En el lenguaje coloquial se utiliza la expresión de que algo es "como el Guadiana", cuando
ocurre a intervalos, normalmente irregulares, o cuando alguien o algo desaparece de
improviso y vuelve a aparecer sin avisar y sin saber por qué. Según la cultura popular, el río
Guadiana aparece y desaparece en su nacimiento aunque técnicamente, en realidad, forma
un gran acuífero subterráneo bajo la cervantina localidad manchega de Argamasilla de Alba y
vuelve a la superficie en Villarrubia de los ojos, en lo que se conoce como Ojos del Guadiana.
Entre medias, se manifiesta en lagunas o charcas distribuidas intermitentemente en una
región muy árida.
O sea que es un río que a la vez son varios, el más enigmático de Europa, el más recóndito
y desconocido de los principales del país, el menos visitado y quizás, el menos recordado.
¿Es posible que un río, después de más de mil años, aún no esté claro el lugar de su
nacimiento? ¿Que sus aguas desaparezcan bajo tierra para volver a brotar, a nacer de nuevo,
después de esconderse por una gran llanura? ¿Que sea el único de los grandes ríos de la
península que comienza en un territorio llano, en la meseta, lejos de los principales sistemas
montañosos? El enigma empieza por su nombre, que desde bien antiguo ya fue objeto de
discusión para científicos, lingüistas e historiadores (Plinio el Viejo, el naturalista romano que
vivió en el siglo I de nuestra era, jugaba con Ana o Annas, un vocablo interpretado de
muchas maneras: en hebreo significa ¿en dónde está?, pero, aparte del árabe "Guad"=río,
hay quienes relacionan Ana con pato – ánade -, el ave que se mete en el agua y vuelve a
salir, como el río que parece que se hunde en la tierra y reaparece más allá).
Ya puestos, hagamos turismo. A poco, al recién nacido río ya le llaman el viejo. Este tramo
del Guadiana presenta su primera singularidad, las lagunas de Ruidera, para muchos, otro
nuevo nacimiento de este río de cabecera múltiple. Quince son las lagunas que, unidas entre
sí, forman un verdadero oasis en la estepa manchega. Sus aguas nos sorprenden en ese,
definido como reseco ambiente, con una paleta de colores azules, aguamarinas y verdes,
dependiendo de la intensidad de la luz y la hora del día.
El enigmático Guadiana tendrá una nueva cara cuando vuelva a aparecer a la vista, ya
definitivamente, en los Ojos de Villarrubia (“de los ojos”, naturalmente), ya en plena llanura
manchega. ¿Será otro río diferente al viejo pero con el mismo nombre? Las Tablas de
Daimiel, los molinos hidráulicos harineros, pescadores y barqueros octogenarios serán
protagonistas de este nuevo tramo del río que no se esconderá, que se mostrará, donde el
sol y las gentes lo vean hasta que muera en aguas atlánticas.
Y se acabó el turismo porque el discurrir hasta la desembocadura está librado de esa pátina
de misterio; salvando las distancias, la confusión en torno al nacimiento del Guadiana, es
como la que sentimos (ampliada, no sólo relativa a su origen) todos frente a esta pandemia
del Covid-19; es decir, que el virus está siempre ahí pero solo algunas veces se hace visible.
Y le pasa, por tanto, como a la crisis. Nos dicen que lo peor de ella ha quedado atrás, pero
eso no quiere decir ni mucho menos que esté superada, como demuestra el retorno cada
cierto tiempo de algunos de sus elementos más notorios en forma de los temidos rebrotes.
Mirando hacia atrás, en cuestión de semanas, la pandemia del coronavirus Covid-19 ha
pasado de ser un temor sanitario regional, a una crisis mundial que ha puesto patas arriba
todo el mundo en una desigual ceremonia de la confusión, ha confinado en cuarentena a
sociedades enteras y ha cerrado (¿temporalmente?) importantes sectores de la economía
en muchas partes del mundo. Empresas y particulares se están encargando de gestionar el
impacto del virus tanto en sus vidas personales como en el ámbito profesional. Desde la
consolidación del teletrabajo, la equiparación (que solo se hacía para consolarse de que el
Gordo de la lotería de Navidad había pasado de largo) de la salud con la riqueza, el
fortalecimiento de los populismos (la inmigración, culpable de todo, por ejemplo) o la
potenciación del aprendizaje online son algunos de los principales cambios sociales y
culturales que, probablemente, se afianzarán tras la crisis del coronavirus. Mientras que la
mayoría de las empresas e instituciones se centran hoy, con razón, en navegar por la
realidad inmediata y las consecuencias a corto plazo de la crisis, es evidente que esta
pandemia impulsará cambios a largo plazo en los ciudadanos como consumidores,
empleados e incluso como votantes, que darán forma a una nueva realidad profesional y
social en nuestro mundo durante los próximos años ya que un regreso a la normalidad de
como era la vida a principios de 2020 todavía está, no nos engañemos, muy lejos; incluso
cuando se alivien de forma continuada las asumidas como necesarias restricciones
impuestas para hacer frente a la pandemia, el virus seguirá afectando nuestras vidas de
muchas maneras. Y no olvidemos la importancia de observar el cumplimiento de lo único
que queda al arbitrio de cada uno en tanto no hayan soluciones médicas, que es mantenerse,
en beneficio mutuo, alejado físicamente del prójimo – eso que se dice de “mantener la
distancia social” - , cuidar la higiene – particularmente de las manos, que “lo tocan todo” - y
usar siempre la mascarilla, sobre todo ahora, que la Organización Mundial de la Salud
anuncia que, según nuevas investigaciones, hay posibilidad de que el virus se transmita por
el aire.
Se espera que el tradicional y espontáneo aplauso cotidiano de la ciudadanía a las 20:00
horas para reconocer el trabajo y dedicación de los trabajadores clave sea el sonido de una
comunidad redescubriéndose a sí misma y que, sin el lujo de la autocomplacencia, hayamos
abierto los ojos a lo que verdaderamente importa. Se dice que el confinamiento ha desatado
una emanación de buena vecindad que fluirá mucho después de que se levante la orden,
pero las dificultades económicas pondrán presión a los vínculos sociales. Esa es la
verdadera prueba para esta generación, no si "¿podremos mantener nuestro genio durante
el confinamiento?", sino "¿podremos calladamente reparar el tejido social en tiempos difíciles?"
la esperanza debe ser que nuestra sociedad, igual que un virus, esté mutando en algo más
fuerte porque esta pandemia ha centrado el foco de atención en los ignorados y subvalorados
recovecos de nuestra sociedad.
El filósofo danés Søren Kierkegaard dijo una vez: «La vida sólo puede entenderse mirando
hacia atrás, pero debe vivirse mirando hacia adelante». Es más fácil entender lo que
realmente sucedió cuando ha pasado suficiente tiempo para procesar la realidad de cómo
esta pandemia ha dado forma a nuestro mundo. Pero no tenemos ese tiempo ahora.
Tenemos que encontrar rápidamente un entendimiento común sobre la situación actual y
acordar las medidas colectivas que debemos tomar hoy porque debemos concienciarnos de
que el mundo después del Covid-19 se definirá por las acciones que tomemos hoy con la
información que tenemos. Y ahí, aunque no debería ser así, pinchamos en hueso porque eso
representa trabajar imaginando el futuro que queremos: en los mentideros globales figuran
ya numerosos catálogos de recetas infalibles para la post-pandemia, cada uno de ellos
barnizado con el correspondiente sesgo ideológico que prescinde, por cierto, de la cita de
Kierkegaard y se suelen basar en repetir un pasado que, dicho sea de paso, nos ha
conducido hasta donde estamos.
Más allá de recetas partidistas, vivir estos tiempos inusuales y difíciles invita a una seria
reflexión sobre cuestiones importantes y existenciales. Todos nos estamos haciendo las
mismas preguntas fundamentales: ¿cómo superaremos esto y cómo será el mundo después
de la Covid-19? Resulta inevitable pensar en esta pandemia como un simulacro de incendio
para los futuros desafíos globales. ¿Estaremos mejor preparados para responder a la
emergencia climática y otros desafíos urgentes en materia de sostenibilidad como resultado
de esta experiencia? El paso por el Covid-19 forzará, por ejemplo, decisiones incómodas y
de asuntos, aparentemente, nimios sobre comportamientos ecológicos: a medida que los
consumidores comiencen a priorizar entornos desinfectados, tanto empresas como usuarios
pueden enfrentarse a una mayor confusión sobre las opciones relacionadas con los
productos desechables, como los plásticos de un solo uso o como las bolsas de plástico.
Hasta ahora hemos aprendido, nos guste o no, una importante lección sobre nosotros
mismos como comunidad humana: estamos interconectados y somos interdependientes los
unos de los otros en formas en las que nunca nos habíamos planteado. La salud y el
bienestar de uno mismo depende de la salud y el bienestar de todos, y el mismo principio se
aplica más allá de las fronteras y regiones. De hecho, nuestra salud colectiva define la salud
de las empresas y las economías dentro y a través de las naciones. Esta nueva conciencia
ha dado lugar a un sentido de solidaridad e interdependencia que llega a conmover porque
claramente se ha puesto de manifiesto que sin solidaridad, especialmente con los más
vulnerables, todos perderemos. Nadie ha quedado al margen de la pandemia durante las
últimas semanas, lo que ilustra de manera muy concreta e inmediata cómo los desafíos
mundiales como el cambio climático o la desigualdad entre los géneros nos afectarán a
todos, aunque parezcan menos concretos o apremiantes en este momento.
Reflexionemos también, sin embargo, un momento sobre los elementos más preocupantes
de la lucha contra la pandemia en todo el mundo; es cierto que, por un lado, nos ha reunido
para apoyar a los necesitados en nuestros propios barrios y comunidades, también nos ha
demostrado cómo los grupos más vulnerables son olvidados con demasiada frecuencia y
dejados atrás ¿para que se valgan por sí mismos?.
Uno es el de nuestros mayores, abandonados (sí, abandonados en muchos casos) en, a
veces, lujosas y carísimas residencias que se han revelado meros almacenes de personas,
frecuentemente dependientes en alto grado y para las que eso de la salud era un derecho
que acabó con la vida laboral con la connivencia de casi todos y las muertes de miles de
ancianos que no están siendo contabilizadas en las estadísticas de los fallecidos por
coronavirus en Europa. Las dificultades de encontrar equipo de protección personal y la
lentitud en realizar pruebas en las residencias se han vuelto síntomas de sus necesidades.
Se cuestionará el aparente fracaso en darle apoyo prioritario a las primeras líneas de
cuidados y todas las vidas que eso pudo haber cobrado. Entonces, tendremos que tomar
una decisión. ¿Reconoceremos, valoraremos y financiaremos apropiadamente a un sistema
integrado que provee apoyo a la comunidad? O, a medida que nuestros recuerdos se
desvanecen y prima el abandono, ¿permitiremos otra vez que la importancia de este tipo de
cuidados se pierda en el trasfondo?
Otro de los aspectos más preocupantes de los efectos de esta pandemia es el aumento del
desempleo y de los desequilibrios sociales. En este sentido, la Organización Internacional
del Trabajo ha estimado que, desde su primer informe del 18 de marzo sobre los efectos
de la pandemia, las medidas de bloqueo y confinamiento adoptadas en prácticamente todos
los países para contener la propagación del virus y la enfermedad han afectado ya a unos
2.700 millones de trabajadores, provocando que millones de ellos se queden sin trabajo. En
un reciente informe de la ONG Intermon Oxfam se asegura que, como consecuencia de los
efectos económicos de autoprotección originados por las medidas en torno a los intentos de
control de la pandemia, habrá en el mundo más muertes por hambre que por el virus.
El tercer factor de importancia es que esta anunciada crisis de desempleo golpeará más
duramente a las mujeres, que a menudo tienen trabajos vulnerables y precarios. Las mujeres,
de hecho, han sido las primeras afectadas por la crisis económica ya que, con ella, las
mujeres marginadas se desplazaron aún más. En concreto, las mujeres siguen soportando
una carga doméstica adicional, a menudo como cuidadoras informales en la primera línea
doméstica o profesional de la infección, y el confinamiento también ha aumentado
considerablemente el riesgo de este colectivo a sufrir violencia doméstica ante las
dificultades económicas, la pérdida de los sistemas de apoyo y el encierro en el hogar. Si la
igualdad de género no era más que una visión lejana antes de la pandemia, ya no se puede
seguir ignorando la difícil situación en las que se encuentran las mujeres vulnerables de todo
el mundo. Tenemos una misión muy importante por delante para asegurar que las mujeres y
las niñas reciban apoyo durante y después de esta crisis.
Y podríamos seguir, por supuesto, pero todas las respuestas giran alrededor de una única
pregunta: ¿cómo es el futuro que quiero?. Pensemos en él.
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