“¡Cosas
veredes, amigo Sancho, que farán fablar las pedras!”,
que diría D. Alonso Quijano, más conocido como Don Quijote de La
Mancha, aunque en realidad D. Miguel de Cervantes jamás escribiera
eso, sino que es, al parecer, herencia de un romance del Cantar
del Mío Cid con
una expresión similar. ¡Cosas veredes! Como que con la gestión de
esta pandemia del Covid-19, de repente, los líderes políticos de
países que han defendido a capa y espada la globalización y el
libre comercio hoy aparecen menos convencidos de sus beneficios.
Originalmente, con el fin producir a menores costos y ser más
competitivos, los gobiernos dejaron que sus empresas trasladaran las
fábricas a regiones donde se pueda producir al menor costo posible,
sin importar si eso significaba perder la soberanía que hoy están
reclamando. Pero ahora, la situación puede llevar a que los países
diseñen planes individuales o regionales y que las reglas del libre
comercio cambien.
Por
eso, cuando pase la crisis del Covid-19 y el mundo vuelva a una nueva
normalidad, la pregunta es si la globalización que regía hasta el
año pasado se mantendrá igual. O si emergerá un nuevo orden
mundial, como ya ocurrió en 1945 tras finalizar la Segunda Guerra
Mundial, cuando aparecieron instituciones globales como las Naciones
Unidas, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y se
sentaron las bases de lo que más tarde sería la Organización
Mundial de Comercio (OMC). El debate sobre lo que ocurrirá con la
globalización tomará al menos este año, en un escenario de
desplome del comercio mundial y de una gran contracción de la
economía, igual o más profunda que la registrada en la década de
1930.
La
OMC ya presentó hace semanas sus proyecciones sobre el comercio para
este y el próximo año y calcula que el comercio caerá abruptamente
en todas las regiones del mundo y que en el mejor de los casos
retrocederá 13%, aunque la caída podría ser de hasta un 32%. Pero
las mismas fuerzas del mercado y las necesidades para luchar contra
la pandemia pueden jugar a favor del libre comercio y de la
globalización, ya que los gobiernos no pueden hacer lo suficiente
actuando solos. A todos los países les interesa cooperar para
mantener seguro el comercio de productos médicos porque, aunque la
falta de producción por la cuarentena tuvo un tremendo impacto sobre
la confianza en el proveedor externo en un mundo donde el 20% de los
bienes intermedios que se producen en el mundo se originan en China,
se reforzó la preferencia por “lo local” que ya expresaban
muchos consumidores de Europa y los Estados Unidos, expandiéndose
por otros eslabones de las cadenas productivas, y fortaleció las
nuevas versiones del “vivir con lo nuestro” impulsadas por la
actual administración norteamericana, capitaneada por Donald J
Trump.
Pero
ningún país es auto suficiente, no importa lo poderoso o avanzado
que sea, de ahí que el 2021 se proyecta como un año de expansión,
porque los países irán retomando paulatinamente sus actividades y
las empresas volverán a operar con normalidad. La reactivación de
la economía va en paralelo con el crecimiento del comercio. Las
reacciones iniciales de los países han sido de defensa de la
soberanía, al final se incentivará una nueva y más radical forma
de globalización y los avances tecnológicos harán que sea
posible, porque permitirán reducir el movimiento de personas por el
mundo, que son las que propagan los contagios y las pandemias. La
caída de costos a causa de la revolución tecnológica está
impulsando el comercio de servicios. También ha permitido
digitalizar bienes que antes eran físicos como libros o música. En
la actualidad, los problemas tecnológicos ya se arreglan de forma
remota. Reemplazar el trabajo presencial de las personas por el
teletrabajo será masivo en las empresas. Y si hay menos personas
moviéndose por el mundo se habrá encontrado un antídoto para el
próximo coronavirus, que puede aparecer en cualquier parte del
planeta.
Salvado
el aspecto del futuro económico previsto, hoy los discursos
“contraglobalización” se dirigen principalmente a tres sectores:
seguridad; salud y alimentación.
-
El primero tiene que ver especialmente con las potencias militares
EEUU, China y Rusia y en menor medida Europa, con una visión amplia
de la seguridad, que involucre al petróleo, los dos sectores
mencionados arriba (salud y alimentación), pero también la
internet, el desarrollo tecnológico, el transporte y la producción
aeronáutica y espacial.
-
En salud, las actividades de investigación y desarrollo deberían
sufrir un impacto directo, empezando por una mayor dificultad en
compartir información científica entre investigadores de distintos
países. La producción de equipos y drogas básicas será otra
actividad que tenderá a la “desglobalización” sobre todo en los
países centrales como EEUU y UE. Aquí tanto China como India y en
algún caso la misma UE pueden ser afectadas.
-
Por último, los alimentos. Hoy las redes de abastecimiento están
muy extendidas y operan en muchos casos casi just in time. El
efecto de la pandemia será, seguramente, la vuelta a los stocks
estratégicos, al rol del estado como gestor asegurando la seguridad
(valga la redundancia) alimentaria, y a la promoción de producción
local para asegurarse el abastecimiento de la población.
En
este panorama surge una pregunta que es en cuanto tiempo se notarán
estos efectos, o si la potencia de los factores pro globalización
(por ejemplo, la elevada interconexión de datos y comunicaciones)
logrará reconstruir los pilares de la globalización (cuando ya
algunos de ellos estaban empezando se ser cuestionados antes de la
pandemia) y dar paso a una mejor versión de la misma (una versión
mundial del “volvimos, pero mejores”). Es claro que no todos los
países pueden producir lo que necesitan para alimentar a sus
poblaciones, pero es probable que los que puedan empiecen a
reestructurar sus sistemas de abastecimiento teniendo en cuenta la
seguridad alimentaria. Esto implicaría una vuelta al fomento de la
producción local y al aseguramiento de las estructuras logísticas
de aprovisionamiento incluyendo los stocks de seguridad e
intervención. Conviene notar que, al menos en el mundo desarrollado,
muchos consumidores estaban ya priorizando el consumo local (el
movimiento de “kilómetro cero”). Estos consumidores aceptarían,
hasta cierto punto, un aumento de los precios internos de los
alimentos si los mismos son producidos localmente.
En
este contexto, un escenario de precios a la baja y mayores
dificultades de colocar en el exterior productos alimenticios
nacionales tiene una probabilidad no menor de materializarse. De este
modo, no es un escenario improbable que en el período post pandemia
– y por varios años – nuestra sociedad tenga que lidiar no solo
con los costos humanos de la misma, con un sector productivo muy
golpeado por la interrupción de la actividad, con los efectos de un
estancamiento que lleva años golpeando el país, con una negociación
de la nueva deuda pública que genere pesadas cargas sino también
con un mundo donde los países se cierran en sí mismos, quedando
nosotros afuera. Sería conveniente comenzar a pensar cómo transitar
ese escenario.
Las
crisis no hay que verlas siempre catastróficas, pues la mayoría de
las veces se convierten en una oportunidad para reflexionar sobre
cómo hemos debilitado al planeta y a sus habitantes y cómo corregir
el curso depredador buscando el interés colectivo. Pese al rastro de
dolor que dejan las pandemias, no es menos cierto que históricamente
han contribuido a mejorar la salubridad pública e impulsar avances
de la ciencia y de la medicina; como fue el caso de la peste negra
del siglo XIV, que mató a un tercio de la población europea, dando
origen al concepto de salud pública que se enfoca en la calidad del
aire y el manejo de excrementos y basuras.
Estos
retos le han permitido a las sociedades superar las crisis con
avances científicos de vacunas sin recurrir a las ‘teorías de la
conspiración’, propias de la actual polarización política para
buscar un culpable. En la coyuntura actual se habla del ‘coronavirus
chino’ buscando un impacto xenófobo que cierra fronteras y
exacerba nacionalismos, muy del corte populista de Trump (entre
otros), para ocultar el pulso perdido en la ‘guerra comercial’
con el gigante asiático. Con Trump, Estados Unidos está perdiendo
la partida, no solo contra China, sino contra otros bloques que no se
subordinan a la ‘ley del garrote’. Entre las dos pesas está la
Comunidad Económica Europea, ante todo con una Alemania mejor
amparada por los sistemas públicos de educación y salud y su alta
inversión en ciencia y tecnología. Se tomarán medidas de
emergencia a corto plazo, las nuevas tecnologías hacen viable el
teletrabajo y permiten vigilar a los pacientes impidiendo así la
propagación del virus, pero, ¿quiénes piensan en el largo plazo y
evalúan críticamente el modelo económico que privilegia el interés
de unos pocos, si los avances científicos y tecnológicos deben
servir al interés colectivo, o estar al servicio del mercado?
Más
que erradicar el virus, los sistemas sanitarios tendrán que
enfocarse en observar la evolución de la enfermedad, gobernar su
presencia y orientar comportamientos colectivos que reduzcan sus
efectos nocivos. Por lo demás, la humanidad siempre ha convivido con
virus y bacterias, y deberá seguir haciéndolo, solo que ahora la
dimensión global de los intercambios sociales exige de más ciencia
y conocimiento para interactuar con ellos, de más solidaridad y
capacidad de acuerdos en el interior de los estados y entre estados,
para potenciar verdaderos sistemas de gobernanza regional y global.
Nadie
duda hoy de que esta pandemia, (recordemos que está reconocida como
tal por la Organización Mundial de la Salud el 11 de marzo de 2020),
es un producto de la globalización. Sin los flujos inéditos hasta
ahora de personas, mercancías e información que caracterizan a esta
nuestra era, sería imposible un brote de estas proporciones. El
rasgo más distintivo de esta pandemia es que la conexión digital la
convierte en una experiencia compartida en tiempo real en todo el
mundo. La epidemia de “gripe española” de hace un siglo afectó
a muchas partes del mundo simultáneamente, pero este conocimiento
vino después. Lo concreto de este tipo de experiencia globalizada es
que es también diferenciadora; sabemos de amigos, vecinos... y
famosos que son víctimas del virus, y podemos sentir espasmos de
empatía. La incógnita que se abre es si las secuelas de la crisis
sanitaria, y de la crisis económica inducida para acotarla, van a
llevar a una mayor cooperación internacional o, por el contrario, a
un mundo más cerrado y menos cooperativo. Ambas son respuestas
posibles para evitar que vuelva a producirse un brote como este en el
futuro. Las consecuencias de seguir uno u otro camino serán
dramáticamente diferentes.
En
definitiva, la pandemia de Covid-19 es hija de la globalización:
¿será su salvadora o su sepulturera?
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