"Que nadie, por ser
joven, no deje para más adelante la aspiración a la sabiduría, y
que nadie, por ser viejo, no se canse de aspirar a ella: para
ocuparse de la salud del espíritu no es nunca demasiado tarde ni
demasiado pronto. decir que aún no es hora de aspirar a la
sabiduría, o que la hora ya ha pasado, es como decir que aún no ha
venido, o que ya ha huido, la hora de ser feliz.
....
El sentido común es el
principio y el mayor bien de todo. Por eso resulta más precioso
incluso que la aspiración a la sabiduría: es de él que nacen todas
las demás virtudes, desde el momento que nos enseña que no hay vida
feliz si no se vive con sensatez, con honestidad y con justicia ... "
De vez en cuando, las
circunstancias nos recuerdan la inmutabilidad de las Leyes de la
Física (a diferencia de las leyes humanas relativas a todos los aspectos de la convivencia, que no son solo mutables,
revisables y a veces veleidosas pese a lo que digan ciertos políticos
-?- sino, frecuentemente, ruines instrumentos partidistas de
manipulación), como la circunstancia personal actual al avisar que
las paredes de las casas no son elásticas y que pese a que pueda ser
verídico eso tan repetido de que la Cultura no ocupa lugar (El saber, también se dice),
lo que resulta evidente es que los diversos soportes físicos que
albergan esa cultura, sí que lo ocupa ¡vaya si lo ocupa!
Cuando "se reciben"
esos avisos de leyes de la física al límite, es recomendable (aunque duro y difícil) organizar un
zafarrancho en el que, seguramente sin llegar a quemar los libros,
como hacía el Pepe Carvalho, en las novelas de Manuel
Vázquez Montalbán, sí que se impone un compromiso personal
serio de revisar en profundidad de qué se puede prescindir y, en su caso, a quién
se puede regalar para hacer un hueco... hasta el siguiente
zafarrancho.
La parte positiva de estos
incómodos zafarranchos es que, casi siempre, permiten también
redescubrir lecturas ya olvidadas que, curiosamente, pueden estar de
rabiosa actualidad (cuando pasa esto, no nos engañemos, el libro "es
indultado" y vuelve a su lugar en la estantería).
Es lo que ha pasado en esta
ocasión al tener la ocasión de releer la olvidada Carta a Meneceo, de
Epicuro, de lo poquito que
nos ha llegado de lo que se sabe que fue su extensa obra, de
contenido fundamentalmente ético y de
la que hemos utilizado unos
fragmentos
para iniciar esta entrada.
Un
ejercicio mental instintivo en alguna de estas relecturas es intentar calibrar por qué
pensamientos expresados hace más de veinte siglos, con lo que ha
llovido desde entonces, son aplicables en la sociedad de hoy, a veces
sin cambiar ni una coma.
Apoyémonos, si os parece, en el
redescubierto Epicuro para reflexionar sobre ello.
Sin
entrar al detalle en su biografía, sí que recordaremos que Epicuro
(341 a,C.-270 a.C.) nació en la isla griega de Samos y marchó con
18 años a Atenas, donde desarrolló toda su obra y donde murió.
Pese a ser uno de los filósofos capitales de la antigua Grecia, la
posteridad lo convierte, sin duda, en el más maltratado, objeto
de escándalo y escarnio, por
su negación de la inmortalidad, tanto del alma como de la
providencia divina, sus
ataques a la religión y al Estado, su "feminismo" avant la lettre y su combativa defensa de la
libertad del individuo.
Confirmando
de alguna manera la hipótesis que apuntábamos en una reciente entrada
de este blog, en el sentido
de que no hay nada eterno, es curioso comprobar que coincidiendo con
la llegada de Epicuro a Atenas tiene lugar la muerte de Aristóteles,
y eso representa, además de la desaparición física del filósofo,
el principio del fin de la
hegemonía de su doctrina clásica hasta el punto de que, visto desde
hoy, en el período
helenístico surgen con gran fuerza tres escuelas de filosofía: la
epicúrea, la estoica y la escéptica, entre
las que hay
más coincidencias de lo que en general se cree ya
que, ciertamente, el hilo
conductor que las une radica en el afán por asegurar al hombre la
serenidad y tranquilidad de ánimo, difíciles de conseguir en un
mundo tan sumamente complejo y turbulento , tanto
entonces como ahora. Dejando
a un lado el estoicismo y la
doctrina escéptica, la
epicúrea preconiza que el
objetivo de la sabiduría es suprimir los obstáculos que se oponen a
la felicidad. Ello no significa, sin embargo, la búsqueda del goce
desenfrenado, sino, por el contrario, la de una vida mesurada en la
que el espíritu pueda disfrutar de la amistad y del cultivo del
saber. Su escuela ateniense,
que recibió el nombre de Jardín,
se hizo famosa
por el cultivo de la amistad y por estar abierto a la participación
de las mujeres... y de los
esclavos, en contraste con lo
habitual en la Academia
fundada por Platón y en el
Liceo
de Aristóteles.
Busto de Epicuro. Copia romana del siglo II de su original griego. |
La
filosofía de Epicuro puede ser claramente dividida en tres partes,
la Canónica (no en la acepción religiosa del significado de la
palabra, sino al referido a canon, regla o precepto), que se ocupa de
los criterios por los cuales llegamos a distinguir lo verdadero de lo
falso, la Física, el estudio de la naturaleza, y la Ética, que
supone la culminación del sistema y a la cual se subordinan las dos
primeras partes.
Fijémonos
en esta última. La ética es la culminación del sistema filosófico
de Epicuro: la filosofía como el modo de lograr la felicidad, basada
en la autonomía personal y en la tranquilidad del ánimo o ataraxia.
En la medida en la que la felicidad es el objetivo de todo ser
humano, la filosofía es una actividad que cualquier persona,
independientemente de sus características (edad, condición social,
etc.) puede y debe realizar.
Y, como
en un libro actual de autoayuda, se encuentran consejos-guía
como son el exponer, por un lado, todo aquello que su filosofía pretende
evitar, que es, en definitiva, el miedo en sus diversos modos y
maneras, y por otro lado, aquello que se persigue por considerarse
bueno y valioso.:
Lo
que se debe evitar.- La
lucha contra las diversos miedos que atenazan y paralizan al ser
humano es parte fundamental de la filosofía de Epicuro; no en vano,
ésta ha sido designada como el "tetrafármaco" o medicina
contra los cuatro miedos más generales y significativos: el miedo a
los dioses, el miedo a la muerte, el miedo al dolor y el miedo al
fracaso en la búsqueda del bien:
1) El
miedo a los dioses. Es absurdo, nos dice Epicuro, pues éstos en nada
intervienen en los asuntos humanos y no se mueven por la ira ni la
cólera ni tantos otros sentimientos que comúnmente se les
atribuyen. Por el contrario, los dioses deberían ser un modelo de
virtud y de excelencia a imitar, pues viven en armonía mutua
manteniendo entre ellos relaciones de amistad. Si bien Epicuro no era
ateo, entendía que los dioses eran seres demasiado alejados de
nosotros, los humanos, y no se preocupaban por nuestras vicisitudes,
por lo que no tenía sentido temerles. Por el contrario, los dioses
deberían ser un modelo de virtud y de excelencia a imitar, pues
según el filósofo viven en armonía mutua, manteniendo entre ellos
relaciones de amistad.
Es
famosa, en este capítulo, la conocida como Paradoja de Epicuro, que
dice así:
¿Es que Dios quiere
prevenir la maldad, pero no es capaz? Entonces no es omnipotente. ¿Es
capaz, pero no desea hacerlo? Entonces es malévolo. ¿Es capaz y
desea hacerlo? ¿De donde surge entonces la maldad? ¿Es que no es
capaz ni desea hacerlo? ¿Entonces por qué llamarlo Dios?
2) El
miedo a la muerte. Es igualmente absurdo e irracional. Es un temor
que se produce por dos motivos: o bien la imaginación nos lleva a
pensar que existen cosas terribles tras la muerte o bien es fruto de
la consideración de que yo, como individuo, voy a dejar de existir
para siempre. Ambas pensamientos, sin embargo, son infundados. Por un
lado Epicuro es un materialista, y lo único a lo que le concede una
vida eterna es a los mismos átomos, pero no al producto formado por
las combinaciones entre ellos.
Por
otro lado la muerte no es un mal. Siendo
como es la pérdida de la capacidad de sentir, Epicuro afirma:“Todo
bien y todo mal residen en la sensibilidad y la muerte no es otra
cosa que la pérdida de sensibilidad. La muerte no es nada
para nosotros. Cuando se presenta nosotros ya no somos".
No siendo un mal en el momento en el que se presenta, menos daño
puede hacer mientras estamos vivos y sólo la presentimos. En ese
caso es el temor y la angustia que produce la fuente del sufrimiento,
y no la muerte. Deberá ser el razonamiento el que nos muestre lo
infundado de tal temor. La actitud del sabio es la de vivir
razonablemente en lugar de desperdiciar el tiempo que tenemos
anhelando un tiempo de vida infinita
que nunca lograremos alcanzar: "El recto conocimiento de que la
muerte nada es para nosotros, hace dichosa la mortalidad de la vida,
no porque añada un tiempo infinito, sino porque elimina el ansia de
inmortalidad. Nada temible, en efecto, hay en el vivir para quien ha
comprendido que nada temible hay en el no vivir."
3) El
miedo al dolor. es otro de los objetos de ataque de Epicuro. Se trata
de un miedo infundado ya que todo dolor es en realidad fácilmente
soportable. Mantiene que si se trata de un dolor intenso, su duración
será breve sin duda, mientras que si el dolor es prolongado, su
intensidad será leve y podrá ser fácilmente sobrellevado.
4) El
miedo al fracaso. en la búsqueda del bien y de la felicidad en la
vida está relacionado con el ideal de autonomía del sabio epicúreo.
Quien considera que la felicidad depende de factores externos
equivoca su juicio y se somete a cosas que están fuera de su
control, como la opinión de los demás, las recompensas externas,
etc. Por el contrario, gozando de la autonomía propia del sabio, es
posible para cada uno lograr un estado de ánimo equilibrado y gozoso
con muy pocos medios (no debe olvidarse que la mayoría de las
filosofías helenísticas surgen como respuesta a un mundo en
continuo cambio y conflicto y pretenden proporcionar al individuo la
coherencia e independencia que la polis clásica había perdido).
5) Por
último, carece también de sentido temer al futuro, puesto que“el
futuro ni depende enteramente de nosotros, ni tampoco nos es
totalmente ajeno, de modo que no debemos esperarlo como si hubiera de
venir infaliblemente ni tampoco desesperarnos como si no hubiera de
venir nunca”.
Lo
que se debe perseguir.- Con respecto a aquello que la filosofía
de Epicuro considera bueno y valioso no puede ensalzarse lo
suficiente el placer y la amistad.
a) En la
búsqueda de la felicidad es necesario distinguir aquellos deseos que
son naturales y necesarios (como el placer de calmar el hambre o la
sed), de aquellos que son naturales y no necesarios (como el placer
de seguir comiendo y bebiendo aunque el hambre y la sed hayan sido
satisfechos), y también de aquellos que no son ni naturales ni
necesarios (como el placer de obtener glorias, honor, etc.). Epicuro
siempre sostuvo la importancia de distinguir entre los placeres
aquellos que eran verdaderamente beneficiosos de aquellos que podían
generar una dependencia y que terminaban por causar insatisfacción,
bien porque fuesen irrealizables o bien porque eliminaban la
autonomía del individuo. "Reboso de placer en el cuerpo
cuando dispongo de pan y agua, y escupo sobre los placeres de la
abundancia, no por sí mismos, sino por las molestias que los
acompañan."
2.
Finalmente Epicuro exalta la amistad entre los seres humanos como una
de las mayores virtudes y uno de los mejores placeres de los que se
puede gozar. La amistad proporciona un apoyo en un mundo hostil y
extraño. Es una ayuda no tanto por lo que los amigos hagan
efectivamente por uno, como por el hecho de saber que podamos contar
con ellos, en caso de ser necesario. Fue la amistad lo que llevó a
Epicuro a fundar su propia escuela entendida como un lugar de
encuentro, de disfrute, de diálogo y de estudio así como de
recuerdo gozoso de los amigos que ya han desaparecido.
3. La
clave del modo de vida epicúreo, de tener que ser resumida en tres
palabras, vendría a ser: gozar, saber y compartir. Esos tres
factores, como nos muestran las palabras de Epicuro, están
íntimamente relacionados: Gozar el placer de estar vivo, saber
discernir lo que es verdaderamente valioso, y compartir en la amistad
tanto la vida como el conocimiento. "De todos los bienes que
la sabiduría procura para la felicidad de una vida entera, el mayor
con mucho es la adquisición de la amistad."
En
unos tiempos convulsos en los que una caterva de insensatos pregonan
(y muchos, lamentablemente, los creen) la falacia de que, por
ejemplo, unas diferentes ideas políticas pueden lanzar al traste una
relación de amistad, quizá no esté de más recordar la filosofía
de Epicuro cuando dice que la amistad está por
encima de las leyes y hay un pacto entre los sabios (relacionando
siempre los sentimientos con la cultura, con el saber), que
aman a sus amigos como a sí mismos. La mayoría de los
hombres, al no alcanzar la sabiduría, necesita las leyes, pero el
epicureísmo afirma que la amistad es la garantía contra la
inseguridad, sostiene que si la amistad contribuyese como la Física
a disipar los temores, estaría asentada en la naturaleza misma.
Algunos filósofos intentan dar una explicación de la amistad
afirmando que los átomos de los amigos, si son similares, se
intercambian entre sí, pero todo esto resulta muy extraño puesto
que seguimos siendo amigos a pesar de la distancia y sin poder
explicar la posibilidad de los intercambios. El amigo llega a ser
una especie de alter ego y, como decía Cicerón, «el amigo llega
a ser lo mejor de mí mismo. Su mirada salvaguarda la imparcialidad
cuando la pasión tiende a cegarme ... es un bien inmortal».
Conviene diferenciar, no obstante, entre el plano estrictamente
jurídico-social, que debe ser suficiente para la salvaguarda frente
a terceros, y el plano de la familia o el entorno más próximo de
la comunidad, que no se basa en el pacto. Ahí es donde se instala
con valor de norma la amistad. Según Lucrecio1,
en el supuesto origen y evolución de la humanidad, la amistad ocupó
el primer plano, ya que «vecinos unos de otros, empezaron a
unirse en amistad, deseosos de no sufrir ni hacerse mutuamente
violencias; y entre sí se encomendaron a sus niños y mujeres,
indicando torpemente con sus voces y gestos ser de justicia que
todos se apiadaran de los débiles. Así y todo no podía ser
general la concordia; pero una buena parte de ellos observaban los
pactos con escrúpulo; si no, ya entonces el género humano hubiera
perecido ... ». La amistad es el vínculo que une a todos los
hombres, aunque sólo Epicuro «transciende, en un sentido, la
civilización en la que nació». Una nación bárbara, según
Lucrecio, no hubiera podido engendrar al creador de una nueva técnica
que permite a los hombre alcanzar, mediante el placer, la felicidad,
una vez alejado el temor a la muerte y a los dioses, que no
intervienen para nada en la historia social y tecnológica de los
hombres.
Como corolario final, una reflexión/pregunta última,
sobre la que no estaría mal tener respuesta: ¿De verdad alguien,
máxime si ostenta la responsabilidad de Ministro de EDUCACIÓN, se puede plantear en serio
eliminar la asignatura de Filosofía ("Conjunto de saberes
que busca establecer, de manera racional, los principios más
generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad,
así como el sentido del obrar humano" según el DRAE) de
los planes de enseñanza?
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1Tito
Lucrecio Caro (99 a. C.- 55 a. C.) fue un poeta y filósofo romano,
autor de un único texto que se conozca: el poema didáctico De
rerum natura (Sobre la naturaleza de las cosas), defensor de la
filosofía de Epicuro.
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