Quienes hemos tenido la gran suerte de viajar por todo el país (incluyendo islas y territorios
norteafricanos), conocerlo trabajando codo a codo con gente de cada uno de los lugares,
hemos podido comprobar que es un denominador común de todos sin excepción la
consideración indiscutible de que “lo suyo” es, ¡dónde va a parar!, lo mejor, con diferencia,
del mundo mundial, en todos los aspectos: historia particular, geografía, turismo, costumbres,
gastronomía, cultura, etcétera. Y, contrariamente a lo que quieren inculcar algunos, eso no
afecta a la convivencia respetuosa con el forastero. Hay matices, claro, representados y
resumidos por aquel (aplicable a personas, ojo, no a comunidades, por ser actitud asumida a
título personal, en modo alguno colectivo) de quien se cree el ombligo del mundo y en
posesión de la verdad absoluta y es incapaz de admitir que, si él está muy orgulloso
(legítimamente) de “lo suyo”, otra persona puede tener un sentimiento (igualmente legítimo)
hacia otro “lo suyo” diferente, es decir, que es, a veces sin notarlo, excluyente.
Y de eso se alimentan los (malos) políticos que, por conseguir cuatro indignos votos que
hagan crecer su ego, son capaces de crear enfrentamientos ficticios aunque, dicen, muy
nocivos, y de presentar a quien defiende “lo suyo” o simplemente piensa diferente de aquel
cuyo voto se mendiga/manipula, como la reencarnación de todos los males, de color rojo,
con rabo y cuernos, contra quien absolutamente todo vale porque su sola existencia es
dañina. Pero eso es otra historia en la que ahora no entraremos. Esos mismos malos políticos (y algunos “periodistas”, comentaristas, articulistas, tertulianos
y otros especímenes similares) no suelen tener reparos en pregonar su ignorancia y cerrazón
al considerar, y hacer considerar a sus seguidores, como representativa de las señas de
identidad particulares, algo tan sagrado como una lengua como motivo de división en lugar
de lo que es: un riquísimo acervo cultural que debería ser común a cuidar y preservar por
todos. Y es que España es, pese a lo que digan algunos, un país plurilingüe. Su población
habla un gran número de lenguas, autóctonas o incluso de inmigrantes (está documentado
que, por ejemplo, en Barcelona, se usan 300 lenguas), sean o no oficiales. Este fenómeno no
es nada extraordinario y encontramos la misma polifonía en muchos países europeos.
Lamentablemente para la Cultura (con mayúsculas), con la mayoría de ellos, España
comparte el menosprecio secular de este plurilingüismo por parte de la política oficial, que
favorece tradicionalmente el monolingüismo de la llamada lengua del Estado, la cual se
“vende” que está en peligro frente a las minoritarias.
Nada más lejos de la realidad; desde el respeto, puede disfrutarse de la contemplación de un
atardecer en la Tacita de Plata, o de s’hora baixa en Pollença, o de un capvespre en Roses, o
del inicio de la vesprà en Vinaròs, que todas las formas citadas valen para describir un
momento y el sentimiento asociado. Pero este país, caracterizado por su política de gestionar los conflictos en términos de
vencedores y vencidos con la consiguiente aniquilación de cualquier vestigio del vencido, ha
facilitado (vía prohibición o menosprecio) la desaparición en poco tiempo de lenguas propias
o de formas de expresión o acentos diferentes a la lengua del Estado y su acento
"oficialmente" asociado: bable, castúo, fabla, mangurrino, habla andaluza, canaria, leonesa,
panocho murciano y bastantes otras. Sólo quedan, con la etiqueta de co-oficial, el gallego, el
catalán y sus variedades (hablamos de lenguas, no de territorios) y el euskera. Lo triste es que esta actuación no obedece al amor a la lengua oficial que se impone sino que
es un instrumento demostrativo del poder político y, una vez conseguida la preeminencia, se
suele caer en la desidia y el abandono de esa lengua… hasta el siguiente episodio de
carácter político. Ejemplos los hay variados. 1) Cuando los Reyes Católicos expulsaron del país a los judíos hace más de 500 años,
muchos de éstos emigraron al norte de África (Magreb), a la Europa cristiana (Países Bajos,
Reino Unido, Francia y Polonia), a todo el Imperio otomano e incluso a la recién descubierta
América Latina, manteniendo espontáneamente el nexo común del idioma que hablaban y
que ha sobrevivido entre ellos hasta hoy: el ladino o judeo-español, indicativo de su
procedencia, Sefarad (de aquí que se les conozca como judíos sefardíes o sefarditas), o sea,
la Península Ibérica. Pues bien, en general, cuando surge este tema, es para glosar la
españolidad de esos judíos, y el cuidado, preservación, conservación del idioma, auténtica
reliquia lingüística valiosísima pasa a un segundo plano.
Placa en ladino por el Holocausto. |
2) Es poco conocido que en la isla de Guam, en el Pacífico, hoy perteneciente a Estados
Unidos, es idioma co-oficial, junto al inglés, el chamorro, de origen español, herencia de su
pasado bajo la corona española (hasta 1898, con el nombre de Guaján). Pero, ya digo, ni se
conoce ésto; la lengua, si no es reflejo de poder, no es importante. 3) Peor que lo que ha pasado en Guam es lo ocurrido en sus vecinas Islas Filipinas, en
donde el idioma español está prácticamente desaparecido en favor del inglés, o en lo que fue
Protectorado Español en Marruecos, hoy declaradamente francófono sin que, al parecer, a
ninguno de esos paladines tan celosos en vigilar el no crecimiento de otras lenguas
minoritarias le importe un bledo. Los (pen)últimos casos sangrantes son el desinterés hacia la
desaparición del idioma español en Guinea Ecuatorial (independizada de España ayer mismo,
en 1968, sólo 10 años antes de la promulgación de la intocable Constitución, por usar
referencias temporales conocidas) y la desidia hacia la República Árabe Saharaui
Democrática (antiguo Sahara Español, sobre el que corremos un pudoroso velo acerca de
cómo se abandonó en 1975 y dejó de ser español) en donde se suceden las voces de los
propios saharauis en petición de auxilio para mantener el idioma e influjo cultural españoles.
Y ni caso. Volvamos, sin embargo, a nuestra riqueza lingüística interna, rezando paralelamente por que
a la clase política la ilumine un mínimo de inteligencia y sentido común para no mezclar
temas políticos con otros que no deben serlo, en el convencimiento de que la persona debe
considerarse siempre por encima de cualquier opción política. No es una opinión; es,
simplemente la aplicación práctica de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de
1948 (dicho sea de paso, no votada en su aprobación inicial por la España franquista y
asumida con la firma en diciembre de 1976 de los Pactos de Nueva York, que le dan apoyo
jurídico y la amplían con aspectos como la libre determinación de los pueblos y los derechos
de las minorías. Finalmente, hace 40 años, la Constitución de 1978 la asumió como propia al
recoger que "las normas relativas a los derechos fundamentales y a las libertades ... se
interpretarán de conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos") y de la
Declaración Universal de Derechos Lingüísticos, aprobada en Barcelona durante la
Conferencia Mundial de Derechos Lingüísticos, celebrada del 6 al 9 de junio de 1996 con el
objetivo principal de promover los derechos lingüísticos (tanto individuales como colectivos),
especialmente de los hablantes de las lenguas amenazadas. Una de las excusas (sí, excusas, no argumentos) de los defensores de la uniformidad de las
lenguas en favor de la oficial del Estado es que las otras “son difíciles de entender”, lo que
es indicativo cuando menos de una preocupante (¿y galopante?) pereza mental sustentada
en el poder político convertido en ley (con minúscula). La gran mayoría de las lenguas que se
hablan o han hablado en España son de las llamadas lenguas romances, románicas, latinas,
itálicas o neolatinas (por nombre, que no quede), rama indoeuropea de lenguas
estrechamente relacionadas entre sí y que históricamente aparecieron como evolución del
latín vulgar (entendido en su sentido de habla cotidiana o común de la gente) opuesto al latín
clásico (forma estandarizada que a partir de cierto momento era una lengua aprendida como
segunda lengua y no como lengua materna)1.
Cuideiru/Cudillero. |
Lo llamativo es que, frecuentemente, quien se convierte, generalmente por motivos políticos,
en adalid de la uniformidad de las lenguas es alguien miembro precisamente de la comunidad
lingüística de la lengua amenazada. Dejadme compartir una anécdota personal: en una
estancia de trabajo hace años en la cornisa cantábrica, y aprovechando el tiempo libre para
hacer turismo, fui un día a conocer Cudillero; una vez allí, una persona del lugar me informó
de que el nombre de la villa era Cuideuru y que, históricamente, se le atribuye un origen
vikingo o normando ya que les cróniques medievales asturllioneses fálenmos ciertamente de
que nel branu del añu 844 foi avistada una flota viquinga na costa de Xixón rumbu a Galicia,
onde s’entregaron a la rapiña. El rei Ramiro I derrotólos a los pies de la Torre d’Hércules,
quemándo-yos alredor de 70 naves, anque los supervivientes continuaríen les sos correríes
pel Al-Ándalus saquiando Lisboa y Sevilla y, para justificar el origen normando o bretón,
habla dos celtes britones, refuxaos cristianos que fuxíen de la invasión anglosaxona de les
Isles Britániques nel sieglu VI hacia llugares como Armórica (la Bretaña francesa actual),
Galicia y Asturies, onde fundaríen la Diócesis de Britonia. Inda güei conservamos topónimos
qu’evidencien la so presencia, como El Bretón (La Madalena, Avilés), Bretones (Belonciu,
Piloña) o La Playa los Bretones (Vidiago, Llanes) Pa con too, me decía, resulta mui aventurao
afirmar que foren estos britones o viquingos los fundadores de Cuideiru. ¿Y qué hai de la so
herencia nel dialectu llocal? Quiciás podia desilusionar a más d’ún, y ye que la fala pixuata
(pescadora de la villa) nun ye nenguna particularidá, sinón que resulta idéntica al asturianu
faláu en Pravia o en Grau. Ello ye, que nun existe un dialectu pixuatu. (¿De verdad no se
entiende?). Disfrutado el día y de vuelta al centro de operaciones en A Coruña, comentamos el caso al
tiempo que se daba buena cuenta de unas filloas con mi buen amigo Manolo Rivero, quien
opinó que, en materia lingüística iban das mirras pras enconllas, porque, al parecer,
situaciones como la de Cuideiru se prodigaban y eran motivo político de sembrar división
oponiéndose sistemáticamente a la recuperación del nombre en la lengua propia. Pero se dice que todas las reglas tienen sus excepciones. Aquí también. En la lengua
peninsular en la que la comprensión devino para mí como tener una piedra en el zapato
constantemente fue en el euskera; pese a las temporadas pasadas en Euskadi, aparte de
egun on, kaixo, agur, bai, ez, mesedez, eskerrik asko y cuatro cosillas más, no conseguía
entender nada, no había manera de que, aplicando todos los sentidos a la escucha pudiera
encontrarle una “relación familiar” con nada conocido, al final todo "suena raro" aunque la
verdad es que hablar del euskera resulta fascinante a poco que se tome un mínimo interés
por conocerlo y da para rellenar páginas, pues es probablemente uno de los lenguajes más
misteriosos del mundo y es que, aunque su origen es muy controvertido y ha dado lugar a
numerosas hipótesis, hasta la fecha ninguna de ellas concluyente, lo cierto es que no es una
lengua romance, como el resto de las de la península, y es la única lengua preindoeuropea de
Europa que ha sobrevivido hasta la actualidad (aunque se tienen testimonios de otras lenguas
prerromanas no indoeuropeas tanto en España como en Francia, Italia y Grecia). Sin
meternos en camisa de once varas (no toca) y sólo a título de curiosidad, las teorías más
estudiadas son las que emparentan el euskera con el histórico íbero, con el bereber del
desierto africano o con el caucásico, concretamente con el georgiano. En cualquier caso,
nada de latín, como el resto de lenguas peninsulares.
Pasai Donibane/Pasajes de San Juan. |
Dejando a un lado hipótesis teóricas y retomando la reflexión inicial de estas líneas, es un
lujo tener la riqueza lingüística que tenemos; lamentablemente, en demasiadas ocasiones se
ha utilizado (se sigue utilizando por algunos), no como la fuente de cultura que es, sino sólo
como instrumento político que alimenta una división inexistente. Y eso conduce a
inesperadas y curiosas consecuencias culturales: todos las personas hablantes de una
lengua minoritaria de las citadas son, cuando menos, bilingües, mientras que los hablantes
de la lengua oficial del Estado suelen ser monolingües, posiblemente por la pereza mental
producida por la arrogancia política de aplicar la evidencia legal de que todos han de saber
esta lengua oficial.
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1La
decimoquinta edición de The Ethnologue: Languages of the World (2005), conocida aquí como el Instituto Lingüístico Del Mundo, publica una tabla
de similitudes entre lenguas romance europeas en la que desde el
punto de vista de la inteligibilidad mutua, podemos hablar de
variedades lingüísticas o dialectos en cuanto a las lenguas
comparadas. Como muestra, para consumo doméstico:
- Castellano: “Todos los seres humanos nacen
libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de
razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con
los otros”
- Catalán: “Tots els éssers humans neixen
lliures i iguals en dignitat i en drets. Són dotats de raó i de
consciència, i han de comportar-se fraternalment els uns amb els
altres”
- Gallego: “Todos os seres humanos nacen
libres e iguais en dignidade e en dereitos e, dotados como están de
razón e consciencia, débense comportar fraternalmente uns cos
outros”
- Bable: “Tolos seres humanos nacen llibres y
eguales en dinidá y dreitos y, dotaos cumu tan de razón y
concencia, tien de portase fraternalmente los unos cunos outros.”
- Castúo: “Tolus hombris nacin libris i
igualis en digniá i derechus i, comu gastan razón i concencia,
ebin comportalsi comu ermanus los unus conus otrus”
- Aranés: “Toti es èssers umans nèishen
liures e rièrs en dignitat e drets e, dotadi coma son d'arrason e
consciéncia, an de comportar-se fraternalmente es òm damb es auti”
Etcétera, todos, como se ve, con “aires de
familia”.
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