Dice el
refranero, que nunca nos cansaremos de repetir que es muy sabio
(aunque discutible, por supuesto, en alguna de sus sentencias), que
tras la tempestad llega la calma, tras los excesos, la contención y
que, como las plagas bíblicas, aunque con otro sentido, las épocas
de bonanza y de depresión se van alternando en la vida, de forma que
eso que se dice que precisamos reposar y tomar fuerzas en los cambios
de época para lograr un cierto equilibrio global y personal es una
verdad como un templo.
Viene
esto a cuento porque ya se pueden dar por acabadas la fiestas (?)
alrededor de la celebración de la Navidad, el cambio de año y la
venida de los Reyes Magos, y tras la vorágine comercial insensata en
la que se han convertido estos días llega la “cuesta de enero”,
el sosiego que nos permite examinar con calma las acciones impensadas
e inducidas a las que hemos sucumbido (y sus facturas) y declarar
“firmemente” el propósito de no volver a caer en esa trampa
saducea… hasta el año que viene. Porque íntimamente estamos
convencidos de que este fenómeno nos supera y de nada vale luchar
contra él pues, cuando se presenta (cada año por las mismas fechas)
es como un fuerte episodio de estrés ya asumido. ¿Es eso? ¿Es
estresante la Navidad?
Vayamos
por partes. ¿Qué es estrés? El estrés es una reacción
fisiológica del organismo en el que entran en juego diversos
mecanismos de defensa para afrontar una situación que se percibe
como amenazante o de demanda incrementada, o sea, que en tanto es
respuesta a un factor tal como una condición ambiental o un
estímulo, puede afirmarse que el estrés1
es el modo de un cuerpo de reaccionar a un desafío. Y fijémonos en
que el refranero se cumple, toda vez que debido a que el cuerpo no
puede mantener este estado durante largos períodos de tiempo, el
sistema nervioso tiene tendencia a hacer regresar al cuerpo a
condiciones fisiológicas más normales.
Pero, en
principio, no habría por qué preocuparse; todo el mundo se siente
estresado de vez en cuando y no todo el estrés es malo. Sin ir más
lejos todos los animales tienen una respuesta a situaciones que
podríamos definir como de estrés, y puede salvarles las vidas. El
estrés es emocionante y fascinante en pequeñas dosis, pero cuando
es demasiado resulta agotador, hasta el punto que si el estrés se
hace crónico puede causar daño tanto físico como mental. Por sus
causas, hay por lo menos tres diferentes tipos de estrés:
• Estrés
rutinario o cotidiano, relacionado a la presión del trabajo, la
familia y otras responsabilidades diarias
• Estrés
provocado por un cambio negativo repentino, como la pérdida de un
trabajo, el divorcio o la aparición de una enfermedad
Hay
pocas dudas para los psicólogos de que ese estado que propician
estas fiestas puede encuadrarse en el apartado de estrés provocado,
y su manejo puede resultar complicado y confuso porque, por otra
parte, existen diferentes tipos de estrés, sean cuales sean sus
causas: estrés agudo y estrés crónico, y cada uno cuenta con sus
propias características, síntomas, duración y enfoques.
Con
estos mimbres, si cuando uno se da cuenta de que ha empezado el
bombardeo publicitario de perfumes de nombre impronunciable, de
juguetes y pasatiempos al alcance económico sólo de unos elegidos o
de cosas que obedecen al último grito (algunas son realmente “el
último rebuzno”) de la moda en su sector, nota que empiezan los
sudores fríos, las prisas y, en definitiva, unos síntomas que se
pueden resumir en:
• Agonía
emocional, combinación de enojo o irritabilidad, ansiedad y
depresión.
• Problemas
musculares que pueden incluir dolores de cabeza, de espalda, de
mandíbula y tensiones musculares.
• Problemas
estomacales e intestinales como acidez, flatulencia, diarrea,
estreñimiento y síndrome de intestino irritable;
• Sobreexcitación
pasajera que deriva en elevación de la presión sanguínea, ritmo
cardíaco acelerado, transpiración de las palmas de las manos,
palpitaciones, mareos, migrañas, manos o pies fríos, dificultad
para respirar, y dolor en el pecho.
Si eso o
algo parecido pasa, hay pocas dudas de que la persona sufre los
efectos de una crisis por estrés agudo y fríamente, la mayoría de
las personas los reconocen y, como está asumido que le puede pasar a
cualquiera, se considera muy manejable (y lo es). Otra cosa es que el
estrés agudo (y no digamos si está originado por causas serias
como una enfermedad grave, un divorcio, la pérdida de un ser
querido,… ) afecte a personas cuyas vidas son tan desordenadas que
son estudios de caos y crisis y no pueden organizar la cantidad de
exigencias autoimpuestas ni las presiones del entorno que reclaman su
atención. Desde un punto de vista meramente psicológico, estas
personas pueden ser sumamente resistentes al cambio y, a menudo, el
estilo de vida y los rasgos de personalidad están tan arraigados y
son habituales en ellas que no ven nada malo en la forma cómo
conducen sus vidas, y con frecuencia, ven su estilo de vida, sus
patrones de interacción con los demás y sus formas de percibir el
mundo como parte integral de lo que son y lo que hacen.
Las
“recetas” contra los efectos del estrés agudo en la persona, que
las hay, quedan fuera de estas líneas (parafraseando al Michael Ende
en su La historia interminable, “… ésa es otra
historia y debe ser contada en otra ocasión”), pero nos
permitiremos reflexionar sobre lo fácil que es crear sin pensarlo
conscientemente situaciones estresantes, y para ello nos basaremos,
precisamente,en un icono de estos días pasados, cual son los Reyes
Magos y sus regalos. No nos meteremos en camisa de once varas y no
entraremos en quiénes eran realmente (sólo aparecen como de pasada
en uno de los cuatro relatos evangélicos, sin definir sus nombres ni
que fueran tres y fue en el siglo III cuando se estableció que
pudieran ser reyes), ni mucho menos cuestionaremos su existencia hoy
ni si piden ayuda a los padres de los niños para el reparto de
regalos, no. Simplemente recordaremos que en España, a partir del
siglo XIX, se inició la tradición de convertir la noche de Reyes
(noche anterior a la celebración religiosa de la Epifanía) en una
fiesta infantil con regalos para los niños, a imitación de lo que
se hacía en otros países cristianos el día de Navidad, en homenaje
al santo oriental San Nicolás. Pero, paralelamente, en Estados
Unidos nace en 1931, fruto de una campaña comercial, el Papa Noel
que conocemos ahora (aunque heredero de San Nicolás y de los
protestantes holandeses que primero poblaron Norteamérica, está
casi desprovisto de connotación religiosa y se inspira en los mitos
del solsticio anteriores al cristianismo) y que se identifica
rápidamente en todo el mundo con el american way of life, con
toda la carga de modelo social que eso representa.
En
España, la imparable irrupción de Papa Noel en detrimento de los
Reyes Magos supuso, por un lado, el añadido de un nuevo factor
estresante, pues ahora había dos fechas marcadas ya que para los
niños tan especial es uno como los otros y nadie pensaba en
reivindicar sólo una de las fechas, para regocijo de los
comerciantes de juguetes y similares (un inciso: no deja de ser
curioso que se eche mano de la tradición para justificar
“espectáculos” públicos de tortura a animales que dicen que son
arte y cultura y no para reivindicar a los Reyes Magos frente a Papa
Noel o la representación de Don Juan Tenorio frente al Halloween,
por ejemplo; pero eso es otra cosa). De otro lado, esta circunstancia
deja al descubierto que, en materia de cómo educamos a nuestras
criaturas, hay camino por recorrer. Me explico: en esa “lucha
comercial” entre Papa Noel y los Reyes Magos se esgrime como casi
único (y falso) motivo de disputa que los niños pueden disfrutar
más de los regalos del primero por tener por delante más días de
vacaciones. Ya. Como si los regalos se volatilizaran con la vuelta al
colegio.
¿Y
si buscamos remedio a la creación de factores estresantes, por
empezar por algún sitio? ¿No será cosa de gestionar la educación?
A ver...Seamos coherentes: ¿no decimos hasta la saciedad que los
Reyes o Papa Noel (para esta reflexión es igual quien sea) traen sus
regalos “a quien se haya portado bien todo el año”? ¿A
santo de qué que se acostumbre a tener una inundación de regalos
por Navidad, por Año Nuevo, por inicio de curso, por final de curso,
por el santo, por el cumpleaños, por carnavales, por eso del
Halloween,… ? ¿Dónde quedan las enseñanzas de la cultura del
esfuerzo (no sólo académico a fin de reducir tanto cafre con título
que pulula por ahí), el respeto hacia los demás, la actitud,… ?
Seguramente enseñándoles esos valores se les enseña también a
valorar que cada regalo debe costar de conseguir, que les debe durar
todo el año y que, en ese contexto, el que “se lo traiga” Papa
Noel o los Reyes Magos obedece a razones diferentes a la presión del
estrés comercial inducido.
Pero
volvamos al estrés. De aquí a convertir ese estrés de estos días,
que ya hemos apuntado que puede ser emocionante y fascinante, en
estrés crónico, que en modo alguno lo es, un paso, con
independencia de la personalidad de a quién afecta. Es el estrés de
la pobreza, las familias disfuncionales, de verse atrapados en un
empleo o carrera que no da para vivir, que desgasta a las personas
día tras día, año tras año, el que hace estragos mediante ese
desgaste a largo plazo, el que destruye al cuerpo, la mente y la
misma vida, pues el estrés crónico mata a través del suicidio, la
violencia, el ataque al corazón, la apoplejía e incluso el cáncer.
Las personas se desgastan hasta llegar a una crisis nerviosa final y
fatal. El estrés crónico surge cuando una persona nunca ve una
salida a una situación deprimente. Es el estrés de las exigencias y
presiones implacables durante períodos aparentemente interminables.
Sin esperanzas, la persona abandona la búsqueda de soluciones.
Por
ello, el peor aspecto del
estrés crónico es que las personas que
lo sufren se acostumbran a él,
se olvidan que está allí. Si
bien las personas toman
conciencia de inmediato del estrés agudo porque es nuevo; ignoran al
estrés crónico porque es algo viejo, familiar y a veces hasta casi
resulta “cómodo”.
Lo
dramático para la sociedad y radicalmente obsceno es que se ve y se
sabe con datos empíricos que la bacanal de consumismo salvaje en que
se han convertido estas fiestas alrededor de la Navidad, favorece y
potencia geométricamente la aparición de más casos de ese estrés
insano. Y nadie parece hacer nada para remediarlo porque a nadie
parece importarle, pues (eso es lo trágico a futuro) se
considera “normal”.
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1Para
quien sienta curiosidad por el origen de la palabra y algo de lo que
la rodea, en la década de 1930, el médico y fisiólogo austríaco
Hans Selye descubrió que pacientes con variedad de dolencias
manifestaban muchos síntomas similares como fatiga, pérdida del
apetito, bajada de peso y astenia, entre otras posibles
sintomatologías, que podían ser atribuidos a los esfuerzos del
organismo para responder al propio hecho de estar enfermo. Él llamó
a esta colección de síntomas Síndrome del estrés, o
Síndrome de Adaptación General. En 1950 publicó la que
sería su investigación más famosa: Estrés. Un estudio sobre
la ansiedad. El término estrés proviene de la física y hace
referencia a la presión que ejerce un cuerpo sobre otro (la fatiga
de materiales), siendo aquel que más presión recibe el que puede
destrozarse- y fue adoptado por la psicología, pasando a denominar
el conjunto de síntomas psicofisiológicos antes mencionado. Los
estudios de Selye con posterioridad llevaron a plantear que el
estrés es la respuesta inespecífica a cualquier demanda a la que
sea sometido, es decir que el estrés puede presentarse también,
por ejemplo, cuando se da un beso apasionado.
Las reacciones psicológicas que causa el
estrés tienen tres componentes: emocional, cognitivo y de
comportamiento. El estrés y las emociones tienen muchísima
relación, hasta el punto de que hasta la definición son similares.
Las emociones se pueden definir como un estado de ánimo que aparece
como reacción a un estímulo. Lo que hace pensar que el estrés es
una emoción ya que tiene sus características. Algunas respuestas
de tipo emocional que se presentan en personas afectadas por el
estrés son las siguientes: abatimiento, tristeza, irritabilidad,
apatía, indiferencia, inestabilidad emocional, etc. Se dice que los
agentes estresoresllegan por medio de los órganos de los sentidos
(vista, oído, tacto, gusto, olfato), que después llegan las
emociones. Entonces después del estrés vienen las emociones y
viceversa.
Los llamados estresores o factores
estresantes son las situaciones desencadenantes del estrés y pueden
ser cualquier estímulo, externo o interno (tanto físico, químico,
acústico o somático como sociocultural) que, de manera directa o
indirecta, propicie la desestabilización en el equilibrio dinámico
del organismo
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