Hace
unos días tuve la oportunidad de asistir a la interpretación en
directo de la majestuosa Sinfonía número 9, “Del nuevo Mundo”,
Op. 95, del compositor cumbre del nacionalismo checo Antonin Dvořák.
Un placer para los sentidos, como siempre.
La
sinfonía fue compuesta por Dvořák durante su estancia en Estados
Unidos a finales del siglo XIX como director contratado del recién
creado Conservatorio Nacional de Música de América, en Nueva York,
y en realidad la correcta traducción de su título en checo es
«Sinfonía desde el Nuevo Mundo», una referencia que hace
Dvořák hacia la antigua Europa demostrando una evolución musical y
social reflejada en el último acorde de la sinfonía que termina
decreciendo hasta piano haciendo así referencia al titulo,
alejándose de la vieja Europa.
Musicalmente
hablando, la obra, que bebe en las fuentes de la música americana
nativa y los espirituales negros que el compositor escuchó en
Estados Unidos, a pesar de lo cual, se suele considerar que, como
muchas otras de las obras de Dvořák, este trabajo tiene más en
común con la música popular de su Bohemia natal que con los Estados
Unidos (Leonard Bernstein afirmó que la obra era realmente
multirracial en sus bases), tiene cuatro movimientos:
Adagio: Allegro molto.
Largo
Scherzo: Molto vivace
Allegro con fuoco
Se
cuenta que en su estreno mundial en el Carnegie Hall de Nueva York,
interpretada por la Orquesta Filarmónica de la ciudad, fue acogida
acompañada por vítores permanentes. El final de cada movimiento fue
recibido con aplausos atronadores y Dvořák se vio obligado a
ponerse de pie e inclinarse para saludar, siendo este uno de los
triunfos públicos más grandes de su carrera. Cuando se publicó la
sinfonía, muchas orquestas Europeas no tardaron en presentarla y
pronto se convirtió en una de las más populares de todos los
tiempos de forma que, en ese tiempo en el que los trabajos más
importantes del compositor estaban siendo muy bien recibidos por
muchos países, la sinfonía alcanzó el resto del mundo musical
convirtiéndose en un favorito universal, hasta el punto de que
varios temas de la sinfonía han sido ampliamente utilizados en
películas, videojuegos y publicidad.
Retrato del compositor. |
Y
ahí nos ha llevado la concatenación de pensamientos con su
audición.
Alguien
aún recordará que durante los años 60 y 70 del pasado siglo se
emitió semanalmente un programa radiofónico de la Cadena SER,
presentado por Alberto Oliveras, llamado Ustedes son formidables,
cuya inconfundible sintonía era el inicio del cuarto movimiento de
la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvořák.
El
programa, que marcó toda una época en España y está considerado
como uno de los grandes hitos en la historia de la radio en este
país, estaba basado en un formato francés que el locutor Alberto
Oliveras trajo de París, ciudad donde vivía y a la que se había
trasladado fascinado con el liberalismo y la democracia que no
existía en España debido a la dictadura franquista; el espacio
radiofónico era un instrumento para apelar a la solidaridad
ciudadana ante situaciones dramáticas, cotidianas o excepcionales,
que el programa presentaba desde una perspectiva humana en cada una
de sus emisiones.
Más
allá de la controversia alrededor de la figura del presentador, a
quien se le atribuía una vida rodeada de lujos a la par que
imploraba la solidaridad de las clases populares, algunos casos
vividos en el programa muestran descarnadamente las diferentes varas
de medir que se aplican a veces a un mismo problema y sus secuelas.
Fijémonos solamente en uno: las riadas del Vallés (comarca de
Barcelona) de 1962.
Las
riadas del Vallés fueron una serie de inundaciones que provocaron la
mayor catástrofe hidrológica de la historia de España, el 25 de
septiembre de 1962 en la comarca del Vallés Occidental y, en menor
medida, en el Vallés Oriental y Barcelonés (afectaron
principalmente a Terrassa, Sabadell, Cerdanyola del Vallés,
Ripollet, Mollet del Vallès, Sant Adrià de Besós, Sant Quirze del
Vallés y Montcada i Reixach), originada por grandes precipitaciones
que desbordaron los ríos Llobregat y Besós, así como sus afluentes
en las partes más bajas, provocando una avenida torrencial de agua
que causó entre 600 y 1000 víctimas (nunca se sabrá la cifra
exacta ni la identidad de muchos de los desaparecidos), miles de
heridos y varios miles de millones en pérdidas en un lapso de tiempo
de entre una hora y media y tres horas. Hay que subrayar que, aparte
de las condiciones meteorológicas y geológicas, el desarrollo
económico de estas comarcas en las décadas de los años 40, 50 y 60
del siglo pasado, las convirtió en un polo de atracción para la
llegada de población inmigrante, que supuso la construcción masiva
de edificaciones próximas a los ríos, tanto viviendas (muchas de
ellas infraviviendas, por decirlo de una manera decorosa) como
industrias, con un descontrol urbanístico acentuado, sobre todo en
un momento político en el que los propietarios de esas tierras eran
los mismos gobernantes o gente de su entorno cercano. Estos barrios
marginales creados ante el gran problema de la vivienda con poca
calidad de construcción fueron los más afectados (y ahora se mira
con indiferencia la problemática de los refugiados, pero esa es
otra).
Toda
la zona afectada fue declarada zona catastrófica, con la
consiguiente ayuda de todo tipo de organizaciones públicas y
privadas como la Cruz Roja, el ejército, administraciones,
asociaciones, gremios y población civil voluntaria mediante apoyo
material o con la apertura de cuentas corrientes para la ayuda hacia
la población afectada, lo que no fue óbice para que el Ustedes
son formidables, apelando a la compasión de los oyentes, se
convirtiera en altavoz y tabla de salvación para numerosos casos de
personas que, por diferentes razones, principalmente burocráticas,
quedaban excluidas de cualquier tipo de ayuda.
Caridad,
beneficencia, compasión. Ese era el mundo que, desde hace ya un par
de décadas largas, pensábamos que habíamos dejado atrás (hasta la
aparición de bochornosos programas/carnaza en la televisión pública
afortunadamente eliminados ya de la parrilla). Pero no, parece que
volvemos: overbooking en los comedores sociales; caridad, no
derechos; limosnas, no posibilidades de tener trabajo; favores, no
conquistas sociales…
El
programa de Alberto Oliveras resolvía problemas que tenía que
resolver el Estado, pero el Estado estaba, como parece que vuelve
a estar (a juzgar por la eclosión popular hoy de otros programas
similares actuales, como la anual Marató de la, por otra
parte denostada por la ultraderecha, cadena de televisión catalana
TV3), más interesado en blindar los privilegios de los poderosos que
por ocuparse de los problemas de los más desfavorecidos. Los ricos,
para sentirse verdaderamente ricos, han de mantener “sus pobres”
a los que graciosamente socorrer para así poder garantizarse
que los tienen “pillados por los huevos”, si se permite la
expresión coloquial, serviles y agradecidos.
Que
el fantasma del programa de Alberto Oliveras vuelva a planear sobre
nuestras cabezas -lo que significa que los pobres volvemos a
ayudarnos los unos a los otros mientras los ricos nos sacan la
sangre- es un trágico síntoma de que no sólo vamos para atrás
como los cangrejos, sino de que quienes últimamente han estado a
cargo del chiringuito nunca tuvieron interés alguno en que las cosas
fueran mejor. Hasta que llega el momento de pedir el voto, cuando,
sin pudor alguno, vuelven a salir de sus cuarteles a cazar incautos
prometiendo, mintiendo y asegurando, sin que se les caiga la cara de
vergüenza, que las cosas están empezando a mejorar (y hay quien los cree y les vota). ¿Será posible
que les vuelva a funcionar una y otra vez el timo de la estampita? “Ustedes son
formidables”, decía Oliveras. Lo que somos es gilipollas (con
perdón y, lamentablemente, la expresión no es retórica).
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