José Ortega y Gasset (Madrid, 1883 – Madrid, 1955) fue un filósofo, ensayista y político español cuyo pensamiento, plasmado en numerosos ensayos, ejerció una gran influencia en varias generaciones de intelectuales y sigue considerándose figura de referencia tanto en España como fuera de ella.
Quizá
ayude a estudiar la evolución de su obra la constatación de que,
durante toda su vida, se suceden
en España diferentes formas de Estado. Nace durante el reinado de
Alfonso
XII, en
plena restauración borbónica pero
muy pronto muere
el rey y comienza la etapa
de regencia
de su segunda esposa, María
Cristina
de Habsburgo-Lorena o María Cristina de Austria (recordemos
que la primera esposa fue María Mercedes de Orleans, la de la
copla/romance) durante la que se
mantiene el sistema "de
turno político" propuesto
años
atrás por
el
incombustible Cánovas del Castillo, sistema que, todo sea dicho,
permitió una
etapa de crecimiento y desarrollo al país,... pero significaba una
gran corrupción política que aceleraría la crisis. Para
colmo, en
1898 se produce el llamado "desastre del 98", es
decir,
la pérdida de las colonias españolas de
Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Esto, junto a la crisis política
interna,
pondrá en marcha un movimiento, el regeneracionismo1
que propone un renacer ideológico y político del país para una
posterior reforma económica. Y
no hay que ser un lince para advertir ciertos paralelismos entre esta
época y la actual. Será por eso que dicen de que la Historia
siempre se repite. Y no aprendemos...
Aunque
Ortega
no es propiamente regeneracionista, sino que cabe
definirse como novecentista,
con un punto de vista más positivo que el de sus antecedentes del
98.
Durante
la II
República, Ortega es
elegido diputado por la Agrupación
al Servicio de la República, interviniendo como portavoz en
el debate sobre
el
proyecto de la Comisión de Constitución
para decir que nuestro grupo siente una alta estimación por el
proyecto que esa Comisión ha redactado pero esa tan certera
Constitución ha sido mechada con unos cuantos cartuchos detonantes,
introducidos arbitrariamente por el espíritu de propaganda o por la
incontinencia del utopismo. Entre esos «cartuchos detonantes»
destacó dos, la forma como se había resuelto la cuestión regional
("el problema catalán, como todos los parejos a él,
que han existido y existen en otras naciones, es un problema que no
se puede resolver, que sólo se puede conllevar") y
la cuestión religiosa.
No obstante, y sin seguir ya con su historia (su exilio
tras la Guerra Civil, su vuelta a España, las dificultades que tuvo
como docente y su muerte en Madrid en 1955), como denominador común
de su pensamiento puede señalarse el perspectivismo, según el cual
las distintas concepciones del mundo dependen del punto de vista y
las circunstancias de cada individuo, y la razón vital es el intento
de superación de la razón pura y la razón práctica de idealistas
y racionalistas. Para Ortega, la verdad surge de la yuxtaposición de
visiones parciales, en la que es fundamental el constante diálogo
entre el hombre y su entorno cambiante. Dicho de otra forma, la
perspectiva es la forma que adopta la realidad para el individuo;
cada sujeto tiene su propia forma de acceder a la realidad, su propia
parte de verdad, que puede ser incluso contradictoria con la de los
demás.
La verdad absoluta, omnímoda, pues, puede ser en esta
hipótesis la suma de las perspectivas individuales o de éstas más
una parte fuera de la perspectiva (no vista por el individuo), que,
por eso mismo, son verdaderas parcialmente.
Toda esta teoría se resume en la frase (que ya es
slogan) «Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no
me salvo yo», aparecida en su libro Meditaciones del Quijote
(escrito en el fondo para
divulgar sus ideas opuestas a la
forma de preocuparse por España del
Unamuno de
Vida de Don Quijote y Sancho,
publicada pocos años antes), con la que Ortega insiste en la
influencia en la persona de todo lo que está en torno a ella, no
sólo lo inmediato, sino lo remoto; no sólo lo físico, sino lo
histórico, lo espiritual. El hombre, según Ortega, es el
problema de la vida, y entiende por vida algo concreto,
incomparable, único: «la vida es lo individual»; es decir, yo en
el mundo; y ese mundo no es propiamente una cosa o una suma de ellas,
sino un escenario, porque la vida es tragedia o drama, algo que el
hombre hace y le pasa con las cosas. Vivir es tratar con el mundo,
dirigirse a él, actuar en él, ocuparse de él. En otros términos,
la realidad circundante «forma la otra mitad de la persona», que le
presenta distintas concepciones de su estado físico y mental. Por
tanto, deja al hombre la misión de satisfacerlas. Ortega y Gasset,
en definitiva, definía al hombre como un «ser compuesto de
realidades circunstanciales creadas por la opacidad en la forma de
pensar y en el sedentarismo como fuente inspiradora de las culturas
neopensantes incapaces de olvidar la tirantez que usurpa el conjunto
de la sabiduría».
Las Meditaciones del Quijote se publicaron en
1914 pero hoy, un siglo después, la teoría tiene plena vigencia y
se puede verificar su eficacia en múltiples casos de todo tipo,
entre los que descuellan, con diferencia sobre los demás, los de los
políticos, quizá porque al afectarnos sus decisiones en nuestro día
a día nos fijamos en que, en determinados políticos (¡elegidos por
votación, lo que cabe interpretar que ha sido por confianza a su
persona!) el YO (que se presume firme y sólido) queda
permanentemente diluido y oculto por LA CIRCUNSTANCIA cambiante y
voluble en función, habitualmente, de intereses partidistas.
Obviamente, a poco que se revise la evolución política y social de
los últimos años, se encuentran dicotomías a espuertas de
"circunstancias" que se contraponen al "yo" que
las lidera, pero por un ejercicio de facilidad de análisis nos
fijaremos sólo en el partido político Ciudadanos representado casi
en exclusiva por su factótum Albert Rivera, más asequible para este acercamiento que los partidos con historia en los que su yo resulta más repartido en la multicefalia de su liderazgo.
Que nadie piense que estas líneas pretenden ser una
crítica a C's; en una formación política, como en muchas otras
cosas, la crítica o el aplauso tiene mucho de subjetivo en función
del cumplimiento o no de las expectativas personales creadas en cada
uno por las acciones/no-acciones llevadas a cabo. No, estas líneas
no pasan de ser sino un vistazo superficial para verificar la
vigencia de las ideas de Ortega.
Lo primero: el YO. Hay que recordar, para poder
realizar un análisis mínimamente razonable, qué es C's y quién es
quien asume su imagen, indisolublemente unidos hoy persona-marca,
Albert Rivera. El hoy partido político Ciudadanos nació en
2006 como continuación del movimiento Ciutadans per Catalunya,
auspiciado por una serie de personajes de relevancia pública
(Francesc de Carreras, Arcadi Espada, Albert Boadella, Félix de
Azúa, entre los más conocidos), sin declaración de adscripción
ideológica y con el único objetivo de convertirse en estandarte del
anticatalanismo como contrapunto al entonces naciente catalanismo en
forma de desapego y "alentado" por el recurso del PP a un
Estatut d'Autonomía que había superado toda la tramitación legal
para su aprobación. El "apoyo" a C's, de ámbito catalán
(coherente con su objetivo único de anticatalanismo militante),
desde Madrid se produjo ya en 2006 tras la publicación en los medios
de la capital de una agresión, no suficientemente aclarada aún hoy
día, a Arcadi Espada, por radicales catalanistas el mismo día del
acto de su presentación como partido, En cuanto a Albert Rivera, se
cuenta que fue su entonces profesor, Francesc de Carreras, quien lo
convenció para presentarse a los comicios catalanes por C's, con una
originalidad: que la publicidad del partido se basó en la foto del
propio Rivera desnudo; obtuvo escaño y, poco a poco se ha ido
convirtiendo en el alma de C's, que no se concibe hoy disociado en
ningún aspecto de él, lo que facilita nuestro análisis, por
supuesto.
Lo segundo son LAS CIRCUNSTANCIAS. Una vez que el
partido, tras su éxito progresivo en Catalunya (desplazando
realmente al PP) decidió dar el salto a la política nacional,
advirtió que había de aportar algo más que anticatalanismo para
ser creíble y, quizá sin proponerselo en cuanto a teoría, difundió
como leit-motiv de su actuación el regeneracionismo orteguiano,
personificándolo en la figura de Mariano Rajoy, de quien abominó
solemne y recurrentemente en público, en campaña y fuera de ella.
Este hecho le permitió llegar a un pacto cerrado y excluyente con el
PSOE para conseguir la investidura de Pedro Sánchez como Presidente
del Gobierno. Por razones que caen fuera de este análisis, la
investidura fracasó y, tras unas nuevas elecciones, C's consideró
sin ningún rubor echar por tierra su preconizada hasta el minuto
anterior demonización de Rajoy y apoyarlo ahora como antes hizo con
el PSOE, en las antípodas.
Una de las muchas preguntas que suscita esa
demostración de volubilidad es ¿por que los sesudos y reputados
analistas la consideran normal, cuando parece evidente que una de las
dos decisiones debe estar en contra de su YO? Una posible respuesta
(sin calificar por ello a los analistas) se halla al recordar que C's
nació sin ideología, más allá de su anticatalanismo, lo que,
sobre el papel, le permite negociar con todo el arco parlamentario
(excepto con quienes bautiza como "radicales comunistas" y
"separatistas", por voluntad propia). Otra cosa es que
alguien (sesudos analistas incluidos) haya creído que no tienen
ideología o, peor aún, que, pese a la actual reserva del partido a
identificarse, se defina en su 2º congreso como formación de
centro-izquierda ¡y se lo crean, y lo publiquen así una y otra vez
los medios hasta que la ciudadanía lo crea también! Sin entrar en
honduras, es difícil mantener que una formación de centro-izquierda
use triquiñuelas legales para no condenar en sede parlamentaria los
crímenes del franquismo, o no votar a favor de la Ley contra la
violencia de género, o plantee en su programa medidas económicas
que los propios liberales tacharían de más radicales que las suyas,
o...
Para finalizar, (ya hemos repetido que no se pretende hacer un análisis político que, seguramente sería más complejo y jugoso, sino una simple evaluacion de la validez o no de las ideas orteguianas), y volviendo a Ortega, se cumple
cabalmente su teoría de que la circunstancia puede maquillar
el yo, pero no anularlo, como se demuestra en el caso que
analizamos al observar que su única seña de identidad firme,
su anticatalanismo, permanece inalterable hasta el punto de que le
condiciona absolutamente en lo que dice y hace y le hace plantear sin reparos las líneas
rojas que vea necesarias para coartar las libres decisiones de
sus posibles socios en ese terreno.
Será interesante repetir un ejercicio de análisis
como el actual dentro de unos años, cuando el YO haya perdido su
ambigüedad y las CIRCUNSTANCIAS hayan de estar más alineadas con
ese YO. Claro, que también puede ser que la indefinición lo
conduzca a la disolución (no sería el primero: recordad
recientemente Unió Democrática de Catalunya o Unión Progreso y
Democracia)
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1Se
conoce como
regeneracionismo el
movimiento intelectual que medita objetiva y científicamente sobre
las causas de la decadencia de España como nación a raíz,
en particular, de la pérdida de las últimas colonias. No hay que
confundirlo con la llamada Generación del 98 que, pese a compartir
igual pesimismo, lo expresa en forma más literaria, subjetiva y
artística. El principal representante del regeneracionismo fue el
aragonés Joaquín Costa con su lema «Escuela, despensa y doble
llave al sepulcro del Cid»
La palabra «regeneración» está
tomada del léxico médico, como antónimo de «corrupción», y
expresa una expectativa política en la que se vierte la vieja
preocupación patriótica por la decadencia del país que se sitúa
ya en el siglo XVIII con el reformismo borbónico pero su desarrollo
a fines del siglo XIX es una consecuencia directa de la crisis del
sistema político por la alternancia de partidos, que había
proporcionado al país una falsa estabilidad basada en su triunfo en
las Guerras Carlistas que era ilusoria y se sostenía sobre la base
de una gran corrupción política que impedía visualizar la
efectiva miseria del pueblo y el mal reparto geográfico de los
bienes, el caciquismo, el pucherazo electoral y el triunfo de una
oligarquía económica y política, que, además, se había adueñado
de prácticamente todo el suelo productivo del campo español
mediante tramposas desamortizaciones que generaron improductivos
latifundios, creando mano de obra barata en una extensa clase de
jornaleros hambrientos.
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