“Las cosas son como son hasta que dejan de serlo”. Esta popular greguería (utilizando
la palabra inventada por Ramón Gómez de la Serna para referirse a conceptos o definiciones
breves e ingeniosas), atribuida a Antonio Machado (aunque reconozco que no he sido capaz
de encontrar ninguna referencia sobre ella en la obra del poeta, ni con autoría propia ni con
la de ninguno de sus “complementarios”) nos habla en el fondo de que, habitualmente, nos
creemos que las cosas difícilmente cambian cuando nos acostumbramos a ellas, pero la
realidad es otra… y cuando llega el momento de asumir el separar caminos, o adoptar
acciones o actitudes diferentes de las actuales por motivos variados, pues la verdad es que
íntimamente cuesta pero, aun así, hay que aprovechar los cambios para saber verlos como
una nueva oportunidad de crecer, al menos en todo lo que pueda ser influenciable al entorno.
De hecho, aunque no nos detengamos a pensarlo conscientemente, ya sabemos que la vida
es una sucesión continua de esos aspectos “que han dejado de serlo” en forma de la
exigencia de adaptarse a cambios de velocidad repentinos, evoluciones pausadas, trayectorias
alteradas en su dirección, frenazos bruscos,… y nos creemos con fuerza para conseguir estar
habituados a todos ellos. La verdad es que el abanico de razones que pueden esconder ese
“dejar de serlo” es amplísimo, y con un ámbito de consecuencias que abarca desde un colectivo
que puede llegar a ser mundial hasta descender a lo particular, incluso íntimo, de una sola persona.
Minas de El Centenillo, que "dejaron de serlo", y, con ellas, el pueblo, en 1964. |
Sólo a título indicativo, y en ningún caso exhaustivo, repasemos alguna de esas razones que
afectan a lo que habíamos considerado confortable usando ejemplos conocidos:
- Razones medioambientales que afectan al habitat:
- Desaparición del Mar de Aral (que era uno de los cuatro lagos más grandes del mundo,
con una superficie de 68 000 km².; en la actualidad se ha reducido a menos del 10 % de
su tamaño original, hecho que se ha calificado como uno de los mayores desastres
medioambientales ocurridos en la historia reciente).
- Contaminación de todo el entorno de la Central de Chernóbil.
- Construcción de la mayor presa del mundo, la de Las Tres Gargantas, en China.
-….
- Conflictos bélicos
- Adelantos tecnológicos que afectan a los trabajos, la forma de vida, las relaciones humanas..
-…
Todos estos ejemplos son exponentes de que hay un momento (quizá dilatado en el tiempo) en
el que es perceptible para todos que lo que era como era deja de serlo, y se produce una
necesidad de cambio en diversas direcciones, a veces traumático y, usualmente, para grandes
colectivos.
A nivel doméstico (salvo que uno esté afectado por alguna de las circunstancias citadas en los
ejemplos anteriores o situación similar), estamos convencidos que posibles cambios
sobrevenidos son perfectamente controlables y no pueden dejar huella ni someternos a presión
extra, y así nos viene a la mente un cambio de trabajo (nuevos protocolos laborales, nuevas
relaciones,…), un cambio de domicilio (nuevo entorno, también nuevas relaciones,…), incluso
cambio de colegio de los hijos, cambios en la situación de pareja, etc. Sin embargo, hay
pequeños detalles que nos muestran que no todo es tan fácil como creíamos y que,
íntimamente, dista mucho de estar dominado, y es conveniente saberlo.
Para intentar explicarlo, tomemos como ejemplo el día de hoy1: hoy, 18 de agosto, los
aficionados al cine saben que es el cumpleaños, entre otros, de Robert Redford (¿hace falta
presentarlo?), Patrick Swayze (ya sabéis, el de Dirty dancing o Ghost), la estrella de la época
clásica cinematográfica Shelley Winter o la buñueliana Carole Bouquet, y alguien puede tener
la sana costumbre de enviarles un mensaje de felicitación. Un inciso válido para un posterior
análisis: lo que en este supuesto no pasaría de simple convención social, a medida que se
estrecha y se hace más cálida y cercana la relación interpersonal, va adquiriendo otro
significado, de manera que, en determinadas ocasiones, el hecho de felicitar un cumpleaños
(u otros motivos para un intercambio emocional interpersonal) deviene algo más, mucho más
que la felicitación y se convierte en una magnífica excusa para rememorar antiguas vivencias
comunes, “ponerse al día” sobre amistades compartidas, hablar de planes de futuro inmediato,…
vivir, en definitiva.
Pero volvamos con nuestros actores para caer en la cuenta de que esa rutina (y procuremos
despojar al vocablo rutina de su habitual carga peyorativa/negativa: ¿o es negativa, por
ejemplo, la rutina/costumbre de regalarse mutuamente las parejas el día de Sant Jordi de
cada año sin faltar ni uno una rosa y un libro, si existe voluntad de hacerlo?) de las
felicitaciones queda necesariamente truncada e incompleta toda vez que Shelley Winter y
Patrick Swayze ya no están con nosotros porque “lo que era, deja de serlo”. Pero, atención:
sólo para ellos, con lo que la bendita rutina de felicitar a Robert Redford y Carole Bouquet
debe seguir con normalidad y alegría. Esta particularidad aporta matices interesantes al
análisis de los cambios que se producen cuando “lo que es deja de serlo”.
Hay una conocida soleá de Manuel Machado2, magistral a en su profundidad de sentimiento
aunque sea revestida de sencillez, que dice
Tu calle ya no es tu calle,
que es una calle cualquiera
camino de cualquier parte.
y que nos proporciona nuevos y tamizados elementos de reflexión. Y es que, efectivamente,
en ocasiones se cumple, por diferentes motivos que, usualmente, pueden trascender el
poético desamor que se intuye en esa soleá, que tu calle ya no es tu calle, tu casa ya no
es tu casa, tu ventana ya no es tu ventana,… y, en casos extremos, la fecha de tu cumpleaños
ya no es tu cumpleaños. Y sin embargo sigue existiendo la calle, la casa, la ventana,…
incluso (para otros) el cumpleaños. Es más, es posible que esa calle sea tan transitada ahora
que no es la tuya como ayer cuando lo era, pero, en buena ley, es normal que no todos los
que transitan por esa calle tengan la sensibilidad y conocimiento necesarios para advertir que
se ha producido ese cambio, lo que nos lleva a la conclusión de que la reacción actitudinal es
(debe ser) radicalmente distinta si lo que la provoca, casi que con independencia de su
naturaleza, es un “dejar de serlo” de ámbito colectivo o de ámbito unipersonal, con la
excepción, en este último caso, de si la reacción tiene o no componente emocional. Puede
parecer paradójico, pero, para analizar la forma y el fondo del cambio actitudinal provocado
por la evidencia de que ha sucedido algo, seguramente irreversible, que ha hecho que “tu
calle deje de serlo”, nos podemos apoyar en un concepto contradictorio con lo que aquí
manejamos, cual es el de felicidad. Es conocido lo que dicen los psicólogos expertos en este
campo de investigación que “la felicidad no existe, sino que hay momentos felices y
momentos que no lo son”, pero que para calibrar esos momentos es fundamental el entorno.
Es decir que la felicidad no es la alegría de un instante o la satisfacción por un éxito, sino
una manera de ser; es simplemente (nada más y nada menos) una manera de ver la vida,
un estado de ánimo, una actitud con quienes te rodean que les hace mejorar a ellos, pero
también a ti.
Según eso, es evidente que, aparte de momentos felices, también vendrán momentos
dolorosos y difíciles pero si hemos sido capaces de construir desde la niñez un sólido edificio
armónico, al que podemos llamar felicidad, basado en valores estables, seremos capaces de
enfrentar esos momentos dolorosos en positivo sin perjudicar el entorno; es imposible
controlar, no ya el futuro, sino lo que ha pasado o está pasando, pero sí se puede modular el
modelo de persona y de entorno donde uno se siente a gusto y fuerte huyendo de “acciones
extraordinarias” para caer en la cuenta de que lo “ordinario” es lo que se ha de cultivar y
apreciar: esa vilipendiada rutina que tú te construyes y que te hace sentir bien contigo mismo
y con quienes te rodean, la que, en definitiva, te enseña a saber amar. No parece
descabellada esta teoría que estudian cada vez con mayor interés los expertos;es evidente
que, ante un escenario donde se conjugan las circunstancias de “dejar de serlo” y las de “tu
calle ya no es tu calle”, nadie puede pensar que se gestionan momentos de alegría, de forma
que, posiblemente, el gran cambio (sigamos llamándolo así) personal/actitudinal es el ser
consciente del gran esfuerzo que representa el que esas circunstancias no alteren,
particularmente ante terceros, precisamente ese clima/actitud de armonía/felicidad que debe
permitir, incluso, el crecer como persona con esas circunstancias adversas.
Los expertos psicólogos -y los neurólogos, porque, dicen, los sentimientos son inseparables
del estado vital, del que, en definitiva, son una representación en perenne búsqueda de
equilibrio, de forma que cuando el estado vital está alterado y se sabe que la alteración no es
transitoria, los sentimientos buscan la necesaria armonía fuera de él- dan, entre otros ejemplos
que justifican esa hipótesis, el de las personas afectadas de enfermedades neurodegenerativas
(casos más frecuentes, al parecer, de lo que se piensa a primera vista). La característica
principal de este tipo de dolencias, como su nombre indica, es su progreso de deterioro físico
en intensidad y rapidez, usualmente, imprevisibles, de forma que estos enfermos son conscientes
(las personas afectadas por este tipo de enfermedades saben que el progresivo deterioro de
facultades físicas -otra cosa es que el deterioro afecte también a las facultades mentales- que
sufren día a día está asociado a la pérdida secuencial -por ese orden- de libertad, autonomía,
privacidad e intimidad, con todo lo que eso comporta) de que la situación de hoy es la mejor
que tendrán el resto de su vida, en ese proceso imparable de pérdida continuada de facultades
y que no puede esperarse ninguna clase de mejoría. Ante esa certeza de que no se podrán
gestionar alegrías en ese campo (y que, por tanto, se alteran los roles normales observados en
circunstancias de cambio actitudinal de angustia -malestar transitorio- hoy para alegría
-bienestar "normal"-mañana), se suelen focalizar en otros campos,generalmente relativos al
entorno personal (que, por cierto, también tiene lo suyo, con el marrón que le ha tocado tratar)
y se intenta crear un clima de armonía/felicidad abstrayendose de los avisos de deterioro del
progreso físico y transmitiendo esa actitud como forma de ver la vida, en una plasmación
práctica (dado que en esa situación es complicado hablar del futuro, tal como se le suele
conocer) de eso que parece una teoría de que hemos de saber vivir positivamente el presente.
Habría mucho que profundizar en esas nuevas tendencias de la psicología, pero, como
acercamiento, quedémonos con la idea de que, en situaciones de “las cosas son como son
hasta que dejan de serlo” y de “tu calle ya no es tu calle” quizá el cambio actitudinal que
conviene para gestionar el impacto emocional es, precisamente, dedicar todo el esfuerzo
que sea necesario a que no haya cambio actitudinal, particularmente ante terceros.
Si, pese a haber defendido la importancia, solo relativa, de las fechas, nos hemos servido de
nacimientos tal día como hoy de personas conocidas para iniciar nuestras reflexiones, las
acabaremos con la otra cara de la moneda, recordando a alguien que nos dejó un 18 de
agosto. Bien mirado, siempre será mejor asociar una fecha que se mantiene en el recuerdo
con una canción que con un desastre como la explosión del polvorín en Cádiz, ¿no os
parece? Efectivamente, en ese día del año 2012, muere a la edad de 73 años en Los Ángeles,
California (Estados Unidos) el cantante Scott McKenzie, como consecuencia del agravamiento
del síndrome de Guillain-Barré (un trastorno neurológico que afecta al sistema nervioso, ya
que hablábamos de enfermedades neurodegenerativas) que padecía desde 2010. McKenzie
fue un típico ejemplo de intérprete de largo historial pero un solo éxito: en su caso, “San
Francisco (Be sure to wear flowers in your hair)”, canción que se convirtió en el símbolo del
Flower Power de su generación y que había compuesto para él en 1967 John Phillips, de The
Mamas and the Papas. Escuchémoslo para cerrar el ciclo.
.
--------------------------------------
1Para
todo aquello que vaya encaminado a analizar las razones de cambios
actitudinales relacionados con las emociones, se ha de ser sumamente
prudente y no buscar cualquier nexo de referencia para el recuerdo,
sobre todo ante terceros para justificar un cambio, como podría ser
la fecha identificadora de unos hechos, y sólo la fecha. Por poner
un ejemplo, lo importante es que dos personas deciden convivir
juntas; cuándo y dónde lo deciden son meras referencias
espacio-temporales que, simplemente, pueden ayudar a situar el
recuerdo posterior del hecho. Y nada más. Imaginemos que la fecha
de 18 de agosto de 1947 está íntimamente ligada a algo tierno,
dulce, que nos emociona y cuyo tratamiento puede caer de pleno en lo
que estamos reflexionando del “dejar de serlo” pero que no deja
de ser algo de ámbito privado. Si nos atenemos sólo a la fecha, en
ella aparece algo más relacionado con el ámbito colectivo, y es
que ese mismo día que a nosotros nos afecta, el 18 de agosto del
año 1947 se produjo la explosión de un polvorín de la Armada en
Cádiz con una cifra oficial de víctimas de 150 muertos, 5000
heridos y 500 edificios destruidos. Esta catástrofe tuvo,
lógicamente, consecuencias de todo tipo, pero ¿es lo que queremos
rememorar asociado al 18 de agosto de 1947?
2Manuel
Machado Ruiz (1874 – 1947), poeta y dramaturgo español,
enmarcado en el modernismo, y hermano mayor del conocidísimo
Antonio Machado, del que, por otra parte, era rendido admirador,
llegando a escribirle que «Tu poesía no tiene edad. La mía sí
la tiene». Republicano como su hermano, su destino no fue tan
trágico gracias a una larga lista de intercesores, de cuya certeza
no ha podido llegarse a dar referencia cierta aún hoy. En su obra
literaria figuran siete obras de teatro escritas al alimón con su
hermano Antonio y, en el resto de producción, aunque la obra
poética de ambos es muy distinta, se aprecian ciertos paralelismos.
En el libro de Manuel Cante hondo continúa en algunos
aspectos la tarea de su padre como divulgador y renovador del
folclore popular abundando en estructuras idóneas para el cante; en
él reivindicó/dignificó la soleá (en plural, soleares),
composición poética que suele versar sobre el tema del desamor, la
soledad y el desengaño, de la que creó una nueva variante de soleá
que bautizó como soleariya y que tiene una métrica poética
diferente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario