Cuando
uno oye, precisamente por quienes dicen ser políticos, proclamar ese
mantra recurrente últimamente de "la ley está para cumplirla"
sin observar ni un atisbo de duda, dando por sentado la
ininmutablidad eterna de la ley, sea cual sea su naturaleza, es
inevitable que el magín acuda a sonoras incoherencias en la
creación/redacción de algunas leyes.
Para no meternos en camisa de
once varas, acudamos a cosas pueriles pero indicativas de por dónde
pueden ir los tiros en estas cosas jurídicas que luego se eternizan.
Que la Naturaleza tiene
sus propias leyes, que creemos inmutables, es cosa sabida; que las
leyes de los hombres que rigen la relación entre personas, también;
que, en contadas ocasiones se producen lo que podríamos llamar
conflicto de intereses entre unas y otras, ya no parece tan normal.
Y, sin embargo, el hombre ha pretendido variar, incluso, las Leyes de
la Naturaleza.
Y ahí
está, sin ir más lejos, el humilde tomate, para demostrarlo.
Verán
ustedes: el tomate (etimológicamente, “tomatl”, vocablo náhuatl
– pobladores de algunas zonas de lo que hoy es Mèxico - que viene
a significar “fruto lleno y jugoso”) es una planta solanácea con
diversas variedades, para cada una de las cuales hay un vocablo
azteca diferente que no viene al caso pero que tiene la raíz común
que significa planta de bulbo jugoso y muchas semillas internas;
los análisis científicos de su contenido y su estudio botánico lo
incluyen dentro de las frutas. Se venía cultivando desde unos 700
años antes de Cristo por los aztecas y los incas. Tras la llegada de
los españoles a esas tierras, el vocablo (y el propio fruto, como es
natural) se introduce en la cultura castellana hacia 1532; sin
embargo, por su parecido con la belladona1,
tardó en imponerse en la cocina y, en principio, su destino era
ornamental.
Mas,
hete aquí que se producen ciertos conflictos armados entre ingleses,
que derivan
en penurias y escasez, y, a
falta de otra cosa que echarse a la boca,
la cultura anglo sajona descubre las propiedades nutritivas de esas
plantas que sólo eran
consideradas ornamentales.
Llegamos
a la guerra de secesión americana; en los Estados Unidos aún no se
había extendido su uso hasta que también las carencias derivadas de la
guerra lo redescubren. Y entonces se produce el milagro jurídico
de la transformación
por ley
de fruta en verdura: resulta que a finales del siglo XIX las frutas
importadas en aquel país estaban exentas de impuestos, al contrario
que las verduras. En 1893 un comerciante solicitó que su partida de
tomates procedente de las Indias Occidentales tuviese el mismo trato
fiscal que los plátanos del Caribe, argumentando que desde el punto
de vista botánico no había diferencia entre unos y otros. Pero el
juez de la Corte Suprema Horace Gray desestimó la solicitud del
comerciante, dictaminando que, según la tradición (que ya se ve que igual vale para un roto que para un descosido), la frutas suelen
consumirse como postre, mientras que las verduras se utilizan para
acompañar el plato principal2.
Lejos
de corregir tamaña estupidez, la historia ha corroborado la
prioridad de la costumbre y el lenguaje común sobre la auténtica biología de
las cosas, de forma que, no sólo el tomate: también los pepinos,
calabacines y pimientos son, a todos los efectos, verduras.
Pues,
como eso, todo con nuestros legisladores (?). Y con cosas, lamentablemente, mucho más relevantes.
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1 Planta
venenosa y narcótica, solanácea como el tomate, de hojas
alargadas, simples y alternas, flores solitarias y acampanadas, de
color púrpura y fruto carnoso.
2 Pensemos
que, al menos en aquella época, las comidas y cenas estaban
constituidas por un plato único
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