viernes, 24 de agosto de 2018

En el aniversario de Borges, ¿por qué leer?

Hay sectores productivos cuya evolución última acredita que el camino de la recuperación económica 
(puntualicemos: recuperación SÓLO económica; ni laboral, ni social, ni moral, ni ética,..., aún 
pendientes de su inicio) general de este país, tras la dura crisis no sólo económica que todavía nos azota, 
es un hecho. Este es el caso, entre otros, de la edición de libros (abstrayéndonos de la influencia que en 
él tienen las nuevas tecnologías, Internet, los libros virtuales, etc. que, objetivamente, se han de abordar 
en otros escenarios, y no sólo en el de la crisis global), sector en el que España ha sido tradicionalmente 
fuerte, sumando el mercado interno propio y el de todos los países y territorios hispanohablantes, del 
que, a juzgar por las cifras divulgadas, las ventas van aproximándose, aunque muy lentamente, a las que 
se registraban diez años atrás

Las ventas se recuperan, pues. Se venden libros. Entonces, ¿cómo es que se mantiene, según datos del 
Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) un dramático 35% de españoles que no lee NUNCA? 
¿Por qué no se lee? Al final habrá que darle algo de razón al escritor Jorge Luis Borges cuando afirmaba 
que “la imprenta ha sido uno de los peores males del hombre, ya que tendió a multiplicar hasta el 
vértigo textos innecesarios” pero no es menos cierto que Miguel de Cervantes puso en boca del Quijote 
(que levanten la mano los que hayan leído DE VERDAD el libro): “Ahora digo -dijo a esta sazón don 
Quijote-, que el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. 
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El Quijote y Sancho, según Picasso.

Pero vayamos a lo práctico: ¿qué pasa porque no se lea?, dirá más de uno, y algunos incluso con jactancia. Efectivamente, si no lees, no pasa nada, nadie se muere, se puede vivir perfectamente, hay pueblos enteros que no han leído nunca, como mucho algunos titulares de prensa, y así les va, pero ese es otro tema. Si no sabes quién fue Picasso, no pasa nada, puedes vivir largos años teniendo buena vista; si no te acercas a una rústica y humilde iglesia románica, no pasa nada, puedes andar por los caminos de la vida; si no escuchas nunca música “de la grande”, no pasa nada, hay miles de oídos con otras músicas, no te va a salir miel por los oídos; si no vas nunca al cine o al teatro, no pasa nada, que bastante teatro es la vida; si no sabes nada de Julio César, Alejandro Magno, Napoleón o Hernán Cortés, no pasa nada, tus negocios pueden ir bien por el mundo; si no sitúas los accidentes geográficos más importantes del mundo, no pasa nada, te puedes pasear por ellos turísticamente si tienes dinero; si no lees nada sobre religiones o filosofías, no pasa nada, que la abuelita tampoco leyó sobre estos temas y fue feliz. Efectivamente, no pasa nada por que no abras un libro. No te vas a morir, no eres más ni menos guapo, no eres más ni menos rico. Pero es que hay otros aspectos que sobrepasan el mero comer, dormir, vivir o vegetar. Mirando así las cosas, por leer no eres ni más ni menos importante. No pasa nada, no pasa nada.

Pues sí pasa, y mucho. Con este criterio, veamos dónde queda la literatura, la música, la pintura, la arquitectura, el teatro... las artes. Si prescindes de las artes, efectivamente, podrás vivir, pero te falta mucho, te falta lo que de propio ha creado el ser humano, su inteligencia, y por tanto la creatividad, que es lo que nos distingue de los animales, de los borricos (¿con segunda?) porque no es igual estar errado que estar herrado, y la diferencia se manifiesta, precisamente, leyendo.

La cultura tiene un coste excepcional (no dinerario) precisamente porque es enriquecimiento interior, cultivo, que no tiene que ver con la acumulación de títulos. En medio de tanta tecnología, que puede resultar asfixiante, hay que saber distinguir entre los estudios necesarios para adquirir un título que te capacite para el ejercicio de una profesión (el estudio como necesidad) y el estudio como enriquecimiento personal, como cultivo. La concepción griega del ocio y el negocio, la renacentista, la de la Ilustración: saber para iluminar la mente.

Pues bien, el único medio de adquirir esa cultura enriquecedora está en el texto escrito, aparte de lo que aprendemos en la vida, que es el mejor libro, y en el saber viajar. «Todo lo que ha pasado en la Historia termina durmiendo en los libros», nos dice Unamuno. En este sentido, y no en el de la edición como sector económico, no importa si ese libro tiene soporte físico, de Internet, es fotocopia, e-book, etcétera. ¿Qué se les puede decir a ésos que proclaman que no pasa nada si no leemos? Porque es difícil convencer a quien no lo ha experimentado. ¿Os imaginéis a un riojano de Haro exaltando las cualidades de un buen vino a un visitante de Laponia que no lo ha probado en su vida? Quien no lo ha experimentado no lo puede valorar. Por la vía de la lectura entramos en contacto con un mundo exterior a nosotros, con lo que no sólo vivimos de nuestras experiencias, sino que nos enriquecemos con las de otros, bien sean reales o ficticias. Cuando leemos, nos evadimos, salimos de nosotros y soñamos, que es algo muy saludable, tanto para el cuerpo como para el espíritu. Las personas soñadoras, sobre todo los más pequeños, llevan el brillo en los ojos, sin exagerar en el dicho de (otra vez) Borges: «No hay que leer ningún libro que no haya cumplido cien años». Y también dice el argentino que la lectura «es una de las posibilidades de felicidad que tenemos los hombres».
 
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Imagen clásica de Borges

Otra cosa es que el estilo en la escritura y los gustos personales también tienen algo que ver, no en que se lea o no, sino en qué se lee, y ya que hemos citado a Borges, y aprovechando la coincidencia de que hoy, mira por dónde, es el aniversario de su nacimiento, lo tomaremos como referencia.

Jorge Luis Borges Acevedo (1899 - 1986) fue un erudito escritor argentino, considerado uno de los más destacados de la literatura del siglo XX con una obra muy divulgada pero, a decir de los críticos, poco leída por su complejidad. Publicó ensayos breves, cuentos y poemas. Su obra, fundamental según los estudiosos en la literatura y el pensamiento universal, además de objeto de minuciosos análisis y múltiples interpretaciones, excluye todo tipo de dogmatismo.

Dice Wikipedia, que lo sabe todo: Ontologías fantásticas, genealogías sincrónicas, gramáticas utópicas, geografías novelescas, múltiples historias universales, bestiarios lógicos, éticas narrativas, matemáticas imaginarias, dramas teológicos, invenciones geométricas y recuerdos inventados son parte del inmenso paisaje que, en sus obras, Borges ofrece tanto a los estudiosos como al lector no especializado. Sobre todo, la filosofía, concebida como perplejidad; el pensamiento como conjetura, y la poesía, la forma suprema de la racionalidad. Aunque fue un literato puro, es preferido por semióticos, matemáticos, filólogos, filósofos y mitólogos, ya que Borges ofrece —a través de la perfección de su lenguaje, de sus conocimientos, del universalismo de sus ideas, de la originalidad de sus ficciones y de la belleza de su poesía— una obra que hace honor a la lengua española y al pensamiento universal. En otras palabras: difícil de leer, aunque "se ha de tener en la biblioteca".

Pero, ciertamente, es un autor de aquellos cuya obra despierta adoración incondicional u odio irrefrenable, sin medias tintas. Un ejemplo de lo primero lo tenemos en Umberto Eco1 que, según confiesa él mismo, quedó fascinado por Borges desde los veintidós o veintitrés años, cuando un amigo le prestó el libro Ficciones siendo Borges todavía prácticamente un desconocido en Italia. Esta fascinación se tradujo en que cuando en 1980 escribió Eco El nombre de la rosa, novela histórica de misterio ambientada en el turbulento ambiente religioso del siglo XIV, que narra la investigación que realizan fray Guillermo de Baskerville y su pupilo Adso de Melk alrededor de una misteriosa serie de crímenes que suceden en una abadía de los Apeninos (el gran éxito y la popularidad adquirida por la novela llevó a la realización de una versión cinematográfica dirigida por el francés Jean-Jacques Annaud, con Sean Connery como el franciscano Guillermo de Baskerville y Christian Slater encarnando a su discípulo, Adso), homenajeó a Borges en el personaje de Jorge de Burgos, monje anciano y ciego (como Borges), encorvado y «blanco como la nieve», venerado por el resto de los monjes, que lo temen tanto como lo respetan. En Ficciones, libro que descubrió a Eco el universo Borges, se halla recogido La biblioteca de Babel, cuento del que se han señalado varias coincidencias entre la biblioteca de la abadía, que constituye el espacio protagonista de la novela, y la biblioteca que Borges describe en su historia: no solo su estructura laberíntica y la presencia de espejos (motivos recurrentes en la obra de Borges), sino también que el narrador de La biblioteca de Babel sea un anciano librero que ha dedicado su vida a la búsqueda de un libro que posee el secreto del mundo.
 
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"Jorge de Burgos" en la película El nombre de la rosa.

Desde el punto de vista literario, Borges fue durante casi treinta años candidato al Premio Nobel, y se cuenta que el principal obstáculo para que no se le concediera fue que también era muy polémico por sus posturas políticas de corte conservador radical que no tenía reparo en volcar en sus escritos, algunos paradójicos como cuando elogiaba repetidamente a Franco tras declararse republicano u otros más chocantes: “-Es el crematorio – dijo alguien – Adentro está la cámara letal. Dicen que la inventó un filántropo cuyo nombre, creo, es Adolph Hitler.” (Utopía de un hombre que está cansado).

Sin llegar a esos extremos, la verdad es que la obra de Borges es una fuente inacabable de debate; así se deduce, una vez más, del ejemplo con el que acabamos estas reflexiones sobre la lectura. En el cuento Ulrica, incluido en El libro de arena, figura el siguiente diálogo:

Nos presentaron. Le dije que era profesor en la Universidad de los Andes en Bogotá. Aclaré que era colombiano.
Me preguntó de un modo pensativo:
- ¿Qué es ser colombiano?
- No sé – respondí – Es un acto de fe”.

y todos sabemos que los actos de fe que desembocaban en autos de fe no solían acabar bien. Entre este concepto y el de «Dondequiera que se esté bien, allí está la patria», de Cicerón (atribuida a Voltaire la variante “Uno es de donde se siente feliz y libre”) hay una amplísima gama de grises, los que corresponden al trecho entre deber y sentimiento (un sentimiento éste, el del patriotismo, de los más manipulables políticamente), luego ¿es un tema para debatir o no? ¿es la lectura o no lo es un instrumento de crecimiento personal al analizar su contenido, particularmente cuando no se está de acuerdo?. Es, ni más ni menos, trasladar al ámbito unipersonal del lector lo que se enseña en cualquier escuela de negocios (y que, por cierto, nuestra clase política, que se proclama demócrata - negociación con las minorías, no imposición - se empeña en ignorar) de que un “NO estoy de acuerdo” es el inicio de un buen (y productivo si se gestiona con inteligencia) proceso de diálogo, o de enriquecimiento personal si es algo que se lee y se analiza en privado.

Acabemos, pese a todo, con música, esta vez, de tango. Para Jorge Luis Borges, “estudiar el tango” era una manera de conocer “las diversas vicisitudes del alma”; el tango no puede ser “triste y arrabalero” aunque como proveniente de la milonga, empiece “valeroso y feliz” y sí, acabe triste, confesando el escritor su devoción por Carlos Gardel, quien, asegura, convirtió el tango en una “pequeña escena dramática”. Escuchemos en versión del grupo Quilapayún, no una pieza de Gardel, sino La última curda, tango compuesto en 1956 con letra de Cátulo Castillo y música de Aníbal Troilo. En él se destaca la letra que algunos califican de "discepoliana" por la riqueza del lenguaje y la destreza para construir imágenes con él, a lo que Borges no le haría ascos.


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1Umberto Eco (1932 - 2016)1​ fue un escritor, filósofo y profesor de universidad italiano.,autor de numerosos ensayos sobre semiótica, estética, lingüística y filosofía, así como de varias novelas, siendo El nombre de la rosa la más conocida. Fue un reconocido ateo, muy interesado en el tema de la religión. Dentro de su particular visión de los medios de comunicación, reflexionó en sus ensayos sobre Internet y en concreto sobre Wikipedia, de la que tenía una opinión ambivalente, resultado de la tensión entre la necesidad de integración y el rechazo de los rasgos negativos, descrita en relación con su concepto de “apocalípticos e integrados”. En lo político, Eco fue un acérrimo crítico de Silvio Berlusconi, lo que puede verse explícitamente en varias de sus crónicas, algunas de ellas publicadas por ejemplo en De la estupidez a la locura.

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