Siempre
que el actual inquilino de la Casa Blanca, sede del gobierno de los
Estados Unidos, Donald J. Trump, se refiere a la situación creada
por la pandemia del Covid-19 (lo que, por otra parte, procura evitar
porque es un tema que le causa visible incomodidad) tiene buen
cuidado de remarcar ante su auditorio que se trata de un virus venido
de la China, enemigo económico declarado, transmitiendo así el
mensaje de que, en su país, esas cosas no pasan y que los
males siempre vienen de fuera (alguien, por cierto, según eso,debería entonces
explicarle que la que él conoce como la “gripe española” de
hace un siglo que causó entre 15 y 20 millones de muertes, se originó en unos cuarteles militares de Kansas,
Estados Unidos, y que fueron los soldados estadounidenses quienes la
propagaron, principalmente, a Europa) También entre nosotros unos
que se autoproclaman “políticos” hablan sin reparo del virus
chino, aunque, casualmente, uno de ellos se contagiara y no en
China precisamente.
Habrá
que recordarle a ellos (y a muchos como ellos) el mensaje al respecto
del secretario general de la Organización de las Naciones Unidas
(ONU), Antonio Guterres: “El Covid-19 no cuestiona
quién somos, dónde vivimos o en qué creemos. Pero, sigue
propagándose como un tsunami disfrazado de expresiones de odio,
xenofobia, acusación por chivo expiatorio y alarmismo. Se apunta
como blanco en todo el mundo a los trabajadores
sanitarios y activistas de derechos humanos. Debemos reforzar la
inmunidad de nuestras sociedades frente al virus del odio”,
Guterres precisó que ha aumentado la xenofobia en la calle y se dan
teorías de conspiración antisemíticas, ataques islamofóbicas en
ambientes virtuales; se trata a los refugiados y emigrantes como el
"origen del virus", y a los mismos se priva de tratamiento
médico a causa del coronavirus.
Pero,
además, no olvidemos que, ya se sabe, la feria va por barrios,
y que en situaciones como ésta, según
vaya la feria, se puede pasar en un abrir y cerrar de ojos
de “chico bueno protagonista” a “el malo de la película”;
primero fue la comunidad china la que fue mirada con prevención y
rechazo por el resto del mundo pero luego, la italiana... y la
española, y después otras. En apenas cuatro meses, el virus se
expandió a una velocidad de vértigo por todos los continentes
-excepto la Antártida-, desconociendo fronteras y paralizando
prácticamente el mundo. La pandemia del Covid-19 ha sacado a la luz
comportamientos xenófobos en distintas partes del mundo contra los
ciudadanos de las naciones más afectadas por el virus, una reacción
que los expertos achacan al miedo y a la ignorancia, debidos en parte
a la falta de información y la propagación de noticias falsas que
circulan por la red, que extienden rumores y mentiras sobre el virus
- "y la amplifica el fascismo", aseguran expertos
estudiosos del fenómeno -, que tiene difícil solución y que surge
de la necesidad del ser humano de identificar al enemigo o al
responsable de su "mal": Es una plaga tan antigua como el
hombre, que no hemos logrado desalojar de nuestros cuerpos.
Es
tan viejo como el origen del mundo. Cada vez que brota una pandemia,
el pánico se extiende por toda la sociedad y comienza la caza de
brujas para buscar a los culpables. Entre los supuestos responsables
hay muchos candidatos: el Gobierno que “no ha querido atajar el
problema”, misteriosas fuerzas ocultas y grupos secretos que
crearon la cepa en laboratorio para soltarla después, provocando un
Apocalipsis planetario, y hasta Dios o el mismísimo Diablo que
envían sus maldiciones bíblicas al ser humano por pecados tan
antiguos como los de Sodoma y Gomorra (no tardará mucho en salir un
obispo que atribuya el mal a la lujuria, al libertinaje y a la ofensa
de aquellos que dieron la espalda a la religión, y si no al tiempo).
Toda la superchería que ya se vivió en la Edad Media está
retornando con fuerza, pero por encima de las explicaciones
irracionales hay una que se presenta como la más peligrosa de todas,
un argumento que puede ser todavía más letal que el propio
coronavirus: la peste la trajeron otros, los extraños, los de fuera,
los inmigrantes, los que buscan refugio.
La
tentación de dar rienda suelta a los instintos más bajos, como el
racismo y la xenofobia, se impone entre los grupos más conservadores
y reaccionarios cuando el miedo se instala en un lugar, y nos
enteramos del otro gran drama, no el que están sufriendo los
infectados por el germen ni los familiares de los fallecidos, sino el
de los estigmatizados, el de los “parásitos”, el calvario que
sufren las minorías étnicas, sobre todo, en este caso, los chinos a
los que se empieza a culpabilizar ya de haber propagado
voluntariamente el Covid-19, por ser confucionistas o simplemente por
ser rojos seguidores de Mao. Cualquier excusa sirve cuando de lo que
se trata es de encontrar una cabeza de turco en la que volcar la ira,
el pánico y la neurosis.
Los
discursos xenófobos a cuenta del coronavirus son cada vez más
frecuentes. Cualquiera de nosotros puede escucharlos, ya fuera del
confinamiento, en el autobús, en la tienda o en el Metro. En España
los discursos antiimigración provienen de una formación política
que ahora arremete contra el Gobierno “por no haber sabido frenar
la expansión de la epidemia” denunciando que la inmigración
ilegal puede traer a Europa y a España “pandemias ya erradicadas”.
En realidad se trata de un bulo más ya que todos los estudios de
organismos oficiales demuestran que no hay nada que nos lleve a
pensar en una relación directa entre infecciones e inmigración.
Pero el discurso xenófobo va calando y abrazar aquí a un asiático
o darle un beso en la mejilla (o en muchos países a un español) se
ha convertido (lo han convertido) en una práctica de riesgo que con
el tiempo nos hará más hipocondríacos, más fríos y herméticos,
más intolerantes. Es la otra pandemia, la pandemia del miedo
mezclado con odio, tan cruel e injusta como puede ser la propia
maldita enfermedad.
No
es la primera vez que una enfermedad focalizada en un punto concreto
del planeta se convierte en emergencia internacional. En 2014 varios
países de África occidental sufrieron un grave brote de ébola, una
de las enfermedades más mortíferas del planeta, la enfermedad se
expandió rápidamente por la falta de recursos para combatir el
virus, pero también porque no hubo una respuesta coordinada entre
los diferentes gobiernos “porque no les afectaba”; como
consecuencia, se infectaron más de 30.000 personas y hubo más de
11.000 muertes, según datos de Médicos Sin Fronteras (MSF). Fuera
de África, en los países occidentales, los casos de ébola no
superaron la docena según recoge la Organización Mundial de la
Salud (OMS) y sólo falleció una de las personas infectadas en
Estados Unidos. Recordemos que aquí, la enfermera española Teresa
Romero fue la primera persona infectada por el virus fuera de África,
por lo que su caso enseguida acaparó la atención mediática,...
relegando a un segundo plano lo que estaba sucediendo con las miles
de víctimas en África.
Estas
situaciones también deben hacernos reflexionar sobre la diferencia
entre los países desarrollados y las regiones con menos recursos y
cómo recibimos la información sobre la emergencia sanitaria. La
docena de víctimas del ébola en países occidentales tuvo mucha más
presencia en los medios que los miles de muertos en África, lo que
hace que nos preguntemos si la gravedad de una epidemia tiene el
mismo peso para todo el mundo.
La
xenofobia es la fobia al extranjero o inmigrante, cuyas
manifestaciones pueden ir desde el simple rechazo hasta diversos
tipos de agresiones. La mayoría de las veces la xenofobia se basa en
el sentimiento exacerbado y fanatizado de “protección” de una
nación, aunque también puede ir unida al racismo, o discriminación
ejercida en función de la raza. Probablemente, y esto no la
justifica, las raíces de la xenofobia se encuentren en nuestra
hominización. La organización de los primeros grupos humanos
conllevaría enfrentamientos y probables exterminios entre grupos
vecinos, con lo que el sentimiento xenófobo, la prevención frente
al extranjero, así, sería un rasgo evolutivo arcaico. Con la
formación de sociedades amplias y permeables y el trasvase de
información entre estas sociedades, veríamos al extranjero como
portador de esa información y conocimiento y coexistirían ambos
arquetipos: negativo y positivo; dominando la racionalización y
contención del sentimiento xenófobo, el miedo al diferente, que
podría ser innato, reminiscente de nuestra historia evolutiva. Entre
los prejuicios xenófobos actuales más extendidos están la
superioridad cultural del mundo occidental (eurocentrismo), el temor
a la pérdida de la propia identidad y la vinculación y atribución
del paro y la delincuencia a los emigrantes (pobres, claro, cuando,
hablando de la pandemia, el mayor riesgo llega en avión y viste
corbata).
El
16 de septiembre de 2008, en la cumbre de Bruselas, la Comunidad
Europea aprobó la Ley contra la Xenofobia y el Racismo que contempla
condenar hasta con tres años de cárcel los comportamientos
xenófobos y racistas. Los Estados miembros deberán adaptar sus
legislaciones en el plazo de dos años para contemplar como delito,
por lo que no debe ser noticia que los gobiernos deben asegurar que
sus respuestas a la pandemia del Covid-19 no contribuyan a la
xenofobia y a la discriminación racial, y deben erradicar la
xenofobia en todas las políticas y mensajes estatales.
Volviendo
al principio, es desalentador ver que autoridades, incluido el
Presidente de los Estados Unidos (o Bolsonaro, u Orban, o… Hay para
elegir), adoptar nombres alternativos para el virus Covid-19. Y, en
lugar de utilizar el nombre internacionalmente reconocido del virus,
aplicar nombres con referencias geográficas, que generalmente se
refieren a su aparición en China. Este uso calculado de un nombre
geográfico para este virus se basa en la xenofobia y la fomenta. (en
este caso, sirve para aislar y estigmatizar a las personas que son
chinas, percibidas como provenientes de China o del este asiático).
Los nombres que se le dan a las enfermedades realmente,
psicológicamente, importan e influyen en las reacciones de las
personas directamente afectadas; ciertos nombres de enfermedades
provocan una reacción violenta contra miembros de comunidades
religiosas o étnicas particulares con, a veces, graves consecuencias
para la vida de las personas y sus medios de subsistencia.
Las
expresiones de xenofobia relacionadas con Covid-19 en plataformas
digitales han incluido acoso, discurso de odio, proliferación de
estereotipos discriminatorios y teorías de conspiración. No es
sorprendente que los líderes (?) que intentan atribuir Covid-19 a
ciertos grupos nacionales o étnicos sean los mismos líderes (?)
populistas que han convertido la retórica racista y xenófoba en el
centro de sus plataformas políticas Las respuestas políticas al
brote de Covid-19 que estigmatizan, excluyen y hacen que ciertas
poblaciones sean más vulnerables a la violencia son inexcusables,
inconcebibles e inconsistentes con las obligaciones internacionales
de los Estados en materia de derechos humanos. Además, la retórica
política y las políticas que avivan el miedo y disminuyen la
igualdad de todas las personas es contraproducente. Para tratar y
combatir la propagación de Covid-19 de manera efectiva, las personas
deben tener acceso a información de salud veraz y a suficiente
atención médica sin temor a ser discriminadas.
”La
pandemia del Covid-19 no entiende de colores ni razas ni clases
sociales, solo de humanidad y solidaridad. Sólo podremos superar
esta crisis sanitaria y económica si protegemos a cada una de
las personas de nuestra sociedad”.