viernes, 28 de abril de 2017

Uso y valor de los recuerdos

Hay un escritor, músico y filósofo colombiano, Luis Gabriel Carrillo Navas, popular en las Redes por las frases que publica (a veces se divulgan y se extienden como "de autor anónimo" ¡qué se le va a hacer!) que, provoquen o no la coincidencia con lo que piensa el lector, suelen ser una puerta abierta a la reflexión sobre ellas. Una de las más conocidas es aquella de "En la vida uno nace y muere solo, en el camino que transitamos entre estos dos puntos es cuando lo seres humanos nos acompañamos". Es cierto que la frase parece encerrar una contradicción , ya que en el momento del nacimiento (hablamos en este caso sólo de nuestra sociedad, naturalmente), que suele suceder en un establecimiento hospitalario, está presente/asistente el médico, la comadrona, los enfermeros, etc., y en el de la muerte, salvo que sea imprevista, siempre hay alguien acompañando/ayudando.
Pero no hay contradicción porque, bien mirado, ambos actos son autónomos (no confundir con "voluntarios", que es otra cosa). Es más, a lo largo de la vida, o sea, del tiempo que transcurre entre ambos momentos, si nos fijamos bien, realmente estamos sólos en los temas importantes, sea para creer, elegir, decidir, amar,... aunque, como es obvio, todo ello esté influido por un entorno que, frecuentemente, incluso hemos creado. Este factor hace pensar que esta, llamémosle soledad de acción, queda diluida en las diferentes soledades adyacentes, y posiblemente haya que admitir que efectivamente sea así, lo que pone en valor la importancia de ese estar sólo para nuestra intimidad. Hay un aspecto que, perteneciendo al YO más íntimo, si se sabe administrar, contribuye a que ese tiempo de tránsito sea reflejo de todo lo positivo en lo que se ha participado y que, sin duda, nos ha marcado; es todo lo que representan los recuerdos, siempre que se domine su uso para que no deriven en nostalgia, frustración, abatimiento y depresión, o ira y desesperación o, lo que es igual de pernicioso, usarlos para buscar una "zona de confort" anclándose mentalmente a la época vital que representan, negando la evolución posterior. El recuerdo es un arma poderosa porque, cuando se rememora con fuerza y voluntad una situación o vivencia, de no importa qué antigüedad en nuestra vida, se cumple lo que decía José Larralde al afirmar que "de allá vengo sin haberme ido nunca" y la conclusión sobre ella es de plena actualidad en nuestro interior subconsciente.
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Humildemente he mantenido siempre que uno es uno y sus recuerdos (lo que es compatible con lo que afirma José Antonio Marina de que uno es uno y sus proyectos, lógicamente, en otras etapas de la vida); no son palabras: la memoria es la que nos define y nos une a una familia, una niñez, unos lugares, unos olores, unos sabores, unas experiencias, unas relaciones,... que nos van moldeando y sin cuyas referencias NO SOMOS. Pensemos, en el extremo, en desarreglos como el Alzheimer, que conlleva la pérdida de la memoria y, por tanto, el desconocimiento de personas, lugares o hechos. ¿Es hoy una persona afectada por un desrreglo así la misma que fue? Pero la memoria es una facultad extraña que es vano querer dominar; es autónoma, selecciona por su cuenta y, sobre todo, es "personal e intransferible", sólo vale para uno, de forma que un mismo hecho compartido por varias personas, puede dejar un registro diferente (y de diferente intensidad) en cada una de ellas. Llevado al extremo conceptual de la autonomía de la memoria, a nadie sorprende que produzca algún quasi-oxímoron paradójico como aquel de no recordar qué era aquello que se quería olvidar. ¿Es o no es genial?
Los recuerdos son, pues, estrictamente personales y, al margen de su uso involuntario (al oir una música, al ver un paisaje, al percibir un olor,...), su uso voluntario queda al libre albedrío de cada uno. Y uno los activa, desempolva y selecciona movido por resortes íntimos y, a veces, inadvertidos, como una fecha que queda en la intimidad de cada uno como señalada (como por ejemplo la de hoy, que puede ser importante sólo para mí), un encuentro con otra persona, un hecho nuevo que despierta otros antiguos, o por diferentes causas. Uno de esos motivos, que no se suele citar (posiblemente por lo que representa), viene derivado del inexorable paso del tiempo para todos; efectivamente, todos sabemos que la vida la forman etapas distintas, unas más largas que otras, unas más intensas que otras, unas más agradables que otras,... pero somos conscientes de que, una vez vivida una etapa, únicamente puede revivirse en el recuerdo y fatalmente estamos convencidos de que hay vivencias que no se repetirán, lugares que nunca volveremos a visitar o personas (algunas muy queridas) que jamás volveremos a ver y abrazar. Queda su recuerdo al que acudir, siempre y cuando, como se apuntaba más arriba seamos capaces de evitar que se convierta en malsano y traicionero y nos dejemos conducir por él al desánimo y a la depresión de espíritu. Ni más ni menos que seguir inconscientemente las ideas del Nobel de Literatura y filósofo francés Henri Bergson, que decía que los humanos experimentan un movimiento hacia adelante, un impulso, un elán vital, precisamente sirviéndose de la ficción (irrealidades, sueños, recuerdos,...).

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 Hay una película de los años 60 del pasado siglo, que forma parte de los anales del cine, del genial director griego-norteamericano Elia Kazan (por cierto, otro refugiado en su día, en la terminología de hoy ¿cuándo se darán cuenta los politicastros que tenemos del protagonismo de los refugiados en la evolución social y cultural de todos los países?), Esplendor en la hierba, que es una historia de amores no consumados debido a los convencionalismos sociales en la que los personajes interpretados por Natalie Wood y Warren Beatty, jóvenes y apasionados, de familias socialmente distintas, apenas pueden contener su amor juvenil pero la época, la edad, los estudios, las ambiciones personales, los padres... los llevan a otra conclusión. Y es que la historia nos habla de las relaciones paterno-filiales, de la incomprensión entre padres e hijos y la necesidad de perdonarse en un momento dado, de crecer y seguir adelante. Pero, sin lugar a dudas, nos habla de la fugacidad del tiempo, la pérdida de la juventud y la importancia de los recuerdos. En la película, una jovencísima y bella Natalie Wood recita en una clase de literatura un poema de William Wordsworth1 (del que la película toma el título), cuando su dolor es más fuerte que su esperanza. Pocas veces una película, ha contribuido tanto a la popularidad de la obra de un autor clásico, si exceptuamos el ¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!, poema de Walt Whitman en homenaje a Abraham Lincoln después de su asesinato en 1865, popularizado en la película El club de los poetas muertos, con un magistral Robin Williams interpretando al profesor que despierta la mente de sus alumnos para hacerles ver la importancia de luchar por alcanzar sus sueños (y con todo ello descubren la poesía) con métodos poco convencionales.
El fragmento por el que se recuerda a Wordsworth en Esplendor en la hierba está formado por algunos de los versos finales de su Intimations of Inmortality (Oda a la inmortalidad, como se conoce entre nosotros) y dice así:
Aunque el resplandor que
en otro tiempo fue tan brillante
hoy esté por siempre oculto a mis miradas,
aunque mis ojos ya no
puedan ver ese puro destello
que en mi juventud me deslumbraba,
aunque nada pueda hacer
volver la hora del esplendor en la hierba,
de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos
porqué la belleza subsiste siempre en el recuerdo.
En aquella primera
simpatía que habiendo
sido una vez,
habrá de ser por siempre,
en los consoladores pensamientos
que brotaron del humano sufrimiento,
y en la fe que mira a través de la
muerte.
Y termina así:
Gracias al corazón humano,
por el cual vivimos,
gracias a sus ternuras, a sus
alegrías y a sus temores, la flor más humilde al florecer,
puede inspirarme ideas que, a menudo,
se muestran demasiado profundas
para las lágrimas.”



Se trata de un poema bellísimo, bien estructurado, y que actúa por si sólo, la belleza está en él, de forma que, aunque no seamos capaces de recordar ni uno de sus versos, siempre recordaremos la esencia de este poema, valorando la importancia de los recuerdos hoy, que somos quienes y como somos, en lucha continuada para aprovechar solamente su influjo benéfico, tanto para la persona misma como para su entorno (sea o no el mismo registrado en la memoria).

Acabamos con dos citas del filósofo y escritor inglés Aldous Huxley: "Trabajando sobre los datos de la realidad (la que vivimos un día y de la forma que la recordamos), nuestra conciencia elabora el universo en el que vivimos (hoy) realmente" porque "La experiencia no es lo que te sucede, sino lo que haces con lo que te sucede" para ser conscientes de que si hoy, quizá una fecha señalada, evoco voluntariamente unos recuerdos de hechos de ayer, tengo que cuidar que sea para ayudar en el hoy y de ninguna forma para iniciar esa espiral perniciosa que se inicia con la nostalgia.
 
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1William Wordsworth (1770-1850) fue uno de los más importantes poetas románticos ingleses, con obra laureada en Inglaterra desde 1843 hasta su muerte. El carácter fuertemente innovador de su poesía radica en la elección de los protagonistas, personajes de humilde extracción, del tema, que es la vida cotidiana, y del lenguaje, sencillo e inmediato.
Aunque su poesía se ambienta en el paisaje rural de los lagos ingleses, es también “recollection in tranquillity”, literalmente, “recuerdo en la quietud”, de experiencias personales vividas en la naturaleza que enriquecen al que vive constreñido por la realidad de la metrópoli industrial. El evocar pasiones y emociones ya extinguidas en el tiempo implican al lector activamente. Ninguna de sus poesías ejemplifica mejor esta tendencia que Tintern Abbey reconocida por él mismo como una de sus mejores obras ya que recibió mucha inspiración al recordar cuando era niño y vivía con su madre en el campo.


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