Tengo un amigo historiador,
con el que, por cierto, no nos podemos ver con la frecuencia que a
ambos nos gustaría, y pese a que tenemos fuertes discrepancias en
muchos aspectos, estas divergencias de opinión no influyen en
absoluto en nuestra consolidada relación de amistad, basada en el
respeto y el afecto, pese a lo que pregonan algunos politicastros, a
los que el calificativo más suave que los define es el de
"espernible", que pregonan que el manifestar ideas
diferentes a las suyas es augurio de división, enfrentamiento,
ataque a la convivencia, caos y no sé cuántas catástrofes más
anticipando un seguro apocalipsis, todo ello por conseguir unos votos
basados en sentimientos manipulados (lo triste es que hay multitud de
personas bienintencionadas que los creen y les votan, pero eso es
otra historia).
En nuestras charlas
distinguimos la figura del historiador, profesional que
estudia y analiza desde todos los puntos de vista posibles,
incluyendo su relación/influencia con otros, los llamados hechos
históricos en su realidad, alejada de la utilización política
de los mismos, del concepto historia, mucho más sutil y
sibilino. En este blog hemos mantenido la idea (ver sobre todo las
entradas del 08/05/16
y siguientes) de que lo que nos imbuyen como historia,
particularmente la referida a un país o territorio, es, simplemente,
la narración, más o menos novelada, de unos hechos (con gran
relevancia de las victorias bélicas en la narración) de tal manera
que justifican la situación socio/política del presente. Por eso
resulta pernicioso lo que suelen hacer muchas instancias cuando surge
el tema, como es el relacionar/supeditar el futuro de las personas, e
incluso de las comunidades, al pasado de los Estados, en particular
si lo único que se resalta de ese pasado son las victorias bélicas
(en las que, lógicamente, no se sabe en general si los antepasados
de quien hoy dilucida su futuro fueron del bando de los vencedores o
de los acallados) y no otros aspectos.
Lo que resultaría ridículo
y una clara muestra de ignorancia si no fuera tan dramático en su
demostración de inmovilismo arrogante es ese empeño, hasta de las
más altas esferas políticas, en pretender que todo cambio es
malo e implanteable porque la Historia nos dice hasta hoy
que las cosas están como están.¿Seguro que, por eso, no pueden
cambiar, en su caso, a mejor?
Como nos dicen los
psicólogos, la metatesiofobia, término académico con el que
se denomina el miedo al cambio, es algo muy común en la sociedad
actual ya que desde que somos pequeños nos inculcan que nuestros
objetivos en la vida deben ser, por ejemplo, buscar una pareja
estable, un trabajo estable y tener un hogar (domicilio) estable
dentro de una zona geográfica determinada, con unos límites
definidos a la que llaman NUESTRO país con una organización y una
forma social que también nos inculcan como nuestras. Nos han hecho
creer que la felicidad y esa estabilidad que, a la postre, pretenden
que se convierta en nuestra indiscutible y natural zona de confort,
van de la mano. Sin embargo, cada vez es más evidente que los seres
humanos necesitamos adaptarnos a los cambios. Sin ir más lejos,
hasta hace bien poco en términos de tiempo históricos nuestra
especie era nómada y se veía obligada a gestionar su día a día en
función de las condiciones y los recursos que tuviesen en cada
momento y en cada lugar. Es más, el cambio es inevitable en nuestras
vidas. Estemos conscientes o no, queramos aceptarlo o no, las cosas y
la gente cambian, si bien la sociedad y la tradición ejercen una
poderosa influencia sobre cada uno de nosotros, lo que se traduce en
que, cualquier cambio nos exige modificar nuestra conducta o forma de
pensar ante una nueva situación porque nuestra forma "normal"
de reaccionar (a la que estamos acostumbrados) ya no nos es útil, y
no, como recuerdan los psicólogos, cuando tendemos a ridiculizar e
incluso oponernos fieramente a procesos orientados a cambiar nuestra
mentalidad, es decir, al sistema de creencias con el que hemos creado
nuestro, posiblemente, falso concepto de identidad..Al obedecer las
directrices determinadas por la mayoría, hacemos todo lo posible
para no salirnos del camino trillado, rechazando sistemáticamente
ideas nuevas, diferentes y desconocidas. No nos gusta cambiar porque
a menudo lo solemos asociar con la frustración y la vergüenza que
conlleva sentir que nos hemos equivocado. O peor aún: que hemos
fracasado. De ahí las tan pronunciadas sentencias: “¡Yo soy así,
tengo la razón (o el poder) y no pienso cambiar!” “¡Los que
tienen que cambiar son los demás!.
Pero, ¿a qué nos referimos
cuando hablamos de cambio al que tememos? y ¿qué tiene que ver con
la Historia?
Partamos de la premisa,
cuando hablamos de los seres vivos, de que admitimos que nacen,
crecen, se reproducen (o no) y mueren, es decir, que registran un
cambio constante, como ya dedujo el filósofo griego Heráclito hace
veinticinco siglos. Pero ¿estas características sólo pueden
atribuirse a los seres vivos? Pues parece que no, que realmente
pueden aplicarse sin menoscabo a todos los aspectos relacionados con
el hecho de vivir: culturas, lenguas, leyes, países, religiones,
etc. El conocido sociólogo y politólogo Wallerstein1
lo define asi: "El cambio es eterno. Nada cambia jamás. Los
dos tópicos son "ciertos". Las estructuras son los
arrecifes de coral de las relaciones humanas, que tienen una
existencia estable durante un período relativamente largo de tiempo.
Pero las estructuras también nacen, se desarrollan y mueren".
En efecto, simplemente
mirando atrás en el tiempo, podemos corroborar que esto es cierto, y
que lo que hacen algunos de apelar a la Historia para justificar su
inmovilismo arrogante, por ejemplo al mantener que a las leyes
actuales (sean las que sean) se las ha de considerar eternas, es un
error teñido de ignorancia, porque, precisamente la Historia nos
enseña que los cambios son constantes y afectan a conceptos tan
sagrados e inamovibles como lengua, territorio, religión y todos
en general.
Miremos algunos para
comprobarlo: sin entrar (hoy no toca) en algunos de los motivos de su
desaparición, nadie duda que muchas lenguas y culturas otrora
florecientes ya han muerto, en algunos casos tras un crecimiento
previo importante. Si nos fijamos en los países/territorios, basta
echarle un vistazo a un atlas de hace sólo cincuenta años para
advertir los cambios (pausados o rápidos, civilizados o traumáticos)
habidos en el mapa político de nuestro mundo. Por cierto, ya que
hemos citado a Wallerstein, quizá no esté de más volverlo a
recordar en este punto, ya que sostiene que el Estado-Nación es
un concepto del pasado, pese a que algunas elites crean que,en
función de este concepto, tienen el poder casi por derecho divino.
Respecto a nuestra Europa, opina que nos encontramos en un
interregno como el que hubo entre la Edad Media y el Renacimiento;
puede durar 50, 70 años, hasta que seamos capaces de ver qué es
pasado y futuro en nuestro presente.
La Ley.... ¿qué decir
cuando el Poder no es capaz de ver, a su conveniencia, que no hay
ninguna ley que sea eterna? Si se informaran un poco en esa Historia
en la que se escudan, verían que a lo largo del tiempo todas las
leyes evolucionan de acuerdo con la cambiante realidad social (y malo
cuando no cambian como la sharia islámica, a la que ellos son los
primeros en criticar -con razón- por su crueldad, insensibilidad y
anacronismo). Aplicando sus teorías aún sería vigente el Código
de Hammurabi o, entre nosotros, el Fuero Juzgo. Sin comentarios.
Incluso a temas que se
sitúan por encima del bien y del mal (y nunca mejor dicho) como la
religión también se les puede aplicar la evidencia histórica de
que nacen y mueren, si no, no se entendería que, sin ir más lejos,
hoy no haya ninguna adoración a Zeus y su corte, en un momento
todopoderosos e inspiradores de toda una cultura y forma de vida
universales (a la medida del universo conocido entonces, claro), y
hoy convertidos de dioses en meros personajes objeto de estudio de
una época histórica para los expertos, o nos parezcan sólo una
rémora exótica nombres como Thor, Odín, Manitú y tantos otros que
en su día concitaban temerosa devoción.
En definitiva, que la
Historia puede ser una poderosa herramienta política de manipulación
interesada a la vez que un magnífico instrumento de análisis del
pasado para seleccionar de él aquello que interese para mejorar un
futuro deseable e imprevisible, teniendo en cuenta, eso sí, que el
presente en el que efectuamos el análisis está en permanente
evolución, seamos o no conscientes de ello. Y más vale que lo
seamos.
Acabamos con música, con el
poema de Gabriel Celaya (Rafael Gabriel Juan Múgica Celaya Leceta de
nombre competo, que fue un poeta español de la generación literaria
de posguerra, uno de los más destacados representantes de la que se
denominó «poesía comprometida» o poesía social) España en
marcha, al que puso música en 1967 Paco Ibáñez, del que lo
recordamos en su actuación en el Teatro Olympia, de París, el 2 de
diciembre de 1969. Es interesante saber hoy que el concierto fue
grabado en directo, y es todo un referente no sólo poético o
musical, sino también ideológico y político, de la generación,
también en nuestro país, marcada por los acontecimientos de mayo de
1968 en París.
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1Immanuel
Wallerstein es un sociólogo, politólogo y científico social
histórico estadounidense. Principal teórico del análisis de
sistema-mundo, también conocido como economía-mundo, o teoría,
enfoque o acercamiento analítico de los sistemas-mundo (expresión
original en inglés World-systems approach), que es un desarrollo
de la crítica postmarxista que intenta explicar el funcionamiento
de las relaciones sociales, políticas y económicas a lo largo de
la historia en el planeta Tierra. Es una teoría historiográfica,
geopolítica y geoeconómica con gran vigencia y aplicación en las
relaciones internacionales.