cualquier otro aspecto, y la necesidad de reforzar el bien
común.
No hay comentarios:
Publicar un comentario