Dice el estribillo del
conocido villancico popular:
"La
Nochebuena se vie-e-ne,
la Nochebuena
se va-a-a,
y nosotros
nos ire-e-mos
y no
volveremos má-á-ás"
Con respecto a lo segundo no
hay ninguna duda, y con respecto a lo primero tampoco parece haberla
a juzgar por los anuncios publicitarios que ya se oyen: "Ya
llega vuestra Navidad de siempre".
Y por ahí van los tiros.
Como cada año, ya ha empezado la época de bombardeo publicitario de
cosas que tienes que comprar/regalar si no quieres quedar ante todos
como medio tonto e insensible, en un ejercicio periódico de impúdica
e indisimulada explotación comercial de unos sentimientos hábilmente
moldeados con antelación de forma masiva para que el personal
colabore con entusiasmo en alcanzar esos objetivos comerciales. Los
sociólogos de un futuro quizá más inmediato de lo que pensamos
tendrán (si quieren) por delante el arduo trabajo de estudiar las
razones de fondo (que todos intuimos) y de hallar los resortes que
lo han propiciado, por qué unas fechas entrañables en el ámbito
familiar se han convertido en el plazo de tiempo de una generación
en la desenfrenada y febril orgía consumista, en forma cada vez más
ostentosa, superficial e indiferente a las desigualdades que es hoy
la Navidad.
Seguramente, frente a otras
influencias, no es tan relevante, pero en este cambio hacia la
comercialidad de todas las fiestas algo tuvo que ver el Pepín
Fernández de Galerías Preciados (grupo de empresas, actualmente
desaparecido, que hoy serían considerados Grandes Almacenes, fundado
en los años 40 del pasado siglo con una trayectoria marcada por los
problemas financieros y que en su día fueron punteros, además, de
la venta por correo y por catálogo) que, en la salida de la
autarquía provocada por la carestía de nuestra guerra (in)civil,
registró en 1956 (y, curiosamente ha causado baja por caducidad del
registro en este 2017) y popularizó el afortunado slogan comercial
"Practique la elegancia social del regalo",
publicado al efecto en la prensa de entonces con motivo del Día del
Padre, Día de la Madre, san o santa No-sé-quién, Navidad, etc.,
siempre ligado a festividades religiosas. Pero si estos aspectos nos
resultan llamativos al reflexionar sobre la sibilina imposición del
american way of life en estas fechas, más aún nos puede
resultar el cambio (aunque eso sí, más dilatado en el tiempo)
precisamente en la cuna de ese american way of life si tenemos
en cuenta que hubo un tiempo en el que la celebración de la Navidad
allí estuvo prohibida1.
Pero eso forma parte de otro discurso.
Monumento a Jorge Manrique en Segura de la Sierra (Jaén), que se disputa ser el lugar de nacimiento del poeta con Paredes de Nava (Palencia). |
Dejando aparte que esta
sensibleria comercial ñoña mete en el mismo saco a las personas que
realmente tienen nuestro cariño y respeto junto con el cuñado
impresentable, el pariente gorrón y desagradecido, el amigo que de
tal tiene poco, etc., y que las fechas utilizadas para tal
desaguisado emocional sean las navideñas u otras, lo cierto es que
todo el montaje tiene un trasfondo psicológico innegable, en la
utopía de revivir una vez y otra episodios felices que recordamos
del pasado, en especial si están asociados a esta época. Por
aquello que ya decía Jorge Manrique en las Coplas a la muerte de
su padre:
"...
cuán presto se va el plazer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiere tiempo passado
fue mejor...."
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiere tiempo passado
fue mejor...."
y que añoramos ese tiempo
pasado que queremos repetir para elevar, posiblemente, el ánimo, ese
placer aludido que se ha marchado. Sin embargo, fijémonos en un
detalle que no es baladí en absoluto: el poeta no dice que el tiempo
pasado sea mejor, sino que lo es a nuestro parecer. Es
importante ese matiz. El concepto de memoria tal cual lo conocemos en
la actualidad, referido a procesos personales (si son colectivos
requiere otro enfoque) de reconstrucción del pasado desde el
presente es un campo abierto a inacabables debates entre sociólogos,
psicólogos, filósofos y escritores, si bien todos coinciden en que
la memoria considerada como se ha citado más arriba es
involuntariamente selectiva, es decir que tiende a conservar
cuidadosamente archivados con una ruta conocida los
recuerdos que nos resultan agradables y procura, instintivamente,
rechazar los desagradables. Es por eso, pues, que nuestro imaginario
cuando volvemos la vista atrás sólo lo forman recuerdos agradables
y nunca los desagradables necesariamente asociados con ellos para que
los hechos hayan sido como han sido (quizá diferentes a cómo los
recordamos2).
Hemos defendido en este blog, y lo mantenemos, que anclarse en la
nostalgia es un error, primero porque el pasado nunca vuelve como lo
conocimos (hechos, lugares, personas) y segundo, y mucho más
importante, es que el añorar el pasado hasta el punto de aferrarse a
él como a una tabla de salvación puede provocar la ofuscación
acerca de la realidad actual, con la que debemos construir el mañana.
Decía el poeta alemán
Rainer Maria Rilke (que escribió parte de su obra en España,
concretamente en Ronda) que "La verdadera patria del hombre es
la infancia" y que uno gasta toda su vida adulta en un
ejercicio, a la postre siempre inútil, de volver a esa infancia
añorada pues, como nos recuerda entre otros, el filósofo y
cantautor italiano Franco Battiato en su canción La estación de
los amores, el tiempo (y
no sólo el malgastado, como dice la canción) ya no
volverá, no regresará más.
Pero la misma canción nos
habla de que los deseos se mantienen con un nuevo entusiasmo que
volverá sin avisar, ajeno, necesariamente, al del pasado, cuya
evocación nos puede resultar perjudicial. ¿Tan pernicioso es
anclarse en la nostalgia? ¿Cuándo empieza realmente el valor del
recuerdo? El valor (positivo, pero, particularmente si es negativo)
empieza en el instante siguiente a aquel en que sucede el hecho que
lo provoca. Volvamos a los autores clásicos; Pedro Calderón de la
Barca pone en boca de Segismundo en el Monólogo de su celebrada La
vida es sueño aquellas
conocidas estrofas de
"... ¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son...."
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son...."
O sea, que la vida es un
frenesí, una alocada sucesión de hechos fruto de decisiones,
propias y ajenas, tomadas continuamente y que al final se transforman
en un sueño, y la eventualidad de que el sueño sea realmente una
pesadilla, parece confirmar que el darle al pasado (reciente o
lejano, positivo o negativo) más relevancia de la que deba tener es
un error garrafal. Esta puede ser la razón fundamental de la
sinrazón de querer repetir vivencias que ya han pasado, si bien el
posicionamiento de la persona es distinto si lo que se evoca es la
nostalgia de los recuerdos en los que se ha hecho la criba
involuntaria de las pesadillas (en estas ocasiones no se buscan
porqués) o lo que pugna por salir es el atroz sentimiento de
impotencia ante una pesadilla no superada. En cualquier caso, el
pasado de hace un instante es pasado, y por más que se le dé
vueltas no se puede modificar y sólo se puede/debe partir de la
premisa de controlar sus efectos prescindiendo de analizarlo como
punto de partida. Es como quien está al timón de una nave que
embarranca al acercarse a una isla desierta; el objetivo principal en
esa situación es poder abandonar la isla desierta y no desviar
tiempo y energías en analizar qué es lo que falló para que el
barco quedara varado, aunque esto es también importante (ojo, lo
cual no quiere decir que se deseche la posibilidad de salir de la
isla usando el mismo barco reparado, pero eso es otro matiz).
Hay una frase célebre, se
supone que de autor anónimo, pese a que algunas fuentes la atribuyen
al activista social, escritor y político estadounidense Abbie
Hoffman, Hoy es el primer día del resto de tu vida, que en
situaciones de observar que recuerdos incómodos pugnan por
dominarnos y nos conducen a primar la búsqueda de porqués por
encima de otros planteamientos más positivos,, nos ayudan a ver que,
efectivamente, cada día es el inicio de una nueva vida. Cada hoy es
el momento de dejar atrás los errores (aunque disimulados, si se han
compensado con aciertos, en el corpus de la nostalgia navideña
prefabricada, pongamos por caso) y de aprender de ellos, y debe ser
tomado como el comienzo de un futuro maravilloso y repleto de
satisfacciones.
No es fácil, porque luchar
(seguramente esta expresión no es la más adecuada, pero la dejamos
por la contundencia de su significado) contra los recuerdos para
ponerlos en su lugar (de respeto y tributo, sin duda) es casi como
luchar contra uno mismo y hay que convencerse antes honestamente de
la fuerza propia, confiar en ella y definir claramente el objetivo.
Y, quizá, identificar apoyos en los que confiar también en fases
duras, que siempre aparecen en estos procesos.
Sí, la nostalgia per se
sigue siendo un error en la medida que mantenerla requiere esfuerzos
que se han de detraer de otros propósitos. Dice una canción de
Joaquín Sabina que "Al lugar donde has sido feliz no
debieras tratar de volver3"
y, bien pensado, algo de razón tiene, toda vez que plantearse volver
a donde/cuando/con quien se ha sido feliz implica reconocer que ahora
la situación es otra, y eso puede conducir al colapso mental
negativo para el análisis de lo que hacer hoy. Volviendo al ejemplo
citado más arriba, si el barco ha embarrancado, todos los esfuerzos
deben ir encaminados a salir de la isla desierta, y ya se analizará
después las circunstancias o errores que han propiciado el
embarrancar y tenerlos en cuenta para el futuro (el
pasado es inmodificable por mucho que duela a veces y que lo
intentemos), y en modo alguno dejarse condicionar dedicando
esfuerzos a relamerse las heridas sin más.
Como reflexión final, no
deja de ser sarcásticamente paradójico que la procedencia de esos
machacones intentos de banalización comercial de unos
sentimientos/recuerdos sea del mismo país, no ya de las
oportunidades sino de las segundas oportunidades, lo que, en la
práctica cotidiana, se traduce en un ejercicio continuado en ese
país de obligarse a archivar los recuerdos y partir siempre de cero
en la gestión de situaciones adversas. En efecto, dentro del
catálogo de sentencias/slogans profesionales más conocidos y
divulgados en las escuelas de negocio estadounidenses, podríamos
recordar el que descarta el factor positivo de las segundas oportunidades: el actitudinal, el de Nunca hay una segunda oportunidad para causar una
buena primera impresión, rigurosamente cierto, y de aplicación
normal en una cultura como la anglosajona que, a diferencia de la
latina, no estigmatiza ni margina a quien se ha equivocado, sino que
le recuerda, simplemente, que para levantarse de nuevo, debe tener,
seguramente, nuevos enfoques, nuevas estrategias, nuevos apoyos,...
ante los que esa primera impresión puede ser determinante, desde
luego alejada de la condicionada por el presunto error anterior.
No, la nostalgia, sea en
Navidad, el 14 de abril, el 11 de septiembre o cuando sea, sigue
siendo un error, y debemos saber contextualizar cuando oímos algo
así como "vuelve a casa, vuelve por Navidad". Fin de la
cita, como popularizó un conocido registrador de la propiedad, no
conocido precisamente por su labor como registrador de la propiedad.
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1En
efecto, los que alegremente tachan de que esto o aquello es ilegal,
deben saber, entre otras cosas, que las leyes, entre las que se
incluyen las Constituciones están para revisarse, adaptarse a la
evolución de la sociedad y, si es conveniente, cambiarse,, y que
algo hoy tan inocente y fuera de dudas como es la Navidad, de 1647 a
1660 estuvo prohibida en Inglaterra, y también en Boston entre 1659
y 1681 y sujeta a castigo penal. En EEUU sólo a partir de 1870 se
declaró día festivo. Todo tiene su porqué. En el caso concreto de
la Navidad, en la época colonial de los Estados Unidos, los
puritanos de Nueva Inglaterra rechazaron la Navidad, y su
celebración fue declarada ilegal en Boston aunque al mismo tiempo,
los cristianos residentes de Virginia y Nueva York siguieron las
celebraciones libremente. La Navidad cayó en desgracia en los
Estados Unidos después de la Revolución, porque se consideraba una
costumbre inglesa y les recordaba a la Iglesia de Inglaterra y a las
costumbres del viejo mundo del cual acababan de escapar; en segundo
lugar, no consideraban que la celebración fuera verdaderamente
religiosa (el 25 de diciembre no fue seleccionado como fecha del
nacimiento de Cristo sino hasta varios siglos después de su
muerte). En la década de 1820, las tensiones sectarias en
Inglaterra se habían aliviado y algunos escritores británicos
comenzaron a preocuparse, pues la Navidad estaba en vías de
desaparición. Dado que imaginaban la Navidad como un tiempo de
celebración sincero, hicieron esfuerzos para revivir la fiesta. El
libro de Charles Dickens Un cuento de Navidad, publicado en
1843, desempeñó un importante papel en la reinvención de la
fiesta de Navidad, haciendo hincapié en la familia, la buena
voluntad, la compasión y la celebración familiar. La Navidad fue
declarada día feriado federal de los Estados Unidos, como se ha
apuntado, en 1870, en ley firmada por el Presidente Ulysses S.
Grant, pero es un hecho que aún es una fiesta muy discutida por los
distintos líderes puritanos de la nación. También en Cuba Fidel
Castro la prohibió durante cuatro décadas.
2Hay
un experimento sencillo que realizan frecuentemente los estudiosos
del tema, y es el de comparar los registros conscientes que han
guardado de una misma vivencia compartida dos de sus protagonistas;
los resultados suelen ser asombrosos ya que difieren, no sólo en
los detalles, sino en el núcleo del hecho analizado.
3La
estrofa completa dice "en Comala comprendí que al
lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver" y
tiene su miga que Sabina relacione el mensaje de que no conviene
volver atrás con el pueblo mexicano de Comala, que existe y se
menciona en la novela Pedro Páramo, de Juan Rulfo, como
destino para recuperar un pasado que se ignora (“Vine a Comala
porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi
madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto
ella muriera”)
Joder Miguel, has recibido la iluminación con este blog. Es lo que siempre pensé pero nunca supe expresar.Enhorabuena!!!.
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