Hoy hace un año de que se decretara el Estado de Alarma por eso del Covid, y ¿qué hemos
aprendido? ¿seguimos buscando "culpables"? ¿sólo eso?
Una de las características, quizá no personales, pero socialmente más visibles de esta
inacabable pandemia por el coronavirus Covid-19 que nos ha tocado sufrir es la de buscar su
origen (y si es provocado, mucho mejor, a pesar de que la Organización Mundial de la Salud
ya ha certificado que el virus no es artificial, no está producido en laboratorio y ha concluido
que el SARS-CoV-2 – nombre científico del virus - es de origen animal y que "no hay
evidencia" de que hubiera transmisión antes de su detección en diciembre de 2019 en Wuhan)
en algún territorio que ya antes no concitara excesivas simpatías, y ese papel de “malo de la
película” le ha tocado a la China, quizá porque su ciudad de Wuhan fue la primera afectada
públicamente y la primera en la que se ordenó el confinamiento de la población como método
(el único efectivo que se conoce por ahora) para atajar la propagación del virus. Dejando
aparte la carga de xenofobia que esto comporta (basta recordar quién habla del “virus chino”;
en el plano internacional Donald J. Trump y su twtter, y en España un tal Javier Ortega Smith,
sin twitter), hasta cierto punto comprensible, aunque no justificable, por aquello de que “lo mío
es lo mejor” y “lo malo siempre viene de fuera”, el identificar ese supuesto origen nocivo con
la incultura y, en este caso concreto, con la China como paradigma de esa incultura,
demuestra una ignorancia galopante que, en otras personas, sería preocupante.
Porque, sin infravalorar genios como Leonardo da Vinci o Isaac Newton y muchos más, la
verdad es que al educarnos como si la Europa que conocíamos/conocemos era/es el centro
del mundo (sin entrar en el factor religioso, “el único verdadero”, que cerraba totalmente las
puertas a lo diferente) nos ha impedido apreciar y poner en su justo valor otras culturas que,
en su día, podían dar sopas con honda a la arrogante cultura europea, ahí está, sin ir más
lejos, la hoy desconocida cultura de los mayas en América central… o la de la China, envuelta
en un manto a medias entre el exotismo y el desconocimiento pues es un hecho indiscutible
que China, en la Edad Media y en la Edad Moderna, le llevaba varios siglos de adelanto
tecnológico al orgulloso Occidente, como se demostró con la conocida como Ruta de la Seda,
popularizada entre nosotros por los relatos del mercader veneciano Marco Polo.
Pese a lo que su evocador nombre sugiere, la Ruta de la Seda no era una ruta en la que se
intercambiara principalmente este tejido. Tampoco una única ruta o trayecto que cruzaba el
continente asiático para unir el lejano Oriente con Occidente, sino una red de rutas de
intercambio comercial, cultural y tecnológico (y también de enfermedades en ambos sentidos,
también) que irradiaban desde Asia Central. Durante 1500 años permitieron conectar China
con el Mediterráneo, jugando un papel decisivo en el tránsito a la Edad Moderna. En su
configuración definitiva (que no en su “trazado”), la Ruta de la Seda se abrió oficialmente en
el 130 a. C., cuando el emperador chino de la época envió a su embajador Zhang Quian en
una misión diplomática que buscaba nuevos aliados. Además de con pactos, el embajador
retornó con una nueva raza de caballos y con las sillas de montar y los estribos que usaban
los guerreros de occidente. Este es el primer ejemplo de la principal función que cumplió la
Ruta a lo largo de la historia: el intercambio de conocimientos y tecnologías. Los historiadores
de hoy mantienen que por la Ruta de la Seda viajaban, además de comerciantes, religiosos,
artistas, fugitivos y bandidos, sobre todo, refugiados y poblaciones de emigrantes o
desplazados y se cree que fueron precisamente estos grupos de poblaciones migrantes los
que llevaron consigo conocimientos, herramientas, cultura, productos o cultivos (y con ellos
posiblemente nuevas técnicas y sistemas) fomentando una “globalización” cultural y
tecnológica que, literalmente, iba a cambiar el mundo.
Dentro de estas “novedades tecnológicas” chinas desconocidas en Occidente, la que nos
resulta más familiar hoy es la pólvora, usada principalmente en la propulsión de proyectiles en
armas de fuego y con fines acústicos y visuales en juegos pirotécnicos, e inventada en el siglo
IX, probablemente de forma accidental, por alquimistas o monjes chinos que buscaban un
“elixir de la eterna juventud” al “calentar juntos azufre, rejalgar (sulfuro de arsénico) y salitre
(nitrato potásico) con miel; produciéndose humo y llamas que lo quemaron todo”, tal y como
recoge un texto taoísta de la época. No tardó en descubrirse que cuando dicha mezcla estaba
en un recipiente cerrado se producía una violenta explosión debido a la sobrepresión
generada por la gran cantidad de gas liberado. Desde China, el secreto del polvo explosivo se
extendió por toda Asia y, finalmente, en el siglo XIII, llegó a Europa a través de la Ruta. En
Occidente de inmediato encontró aplicación con fines militares permitiendo el desarrollo de
una novedosa tecnología armamentística, fundamental en la posterior conquista del mundo
por las potencias europeas.
Pero la pólvora no es el único adelanto a Occidente; sin ánimo de ser exhaustivo (no tendría
sentido en estas líneas), sólo haremos memoria de algunas cosas “nuestras”. Como la brújula
o aguja magnética, también inventada en China, probablemente en torno al siglo. II d.C,
inicialmente como instrumento para la magia adivinatoria, y cuando los estudiosos chinos
comprendieron el comportamiento y propiedades de la magnetita surgieron las primeras
brújulas, entendidas como herramientas para la orientación, que consistían en pequeñas
piedras imán o agujas magnetizadas suspendidas en el aire o en agua. Así llegaron Europa
en torno al siglo XII, para posteriormente, en el siglo XIV y en la región italiana de Amalfi,
alcanzar su configuración actual, con la aguja girando en una carcasa. Con ella, los marineros
pudieron contar con un instrumento que les permitía orientarse y alejarse de la costa,
propiciando el auge del comercio marítimo y el consecuente florecimiento de las ciudades
estado italianas. La brújula jugó un papel decisivo en las grandes travesías oceánicas que
impulsaron el establecimiento de nuevas rutas de comercio marítimas entre Europa y Asia y
con ello la denominada “Era de los descubrimientos”, que marca el inicio de la Edad Moderna.
Otro invento que asombra por su anticipación respecto a Occidente es el del primer prototipo
de sismógrafo, cuyo creador, en el siglo II de nuestra era, tiene nombre y apellido: se trata del
científico Zhang Heng, que perfeccionó su "detector de terremotos" (vale, de acuerdo, no era
en puridad un sismógrafo como los digitales actuales porque no medía la intensidad del
seísmo sino que sólo detectaba los terremotos y su procedencia, pero… ) en el año 132 d. C.,
mil setecientos años antes del primer sismógrafo europeo. Se cuenta que Zhang asombró a
la corte imperial con este dispositivo, que podía detectar terremotos tan distantes que nadie
cercano lo sentía siquiera. Era un dispositivo en forma de jarrón, al que se le pegaban varias
cabezas en bronce de dragones, cada una con una pelota también de bronce en su boca;
alrededor del pie tenía varios sapos de bronce con las bocas abiertas. Si la máquina detectaba
un temblor de tierra, mediante un sistema de péndulo invertido, una bola de bronce,
automáticamente, se soltaba y caía en la boca de uno de los sapos. La posición del sapo en
cuestión indicaba la dirección en la cual procedía el temblor. En una famosa ocasión, una bola
cayó sin que se observara terremoto perceptible; pero, varios días después, llegó un mensajero
con noticias de un terremoto a 600 Kilómetros de la corte y en la dirección indicada por la
máquina.
Otro tanto ocurre con el papel, que se inventó en China, en principio como envoltorio de objetos
preciosos, y después como superficie para la escritura, pues, observando que los materiales
utilizados hasta entonces no eran los más adecuados para los manuscritos, se puso atención
en la corteza de los árboles, en el cáñamo y en los paños deshechos, ya que era más liviano
que el bambú y más barato que la seda. Se cree que la manufactura del papel fue inventada
en torno al año por un oficial de la dinastía Han llamado Cai Lun, basada en el procesado y
posterior prensado y secado de una mezcla de fibras vegetales y agua. A partir del siglo VII,
esta tecnología comenzaría su expansión a través del continente asiático, alcanzando Europa
en el siglo XII. Por su parte, las técnicas de impresión mecánicas surgieron en China no más
tarde del siglo VI. Las primeras se basaban en planchas de madera, en las que se grababan
textos y que permitían una rápida reproducción en serie en telas y en papel. Y en el siglo XI
se desarrollaron modelos móviles que más tarde iban a inspirar la invención de la imprenta
por Gutenberg. El acceso de ambas tecnologías a Europa en los siglos XII y XIII conllevó un
profundo cambio sustentado en que facilitó la transmisión de información, lo que provocó un
enorme desarrollo en la educación, el comercio, las comunicaciones y la cartografía, y aceleró
de forma definitiva el tránsito de la oscura Edad Media al Renacimiento y a la Edad Moderna.
Y ya puestos, el concepto de papel-moneda nació en China durante el siglo VII. Este invento
se usó para facilitar el intercambio entre comerciantes de una determinada población.
¿
Y qué decir del paisaje asociado a Texas, en Estados Unidos, y sus pozos de petróleo?
Pues que los pozos petrolíferos más antiguos que se conocen está documentado que fueron
perforados en China en el año 347 de nuestra Era, tenían una profundidad de
aproximadamente 250 metros y funcionaban mediante brocas fijadas a aparentemente
frágiles cañas de bambú.
Podríamos seguir, claro, con otros inventos, pero si hay algo que hace pensar realmente que
el adelanto tecnológico de China es algo más que leyendas es el misterio, éste reciente, de
los guerreros de terracota. En 1974, un equipo de trabajadores que cavaba un pozo cerca de
la ciudad china de Xian se topó con un hallazgo singular, un guerrero de terracota de tamaño
natural. Posteriores excavaciones desenterraron uno de los mayores descubrimientos
arqueológicos de la historia. En tres grandes fosas junto a la tumba de Qin Shi Huang, el
primer emperador de la China unificada, yacía un tesoro que había permanecido oculto al
mundo durante casi 2.200 años: todo un ejército de figuras de terracota con más de 8.000
soldados, una caballería de 150 animales, 130 carros tirados por otros 520 caballos y hasta
40.000 puntas de flecha, junto con docenas de espadas, lanzas, ballestas y otras armas de
bronce. Durante décadas, los guerreros de terracota han dado trabajo a generaciones de
arqueólogos y desde el año 1987 están considerados como Patrimonio de la Humanidad por
la Unesco. .Pero aún hoy, la ciencia continúa revelando secretos que el silencioso ejército ha
custodiado durante milenios.
Según relataba el historiador Sima Qian, hasta 700.000 hombres participaron durante varias
décadas en la construcción de una tumba cuyo interior simulaba un país con torres y palacios,
entre los cuales corrían cien ríos simulados con mercurio, algo que los altos niveles de este
metal en el terreno se han encargado de atestiguar. Los análisis han acreditado que los
guerreros fueron fabricados por piezas separadas que después se unían. Se utilizaron diez
moldes distintos para las caras, las cuales después se personalizaban añadiéndoles detalles
de arcilla para que cada rostro fuera diferente a los demás. Las figuras se esmaltaban y se
pintaban con pigmentos de distintos colores, hoy casi desaparecidos, para conseguir un
acabado final de un sorprendente realismo. En los últimos años, los misterios de Xian han
comenzado a conocerse en detalle gracias a un proyecto de investigación multidisciplinar
coordinado por el University College London y el Museo del Ejército de Terracota en Xian, bajo
la dirección del arqueólogo español Marcos Martinón-Torres, actualmente en la Universidad
de Cambridge (Reino Unido) que aplica un amplio conjunto de métodos de análisis para
conocer qué técnicas de fabricación emplearon los herreros chinos e incluso cómo
organizaban sus equipos de trabajo. Así, Martinón-Torres y sus colaboradores han podido
determinar que los artesanos de las armas de Xian trabajaban en paralelo en grupos
autónomos de organización similar al método de fabricación llamado just-in-time, que la
compañía automovilística japonesa Toyota introdujo a finales del siglo XX, en contraste con la
producción en cadena que popularizó la empresa Ford en EEUU. Pero más recientemente,
las investigaciones de estos científicos han llegado a una conclusión sobre la manufactura de
las armas. Y es que el perfecto estado de conservación de las piezas de bronce no parece
ser el resultado de un acabado superficial final del metal destinado a evitar la corrosión, sino
el producto de la propia composición del metal y las características del suelo de Xian, que
actuaron como un conservante más eficaz que cualquier tratamiento químico.
Pero, ¿cómo eran posibles trabajos en serie en esa época? En el año 1989, un grupo de
arqueólogos descubrió en una huerta cercana 21 grandes hornos de cerámica destinados a
elaborar esos guerreros y caballos de terracota y se desenterraron miles de figurillas de
cerámica; en cada uno de los hornos descubiertos se podían fabricar entre 350 y 400 objetos,
es decir, que en los 21 hornos se lograban elaborar entre 7350 y 8400 figurillas de cerámica.
Mediante la exhumación arqueológica de los hornos, se conoció el misterio de la fabricación
de los guerreros y caballos de terracota, los que primeramente se introducían en moldes, y
antes de ser colocados en los hornos, se les grababan los 5 órganos sensoriales y tras
cocerlos se pintaban de color blanco. Durante el proceso del horneado dichas piezas de arcilla
se situaban de forma contraria a la postura original de las personas, es decir: se colocaban
con los pies hacia arriba y sus cabezas hacia abajo ya que, según los arqueólogos, esta
posición se basa en modelos científicos, porque la parte superior del cuerpo humano es más
pesada que la inferior, luego las cabezas hacia abajo podían mantener el equilibrio y sostén
de la figura en cuestión (esto refleja, por cierto, que en la China de hace dos mil años ya
conocían las teorías científicas sobre la gravedad). Se ha averiguado, además, que se adoptó
un estricto sistema de control sobre los trabajadores de los talleres de cerámica, según el
cual, debían poner sellos o grabar sus nombres en las figurillas, para facilitarle a los
funcionarios imperiales examinar la cantidad y calidad de los objetos de terracota
confeccionados por cada trabajador. Esta medida ha dejado como resultado a los
descendientes poder conocer un gran número de nombres de los grandes maestros de la
antigüedad dedicados al arte de la cerámica.
O sea, que la hermética y, en lo político, comunista China puede darnos enseñanzas y ser
referente válido en muchos aspectos. Pero quien quiera quedarse sólo con la idea de que en
ella está Wuhan, primer foco de esta pandemia...
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