Lamentablemente, la actualidad cotidiana nos ofrece a veces temas para la reflexión asaz
delicados y desagradables, aquellos temas que provocan indignación y desasosiego sólo
citarlos. Y uno de ellos es el de las víctimas crecientes de la llamada violencia de género,
tanto si la reflexión se hace desde el punto de vista jurídico como desde el mucho más
complejo punto de vista social. Las estadísticas de mujeres asesinadas (es obsceno hablar de “muertas”, como si fuera
producto de una gripe) por sus actuales o anteriores allegados, mayoritariamente hombres, en
una aplicación psicótica de un pretendido y perverso sentido de la propiedad, o por
desconocidos desequilibrados, por el simple hecho de ser mujer, no paran de crecer y ya no
son noticia de portada… salvo que se hayan producido los asesinatos en circunstancias que
alimenten escarbar en el morbo durante días y días para vender más diarios o rellenar más
horas en la parrilla de la cadena de televisión de turno. Desde el año 2003, año en el que empezaron a contabilizarse estos casos, han sido
asesinadas en nuestro país, en números redondos, un millar de mujeres, una cifra mayor que
todas las víctimas de la organización terrorista ETA en sus 60 años de historia. No se trata,
por supuesto, de establecer paralelismos entre los dos fenómenos, no comparables, sino de
poner encima de la mesa la evidencia de que si bien contra ETA se consiguió con relativa
facilidad el consenso político y la unidad social, en el caso de la violencia contra la mujer, ni
hay consenso político sobre el cómo y cuando abordar el problema ni, tristemente, unidad
social, prioritaria sobre la política, para impulsar ésta. ¿Por qué? ¿Porque son mujeres? Eso
conduce a una pregunta, seguramente simple: ¿habría la misma parsimonia socio/política si
las víctimas fueran hombres a manos de mujeres? Cualquier intento de razonar cualquier
respuesta a esa pregunta resulta, cuando menos, inquietante, en particular si se considera
que, salvo en las dictaduras, numerosas iniciativas legales obedecen a presiones sociales
que exigen soluciones a determinadas situaciones que, de otra forma, pasarían, quizá,
inadvertidas a los legisladores.
Lo grave es que sigue provocando risas. |
No nos engañemos; el maltrato a la mujer por el sólo hecho de serlo (en un abanico que
abarca desde el simple maltrato psicológico hasta el asesinato) tiene un importante sustrato
de aceptación social como parte de una cultura (?) heredada y, lo que es peor, aún vivida en
muchos núcleos familiares como normal. Recientemente, un gag (de gusto discutible, por
supuesto) de un humorista, en un programa televisivo de humor, con la bandera de España,
dio lugar a que José María Yuste, componente del que fue grupo humorístico de éxito Martes
y 13, dijera en una entrevista telefónica que ”El gag de la bandera es una soberana gilipollez.
Primero no tiene gracia ni talento y ofende a millones, entre ellos a mí; el humor hay que
hacerlo con talento, si lo haces sin talento eres un paria. ¿Qué consigues con eso? ¿Qué
consigue ese hombre, ese humorista como... en fin... con eso? Ofender a millones de
personas, no tener ninguna gracia y quedar en ridículo”. Nada que decir, si no fuera porque,
hablando de talento y ofensas, aún se puede recordar a Yuste un gag de Martes y 13 en el
que uno de los componentes del dúo, maquillado como para mostrar un rostro lleno de
hematomas, dice a la cámara con expresión compungida: “Mi marido me pega… lo normal”
¿Y eso no ofende? Es evidente que no cuando su visionado aún provoca risotadas en
algunos que, incluso, consiguen tapar un desasosiego bochornoso en otros. El tema tiene,
pues, raíces más profundas. ¿Y si tuviera algo que ver con la cultura recibida? A finales de 1969, un todavía poco conocido Manuel Vázquez Montalbán1 publicó en la
revista Triunfo una serie de artículos sobre la vida social de la España popular entre los años
40 y los 60 que, bajo el epígrafe Crónica sentimental de España, serían editados más tarde
en libro por su enorme impacto. Aquellas crónicas representaron un rotundo éxito no sólo
para el autor, sino para la gente que pudo ver, por fin, representadas a través de palabras los
sinsabores y las alegrías más recónditas de sus difíciles vidas en aquellos años. La guerra
(in)civil española fue tan absorbente para el imaginario artístico que los años posteriores,
sumidos en el dopaje franquista, quedaron muy relegados. Vázquez Montalbán hundió la
mirada en la larga posguerra española y extrajo retratos y pequeñas historias conmovedoras
que aunque nos llegaron en blanco y negro, tenían su peculiar colorido. En ellos, analizaba
la vida cotidiana para reflejar la evolución sentimental y moral de los españoles, y el autor se
fijaba, como una suerte de hilo conductor, en cómo se articulan los mecanismos de la canción
para contribuir a forjar el imaginario colectivo, en unos años en los que éste concedía un lugar
de privilegio a toreros y folclóricas y el amor debía ser casto y puro, siempre bajo la bendición
de Dios. Y así, las coplas y los temas de mayor éxito del franquismo se convirtieron en
eficaces transmisores de normas de conducta moral.
De ahí a recopilar (en dos volúmenes) las canciones que reflejaban una época en un
Cancionero general del franquismo, un paso. El índice temático del mismo iba desde el
erotismo (como se veía entonces) a las canciones del absurdo pasando por lo que ahora son
joyas para el estudio sociológico como la religión, la familia o el machismo. Ojeando el
Cancionero se observa que la copla o el bolero en él recogidos expresan sentimientos
exacerbados sobre el amor, el desamor, la pasión,…siempre desde un óptica increíblemente
machista. Responde a la expresión de los sentimientos y la realidad en unas épocas
determinadas y por tanto se supone que, por pura evolución social, quedan descontextualizadas
totalmente de la nuestra, y habría que tomarlas como parte del folclore y ejemplo del papel
que representaba la mujer entonces (¿sólo entonces?). En la copla se refleja a dos prototipos
de mujer: la mujer víctima, sufrida, la sometida en silencio, y la mujer mala, de esas que
fuman, beben y aman apasionadamente. - Algunas muestras: La Lirio es una de ellas, una niña a la que la Bizcocha
(proxeneta) tiene en un café de marineros (prostíbulo) y se la vende a un cubano
(posible pederasta) por 50 monedas de oro. ¡Tela el tema! - En la copla siempre está presente el desamor, el destino como algo previamente
escrito y difícil de modificar. A veces la mujer pierde su identidad (yo soy esa) y "lo
mismo me llaman Carmen que Lolilla que Pilar, con lo que quieran llamarme me
tengo que conformar…" es "la que no tiene nombre, …la perdición de los hombres"
"y yo que mintiendo me gano la vida…….." De este modo la mujer no sabe ni quién
es, supeditada siempre al hombre "no me llames Dolores, llámame Lola, que ese
nombre en tus labios sabe a amapola" - También está Triniá, mujer con una apariencia semejante a la de la Virgen
Santísima pero con algo en la mirada que hace presentir que “no es buena” y que
se deja seducir por el brillo de las joyas de un banquero americano con el que se
marcha, dejando a otro "hecho un desgraciao" - Siempre provocadoras "pasaban los hombres y yo sonreía" se deja seducir por un
hombre de ojos verdes que, en pago por sus servicios, "pa un vestío" le quiere
regalar pero tal ha debido ser la noche de pasión que ella no lo acepta "yo te dije
estás cumplío, no me tienes que dar ná". - El maltrato también está presente en la copla: "cruzó los brazos pa no matarla"
"temió ser débil y perdonarla" El perdón como símbolo de debilidad, quizá matarla
hubiese sido más de hombre, es por eso que la maldice para que sea como la falsa
monea "que de mano en mano va y ninguno se la quea" evidenciando el escaso
valor de la mujer que no pertenece a ningún hombre.
- La mujer se deja comprar y es siempre bien pagá por un hombre que la cree de
su propiedad. Es una mujer que por amor se deja humillar y que incluso está
dispuesta a morir " que se me paren los pulsos si te dejo de querer, que las
campanas me doblen si te falto alguna vez" ella soporta las infidelidades, soporta
que no reconozca al hijo que han tenido entre ambos, a pesar de ello ella asegura
que "sin embargo te quiero" - Otra pobre mujer es la que se queda a la lima y al limón, soltera y sola en la vida
porque no tiene quien la quiera a los 30 años, "sólo el viento, de noche, es quien le
ronda la calle" pero ella "nunca pierde la esperanza" aunque "se han casado sus
amigas, se han casado sus hermanas…". Mientras, el tiempo pasa factura a su
belleza. Finalmente logra casarse y dar con ello una bofetada simbólica a todos. - Y así la mayoría de coplas, como La zarzamora, La ruiseñora, y muchas otras
protagonistas femeninas en las que se imbuía que su tratamiento (diferente al de
los hombres, por decirlo de forma suave) era el “normal” para las mujeres. - Y el prototipo de hombre en la copla es el de muy hombre, muy español (y
“mucho español” como decía aquel en su peculiar forma de enfatizar) y si es infiel,
es,siempre, por su hombría, mientras que ellas lo son porque son MALAS aunque,
a veces, esos hombres cabales donde los haya, como Antonio Vargas Heredia,
sean capaces incluso de matar. Claro está, por motivos de ellas ("pero por culpita
de una hembra gitana, su faca en el pecho de un hombre se hundió, los celos
malditos tuvieron la culpa y preso en la trena de rabia lloró”) Lo dramático es que, a pesar de que estos estereotipos sobre la mujer están en teoría mal
vistos socialmente hoy, la cruda realidad es que siguen existiendo, si no no se entiende que
haya todavía tantos hombres que creen que las mujeres son de su propiedad y hacen verdad
aquello de "la maté porque era mía y ella sola se murió". Que nadie crea, además, que esta
lacra se ciñe al franquismo en nuestro país o que es cosa de países en vías de desarrollo o
está ligada al nivel profesional y/o cultural de las personas porque se equivocaría; en cuanto
a su ámbito, esa “normalidad” de nuestra copla también la encontramos, por ejemplo, en la
Argentina de Gardel, de quien fueron y son populares algunos tangos, tan proclives como
género a grandes fatalismos y tragedias domésticas (Tomo y obligo, Noche de Reyes, La
maté porque era mía – el título lo dice todo -, etc.), que son auténticas apologías de la
violencia contra la mujer, en el México de El preso número nueve (¡cantado por una mujer,
además!), más de lo mismo, pero también en civilizados países anglosajones, donde el
fenómeno pasa más desapercibido (como en la archiconocida Delilah, uno de los grandes
éxitos del cantante galés Tom Jones, un fragmento de cuya letra, en traducción libre, dice
“ ..Ella era mi mujer, cuando me engañó, me di cuenta y perdí la cabeza ¿Por qué, por qué,
por qué, Delilah?… ...Al romper el día, cuando el amante se alejó conduciendo, yo estaba
esperando, crucé la calle hacia su casa y ella abrió la puerta. Se quedó de pie riendo, sentí el
cuchillo en mi mano y no rió más...”), por no hablar de algunas letras actuales de canciones
de ritmos latinos como el reggaeton ¡para adolescentes y con mayoría de chicas en los
conciertos! ni de algunos videoclips de moda musical, si se pueden considerar así, que son
una oda al control, los abusos, las (asumidas y consideradas “normales”) agresiones sexuales
y asesinatos de mujeres justificados todos ellos por esa sensación de “propiedad traicionada”.
Todo esto actúa como un sistema “educativo” perfecto de comportamientos machistas, junto
con el lenguaje cargado de sexismo2 que utilizamos involuntariamente, las imágenes que
recibimos, el uso de la ropa que refuerza los géneros, etc., y tantas cosas que van
construyendo, sin que nos percatemos, la fortaleza del machismo y la misoginia. Porque
nacemos indefensos, con nuestros cerebros casi en blanco y lo que vamos viendo, oyendo,
saboreando… terminará por conformar, de manera imperceptible, ese ser adulto que
llegaremos a ser. Todo lo que “mamamos” se convierte en una impenetrable superestructura
mental que nos determina, llámese ideología, llámese ética, llámese cultura. Sólo aplicando
un exigente sentido crítico en la edad adulta podremos salir de esa costra ideológica heredada,
cuestionar los valores que se nos adhirieron en nuestro entorno y tomar una postura realmente
nuestra ante los problemas de la vida, sin aceptar o rechazar a priori, lo que la “costumbre” nos
dice que es bueno o es malo. Es evidente que, para combatir con sensatez este flagelo, lo primero que debe hacerse es
estar convencido de que se ha de cambiar, poco a poco seguramente, la mentalidad y la
actuación en el entorno cercano y no fiarlo todo a las normativas. En estas fechas navideñas
en las que estamos, y coincidiendo con el conocimiento del (pen)último asesinato de una chica
por el simple hecho de ser mujer, corren por las Redes mensajes del tipo “Por un 2019 en el
que cada mujer que salga de su casa regrese sana y salva”, que, en el fondo no hacen (con
buena voluntad, por descontado) sino admitir la existencia del peligro; el objetivo serio debe
ser precisamente que no sean necesarios estos mensajes, que la sociedad asuma de una vez
por todas que una mujer es, como el hombre, una persona, en igualdad de derechos que él.
Todos los derechos. Nada más. Y nada menos. Para ayudar a este cambio necesario, la actitud de las autoridades contribuye decisivamente;
estamos habituados a asistir, cada vez que se produce un asesinato, a fuertes y contundentes
declaraciones de condena, manifestaciones, banderas a media asta,.. ¿Algo más? ¿Se llevan
a cabo planes de modificación de los planes educativos que no sean en el fondo alimento de
lucha partidista (con muchas mujeres votando a los partidos que se empeñan en perpetuar el
modelo machista, pero esa es otra cuestión) que se eterniza sin abordar realmente el
problema? ¿Se revisan las leyes relacionadas sin que algunas formaciones políticas tengan el
cinismo de hacer detener el debate parlamentario sobre ellas porque, por ejemplo, en el título
del anteproyecto figura la palabra “género”, sin entrar en el contenido? ¿… ?
Para acabar, un documento publicado por la Organización de las Naciones Unidas. Pensemos
que hace referencia a TODO EL MUNDO: En 2018, sorprende todo lo que queda aún por hacer en cuanto al derecho a la igualdad de
género. -Según datos de Naciones Unidas, el 19% de las mujeres de entre 15 y 49 años dijeron
que habían sufrido violencia física o sexual a manos de su pareja en el último año. -En 2012, la mitad de las mujeres víctimas de homicidio intencional habían sido asesinadas
por su pareja o un familiar frente a un 6% de hombres. -En el año 2000, una de cada tres mujeres entre 20 y 24 años se había casado antes de
cumplir los 18 años. -Aunque en la última década la mutilación genital ha disminuido, hoy en día se sigue
practicando en un número elevado de países. -El tiempo dedicado a los cuidados asistenciales y trabajo doméstico no remunerados
es el triple para las mujeres que para hombres, contribuyendo a la brecha de género. -La participación de las mujeres en órganos legislativos únicos o en parlamentos
nacionales solo alcanza, en 2017, el 23,4%. -En los 67 países de los que se disponen datos, menos de un tercio de los puestos
directivos superiores e intermedios los ocupaban mujeres. -Hoy en día, 130 millones de niñas no van a la escuela. Hace pensar en todos los aspectos referidos a la mujer, ¿no?, y la constatación de que es
un problema que traspasa nuestras fronteras no sólo no tranquiliza sino que multiplica la
preocupación.
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1Manuel
Vázquez Montalbán (1939 - 2003) fue un escritor español de
personalidad casi inabarcable que se definió a sí mismo como
"periodista, novelista, poeta, ensayista, antólogo,
prologuista, humorista, crítico, gastrónomo, culé y prolífico en
general", campos todos en los que destacó. Es conocido sobre
todo por sus novelas, particularmente las protagonizadas por el
inclasificable detective Pepe Carvalho, aunque no debe olvidarse su
poesía, dentro del grupo de los “novísimos” ni sus múltiples
y variados, aunque lúcidos ensayos sobre periodismo, política,
sociología, deporte, historia, cocina, biografías, literatura o
música y durante cierto tiempo se le tuvo como un experto en
franquismo. Utilizó también para alguna de sus obras los
seudónimos de Luis Dávila y Manolo V el empecinado.
2En
palabras de María Irazusta en su libro/biblia del insulto titulada
Eso lo será tu madre (Espasa).“Siendo un zorro un
hombre astuto, una zorra es una prostituta. Y, por supuesto, nada
tiene que ver un respetable hombre público con una mujer pública,
una prostituta. Es que, además, un fulano es alguien sin
identificar, mientras que una fulana es una prostituta; un golfo es
un pillo, un juerguista, en cambio una golfa es una prostituta; un
cualquiera es un pobre don nadie, mientras que una cualquiera es una
prostituta; y aquel que no tiene un destino determinado y está
perdido nos produce cierta aflicción, mientras que una perdida es
una prostituta. Y no teniendo lobo atisbo de menosprecio, una loba
puede ser desde una femme fatale, devoradora de hombres, hasta
–¡cómo no!– una prostituta… ¡Qué obsesiones continúan
adheridas a nuestra cultura para que tantas palabras de uso común,
en femenino, designen invariablemente a una prostituta! Y para
rematar, cuando se quiere acentuar que algo no solo es malo, sino
pésimo, pues ya se sabe: esto es una puta mierda o esto está de
puta pena”.
Más allá de los insultos y tacos, la imagen
estereotipada y negativa de las mujeres se extiende al refranero (La
mujer que no es hacendosa, o puta o golosa), los neologismos o
los eufemismos y llega a expresiones tan coloquiales y repetidas
como “esto es un coñazo”. El hombre, sin embargo, sale bastante
mejor parado en el lenguaje. Sus genitales tienen connotaciones
positivas (“esto es la polla”, “esto es cojonudo” o "poner
los cojones sobre la mesa"), los refranes reafirman su
supremacía frente a la mujer e incluso hacen apología de la
violencia de género (A la mujer y a la burra, cada día una
zurra), ciertas palabras, además de las citadas más arriba,
tienen distintas connotaciones dependiendo del sexo al que hagan
referencia (gobernante/gobernanta, verdulero/verdulera,
secretario/secretaria) y hasta los animales salen ganando cuando se
escriben en masculino (un gallo es un hombre fuerte y valiente,
mientras que un gallina define a una persona cobarde, pusilánime y
tímida).
En un momento en el que el debate sobre el
rol de la mujer en la sociedad está de plena actualidad se hace
fundamental reivindicar que el lenguaje, principal instrumento para
expresar las ideas y reflejar la cultura de un determinado lugar en
una situación concreta, vaya evolucionando y dejando en desuso las
palabras que alimentan las diferencias entre hombres y mujeres. Si
el diccionario es un reflejo de la realidad y del lenguaje que
utilizan sus hablantes podemos empezar por “poner los ovarios
sobre la mesa”, utilizar zorra para destacar lo lista que es
nuestra vecina del quinto sin importarnos con quien se acueste o
darle un poco al coco e inventarnos una correspondencia femenina
para palabras que no la tienen como hombría o caballerosidad.
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