Coincidiendo con estas fechas de fin de año, en las que se suelen poner en valor los buenos
propósitos para el año venidero, ha llegado a mis manos un documento (no sé en realidad si
llamarlo así) de arqueología de un medio de comunicación de hace algún tiempo en el que el
autor, un historiador y articulista para mí desconocido (lo cual no quiere decir nada, por
supuesto), se desahoga acusando de expoliador al geólogo francés Georges Servajean por
su prospección arqueológica en el oppidum (así se conoce el lugar elevado, colina o meseta,
cuyas defensas naturales se han visto reforzadas por la intervención del hombre) ibérico de
Giribaile, en la provincia de Jaén, hace 50 años, en la que tuve el privilegio de participar.
Pasado el primer momento de estupor (por la parte que me toca) por la lectura, y sin el
objetivo de pretender convencer a nadie (sus razones tendrá quien lanza esas acusaciones
a quien, además, no puede defenderse), puedo afirmar que mi experiencia con Servajean es
muy otra, y en los recuerdos activados me viene a la memoria como una persona abierta,
educada, atenta, desprendida, colaboradora, buen profesional,… lo que no cuadra con los
calificativos leídos. Obviamente, esto no pasa de ser opiniones personales sobre una persona,
mientras que el artículo de marras califica hechos. Pues vamos con ellos. Haciendo un poco
de memoria de esa época…
Giribaile, situada en el término del municipio jiennense de Vilches, más concretamente en la
confluencia de los ríos Guadalimar y Guadalén, muy cercano a la aldea de Miralrío, no es
sólo un viejo asentamiento de los iberos. De hecho, lo primero que sorprende al visitante
cuando se llega allí por primera vez es la sucesión de cuevas horadadas1 en el farallón sobre
el que se asienta la meseta. Antiguo refugio de eremitas, sus primeros ocupantes se
remontan a la Edad Media y los últimos todavía viven. Estas covachas, conectadas entre sí
por estrechos laberintos, fueron últimamente hogar provisional de temporeros cuando tocaba
recoger la aceituna. Algunas se han desmoronado, porque el terreno arcilloso está siempre a
punto de estrecharse sobre ellas. También hay unas cuantas míseras casas, la mayoría en
ruinas. Resulta difícil imaginar las condiciones de vida en este ambiente opresivo, rodeado
de paredes de piedra húmeda y da un cierto rubor, la verdad, ahora que hacemos un drama
cuando se nos estropea un par de días el microondas. Se sube (en fila india) a la meseta donde estuvo asentada la ciudad por una serpenteante,
tosca y estrecha escalinata tallada en la roca sobre cuyos peldaños se han elucubrado hasta
significados esotéricos. Hay también, claro está, una empinada cuesta bordeando el talud
por donde se supone que accedían a la ciudad los carruajes. Al margen de sus connotaciones,
la verdad es que todo ello merecería adornar el castillo de un hobbit. Al llegar arriba, lo
primero que hay que hacer es darse la vuelta para disfrutar del paisaje, realmente
espectacular, de interminables hileras de olivos, de los tres embalses circundantes
(contruidos con posterioridad a las excavaciones de Servajean y que conceden al pueblo de
Vilches el timbre de notoriedad de ser el municipio con más costa interior de España), de los
perfiles de las lomas que se pierden en el horizonte. Desde luego, estos iberos sabían lo
que se hacían. El enclave es inmejorable, dominador, estratégico, casi inexpugnable. Y
extenso, muy extenso, tanto como 15 campos de fútbol, de los que sólo se ha excavado una
cantidad ínfima, una carencia arqueológica que otorga un valor añadido: el oppidum de
Giribaile se conserva prácticamente como lo dejaron sus últimos moradores.
Y unos apuntes históricos. La primera ocupación humana de la meseta, con carácter más o
menos permanente y en forma, posiblemente, de poblado de cabañas, según los vestigios
estudiados, corresponde, grosso modo, a los siglos VIII-VII A.C.; la siguiente fase
corresponde a inicios del siglo IV A.C., momento en el que se funda el oppidum de Giribaile,
que llegó a alcanzar, como se ha apuntado, unas 15 hectáreas de meseta fortificada,
configurándose entonces como una de las grandes ciudades del Alto Guadalquivir. Giribaile
representa un buen ejemplo del modo en el que se llevó a cabo el proceso de romanización
en la península después de finalizar la Segunda Guerra Púnica (se considera que los
habitantes de la ciudad eran ya cartagineses, evolucionados de los primitivos iberos). La
ocupación de Giribaile continúa, aparentemente, hasta finales del siglo II - inicios del I A.C.,
momento en el que se documenta una destrucción violenta, hecho que, muy probablemente,
corresponde a una acción militar de castigo encabezada por el cónsul Tito Didio (no confundir
con Tito Livio), que tenía a su cargo un destacamento que hibernaba en la vecina ciudad de
Cástulo2, capital de la Oretania, con la finalidad de controlar los centros metalúrgicos. El
excepcional buen estado de conservación arqueológica del conjunto se debe al abandono
repentino del mismo por un incendio generalizado (¿la operación militar de castigo?)
documentado, además de en la campaña de excavación arqueológica del año 2014, en la
campaña anterior de Servajean, en 1968 y 1969. Este incendio calcinó las estructuras de
soporte vegetal cuya composición, gracias a los pertinentes estudios, ha podido ser
identificada: se empleó el pino para la estructura de sustento y madroño y adelfas para cubrir
las luces dejadas por las vigas del pino. Debido al incendio se produjo el desplome sobre el
suelo de ocupación y los recipientes anfóricos del material de construcción que formaba parte
de los muros de cierre de habitación y suelos. Tras la destrucción se produce un abandono de la meseta y una disgregación de población
que empieza a establecerse en el valle. Para momentos posteriores de época romana, en la
meseta sólo se documentan algunos fragmentos de terra sigillata («cerámica sellada» o que
ha recibido estampilla o sello) hispánica, fruto de una ocupación puntual de tipo rural de
época posterior. Los restos de la muralla que fortificaba la ciudad, por ejemplo, son ahora
apenas una sucesión de montículos. La Naturaleza, tarde o temprano, se cobra su venganza.
Y eso pese a que, en sus mejores tiempos, la muralla tuvo casi 250 metros de longitud y diez
de alto en algunos puntos.
En la alta Edad Media, los visigodos mantuvieron una población importante aunque dispersa
en núcleos rurales basados en una economía agraria y ganadera; de esta época datan los
eremitorios cristianos de las cuevas. A partir de la invasión musulmana, en el siglo VIII, los
árabes levantaron una fortaleza en el extremo noreste del cerro/meseta aprovechando
elementos defensivos conservados del oppidum ibérico, de la que todavía hoy se pueden
observar la planta irregular, algunas torres, el aljibe y lienzos del recinto murado. La fortaleza
fue reconquistada por las huestes de Fernando III El Santo en su campaña para la
Reconquista del Reino musulmán de Jaén, y cuenta la leyenda3 que el señor del castillo, Gil
Bayle de Cabrera, hizo fijar un letrero que era todo un desafío al destino. “De río a río todo
es mio. Esta tierra es de Gil Bayle, que no morirá ni de sed ni de hambre”. Pero se cuenta
que en el transcurso de una cacería, el señor Gil Bayle cayó con su caballo a una sima. Allí
lo encontraron pasado un tiempo sin vida, muriendo paradójicamente de sed y de hambre. En este contexto, Georges Servajean, geólogo que a la sazón trabajaba como topógrafo para
la Sociedad Minera y Metalúrgica de Peñarroya-España (compañía minera de capital
francés con sede en Madrid que explotaba los yacimientos mineros de la zona) en las oficinas
de La Carolina, recibió información, o puede que ya la tuviera, de todos esos asentamientos
humanos en la cercana loma que ahora era un terreno yermo y lleno de hierbajos y, con el
apoyo financiero de la Compañía a la que prestaba sus servicios profesionales, la
comunicación previa de la decisión a la Diputación y la entusiasta colaboración de un grupo
de jóvenes, en general robándole tiempo a los estudios o a otras obligaciones, organizó unas
prospecciones arqueológicas que pronto dieron sus frutos en forma de descubrimientos de
muros y pavimentos, vasijas de cerámica4 y utensilios de metal. Ahora, las piedras que
señalan esas primitivas casas con zócalos de piedras y paredes de adobe están comidas
otra vez por la hierba, pero aún se puede apreciar el patio en torno al cual se repartían las
habitaciones. Las hechuras de la ciudad debían ser imponentes, lo que avala la idea de que
no existe en toda España una ciudad ibera de estas dimensiones que se conserve intacta.
Vale la pena citar como anécdota que, siguiendo los estándares sociales de la época, del
grupo citado de jóvenes, los chicos se encargaban de la excavación y el trabajo de campo, y
las chicas de la limpieza, restauración en su caso, y clasificación de los hallazgos en el
piso-local facilitado al efecto por la Compañía.
Las excavaciones finalizaron de forma repentina porque la intervención (pese a haber sido
comunicada legalmente y no costar ni un céntimo al erario) se desarrolló sin la autorización
pertinente de la Administración, imprescindible por relacionarse con el Patrimonio y se
prohibió continuar con ella.. Se habían abierto 19 cortes en los 256 metros cuadrados de
superficie excavada, menos del 0,20% del oppidum. Frente a la acusación de expolio,
vertida con ignorante ligereza, la opinión de los expertos es muy diferente: “La actividad
arqueológica realizada en la zona central del poblado en las campañas de excavación
dirigidas en 1968-1969 por el geólogo francés Georges Servajean apoyado por el Grupo
Arqueológico Carolinense permitió obtener una documentación muy interesante para la
comprensión del proceso histórico en este oppidum de época ibérica”5. ”Gracias a las
campañas de excavación desarrolladas durante los años 1968 y 1969 se pudo identificar la
zona lindante a las escalinatas de piedra como un barrio residencial y de producción artesanal,
ya que se documentaron estructuras de menores dimensiones que las de otras áreas, así
como una mayor compartimentación interna y diferentes funciones artesanales que indican
una diferencia funcional entre ambas áreas”6.
Documento original ciclostilado de una de las catas "clandestinas" de los trabajos de Servajean. |
Quizá no se ha investigado suficientemente que el auténtico expolio se produjo cuando
Servajean y su equipo tuvieron que abandonar los trabajos (atendiendo a órdenes legales no
relacionadas con la conveniencia y calidad de las catas sino con absurdas discrepancias
– que aún se arrastran en muchos aspectos – en competencias burocráticas) habiéndose ya
divulgado en los medios la calidad y cantidad de los hallazgos arqueológicos en un terreno
ahora identificado y abierto a los “buscadores de tesoros”, y de eso, si hay algún culpable,
no es Servajean precisamente, sino una Administración celosa, inmóvil y con las prioridades
confusas, primando la legalidad (siempre cambiante por definición) por encima de la eficacia,
la conveniencia y el sentido común. Todos (repito, todos) los objetos recuperados en las
excavaciones, custodiados en principio por el desaparecido Grupo Arqueológico Carolinense,
creado ad hoc en 1969, se exponen hoy en el Museo Arqueológico Provincial de Jaén o en el
Museo de La Carolina, o sea que de expolio, nada de nada, y acusar de tal cosa a Servajean
y su altruista equipo es maledicencia o ignorancia (o ambas). Acabemos bien este año dando al César lo que es del César….
Posible urna cineraria con inscripciones hallada en Giribaile. (De un documento-informe de las prospecciones de Servajean) |
---------------------------------------------
1El
arqueólogo almeriense de la Universidad de Granada Manuel de
Góngora Martínez describió por primera vez, en 1860, las Cuevas
de Giribaile.“Llámase hoy Cuevas de Mari-Algar (Ma-Al-garb;
esto es, Fuente del Ocaso) la que aparece en la lámina. Otras
cuevas hay a la izquierda del que lo mira y fueron defensas, según
las escaleras interiores y troneras, abiertas a pico, que observa
allí el curioso viajero. En la meseta de sitio tan excelente, se
alzó, a mi parecer, sin duda alguna, la Giri de Plutarco”,
una identificación luego discutida por otros expertos.
2Históricamente,
el misterio rodea el lugar; a falta de inscripciones que
corroborasen la identificación, se sustentaba en la semejanza de
los topónimos modernos con su contrapartida antigua y así se
relacionaba la ciudad de Giri, mencionada por Plutarco (Sertorio
III, 5-10) en sus Vidas paralelas, Eumenes-Sertorio, con el
cerro de Giribaile. Sin embargo, no existe consenso entre los
filólogos sobre que Girienses sea el gentilicio recogido en el
mencionado pasaje. En cualquier caso, tampoco la evidencia
arqueológica sustenta dicha identificación puesto que el episodio
de la vida de Sertorio narrado por Plutarco se corresponde con la
toma de una ciudad a principios del siglo I A.C., y los materiales
documentados en el interior de la ciudad ibérica no llegan hasta
ese momento, con la sola excepción de un pequeño conjunto de
cerámicas en el flanco sureste de la plataforma norte. Además, la
existencia del topónimo actual no ha podido ser documentada en
momentos anteriores al siglo XVIII. Por todo ello se puede desechar,
pese a la convicción expresada por Manuel de Góngora, la
correlación entre Giri y Giribaile debido a la fragilidad de la
propia evidencia literaria y, sobre todo, a la información
procedente del registro arqueológico.
3Así
se puede leer en la hace muchos años desaparecida
publicación cultural carolinense “Cabria”. Hay otras versiones de la leyenda, una de las más conocidas, aparte de la citada, relacionada con la venganza contra el señor Gil Bayle, que había ejercido el "derecho de pernada" con la hija del molinero.
4Una
auténtica joya es lo que parece ser una urna de cerámica decorada
para depositar las cenizas de los difuntos en la que hay una
inscripción que, según los estudiosos, emparenta el lenguaje en el que está hecha con el
actual euskera más que con las lenguas propias de la zona. Por
cierto, ¿cómo se pudo estudiar esta vasija si la pieza está expoliada?
5Luis
María Gutiérrez Soler et altri, Las cuevas de Giribaile: nuevas
aportaciones para el estudio del poblamiento eremítico en Andalucía
Oriental, Revista AyTM, 2005.
6
En la zona excavada del poblado hay dos calles principales entre las
que discurre un muro medianero que es utilizado como pared maestra
de las viviendas. El lugar ha sido objeto de tres excavaciones
arqueológicas oficiales, en 1968-1969, 1995 y 2014 (aunque, en
puridad, la del 1968-1969 conste como “No autorizada”) y muy
numerosas ilegales, especialmente acusadas en las dos necrópolis
del oppidum. Las pocas viviendas excavadas oficialmente, presentan
una forma cuadrangular en las que aparecieron restos de cenizas,
consecuencia de un incendio devastador.