Ante las iniciativas políticas y propuestas legislativas del presidente Donald Trump en Estados Unidos,
alineadas con un declarado deseo de aislacionismo rayano en la autarquía, es bueno recordar que
Marilynne Robinson, escritora estadounidense galardonada, entre otros, con el premio Pulitzer y autora
de cabecera del anterior presidente Barack Obama, ya dijo en uno de sus ensayos algo que ahora es
actualidad, que es que “añoro la civilización y quiero que me la devuelvan”, englobando en esta
añoranza las ideas inteligentes, los debates sensatos y respetuosos y las palabras enriquecedoras, no
hirientes.
Lamentablemente, esta añoranza no se circunscribe a los Estados Unidos; basta echar una ojeada
alrededor (y sí, mirarse el ombligo también) para advertir un clima de confusión y crispación, se podría
afirmar que generalizado, en gran parte de los países del mundo. En esta tendencia universal de
regresión de valores, nosotros en nuestro país notamos un evidente retroceso en el campo legislativo,
en el judicial (en el que no es ajeno algo que en su día pasó casi desapercibido como fue la renuncia a la
Justicia Universal), y en el político en general, pero también en la vertiente social, por ejemplo con la
aceptación como normal que políticos irresponsables (y, a todas luces, por ello, ineptos como políticos)
califiquen alegremente a quienes defienden ideas diferentes a las suyas de fascistas, nazis, xenófobos y
otras lindezas, que se acuse impunemente a quien piensa diferente de violento o peligroso por el simple
hecho de pretender expresar pacíficamente sus ideas, o que se haya asumido socialmente como insulto
comunista, nacionalista, independentista, etc. Todo ello se resume en la evidencia de que, ante la
necesidad de gestionar determinados asuntos que no se tiene ni idea de cómo gestionar o cuya gestión
franca puede mermar votos porque va en contra de lo que se ha sembrado durante años, la decisión es la
de difundir hasta que cala en gente bien intencionada pero pésimamente informada que esas ideas
diferentes dañan la convivencia y debe reprimirse incluso su expresión. ¡Y muchos, exaltados aparte, lo
creen! Políticamente, esto se aleja del concepto y ejercicio de la democracia, al caer, no en el terreno del debate,
sino en el de imposición (dictadura), y psicológicamente, esta actitud está entroncada inicialmente con la
ausencia de respeto por las ideas ajenas dando validez única (si es preciso, por la fuerza) a las propias. Reflexionemos, pues, sobre eso del respeto como pecado original de la situación. Etimológicamente, la palabra proviene del latín respectus, que se traduce como ‘atención’, ‘consideración’,
y originalmente significaba ‘mirar de nuevo’, de donde se entiende que algo que merezca una segunda
mirada sea algo digno de respeto. El respeto es un sentimiento positivo para las personas; es equivalente
a tener reconocimiento por una persona o cosa, y como tal es uno de los valores morales más importantes
del ser humano, pues es fundamental para lograr una armoniosa interacción social, como se confirma
efectuando un ligero vistazo a la historia de la evolución social humana. Una de las premisas más
importantes sobre el respeto es que para ser respetado es necesario saber o aprender a respetar, a
comprender al otro, a valorar sus intereses y necesidades. En este sentido, el respeto debe ser mutuo, y
nacer de un sentimiento de reciprocidad.
Respetar no significa estar de acuerdo con la otra persona, sino que se trata de no discriminar ni ofender a
esa persona por sus ideas, forma de vida y decisiones razonadas; en este sentido, respetar también es ser
tolerante con quien no piensa igual, con quien no comparte los mismos gustos o intereses, con quien es
diferente o ha decidido diferenciarse. Tampoco cabe dar como ciertas las aberraciones interesadas de que
tener ideas diferentes a las de la mayoría incita a la violencia o impiden la convivencia (¿dónde estaría
entonces el matrimonio, que se desea feliz, entre una persona de, por ejemplo en política, derecha radical
y otra nacionalista?) El respeto a la diversidad de ideas, opiniones y maneras de ser es fundamental, un
valor supremo en las sociedades que se dicen modernas, particularmente si pretenden ser democráticas,
que aspiran a ser justas a través del debate/diálogo y a garantizar una sana convivencia. Ahora bien, el respeto también debe aprenderse cuando se advierte que no es espontáneo de la persona, y
para reflexionar sobre este aspecto, nos permitiremos un rodeo argumental. Hay quienes creen a pie juntillas (y algunos autodenominados historiadores, en realidad defensores
acérrimos de la incuestionabilidad e inmutabilidad de la historiografía oficial, tienen bastante que ver en
que haya esta creencia) que la historia (con minúscula) es una sucesión de relatos de conflictos bélicos de
los que quedan vencedores, lógicamente, quienes escriben la historia (seguimos con las minúsculas) a la
vez que los vencidos suelen quedar retratados como innobles, arteros, traidores, y cuanto haga falta para
despreciarlos y demonizarlos. Pero la Historia (con mayúsculas) es algo más y, entre muchas razones que
lo pueden demostrar, elegiremos sólo una: si es verdad (y lo es) que se puede aprender de la Historia, que
alguien me diga qué enseñanza puede extraerse de una historia que recoge sólo la batalla entre espartanos
y atenienses en la que se ensalza al vencedor y se humilla al vencido. Y así se queda. La Historia puede
enseñarnos si, además de la batalla, el análisis de los hechos narrados nos permite aventurar cuestiones del
tipo ¿cómo se logró restablecer la convivencia real entre espartanos y atenienses? ¿en cuánto tiempo y a
costa de qué?, o por el contrario ¿qué motivos hubieron para que no superaran su enfrentamiento?, y
podemos encontrar respuestas razonables que, eso sí, cada uno puede interpretar a su modo. España tampoco escapa a estas manipulaciones (sólo hay que ver la historia de Castilla/España y sus
protagonistas pre y post Menéndez Pidal) y hoy, para desembocar en el tema del respeto, nos serviremos
de una batalla presentada como genuinamente castellana pero que algunos estudiosos presentan
simplemente como una cruzada contra los musulmanes ordenada por el Papa Inocencio III, la batalla de
las Navas de Tolosa de 1212, si bien es cierto que, tras la derrota de Miramamolín (el rey musulmán por
el nombre que es conocido por nosotros) en ella, se aceleró el avance de las tropas cristianas con la casi
inmediata conquista de Vilches, Úbeda, Baeza, Baños de la Encina, Andújar o Jaén hasta poner fin al
dominio de los musulmanes con su expulsión en Granada, en 1492, aunque también haya que citar como
“daños colaterales” la pérdida de los territorios occitanos por el Reino de Aragón. Dejemos, sin embargo, a los estudiosos que se pongan de acuerdo, si es que se han de poner, sobre los
antecedentes, los porqués y las consecuencias de la contienda y, para nuestro propósito, quedémonos con
un detalle, a medio camino entre la historia y la leyenda: la intervención del llamado Pastor de Las
Navas, personaje fugaz pero decisivo en vísperas de la batalla, guiando por camino seguro a las tropas
cristianas a través de Sierra Morena hasta el campamento musulmán de Miramamolín. Y con el relato de
su intervención empieza el lío: para empezar, de las tres crónicas de la batalla escritas “in situ” por sus
protagonistas, sólo en dos de ellas se alude, y de pasada, al episodio del pastor. Posteriormente, años
después, cronistas que no participaron en la contienda recogieron información y escribieron sus relatos
dándole más relevancia al papel del pastor y aludiendo al carácter divino de su intervención, algo normal
en la época (de aquí a la identificación del pastor con San Isidro, muerto 40 años antes, un paso. Que se
dio). Pero seguimos sin saber su nombre, que es lo que en esta ocasión nos interesa.
Han de pasar tres siglos para que el militar, escritor, botánico, etnógrafo y colonizador, gobernador
general de Santo Domingo y La Española, Gonzalo Fernández de Oviedo Valdés, con información que
aún hoy nadie sabe de donde sacó, aunque su autoridad en materia histórica llevó a numerosos
genealogistas e historiadores posteriores a dar por buena esta versión, mencionó por primera vez el
nombre de Martín Halaja (o Alhaja, o Alhajar, o Malo1, nombre que también aparece en alguna crónica
posterior), añadiendo en su relato el detalle de que el pastor había señalado el camino a las tropas
cristianas valiéndose de unas calaveras de vaca que los lobos le habían comido recientemente, y de que
el rey castellano le había nombrado después hidalgo y otorgado armas en premio por sus servicios,
haciéndole así antecesor del linaje de los Cabeza de Vaca2.
Curiosamente no es el primer Martín Halaja en la historia de Castilla; por entonces ya circulaba en
Cuenca la historia de otro Martín Alhaja que en 1177 había ayudado a las tropas cristianas a entrar en
la ciudad ocupada por los musulmanes, si bien en una crónica refutada posteriormente como apócrifa. Damos otro salto en el tiempo. En 1951 se autorizó construir en La Carolina, capital que fue de las
Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, un centro de enseñanza, abierto a toda la comarca también para
alumnos en régimen de internado, en forma de Instituto de Enseñanza Media y Profesional (conocidos
popularmente como Institutos laborales) que, cuando inició sus actividades en 1954, propuso, y le fue
admitido, llamarse “Martín Halaja”, aunque la gente sólo le llamo “el Instituto”, en homenaje al pastor
de la batalla de las Navas de Tolosa, desarrollada en un entorno cercano, con el argumento/deseo de
que su nombre sirviera de guía al estudiante en su camino al éxito de la misma forma que el pastor
sirvió de guía a los cruzados cristianos en su lucha contra el infiel y victoria final. Fijémonos, pues, en
que, dentro de las grafías posibles del nombre, se elige la de Halaja, que aún perdura para el centro,
hoy Instituto de Enseñanza Secundaria Martín Halaja y que, dicho sea de paso, es la grafía que
consideran válida los historiadores y estudiosos de allende nuestras fronteras, como hemos visto. Y
aquí viene la ligera relación de este hecho con el respeto, natural o aprendido. En estos tiempos que vivimos, caracterizados en nuestras sociedades por el exceso de información y
por las prisas, en que una parte de nuestra guía de actuación es lo que nos llega a través de nuestra
participación en las Redes Sociales, a veces sin tiempo ni ganas de efectuar la indispensable criba de
separar el grano de la paja o, sobre todo, de apartar las manzanas podridas de las sanas, nos movemos
por impulsos y solemos dar por bueno sin mas más de lo que conviene. Está generalizada como una de
las actividades más extendida la del ejercicio colectivo de la añoranza, compartiendo en las Redes
recuerdos y sensaciones de lugares, momentos, personas,… de un pasado que, sin duda, nos marcó
pero que sabemos que no volverá (¡el susto que nos llevaríamos si efectivamente volviese!).
Lógicamente, el Instituto es uno de esos objetos de añoranza: los profesores, los compañeros, las
actividades, las situaciones,…; lo que llama la atención es que muchos de los mensajes de antiguos
alumnos, hoy reputados profesionales algunos de ellos, se refieren al centro como Martín Alhaja, lo
que permite abrir varios interrogantes: ¿son contrarios a la grafía del nombre oficial? ¿no han visto en
sus años de estudio el nombre del centro en ningún sitio? ¿es una desconsideración hacia el nombre?...
O, simplemente, el primer mensaje se escribió de manera errónea y nadie hizo la criba de corrección,
que es lo más probable. Ante este incidente nimio y sin graves consecuencias, puede abrirse un abanico de cuestiones
relacionadas con el respeto: - No siempre hay la consciencia de que se está faltando a él. En el caso que nos ocupa ES una falta de
respeto aludir repetidamente a Halaja como Alhaja. ¿o no? - Cuando no hay voluntad de ofender, se tiende a pensar “Pues no hay para tanto” para autojustificarse,
sin tener en cuenta que, precisamente así, también se falta al respeto al erigirse en juez de los
sentimientos ajenos, y, seguramente sin querer, minimizarlos. - En la vida real se debe ser prudente ante las ideas ajenas y avanzar de manera consciente en el terreno
del necesario respeto, con un cuidado extremo en el ámbito de la política si no se quiere ser una
marioneta de quien ha puesto conscientemente, pongamos por caso, los mensajes de Alhaja sabiendo
que la mayoría los darán por buenos e inocentes, y pocos querrán saber el porqué, si lo hay, ni
denunciarán en su caso la manipulación. - Es una herramienta usual de manipulación afirmar que las ideas diferentes se deben combatir porque
son una falta de respeto a las propias ¡qué tontería! Veamos: si yo, heterosexual casado felizmente con
una persona del sexo contrario, me dejo convencer en lo que algunos afirman de que las
reivindicaciones del colectivo homosexual (esté yo o no de acuerdo con ellas) son PARA MÍ una falta
de respeto, soy yo quien tiene un problema psico-patológico grave.
- No debe olvidarse que el respeto es a la persona, tenga las ideas que tenga ¿es merecedor de respeto
como persona quien impide a garrotazos ideas diferentes a las propias? Por ello, en política, es
condenable la actitud de ciertos arribistas ineptos, autollamados políticos, que de forma irresponsable
alientan impunemente la violencia contra las ideas ajenas a la vez que exigen casi veneración por las
propias. Lo preocupante para toda la sociedad es que esa actitud encuentra seguidores.
El respeto y su reivindicación dan para mucho más, pero ya excedería de unas meras reflexiones
superficiales de estas líneas, por lo que lo dejamos aquí. Aprovechando que hace unos días nos dejó la
gran Aretha Franklin, nos despediremos con su música con un tema escrito por Otis Redding que, pese
a referirse al mundo de la pareja y ser hoy un himno feminista por su letra poderosa y reivindicativa,
mantiene vivo el quid de la cuestión: “R-E-S-P-E-T-O. Averigua lo que significa para mí”
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1A
mediados del siglo XIII un personaje llamado Martín Malo tenía
propiedades al norte de Toledo, aunque su participación en la
batalla no está documentada. Una aldea de la zona, en Guarromán, en la
provincia de Jaén, lleva este nombre, pero hay que tener en cuenta
que esta población fue fundada mucho más tarde, en tiempos de
Carlos III, 500 años después de Las Navas.
2Esta
tesis ha traspasado fronteras como se puede comprobar leyendo One
nation under Gods: a new american history (Una nación bajo los
Dioses: una nueva historia americana), de Peter Manseau, en cuya
página 132 encontramos: “… Passed down for centuries on him
mother's side, the honorific "Cabeza de Vaca" had been
bestowed originally on a medieval iberian shepherd named Martin
Halaja, who once infamously used a bovine skull to mark a hidden
pass to an encampment of Moors, allowing the Catholic armies of the
Reconquista to march under the cover of darkness, surprise their
enemy at daybreak and kill them at their tents. Thus awarded a
doubious title, Halaja passed it down to him heirs, and them to
theirs, ten generations of Cow's Heads until the Moors-killing
legend of Cabeza de Vaca was carried across the sea...” (...Pasado
a través de los siglos por la rama familiar de
su madre, el honorífico "Cabeza de Vaca" había
sido otorgado originalmente a un pastor ibérico medieval llamado
Martín Halaja, quien una vez usó infamemente un cráneo bovino
para marcar el paso oculto a un
campamento de moros, permitiendo a los ejércitos
católicos de la Reconquista marchar al abrigo
de la oscuridad, sorprender a sus enemigos al
amanecer y matarlos en sus tiendas. Ese
título dudoso, Halaja se lo dio a sus herederos, y ellos a los
suyos, diez generaciones de Cabezas de Vaca hasta que la leyenda de
Cabeza de Vaca que mató a los moros fue llevada a través del mar…)
Manseau se refiere en
su libro a Alvar Núñez
Cabeza de Vaca, conquistador español que exploró la costa sur de
Norteamérica desde la actual Florida pasando por Alabama,
Mississipi
y Luisiana y se adentró en Texas, Nuevo México, Arizona y en el
norte de México hasta llegar al golfo de California, territorios
que pasaron a anexionarse al Imperio Español dentro del Virreinato
de Nueva España.
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