domingo, 1 de diciembre de 2019

El desapego del apego y eso.

Hace unos días recibí una llamada telefónica de esas que calificamos de sorpresivas e 
inesperadas, que después te dejan un regusto agridulce; y es que era de un viejo (en todos 
los sentidos) amigo/compañero de colegio, para notificarme que otro de los componentes de 
lo que fue (y no es una mera opinión personal; así está documentado) el mejor curso del 
Instituto de Enseñanza en su historia, nos había dejado. Si pensamos que el ciclo de 
enseñanza lo iniciamos más de sesenta chavales y lo acabamos trece ya muchachotes
puede entenderse que cada despedida de alguien de este reducido (y cohesionado) grupo se 
percibe como un mazazo; y ya van (que recuerde, teniendo en cuenta también que a alguno 
hace tiempo que se le perdió la pista) Juan, Jesús, Carlos,... Estas son las cosas que te 
llevan a la reflexión sobre muchas cosas, empezando, quizá, por las huellas que nos marcan, 
eso que llamamos apego1, que puede ser o no a personas. 
 
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A lo largo de nuestra vida vamos formando vínculos afectivos con distintas personas. Algunas d
e estas vinculaciones son la relación de padres e hijos, abuelos y nietos, amistad, vínculo 
fraternal, amor romántico… Todos ellos muestran algunas características comunes. Por 
ejemplo, son relaciones afectivas, perduran (o no) a lo largo del tiempo, se busca proximidad 
y contacto con la otra persona, nos produce ansiedad cuando hay una separación que no se 
desea, son singulares hacia una persona en concreto o depende de la interacción entre 
ambos. La figura de apego es la base de referencia y de apoyo en las relaciones que una 
persona establece con el mundo físico y social de su alrededor.

Cuando una persona está segura de la incondicionalidad de su figura de apego, desarrolla 
sentimientos de seguridad, de estabilidad y de autoestima hacia ella y facilita la empatía, el 
consuelo, el amor y la comunicación emocional. Y, ¿por qué es importante el vínculo de 
apego? El apego es mucho más importante de lo que se suele creer, pues, según sea el 
modo en que se desarrolle, esto es, sea un estilo de apego apropiado o no, va a depender el 
desarrollo psicológico del individuo, su seguridad y estabilidad y las relaciones con otras 
personas. Existen relaciones de apego a lo largo de toda la vida y no sólo durante y 
provenientes de la infancia, aunque a decir de los expertos psicólogos estudiosos del tema 
es ciertamente alrededor de los 12 meses de edad cuando el bebé forma su primera relación 
de apego con una persona, habitualmente con la madre, después de un largo proceso. Es 
más, aunque no seamos conscientes de ello, como resultado de las diferentes experiencias 
de apego, sobre todo con las denominadas “figuras centrales” en las etapas más tempranas 
de la vida de la persona, acabamos formando un “estilo de apego”, es decir, una determinada 
manera de relacionarnos, de sentir y de pensar en aquellas relaciones que requieren 
intimidad. Además, poca broma, el estilo de apego se ha asociado como predictor de la 
conducta humana en relación a la conducta social.

Un sentimiento de apego adecuado se asocia por tanto con un correcto desarrollo emocional, 
con más empatía, con mayor regulación de las propias emociones y mayor actitud prosocial y 
un apego inseguro, por el contrario, se relaciona con una mayor conducta agresiva y 
hostilidad. Las funciones del apego son diversas y amplias. Este vínculo asegura la 
supervivencia de la persona, especialmente cuando es pequeña de edad, le da seguridad, 
estima e intimidad, además de funcionar como base desde la que, desde niño, se explora la 
realidad y se acude para refugiarse cuando se necesita. 
 
 
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El apego no surge de manera espontánea sino que va desarrollándose conforme pasan una 
serie de etapas o fases. Así pues, empezando por el principio, primero existe una preferencia 
del niño por las personas en general para pasar después a una asociación con aquellas que 
están cercanas a él. En consecuencia, el apego se intensifica desarrollando un tipo de apego 
que puede ser más positivo o más negativo.

Pero el apego mal gestionado tiene también puntos negativos; una de las "trampas" más 
fáciles de caer cuando estamos en una relación personal es el apego emocional. Se trata de 
la dependencia que se crea entre dos personas y que hace que no podamos ser 100% 
independientes. Nuestra felicidad no depende, entonces, de nosotros mismos sino que estará 
muy supeditada a la relación que mantengamos con esa otra persona. Puede ser un arma de 
doble filo ya que, si la relación llega a su fin, podemos sentirnos vacíos y deprimidos. Cuando 
ese fin de la relación no se debe a una pérdida, no debe olvidarse que las relaciones sanas 
son las que aportan más felicidad y conexión.  
 
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Uno de los principales motivos por los que nos "enganchamos" a las personas es para 
sentirnos más fuertes y seguros. Pero este es un error de base. La seguridad y nuestro amor 
propio tiene que nacer de nuestro interior, no puede estar relacionado con algo o alguien 
externo a nosotros. Por ello, lo primero que debe hacerse es dedicar tiempo a uno mismo y 
conocer y entender (¿perdonar?) los propios puntos débiles, así como reconocer las virtudes. 
El cambio empieza en uno mismo de forma que no se necesite a otros para que reforzar esa 
imagen positiva que se ha logrado de uno mismo.

En cualquier caso el apego emocional es una situación que es muy frecuente en cualquier 
tipo de relación entre personas. Además, se puede sentir apego, no solo por las personas, 
sino también por las cosas. De hecho, se puede sentir apego por la casa, la ciudad, el trabajo, 
la ropa... una emoción que puede impedir continuar para adelante y quedarse estancado en la 
zona de confort. 

Capítulo aparte en estas reflexiones merece lo que los psicólogos llaman apego material. 
A muchos les cuesta tirar cosas por su significado, representativo de un momento o una 
vivencia. No pueden tirar libros, cartas, fotografías, música, tarjetas postales, regalos y todos 
esos objetos que se van acumulando porque, al ser las huellas de nuestra historia, de lo que 
somos, nos da no se qué desprendernos de ellos. Otro matiz es el de esas personas que lo 
guardan todo aunque no tenga significado especial por la probabilidad de necesitar algún día 
ese desperdicio, como si vivieran en una isla desierta (llegando a ser casi como un síndrome 
de Diógenes). En suma, todos nos aferramos a algo, pero hay gente que elige ese modo de 
conectarse con las cosas y las personas para convertirlo en su modo de vida. 
 
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El apego es la ilusión de que las cosas son permanentes, es la resistencia al cambio, la 
negación de la muerte y la no aceptación de que todo termina algún día. Los objetos nos atan 
a este mundo y pueden convertirse en pesados lastres para el sentimiento si devienen anclas 
que mantienen la conciencia a nivel del suelo y no dejan asomar la cabeza para ver el 
horizonte.

Es verdad que las cosas nos dan seguridad y mejoran nuestra autoestima, aunque en el 
fondo la vida sea pura incertidumbre. También es cierto que todos incorporamos a nuestra 
personalidad y a nuestra imagen nuestras pertenencias, por aquello de que en esta sociedad 
en que vivimos el ser es el tener, pero cuando las cosas nos importan tanto nos convertimos 
en sus prisioneros y perdemos la libertad. En nuestros días, el marketing ha sido el primer 
interesado en fomentar esa forma de apego material, en generar necesidades dónde no las 
hay hasta crear dependencia a los objetos.

Pero el apego descontrolado no ayuda a avanzar en los cambios, y se ha de ser consciente 
de que la vida es un constante cambio y que cuando todo a mi alrededor cambia, yo también 
debo hacerlo, no puedo aferrarme al pasado, ni a las cosas, ni a las personas, porque me 
quedaré anclado, aferrado en el extremo al dolor de la pérdida. Todo cambio y toda crisis van 
a ayudar a crecer como persona. Debemos aprender a aceptar los cambios y a sacar el 
mayor provecho de ellos. Esto no significa que no lloremos una pérdida, debemos llorarla, 
aceptarla, secarnos las lágrimas y seguir andando. Por eso el desapego es tan necesario.

El desapego emocional es uno de los conceptos que mayor confusión genera, puesto que se 
malinterpreta pensando que se relaciona con no tener empatía o no ser asocial pero nada 
más lejos de la realidad. El desapego emocional está ligado al bienestar y a la salud mental. 
El desapego mal entendido puede parecer puro egoísmo, pero no es así, pues practicar el 
desapego no significa romper vínculos con todo aquello que es importante para mí, ni 
siquiera significa dejar de tener objetivos o de querer las cosas. Más bien significa que 
aunque yo quiera algo, no lo necesito para vivir feliz.

Puedo querer una casa más grande, pero puedo a la vez aprender a apreciar la que tengo, a 
valorar lo que tiene de bueno, a mejorar lo que no me gusta, a agradecer la suerte de tener 
un techo y entender que aunque quiera una casa más grande, no la necesito para vivir. Esta 
casa que tengo ahora cumple con todas mis necesidades y, en el fondo, deseos aparte, ya 
me hace feliz. Tal vez, algún día me compre una casa más grande, pero aún así, no habré 
vivido solo pensando en eso, habré disfrutado del camino. O tal vez, nunca me la compre y 
aún así sea feliz con lo que tengo.

Este es el poder del desapego, no dejo de querer cosas o a personas, simplemente dejo de 
aferrarme a ello como si fuera lo único importante. Es andar mirando el camino y no el 
resultado, porque la vida es el camino. Los excesos nos ponen cadenas y no nos dejan ser 
libres. En nuestras relaciones personales, el desapego es clave para nuestro bienestar.  
Puedo relacionarme contigo de una manera más libre, dejando espacios para la 
individualidad. Te elijo pero no te necesito, prefiero estar contigo pero puedo estar sin ti. 
Disfruto de compartir mi tiempo contigo, pero no vivo con el miedo a perderte. El sentimiento 
deja de ser necesidad para ser solo eso, sentimiento, sin por eso quitarle importancia.

Al final, el apego/desapego a las personas/lugares/momentos/animales/cosas que uno 
considera que han dado forma a su vida, no es sino reflejo de los elementos emocionales de 
esa personalidad que, con todos ellos, se ha ido modelando. Todos son, a lo sumo, retazos 
de historia/s que, seamos conscientes, son (deben ser) parte de un pasado que no puede 
volver y al que es un error aferrarse. Pongamos el apego, el desapego cuando ha sido 
necesario y la nostalgia, en el lugar que les corresponden y vivamos el hoy. 
 
 
Pongamos en valor cuando se pierde lo que fue un apego lo que escribieron Roger Taylor, 
Brian May y John Deacon, del grupo musical The Queen, en la canción The show must go on 
(El espectáculo debe continuar), dedicada a un Freddie Mercury, enfermo casi terminal: … 
 dentro de mí, mi corazón se está rompiendo… pero mi sonrisa aún permanece… tengo que 
encontrar la voluntad para continuar… 
 
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1El apego es un concepto que viene de la Teoría del Apego que desarrolló el psicoanalista inglés John Bowlby (1907 – 1990) mientras trabajaba para la Organización Mundial de la Salud (OMS), para estudiar el tipo de vinculación afectiva que establecemos de pequeños con nuestras figuras de referencia y cómo nuestro estilo de vinculación emocional se refleja posteriormente en las relaciones que establecemos con otras personas en la vida adulta.

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