sábado, 18 de agosto de 2018

“Tu calle ya no es tu calle...”

 
“Las cosas son como son hasta que dejan de serlo”. Esta popular greguería (utilizando 
la palabra inventada por Ramón Gómez de la Serna para referirse a conceptos o definiciones 
breves e ingeniosas), atribuida a Antonio Machado (aunque reconozco que no he sido capaz 
de encontrar ninguna referencia sobre ella en la obra del poeta, ni con autoría propia ni con 
la de ninguno de sus “complementarios”) nos habla en el fondo de que, habitualmente, nos 
creemos que las cosas difícilmente cambian cuando nos acostumbramos a ellas, pero la 
realidad es otra… y cuando llega el momento de asumir el separar caminos, o adoptar 
acciones o actitudes diferentes de las actuales por motivos variados, pues la verdad es que 
íntimamente cuesta pero, aun así, hay que aprovechar los cambios para saber verlos como 
una nueva oportunidad de crecer, al menos en todo lo que pueda ser influenciable al entorno. 

De hecho, aunque no nos detengamos a pensarlo conscientemente, ya sabemos que la vida 
es una sucesión continua de esos aspectos “que han dejado de serlo” en forma de la 
exigencia de adaptarse a cambios de velocidad repentinos, evoluciones pausadas, trayectorias 
alteradas en su dirección, frenazos bruscos,… y nos creemos con fuerza para conseguir estar 
habituados a todos ellos. La verdad es que el abanico de razones que pueden esconder ese 
“dejar de serlo” es amplísimo, y con un ámbito de consecuencias que abarca desde un colectivo 
que puede llegar a ser mundial hasta descender a lo particular, incluso íntimo, de una sola persona.
Resultado de imagen de el centenillo fotos antiguas
Minas de El Centenillo, que "dejaron de serlo", y, con ellas, el pueblo, en 1964.

Sólo a título indicativo, y en ningún caso exhaustivo, repasemos alguna de esas razones que 
afectan a lo que habíamos considerado confortable usando ejemplos conocidos:

- Razones medioambientales que afectan al habitat:
   - Desaparición del Mar de Aral (que era uno de los cuatro lagos más grandes del mundo, 
          con una superficie de 68 000 km².; en la actualidad se ha reducido a menos del 10 % de 
          su tamaño original, hecho que se ha calificado como uno de los mayores desastres 
          medioambientales ocurridos en la historia reciente).
   - Contaminación de todo el entorno de la Central de Chernóbil.
   - Construcción de la mayor presa del mundo, la de Las Tres Gargantas, en China.
   -….
- Conflictos bélicos
- Adelantos tecnológicos que afectan a los trabajos, la forma de vida, las relaciones humanas..
-…

Todos estos ejemplos son exponentes de que hay un momento (quizá dilatado en el tiempo) en 
el que es perceptible para todos que lo que era como era deja de serlo, y se produce una 
necesidad de cambio en diversas direcciones, a veces traumático y, usualmente, para grandes 
colectivos.

A nivel doméstico (salvo que uno esté afectado por alguna de las circunstancias citadas en los 
ejemplos anteriores o situación similar), estamos convencidos que posibles cambios 
sobrevenidos son perfectamente controlables y no pueden dejar huella ni someternos a presión 
extra, y así nos viene a la mente un cambio de trabajo (nuevos protocolos laborales, nuevas 
relaciones,…), un cambio de domicilio (nuevo entorno, también nuevas relaciones,…), incluso 
cambio de colegio de los hijos, cambios en la situación de pareja, etc. Sin embargo, hay 
pequeños detalles que nos muestran que no todo es tan fácil como creíamos y que, 
íntimamente, dista mucho de estar dominado, y es conveniente saberlo.

Para intentar explicarlo, tomemos como ejemplo el día de hoy1: hoy, 18 de agosto, los 
aficionados al cine saben que es el cumpleaños, entre otros, de Robert Redford (¿hace falta 
presentarlo?), Patrick Swayze (ya sabéis, el de Dirty dancing o Ghost), la estrella de la época 
clásica cinematográfica Shelley Winter o la buñueliana Carole Bouquet, y alguien puede tener 
la sana costumbre de enviarles un mensaje de felicitación. Un inciso válido para un posterior 
análisis: lo que en este supuesto no pasaría de simple convención social, a medida que se 
estrecha y se hace más cálida y cercana la relación interpersonal, va adquiriendo otro 
significado, de manera que, en determinadas ocasiones, el hecho de felicitar un cumpleaños 
(u otros motivos para un intercambio emocional interpersonal) deviene algo más, mucho más 
que la felicitación y se convierte en una magnífica excusa para rememorar antiguas vivencias 
comunes, “ponerse al día” sobre amistades compartidas, hablar de planes de futuro inmediato,… 
vivir, en definitiva.
Pero volvamos con nuestros actores para caer en la cuenta de que esa rutina (y procuremos 
despojar al vocablo rutina de su habitual carga peyorativa/negativa: ¿o es negativa, por 
ejemplo, la rutina/costumbre  de regalarse mutuamente las parejas el día de Sant Jordi de 
cada año sin faltar ni uno una rosa y un libro, si existe voluntad de hacerlo?) de las 
felicitaciones queda necesariamente truncada e incompleta toda vez que Shelley Winter y 
Patrick Swayze ya no están con nosotros porque “lo que era, deja de serlo”. Pero, atención: 
sólo para ellos, con lo que la bendita rutina de felicitar a Robert Redford y Carole Bouquet  
debe seguir con normalidad y alegría. Esta particularidad aporta matices interesantes al 
análisis de los cambios que se producen cuando “lo que es deja de serlo”.
 
 

Hay una conocida soleá de Manuel Machado2, magistral a en su profundidad de sentimiento 
aunque sea revestida de sencillez, que dice
 
Tu calle ya no es tu calle,
que es una calle cualquiera
camino de cualquier parte. 

y que nos proporciona nuevos y tamizados elementos de reflexión. Y es que, efectivamente, 
en ocasiones se cumple, por diferentes motivos que, usualmente, pueden trascender el 
poético desamor que se intuye en esa soleá, que tu calle ya no es tu calle, tu casa ya no 
es tu casa, tu ventana ya no es tu ventana,… y, en casos extremos, la fecha de tu cumpleaños 
ya no es tu cumpleaños. Y sin embargo sigue existiendo la calle, la casa, la ventana,… 
incluso (para otros) el cumpleaños. Es más, es posible que esa calle sea tan transitada ahora 
que no es la tuya como ayer cuando lo era, pero, en buena ley, es normal que no todos los 
que transitan por esa calle tengan la sensibilidad y conocimiento necesarios para advertir que 
se ha producido ese cambio, lo que nos lleva a la conclusión de que la reacción actitudinal es 

(debe ser) radicalmente distinta si lo que la provoca, casi que con independencia de su 
naturaleza, es un “dejar de serlo” de ámbito colectivo o de ámbito unipersonal, con la 
excepción, en este último caso, de si la reacción tiene o no componente  emocional. Puede 
parecer paradójico, pero, para analizar la forma y el fondo del cambio actitudinal provocado 
por la evidencia de que ha sucedido algo, seguramente irreversible, que ha hecho que “tu 
calle deje de serlo”, nos podemos apoyar en un concepto contradictorio con lo que aquí 
manejamos, cual es el de felicidad. Es conocido lo que dicen los psicólogos expertos en este 
campo de investigación que “la felicidad no existe, sino que hay momentos felices y 
momentos que no lo son”, pero que para calibrar esos momentos es fundamental el entorno. 
Es decir que la felicidad no es la alegría de un instante o la satisfacción por un éxito, sino 
una manera de ser; es simplemente (nada más y nada menos) una manera de ver la vida, 
un estado de ánimo, una actitud con quienes te rodean que les hace mejorar a ellos, pero 
también a ti.

Según eso, es evidente que, aparte de momentos felices, también vendrán momentos 
dolorosos y difíciles pero si hemos sido capaces de construir desde la niñez un sólido edificio 
armónico, al que podemos llamar felicidad, basado en valores estables, seremos capaces de 
enfrentar esos momentos dolorosos en positivo sin perjudicar el entorno; es imposible 
controlar, no ya el futuro, sino lo que ha pasado o está pasando, pero sí se puede modular el 
modelo de persona y de entorno donde uno se siente a gusto y fuerte huyendo de “acciones 
extraordinarias” para caer en la cuenta de que lo “ordinario” es lo que se ha de cultivar y 
apreciar: esa vilipendiada rutina que tú te construyes y que te hace sentir bien contigo mismo 
y con quienes te rodean, la que, en definitiva, te enseña a saber amar. No parece 
descabellada esta teoría que estudian cada vez con mayor interés los expertos;es evidente 
que, ante un escenario donde se conjugan las circunstancias de “dejar de serlo” y las de “tu 
calle ya no es tu calle”, nadie puede pensar que se gestionan momentos de alegría, de forma 
que, posiblemente, el gran cambio (sigamos llamándolo así) personal/actitudinal es el ser 
consciente del gran esfuerzo que representa el que esas circunstancias no alteren, 
particularmente ante terceros, precisamente ese clima/actitud de armonía/felicidad que debe 
permitir, incluso, el crecer como persona con esas circunstancias adversas.

Los expertos psicólogos -y los neurólogos, porque, dicen, los sentimientos son inseparables 
del estado vital, del que, en definitiva, son una representación en perenne búsqueda de 
equilibrio, de forma que cuando el estado vital está alterado y se sabe que la alteración no es 
transitoria, los sentimientos buscan la necesaria armonía fuera de él- dan, entre otros ejemplos 
que justifican esa hipótesis, el de las personas afectadas de enfermedades neurodegenerativas 
(casos más frecuentes, al parecer, de lo que se piensa a primera vista). La característica 
principal de este tipo de dolencias, como su nombre indica, es su progreso de deterioro físico 
en intensidad y rapidez, usualmente, imprevisibles, de forma que estos enfermos son conscientes 
(las personas afectadas por este tipo de enfermedades saben que el progresivo deterioro de 
facultades físicas -otra cosa es que el deterioro afecte también a las facultades mentales- que 
sufren día a día está asociado a la pérdida secuencial -por ese orden- de libertad, autonomía, 
privacidad e intimidad, con todo lo que eso comporta) de que la situación de hoy es la mejor 
que tendrán el resto de su vida, en ese proceso imparable de pérdida continuada de facultades 
y que no puede esperarse ninguna clase de mejoría. Ante esa certeza de que no se podrán 
gestionar alegrías en ese campo (y que, por tanto, se alteran los roles normales observados en 
circunstancias de cambio actitudinal de angustia -malestar transitorio- hoy para alegría 
-bienestar "normal"-mañana), se suelen focalizar en otros campos,generalmente relativos al 
entorno personal (que, por cierto, también tiene lo suyo, con el marrón que le ha tocado tratar) 
y se intenta crear un clima de armonía/felicidad abstrayendose de los avisos de deterioro del 
progreso físico y transmitiendo esa actitud como forma de ver la vida, en una plasmación 
práctica (dado que en esa situación es complicado hablar del futuro, tal como se le suele 
conocer) de eso que parece una  teoría de que hemos de saber vivir positivamente el presente.

Habría mucho que profundizar en esas nuevas tendencias de la psicología, pero, como 
acercamiento, quedémonos con la idea de que, en situaciones de “las cosas son como son 
hasta que dejan de serlo” y de “tu calle ya no es tu calle” quizá el cambio actitudinal que 
conviene para gestionar el impacto emocional es, precisamente, dedicar todo el esfuerzo 
que sea necesario a que no haya cambio actitudinal, particularmente ante terceros.

Si, pese a haber defendido la importancia, solo relativa, de las fechas, nos hemos servido de 
nacimientos tal día como hoy de personas conocidas para iniciar nuestras reflexiones, las 
acabaremos con la otra cara de la moneda, recordando a alguien que nos dejó un 18 de 
agosto. Bien mirado, siempre será mejor asociar una fecha que se mantiene en el recuerdo 
con una canción que con un desastre como la explosión del polvorín en Cádiz, ¿no os 
parece? Efectivamente, en ese día del año 2012, muere a la edad de 73 años en Los Ángeles, 
California (Estados Unidos) el cantante Scott McKenzie, como consecuencia del agravamiento 
del síndrome de Guillain-Barré (un trastorno neurológico que afecta al sistema nervioso, ya 
que hablábamos de enfermedades neurodegenerativas) que padecía desde 2010. McKenzie 
fue un típico ejemplo de intérprete de largo historial pero un solo éxito: en su caso,San 
Francisco (Be sure to wear flowers in your hair)”, canción que se convirtió en el símbolo del 
Flower Power de su  generación y que había compuesto para él en 1967 John Phillips, de The 
Mamas and the Papas. Escuchémoslo para cerrar el ciclo.
 
.

--------------------------------------

1Para todo aquello que vaya encaminado a analizar las razones de cambios actitudinales relacionados con las emociones, se ha de ser sumamente prudente y no buscar cualquier nexo de referencia para el recuerdo, sobre todo ante terceros para justificar un cambio, como podría ser la fecha identificadora de unos hechos, y sólo la fecha. Por poner un ejemplo, lo importante es que dos personas deciden convivir juntas; cuándo y dónde lo deciden son meras referencias espacio-temporales que, simplemente, pueden ayudar a situar el recuerdo posterior del hecho. Y nada más. Imaginemos que la fecha de 18 de agosto de 1947 está íntimamente ligada a algo tierno, dulce, que nos emociona y cuyo tratamiento puede caer de pleno en lo que estamos reflexionando del “dejar de serlo” pero que no deja de ser algo de ámbito privado. Si nos atenemos sólo a la fecha, en ella aparece algo más relacionado con el ámbito colectivo, y es que ese mismo día que a nosotros nos afecta, el 18 de agosto del año 1947 se produjo la explosión de un polvorín de la Armada en Cádiz con una cifra oficial de víctimas de 150 muertos, 5000 heridos y 500 edificios destruidos. Esta catástrofe tuvo, lógicamente, consecuencias de todo tipo, pero ¿es lo que queremos rememorar asociado al 18 de agosto de 1947?
2Manuel Machado Ruiz (1874 – 1947), poeta y dramaturgo español, enmarcado en el modernismo, y hermano mayor del conocidísimo Antonio Machado, del que, por otra parte, era rendido admirador, llegando a escribirle que «Tu poesía no tiene edad. La mía sí la tiene». Republicano como su hermano, su destino no fue tan trágico gracias a una larga lista de intercesores, de cuya certeza no ha podido llegarse a dar referencia cierta aún hoy. En su obra literaria figuran siete obras de teatro escritas al alimón con su hermano Antonio y, en el resto de producción, aunque la obra poética de ambos es muy distinta, se aprecian ciertos paralelismos. En el libro de Manuel Cante hondo continúa en algunos aspectos la tarea de su padre como divulgador y renovador del folclore popular abundando en estructuras idóneas para el cante; en él reivindicó/dignificó la soleá (en plural, soleares), composición poética que suele versar sobre el tema del desamor, la soledad y el desengaño, de la que creó una nueva variante de soleá que bautizó como soleariya y que tiene una métrica poética diferente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario