jueves, 24 de noviembre de 2016

Incoherencias "musicales" de Donald Trump


Este mes de noviembre de 2016 se cumplen 10 años del fallecimiento de Miguel Aceves Mejía, que fue, para las nuevas generaciones a quienes no les suene de nada el nombre, uno de los pilares, junto a Jorge Negrete, Pedro Infante, Antonio Aguilar y algunos más, de la divulgación fuera de sus fronteras de la canción popular mexicana, que convivió aquí con la llamada "canción española", particularmente en aquellos años con memoria en blanco y negro de nuestro largo período de posguerra.

¿Y por qué hablar ahora de un desconocido Miguel Aceves Mejía?

Pues porque viene como anillo al dedo, habida cuenta de su trayectoria vital, su fama en vida y su huella en los Estados Unidos tras su muerte (en Los Ángeles era un fenómeno de masas), en la reflexión sobre alguna iniciativa anunciada por el presidente electo Donald Trump.

De entrada, hay que decir que Aceves Mejía sería formalmente, usando la terminología de hoy, un refugiado, toda vez que nació en El Paso (Texas) donde habían llegado sus padres huyendo del avance de las tropas de Pancho Villa, y un mes después es inscrito su nacimiento en Chihuahua (México), donde ya consta en todas sus biografías. Debido al hecho de nacer en los Estados Unidos, conservó la ciudadanía estadounidense hasta que renunció a ella en 1939 debido al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Este aspecto puede ser, pues, un primer punto a comparar con lo que dice Trump, en general, de los refugiados.

En la persona de Donald Trump, nieto de emigrantes alemanes, se cumple a rajatabla el estudiado fenómeno de que las segundas o terceras generaciones de emigrantes, una vez identificado el país de acogida como suyo, son las más radicales y las que mayor rechazo muestran a la admisión de nuevos inmigrantes a los que exigen, a veces, requisitos (credo, color, lengua, país de origen,..) que a sus padres o abuelos, naturalmente, no les exigieron. Y para ello ponen como excusa que todos los recién llegados son delincuentes, violadores, narcotraficantes, terroristas y todo un catálogo de lindezas similares con las que dicen pretender preservar la supremacía de una clase (la suya actual) frente a quienes, en definitiva, pueden dentro de un tiempo discutirle sus privilegios.

En el fondo se perciben dos razones de peso que sustentan esa su beligerante actitud: la económica y la cultural, si prescindimos aquí de una tercera sobre la que algunos estudiosos alertan, que es la de un patriotismo mal entendido, agresivo, exacerbado y excluyente, fuente continua de enfrentamientos que amparen esa supremacía citada más arriba y que, desde luego, nada tiene que ver con el auténtico y deseable sentido patriótico.

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Por lo que se refiere a la economía, y sin entrar en el complejo tema de los inmigrantes "sin papeles", es obvio que ni Estados Unidos ni ningún país puede prescindir de la mano de obra de los inmigrantes (a menudo explotados para aumentar los beneficios de sus patrióticos empleadores), sin mencionar el golpe que sufriría el esquema asumido del orden en la escala social si se hace desaparecer de un plumazo a toda una (no nos engañemos) subclase, cuyo trabajo se ha de seguir haciendo, luego las razones económicas pierden toda la fuerza que parecían tener.

La cultura... A nadie con dos dedos de frente se le oculta que Estados Unidos es lo que es hoy por haber sabido ser un crisol de culturas con todas las personas que ha ido recibiendo, en lugar de parapetarse frente a ellas en un perenne ejercicio de mirarse el ombligo y comparar,como otros.
Ciñéndonos a quienes Trump presenta casi con cuernos y rabo, sus vecinos mexicanos, es indudable que la cultura mexicana en los Estados Unidos ha ido progresando paulatinamente a medida que la inmigración crecía (igual que el lobby cubano en Florida, por ejemplo). Pero no todo ha sido un camino de rosas. Las familias mexicanas trasladaron sus usos y costumbres al nuevo país, sin olvidar desde luego adaptarlas y en algunos casos combinarlas con elementos culturales propios de los anglosajones. Uno de esos elementos era la música de corte popular, la cual desde un principio cerró filas en la industria estadounidense y abrió los espacios de difusión únicamente para artistas blancos de forma que las minorías como negros e hispanos quedarían relegadas a actuar ante “su” público sin ninguna esperanza de trascender. Sin embargo, hoy día se puede hablar de una presencia normal de músicos de habla hispana y aunque tal vez a los ojos de las nuevas generaciones esto sea visto como algo permanente que ha sido siempre igual, la verdad es que es el resultado de una lucha constante entre los mexicano-americanos y los anglosajones. Unos por adquirir el derecho de competir en el que ahora es su país en una industria complicada y caprichosa como es la de la música, y otros por no perder su lugar de privilegio al que sienten como propio.

Y esto viene a confirmaren parte la tercera razón apuntada más arriba y es que lo dicho es una extensión del fenómeno migratorio que acontece en Estados Unidos desde hace más de 100 años. Es la postura del anglo contra el otro, el invasor, el que debe permanecer en sumisión a los deseos del país que le da alojamiento. El éxito y la expansión de los hispanos seguirán siendo relativos en comparación con el poder y la influencia históricos de la cultura norteamericana sobre las demás. Tanto en la música como en política, finanzas o cualquier otro asunto, el país más poderoso del mundo, y mucho menos con alguien como Trump, no cederá así como así; para eso han trabajado toda la vida, para demostrarle al resto de los terrestres que quizá sea posible desempeñar actividades en común con ellos y hasta darles batalla… pero si es en forma diferente, habría que reconsiderarlo.
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Con toda esta amalgama de aspectos que se entrecruzan, no es gratuito notar un síntoma que hace mención únicamente al factor cultural, cual es, en paralelo a la adscripción de los recién llegados, en legión, a los rasgos culturales anglosajones, el reconocimiento de los americanos "de pedigree" de las nuevas formas de cultura, y no sólo por razones comerciales. Así se manifiestan señeras figuras como Ritchie Valens, Vicki Carr, Joan Baez y muchas otras que incorporan a sus repertorios retazos de esa nueva cultura que se incorpora al acervo común. Bien es verdad que estos artistas, respetuosos con lo ajeno, coexisten con casos puramente comerciales como Nat King Cole, pero en definitiva, marcan una tendencia indiscutible.

Y un último apunte: la mayoría de reconocimientos para lo que llega de México se sitúan en estados como California, Texas o Florida; sin embargo no podemos por menos que valorar aquí, que en Arizona, uno de los viveros de votos para Donald Trump, Linda Ronstadt, conocida por el sobrenombre de La Reina del Rock, asociada su música al género country y al rock, demuestra una especial sensibilidad y respeto por la cultura y la música mexicanas, paso previo (ideologías políticas aparte) para la aceptación como complementaria a la propia de una cultura ajena ( y asociada por muchos de sus conciudadanos a la pobreza y miseria), como se puede observar por la siguiente interpretación de un huapango clásico, precisamente, de Miguel Aceves Mejía.


Veremos si la Cultura (con mayúscula) consigue dar sensatez a las acciones políticas, de Trump o de otros.

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