Este mes de noviembre de 2016 se cumplen 10 años del
fallecimiento de Miguel Aceves Mejía, que fue, para las nuevas
generaciones a quienes no les suene de nada el nombre, uno de los
pilares, junto a Jorge Negrete, Pedro Infante, Antonio Aguilar y
algunos más, de la divulgación fuera de sus fronteras de la canción
popular mexicana, que convivió aquí con la llamada "canción
española", particularmente en aquellos años con memoria en
blanco y negro de nuestro largo período de posguerra.
¿Y por qué hablar ahora de un desconocido Miguel
Aceves Mejía?
Pues porque viene como anillo al dedo, habida cuenta de
su trayectoria vital, su fama en vida y su huella en los Estados
Unidos tras su muerte (en Los Ángeles era un fenómeno de masas), en
la reflexión sobre alguna iniciativa anunciada por el presidente
electo Donald Trump.
De entrada, hay que decir que Aceves Mejía sería
formalmente, usando la terminología de hoy, un refugiado, toda vez
que nació en El Paso (Texas) donde habían llegado sus padres
huyendo del avance de las tropas de Pancho Villa, y un mes después
es inscrito su nacimiento en Chihuahua (México), donde ya consta en
todas sus biografías. Debido al hecho de nacer en los Estados
Unidos, conservó la ciudadanía estadounidense hasta que renunció a
ella en 1939 debido al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Este
aspecto puede ser, pues, un primer punto a comparar con lo que dice
Trump, en general, de los refugiados.
En la persona de Donald Trump, nieto de emigrantes
alemanes, se cumple a rajatabla el estudiado fenómeno de que las
segundas o terceras generaciones de emigrantes, una vez identificado
el país de acogida como suyo, son las más radicales y las
que mayor rechazo muestran a la admisión de nuevos inmigrantes a los
que exigen, a veces, requisitos (credo, color, lengua, país de
origen,..) que a sus padres o abuelos, naturalmente, no les
exigieron. Y para ello ponen como excusa que todos los recién
llegados son delincuentes, violadores, narcotraficantes, terroristas
y todo un catálogo de lindezas similares con las que dicen pretender
preservar la supremacía de una clase (la suya actual) frente
a quienes, en definitiva, pueden dentro de un tiempo discutirle sus
privilegios.
En el fondo se perciben dos razones de peso que
sustentan esa su beligerante actitud: la económica y la cultural, si
prescindimos aquí de una tercera sobre la que algunos estudiosos
alertan, que es la de un patriotismo mal entendido, agresivo,
exacerbado y excluyente, fuente continua de enfrentamientos que
amparen esa supremacía citada más arriba y que, desde luego, nada
tiene que ver con el auténtico y deseable sentido patriótico.
Por lo que se refiere a la economía, y sin entrar en
el complejo tema de los inmigrantes "sin papeles", es obvio
que ni Estados Unidos ni ningún país puede prescindir de la mano de
obra de los inmigrantes (a menudo explotados para aumentar los
beneficios de sus patrióticos empleadores), sin
mencionar el golpe que sufriría el esquema asumido del orden en
la escala social si se hace desaparecer de un plumazo a toda una
(no nos engañemos) subclase, cuyo trabajo se ha de seguir haciendo,
luego las razones económicas pierden toda la fuerza que parecían
tener.
La cultura... A nadie con dos dedos de frente se le
oculta que Estados Unidos es lo que es hoy por haber sabido ser un
crisol de culturas con todas las personas que ha ido recibiendo, en
lugar de parapetarse frente a ellas en un perenne ejercicio de
mirarse el ombligo y comparar,como otros.
Ciñéndonos a quienes Trump
presenta casi con cuernos y rabo, sus vecinos mexicanos, es indudable
que la cultura mexicana en los Estados Unidos ha ido progresando
paulatinamente a medida que la inmigración crecía (igual que el
lobby cubano en Florida, por ejemplo). Pero no todo ha sido un camino
de rosas. Las familias mexicanas trasladaron sus usos y costumbres al
nuevo país, sin olvidar desde luego adaptarlas y en algunos casos
combinarlas con elementos culturales propios de los anglosajones. Uno
de esos elementos era la música de corte popular, la cual desde un
principio cerró filas en la industria estadounidense y abrió los
espacios de difusión únicamente para artistas blancos de
forma que las minorías como negros e hispanos quedarían relegadas a
actuar ante “su” público sin ninguna esperanza de trascender.
Sin embargo, hoy día se puede hablar de una presencia normal de
músicos de habla hispana y aunque tal vez a los ojos de las nuevas
generaciones esto sea visto como algo permanente que ha sido siempre
igual, la verdad es que es el resultado de una lucha constante entre
los mexicano-americanos y los anglosajones. Unos por adquirir el
derecho de competir en el que ahora es su país en una industria
complicada y caprichosa como es la de la música, y otros por no
perder su lugar de privilegio al que sienten como propio.
Y esto viene a confirmaren
parte la tercera razón apuntada más arriba y es que lo dicho es una
extensión del fenómeno migratorio que acontece en Estados Unidos
desde hace más de 100 años. Es la postura del anglo contra el otro,
el invasor, el que debe permanecer en sumisión a los deseos del país
que le da alojamiento. El éxito y la expansión de los hispanos
seguirán siendo relativos en comparación con el poder y la
influencia históricos de la cultura norteamericana sobre las demás.
Tanto en la música como en política, finanzas o cualquier otro
asunto, el país más poderoso del mundo, y mucho menos con alguien
como Trump, no cederá así como así; para eso han trabajado toda la
vida, para demostrarle al resto de los terrestres que quizá sea
posible desempeñar actividades en común con ellos y hasta darles
batalla… pero si es en forma diferente, habría que reconsiderarlo.
.
Con toda esta amalgama de aspectos que se entrecruzan,
no es gratuito notar un síntoma que hace mención únicamente al
factor cultural, cual es, en paralelo a la adscripción de los recién
llegados, en legión, a los rasgos culturales anglosajones, el
reconocimiento de los americanos "de pedigree" de las
nuevas formas de cultura, y no sólo por razones comerciales. Así se
manifiestan señeras figuras como Ritchie Valens, Vicki Carr, Joan
Baez y muchas otras que incorporan a sus repertorios retazos de esa
nueva cultura que se incorpora al acervo común. Bien es verdad que
estos artistas, respetuosos con lo ajeno, coexisten con casos
puramente comerciales como Nat King Cole, pero en definitiva, marcan
una tendencia indiscutible.
Y un último apunte: la mayoría de reconocimientos para
lo que llega de México se sitúan en estados como California, Texas
o Florida; sin embargo no podemos por menos que valorar aquí, que en
Arizona, uno de los viveros de votos para Donald Trump, Linda
Ronstadt, conocida por el sobrenombre de La Reina del Rock, asociada
su música al género country y al rock, demuestra una especial sensibilidad y
respeto por la cultura y la música mexicanas, paso previo (ideologías políticas aparte) para la aceptación como complementaria a la propia de una cultura ajena ( y asociada por muchos de sus conciudadanos a la pobreza y miseria), como se puede observar
por la siguiente interpretación de un huapango clásico, precisamente, de
Miguel Aceves Mejía.
Veremos si la Cultura (con mayúscula) consigue dar sensatez a las
acciones políticas, de Trump o de otros.
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