“Nacemos sólos, vivimos sólos, morimos sólos. sólo con nuestro amor y nuestra amistad podemos crear la ilusión del momento de que no estamos sólos.” es una frase del cineasta Orson Welles repetida hasta la saciedad durante los últimos cincuenta años en poemas, novelas, canciones, películas o cualquier otra forma de expresión imaginable. Cuanto más rico, económicamente rico, es un país o una cultura, más legitimado se siente el individuo -la gente, nosotros- para repetir y repetir ese fácil estribillo: "Nacemos sólos, vivimos sólos y morimos sólos" y preguntarnos ¿por qué se supone que uno deba pasar toda la vida trabajando, sudando, luchando?, o ¿por qué ni los amigos, ni la pareja, ni tareas sobre la conjugación del pluscuamperfecto, ni la determinación de la raíz cuadrada de la hipotenusa, pongamos por caso, ayudarán a evitar ese destino? Realmente, desde los albores de la historia han nacido unos 110,000 millones de seres humanos y ninguno ha sobrevivido. Actualmente hay unos 7.000 millones de personas en el mundo y mueren alrededor de 160,000 por día. ¿Todos sólos?
La frase de marras, de apariencia limpia e ingeniosa, en el fondo encierra una patente de corso, un derecho al egoísmo absoluto, a mirarse el propio ombligo y despreciar por completo el ombligo de cualquier otro ser humano, porque allá él, que como ha nacido sólo, vive sólo y morirá sólo o se busca la vida -como creemos con toda sinceridad y estupidez- o se le pisa con la misma indiferencia que si fuese una carretera, una acera, un trozo de tierra, un pedazo de suelo. Basta detenerse a pensar un sólo minuto, un pequeño y breve minuto, para desmontar la frase, para comprender que a pesar de que suena bien -repetir "sólo" tres veces logra una aliteración encantadora- es una falacia, una mentira e incluso un absurdo. ¿Conocéis a alguien que haya nacido sólo? ¿que su madre, al menos su madre, no estuviese con él? Ni siquiera en el hipotético caso de un bebé-probeta puro, un producto de laboratorio, existiría esa soledad pues habría un médico o científico encargado de supervisar el proceso. El ser humano, además, es tan frágil que no sólo no nace sólo, sino que durante los primeros y bastante largos años de su vida moriría en muy poco tiempo si no hubiese otros que le cuidasen, atendiesen, diesen su tiempo y energía para alimentarle, ayudarle y enseñarle.
Que no vivimos sólos es tan evidente que apenas merece la pena dedicar una línea a rebatirlo; vivimos rodeados de otras personas, mejores o peores, interactuamos constante y voluntaria sólo involuntariamente con ellos. Si estuviera sólo en el mundo, el sastre no tendría comida, el campesino carecería de ropa, el mecánico de gasolina, el lector de libros. Jamás estamos sólos y es un simple juego mental, imaginación pura y decadente, el considerar que sí lo estamos porque ello justifica comportamientos no solidarios, egoístas, miserables. No podemos ser indiferentes y apáticos a la vida y a todas las cosas maravillosas que esto nos puede traer, pues la felicidad es algo que siempre debemos cuidar y estar atentos de ella. Definitivamente el amor y la familia son motores que nos impelen y robustecen nuestra actitud de superación para hacer las cosas y para terminar lo empezado. Contrariamente a lo que apunta la frase de Welles, los verdaderos sentimientos no son ilusión.
En cuanto a la muerte es el único punto de esa frase que a veces sí que es verdad y en el que se apoyan los dos primeros y falsos "sólos". A veces alguien muere en accidente, o se suicida, o carece de compañía en el preciso momento en el que una enfermedad le da el último zarpazo. Pero aún en ese momento esa soledad es relativa pues está mitigada por la huella, buena o mala, que hayamos dejado durante los años que nos haya tocado vivir; y ya sin vida visible siempre hay "alguien" que se encarga de enterrar, quemar o velar su cadáver. No nacemos sólos, no vivimos sólos, no morimos sólos. Somos parte de una especie, mínimas partes de una especie. La soledad es poesía o literatura o sueño. Un pretexto mezquino para no amar y cuidar a quienes nos rodean: nuestros iguales; los otros.
Cosa muy diferente es la creciente conciencia, a medida que pasan los días y se acerca el final (que, con toda seguridad, llegará), de que en el temido y anunciado momento el proceso sólo le afectará a la persona, y se cumplirá eso, ahora sí, de que uno muere sólo, sin otras personas… y sin ninguna de esas cosas que quizá hayan dado forma a una vida porque todos somos propensos a desarrollar eso que llamamos apego material en algún momento de la vida. Después de todo, en la sociedad moderna suele suponerse que, cuanto más cosas tiene una persona, mayores serán sus probabilidades de ser feliz, el apego o las dependencias emocionales que todos los humanos sufrimos en mayor o menor medida. Cuando asumimos erróneamente que la acumulación de objetos (a veces innecesarios) nos conducirá a la felicidad absoluta, nos condenamos a expectativas imposibles de alcanzar. En lugar de pensar en los aspectos materiales de la vida como “fórmulas mágicas” para la plenitud, los expertos recomiendan enfocar la riqueza material como “señales del éxito” que hemos construido con los años. Dejamos que el apego a las cosas materiales nos consuma cuando olvidamos que la vida está llena de pequeños detalles que pueden hacernos sentir mucho más plenos que una visita al centro comercial, o un televisor gigante. El psicólogo Walter Riso se ha dedicado a estudiar este concepto de apego transmutado en adicción que, según él, significa el principal motivo de sufrimiento de la humanidad, hasta el punto que cree que se deberían hacer campañas de prevención durante el ciclo educativo: desde primaria hasta los doctorados. El psicólogo tiene claro que si consideras que algo o alguien en tu vida es indispensable para tu felicidad, tienes un grave problema porque “estás a la sombra de tu amo”.Riso señala las necesidades secundarias de las cuales podríamos prescindir para nuestra supervivencia emocional y proporciona claves para enfrentarnos a nuestros apegos. Para el psicólogo, “crear una relación dependiente significa entregar el alma a cambio de obtener un falso placer y seguridad. En términos budistas, somos muy ignorantes. Las cosas cambian, se transforman, y eso lo saben bien en las sociedades orientales. Nosotros tenemos muy claro este concepto sólo mentalmente, pero simplemente lo tenemos incorporado automáticamente. En los países orientales te educan con la ley de la impermanencia, de que las cosas no son para siempre, y hay que estar listos para la pérdida. ¿La felicidad está en obtener las cosas, o en necesitar lo menos posible? Tenemos que llegar hasta la felicidad de una manera más armoniosa, más relajada. Así que nuestra sociedad es ignorante en el sentido de que no aceptamos la pérdida ni la desesperanza”.
Claro, que una cosa es la teoría y otra llevarla a la práctica. Es cierto que alguien dominado por el apego material es emocionalmente inmaduro, tiene baja tolerancia al dolor, no lo soporta, muy poca tolerancia a la frustración, le horroriza que las cosas no sean como quiere que sean y tiene una ilusión de permanencia, piensa que hay cosas que pueden durar para siempre, y una gran vulnerabilidad hacia el placer que hace que no tengan autocontrol, pero conviene examinar los motivos emocionales ocultos detrás del apego material, aplicando también la fórmula a todos los objetos a los que se ha desarrollado apego; siempre hay un motivo emocional detrás que posiblemente se remonte a tu infancia. Posiblemente el primer y principal escollo sea asumir, no ya que nos iremos, sino que lo haremos realmente sólos, sin nada ni nadie, y que la vida seguirá para los demás, una vida que no es la nuestra porque aquel disco cuya audición en directo tanto nos marcó, aquel libro que nos trajeron unos amigos del extranjero escondido porque aquí estaba prohibidísimo,…no es lo que se tiene, sino lo que se piensa de lo que se tiene, tantas cosas que han dado forma a nuestra vida, en un momento pasan a ser molestos elementos en unos anaqueles, de los que se ha de prescindir, luego entonces, desapegarse de algo (o de alguien) es asumir serenamente que el dolor será inevitable y la persona cambiará un sufrimiento inútil por un sufrimiento útil, que es el de la pérdida asumida. Por cierto, la pandemia y la crisis económica actual nos servirán para que nos demos cuenta de la energía que estamos perdiendo con cosas superfluas. Las crisis muestran lo superfluo, lo inútil y las necesidades que te habías creado y de las cuales puedes prescindir. Aprender a prescindir de algo o de alguien es muy importante; cuando lo haces, estás con un pie en la liberación. La crisis puede ser un gran terapeuta sin anestesia para los desapegos. Una crisis implica un cambio de valores y hace que las personas aprendan a desprenderse de muchas cosas por las malas dándole prioridad a los buenos momentos vividos y recuerdos intangibles. Serán lo único que importe al final del viaje.
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