He asistido recientemente a una enconada “lucha generacional” (civilizada, por supuesto) en la que se defendía ardorosamente que la música que se hacía en una época de una determinada generación era la mejor y, por descontado, mucho mejor a la que se hacía en la época correspondiente a la generación de la otra parte. Se excluía, curiosamente, de la discusión, la música de Monteverdi, Mozart, Tchaikovsky, etc. (por citar algunos no contemporáneos entre ellos) que, por no identificarse con la época de ninguno de los “discutidores”, quedaba, digámoslo así, libre de culpa. Luego la discusión no versaba sobre la calidad musical (o no) de unos y otros o de una época u otra sino sobre la conexión subjetiva entre determinada música que uno considera como suya, y eso nos conduce a unas reflexiones acerca del tema.
En el inicio de las civilizaciones, los principales conocimientos, leyendas costumbres,... que se iban creando en las diferentes culturas se traspasaban de generación en generación a través de la tradición oral, que dependía de la memoria, y antes de que las narrativas pudieran estar escritas o ser parte de un texto, fueron recitadas o cantadas, por lo que textos como La Ilíada, La Odisea, los salmos y otras grandes épicas antiguas se transmitieron primero en forma de versos. Luego la música ocupó este mismo espacio. Y ahora tal vez no escuchemos la epopeya de Eneas o el extenso viaje de regreso de Ulises a Ítaca en las voces de nuestros mayores, pero hay canciones que nos llevan a un lugar, a un aroma, a un momento,…; la canción favorita, la melodía que evoca. La relación entre la música y la memoria es poderosa porque la música evoca emociones que luego traen recuerdos, de forma que cuando escuchamos una pieza de música de hace años, parece que viajamos de vuelta a ese momento, podemos sentir todo como si estuviéramos allí.
Técnicamente, nuestra memoria a largo plazo se puede dividir en dos tipos distintos, a saber, memoria implícita y memoria explícita. La primera es recordar de forma deliberada y consciente el pasado, implica cosas como el aprendizaje de libros de texto o recuerdos experienciales, cosas que deben ser conscientemente traídas a la conciencia mientras que los recuerdos implícitos son nuestros recuerdos inconscientes y automáticos como, por ejemplo, subir en bicicleta o, hablando de lo que hoy nos interesa, tocar un instrumento musical o recordar la letra de una canción cuando alguien canta las primeras palabras; una gran parte de la memoria tiene lugar en la mente inconsciente pues la memoria explícita se desvanece en ausencia de recuerdo (los sistemas explícitos de la memoria se dañan por condiciones tales como enfermedad de Alzheimer), mientras que la memoria implícita es más duradera, puede durar toda la vida incluso en ausencia de práctica posterior y se puede formar escuchando pasivamente música de fondo mientras se realizan otras actividades; incluso podemos desarrollar una preferencia por ciertas piezas o estilos musicales simplemente porque se han tocado repetidamente en el fondo. Por cierto, este fenómeno psicológico se conoce como el mero efecto de exposición, a la gente le gusta más lo que es más familiar y las principales discográficas saben que tocar algo de forma frecuente es la clave del éxito en las ventas de discos. La memoria implícita es una forma clásica de condicionamiento: un evento, una emoción y una canción se conectan a través de ella, de manera que cuando una pieza de música se combina con un evento muy emocional, puede ser una señal efectiva para traer de vuelta la fuerte emoción que se sintió en ese momento. Por ejemplo, la canción "Candle in the Wind" a menudo se asocia con la princesa Diana de Gales porque Elton John la interpretó en su funeral. Los recuerdos estimulados por la música a menudo provienen de ciertos momentos de nuestras vidas. La mayoría de las personas tienden a reportar excesivamente recuerdos de cuando tenían entre 10 y 30 años en lo que los psicólogos han llamado el "golpe de reminiscencia" aunque la música de ese período puede asociarse con más recuerdos de la música que en otros períodos de la vida. Nuestros años de adolescencia y los de la veintena son momentos especialmente importantes y emocionantes en nuestras vidas, ya que experimentamos cosas por primera vez. La preferencia musical también se forma alrededor de la adolescencia media.
Hemos mencionado de pasada la relación de la música con las enfermedades neurodegenerativas que afectan a la memoria, la más conocida de las cuales es el Alzheimer, y es que la música es una de las pocas formas de penetrar el cerebro en esas enfermedades. Aquellos que sufren de demencia pueden recuperar recuerdos vívidos escuchando música que escuchaban cuando eran jóvenes. A pesar de una profunda pérdida de memoria e incluso una pérdida de conocimiento sobre quiénes son, las personas con demencia a menudo muestran una memoria notable para la música. La investigación muestra que la música autoseleccionada puede desencadenar recuerdos positivos que de otra manera podrían tener dificultades para ser recordados. La música puede ayudar a desbloquear recuerdos no musicales y promover la comunicación en adultos mayores con enfermedad de Alzheimer o similar. Recordar algo no siempre es fácil, no viene simplemente cuando quieres recuperarlo; sin embargo, la música ayuda a recordar todos los recuerdos que se han conectado con una canción. Escuchar una pieza musical que se tocó mucho durante un evento importante de la vida, como una boda o un funeral, puede desencadenar una experiencia emocional profundamente nostálgica aunque no todos los pacientes reaccionan igual a la música pero otros sí; ahí está, sin ir más lejos, el cantante americano ya fallecido Glen Campbell. Hace poco se hizo viral un video de una anciana sentada en una silla de ruedas, que después de que alguien le hiciera escuchar la famosa pieza de ballet "El lago de los cisnes", de Piotr Ilich Tchaikovski, parece que se pone a bailar; en su silla, con los ojos cerrados como evocando una luz, ejecuta con sus manos los movimientos de ballet casi como si estuviera frente a un auditorio repleto, pero lo cierto es que estaba en un geriátrico. Su nombre era Marta González y sufría de Alzhéimer (murió en 2019, poco después de grabar el video), había estudiado ballet en Cuba, bailado El lago de los cisnes y esos bellos movimientos no los había olvidado a pesar del avance de la enfermedad.
Pero estábamos con los “problemas generacionales” en la música. Hace poco, la BBC hizo una encuesta y preguntó sobre las canciones que se pensaba que nunca se van a olvidar, y aunque muchas de ellas estaban relacionadas con el amor, lo cierto es que la mayoría estaba determinada por un momento preciso de la vida: el nacimiento de un hijo, el primer viaje al exterior, la muerte de un amigo, la salida de la cárcel… Desde la ciencia, esa correlación también se explica desde la conexión de las melodías con la memoria, pues la música está relacionada con el placer, pero también se conecta con las emociones de forma que así como una canción puede hacer parte de un momento concreto -un viaje inolvidable, el momento en que uno se enamora de alguien, un logro importante-, también el artista que interpreta la canción o la letra de la canción juegan un papel importante; resulta que si la canción es interpretada por un artista que conocemos bien, del que sabemos sus rasgos, su historia,… entonces, también se activa la memoria semántica en nuestro cerebro porque aunque pareciera que simplemente la música nos da placer y la guardamos en nuestra memoria, lo cierto es que ocurren muchas cosas más en nuestra cabeza y también se transmiten emociones -que pueden ser hasta de tristeza- y nos despiertan sentimientos. Y no solo por un breve lapso de tiempo. Por ejemplo, un tema que nos marcó cuando teníamos 15 años, podemos escucharlo muchas veces durante el resto de nuestras vidas y termina grabado en nuestra memoria de una forma excepcional. Por cierto que, en la situación actual, muchos encuestados han confesado que ni el sexo, ni la comida, ni el licor han sido de gran ayuda para lidiar con el encierro y las circunstancias a las que nos ha llevado a vivir la pandemia; la mayoría indica que la música ha sido su mejor aliado, que esa ha sido una forma de soportar lo que está ocurriendo. Y seguro que muchos recuerdos se han creado a partir de esa combinación.
Pues va a ser que no, que de “lucha generacional” (siempre presente en todas las épocas, por otra parte), al menos con la excusa de la música, nada de nada. Es evidente que la música de Elvis, Simon & Garfunkel, Leonard Cohen o Rosalía, por citar momentos y estilos diferentes, no es la misma; que una sea mejor o peor que otra es algo subjetivo pero todo indica que si alguna de ellas corresponde a ese período llamado por los psicólogos “golpe de reminiscencia” antes citado, ha quedado asociada a un recuerdo agradable y se identifica con él, pasa a ser NUESTRA música, la mejor de todas, sea del estio que sea. Se confirma, pues, aquí también, el viejo y conocido dicho de que la nostalgia es un error porque, instalados en nuestra zona de confort emocional, arropados por unos recuerdos agradables con una determinada música que los identifica y fija, cerramos los oídos (nunca mejor dicho) a otras manifestaciones, achacando su desconocimiento a falta de calidad respecto a lo NUESTRO, una calidad que, aceptémoslo porque es así, ni nos hemos molestado en conocer ni mucho menos comparar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario