domingo, 26 de abril de 2020

Necesitamos paciencia... y algo más.

Eugenio (Eugeni Jofra Bafalluy) fue un humorista barcelonés que se hizo popular por sus 
apariciones en televisión durante las décadas de 1980 y 1990 como narrador de chistes 
(aunque él siempre reivindicaba ser “intérprete” de «historias» o «cuentos») de una forma 
absurda, parte de cuya efectividad residía en su semblante permanentemente serio —«sólo 
me río cuando cobro», solía decir—, siempre vestido de negro y escudada su imagen tras la 
barba y gafas obscuras, en los cambios de ritmo – silencios - que imponía apoyándose en las 
pausas para beber y fumar o encender los cigarrillos y en que no necesitaba recurrir a 
ninguna imitación de voces o acentos. Sus actuaciones eran en castellano, con un marcado 
acento catalán, y de vez en cuando soltaba alguna palabra o expresión típica catalana, como 
por ejemplo «carall», «coi», «home», «au», «hosti tu», «la mare de déu», «nen», entre otros. 
La frase con la que iniciaba las narraciones o chistes, «¿Saben aquell que diu...?» (¿saben 
aquel que dice...?), da ejemplo de ello. 
En su época de Els dos.
Ahondando en el personaje, el despegue de Eugenio, joyero de profesión, como humorista 
se produjo en los últimos años del franquismo en pubs barceloneses como el añorado KM o 
el Sausalito, en los que actuaba como dúo musical (Els dos, que llegaron a quedar segundos 
en la selección para Eurovisión el año de Gwendolyne, de Julio Iglesias) junto a su mujer, 
Conchita, fallecida de cáncer en mayo de 1980, y donde un día cambió la música por los 
chistes por una repentina e inesperada ausencia de su pareja. Y el éxito fue instantáneo, 
vendió millones de cassettes en las gasolineras; lo devoró en una época en la que la cocaína 
le apartó de todo, incluso de su familia, revelándose  como alguien introvertido, tierno, pero 
como escondiéndolo, frágil y vulnerable. Su recta final fue trágica. Eugenio no hizo caso de 
las advertencias de los médicos sobre el tren de vida que llevaba hasta que una noche un 
infarto le fulminó en un restaurante de Barcelona. Tenía 59 años.El humor no es cuando uno está contento. El humor verdadero sale de penas, de 
desgracias. En ese momento es cuando uno demuestra que tiene sentido del humor. Y es 
cuando tiene que salir el humor. En los momentos trágicos”, dejó dicho. Como ejemplo, la 
misma noche en que su esposa murió, para sorpresa del público y de su propia familia, se 
subió a un escenario en Valencia para contar chistes. El humor, de forma más manifiesta y 
literal que nunca, ese día, se convierte en antídoto contra el dolor. Pero más tarde, como es 
casi un lugar común en las historias de éxito, fama y millones, llegarán otros antídotos mucho 
más peligrosos. Eugenio dio carta de naturaleza a un humor lapidario, absurdo, atrevido y 
refinado a partes iguales rompiendo la escena del humor imperante en los años 80 y 90, que 
estaba saturada con humoristas tipo "andaluz paletillo" pues en una España saturada de 
caspa (ibérica) con aquello que llamaron cine de destape (respetables cómicos 
emponzoñados en guiones sobre señores babosos cuya única misión era tocar teta, 
recientemente descubierta y explotada), y algunas ínsulas extrañas (Gila; Tip y Coll), lo de 
Eugenio venía a ser una veta nueva en la que se daban cita, lejanamente, cierta canalla 
moderna con un discurso que viraba entre la finura y el exabrupto blanco, para todos los 
públicos. 

Eugenio fue un auténtico adalid del humor inteligente y original, con un estilo único contando 
chistes, Marcó una época en la que predominaba el humor de brocha gorda, todo lo contrario 
al suyo, en el que derrochaba talento, y alguna (por no decir todas) de sus actuaciones 
forman hoy parte de una antología del humor corto, lapidario e inteligente que te descoloca y 
te hace pensar, como aquel del que le pide a Dios que le conceda la virtud de la paciencia 
pero que se la conceda YA. 
 
 
Más allá de la paradoja conceptual que la historia transmitida por Eugenio representa, la 
verdad es que, ahora entre nosotros, con eso del confinamiento obligado sine die como única 
arma efectiva para evitar la propagación del desconocido virus mortal de esta pandemia del 
Covid-19 que nos azota y nos asombra a partes iguales, al ser conscientes de que, por 
primera vez en la Historia de la humanidad, hemos parado el mundo, la situación de 
confusión en la práctica es evidente. Dice nuestro Diccionario de la Real Academia de la 
lengua Española que “paciencia”, en su primera acepción, es la “Capacidad de sufrir y tolerar 
desgracias y adversidades o cosas molestas u ofensivas, con fortaleza, sin quejarse ni 
rebelarse”, lo que cuadra con lo que ahora estamos viviendo, tolerando desgracias y 
adversidades.

Pese al desasosiego provocado por su indefinición temporal (actualmente estamos en su 
tercera prórroga legal, hasta el día 56 – no olvidemos que en Wuhan, inicio de la pandemia, 
hubo 76 días de confinamiento total y absoluto antes de empezar a aliviarse las medidas -), 
sería, sin embargo, un error garrafal para la gestión del futuro limitarlo todo a la incomodidad 
del confinamiento ya que éste es, simplemente, una medida sanitaria para impedir la 
propagación de un virus y, cuando la vertiente sanitaria esté bajo control, adquirirán toda su 
crudeza las vertientes económica y social - confiemos que no haya que hablar de una 
vertiente humanitaria - de la pandemia. El confinamiento, por supuesto, es importantísimo en 
su gestión, en particular si incluye niños y/o adolescentes a pesar de que esta experiencia ha 
demostrado que, en general, ellos se han sabido adaptar al encierro y a la incomodidad 
mejor que los adultos (también la problemática es diferente, no nos engañemos). No se trata 
para los pequeños sólo de la gestión física del confinamiento, del establecimiento de rutinas, 
siempre aconsejable, y también en estas circunstancias excepcionales, del mantenimiento de 
la actividad física, sino de entender la necesidad de la gestión de sentimientos, teniendo en 
cuenta que las emociones más habituales en estas situaciones son la incertidumbre; el miedo, 
la tensión, la ansiedad y el pánico, el aislamiento de los seres queridos (a veces ¿por qué no 
citarlo?, el descubrimiento de una familia diferente a la que se imaginaba) o la mayor 
desobediencia o rebeldía ante las normas. Y no digamos la gestión del confinamiento para 
adolescentes, esas personas convencidas de que nadie las entiende, navegantes de un mar 
de inseguridades, acomplejadas, sometidas a cambios fisiológicos, conscientes, eso sí, de 
que han de asumir poco a poco mayores cotas de responsabilidad, con un claro 
cuestionamiento permanente de las normas,...junto a una sensación de liberación, un 
descubrimiento de la relevancia de las relaciones humanas, un incremento de las ilusiones…
Pero, ya digo, no es sólo el confinamiento, porque el influjo del virus traerá muchos 
problemas de salud, ralentizará nuestra economía, ajustará nuestros bolsillos. Quizás nos 
hará perder vivencias o momentos que no volverán; tal vez no podremos recuperar el tiempo 
perdido. Quizás, quizás. Pero, paralelamente, quizás el planeta agradezca menos humos, 
menos contaminación, nuestros seres queridos agradezcan el redescubrimiento de más 
cariño, quizás valoremos más nuestra propia existencia regando nuestro ser de sentidos y 
los abrazos y los besos no entiendan de distancia de seguridad. Sobre todo, quizás sea 
momento de aprender que somos tan vulnerables como dependientes los unos de los otros, 
de aprender de lo sucedido para que no vuelva a suceder.

A lo largo de la historia, las numerosas epidemias/pandemias que la humanidad ha sufrido, 
han dejado un rastro diferente en cada caso hasta recuperar una cierta, eso que llamamos  
normalidad (¿qué es la normalidad?. Habrá que definirlo con exactitud), aunque empezando 
en todas ellas por la incertidumbre y el miedo. Hace siglos, los barcos estaban obligados a 
guardar cuarentenas en los puertos durante las pestes para evitar su propagación a las 
ciudades costeras. Ahora se prohíben los vuelos hacia Estados Unidos desde Europa. El 
Covid-19 es muchísimo menos letal que la peste negra, que asoló el mundo en varias 
oleadas sobre todo entre los siglos XIV y XVIII, acabando con la vida de unas 100 millones 
de personas (entre el 25 y el 60% de la población europea, según estimaciones). Los 
contextos históricos y de desarrollo científico son también muy diferentes, pero, con todas las 
distancias y sin posibilidad de hacer una comparación directa entre ambos ejemplos, ambas 
son epidemias y podrían compartir ciertos rasgos comunes sociológicos y económicos, que 
también se encuentran en otras crisis sanitarias de envergadura como la gripe mal llamada 
“española” de 1918,

Los efectos de la actual pandemia aún son imposibles de estimar en su totalidad al estar aún 
inmersos en ella, pero se espera que el impacto económico a corto y medio plazo sea muy 
alto: se interrumpen los sistemas de transporte y abastecimiento y cae la producción de 
muchos sectores, además de la demanda. Y al caer la demanda, como ya explicaba Keynes 
tras la famosa Depresión estadounidense de 1929, baja el empleo y cae el ingreso de los 
hogares, lo que aumenta aún más el desempleo (además de la baja en la recaudación fiscal, 
los ingresos con los que cuenta el estado para financiar servicios públicos). En el caso de 
España, el Fondo Monetario Internacional (FMI) ya ha anunciado sus previsiones para este 
año, que sitúa el desempleo en más del 20 % y la caída del Producto Interior Bruto (PIB) en 
el 8 %. El Banco de España no es más halagüeño al prever un desempleo del 22 %, una 
caída del PIB del 13 %, una Deuda Pública encaramada al 120 % del PIB y una prima de 
riesgo rampante. Peor son los estudios sectoriales como el que indica que, en Barcelona, un 
30 % (¡uno de cada tres!) de los bares y restaurantes que había antes de esta crisis 
desaparecerán. Por no hablar de todo aquello ligado al turismo, la hostelería y la movilidad.
No es comparable, por supuesto, pero en el caso de la peste negra, esta epidemia supuso 
cambios importantísimos en la economía y un fortísimo retroceso; el descalabro de población 
tardó cien años (100, c-i-e-n, años) en recuperarse. "Desapareció el comercio, cayeron las 
ciudades, la gente se fue al campo, murieron reyes, afectó a todos los estratos sociales", Los 
poderosos aumentaron su poder y su riqueza y el pueblo llano quedó más empobrecido y 
perdió algunos derechos de las generaciones anteriores, lo que, seguramente a otro nivel, 
también se observa ahora, con la evidencia de la brecha tecnológica real existente entre 
familias frente a ciertas decisiones gubernamentales.

Desde un punto de vista positivo, las epidemias siempre han servido a posteriori para 
introducir mejoras de la salubridad/sanidad pública que pretenden reducir el riesgo de 
contagios en las aglomeraciones urbanas. En el caso de las oleadas de peste, acabaron por 
favorecer la recogida de basuras y aguas fecales, la regulación de la presencia de animales 
vivos y muertos, o la construcción de cementerios fuera de los recintos urbanos y la 
obligación de encalar iglesias (tras  la promulgación de la Real Cédula Carlos III en 1787).
Hay tres conocidas obras literarias que resultan fuentes históricas de gran valor sobre las 
epidemias: El Decamerón, de Giovanni Boccaccio, describe la peste que asoló Florencia en 
1348; el Diario del año de la peste, escrito por Daniel Defoe en 1722, que narra la epidemia 
de peste que sufrió Londres en 1665, que mató a una quinta parte de la población, y 
Alessandro Manzoni, en Los novios, relata la peste de Milán en 1628. Las tres nos hablan del 
miedo, de cómo la sociedad se enfrenta a la muerte masiva e inesperada, algunos buscando 
culpables y acusando a determinados grupos o individuos, recurriendo a la magia y a la 
religión...otros tratando de entender las causas científicas de lo que ocurre, buscando 
soluciones racionales y cívicas que hacen avanzar a la sociedad y palían los efectos 
económicos adversos que tienen estas crisis. Claro, que no debe olvidarse por otra parte 
que esta sociedad también parece alentar que sus miembros tengan memoria de pez y 
reaccionen y actúen sin pensar en lo que ha pasado y pensemos que si la sociedad no 
aprende de crisis como ésta ¿de qué ha de aprender?... Veremos... 

En definitiva, paciencia, mucha paciencia. Otro día nos detendremos en la gestión política
en la actitud únicamente partidista e introvertida ante el problema de determinados políticos, 
de aquí y de afuera.

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