Ha coincidido la publicación de las últimas cifras de la Encuesta de población activa en España con la negociación entre patronal y sindicatos cerca de la reforma laboral. Y el análisis conjunto de ambos hechos ofrece un escenario (no concluyente, por supuesto) que permite sosegadamente enfocar con mejor criterio hacia dónde vamos y hacia dónde queremos ir.
Empezando por el primer punto, la cifra mareante de 5.300.000 parados asusta, ya que, por si no se había percibido, la evolución y el mantenimiento de cifras similares desde el estallido de la burbuja inmobiliaria refleja la evidencia de que la crisis no es coyuntural sino estructural, es decir, y vamos al segundo punto, parece confirmarse que, con el modelo actual, no hay trabajo para todos, al menos como se ha entendido tradicionalemente. Basta ya, entonces, de luchas defendiendo unos supuestos "privilegios" de los actuales empleados, basta de separación entre los intereses "diferentes" de los creadores de empleo y de los trabajadores, porque al final, lo que se ha de estudiar es el cambio de modelo, hasta dónde ha de cambiar y cómo.
Pero aquí cabe un desviación argumental: dando por sentado que las cifras de paro no están contaminadas en demasía por la economía sumergida, lo cierto es que, en ese marco, el gasto social se dispara y el peso de la colaboración exigida a cada ciudadano por su cuota de mantenimiento del sistema, crece sin parar. Y, a unos ingresos escasos al erario corresponden unas prestaciones que, comparando con el resto de nuestra Europa, resultan ridículas (por ejemplo, el salario mínimo de nuestro país se sitúa en la mitad aproximada de la media del entorno), considerando que en esos países vecinos también están castigados por la crisis. Volvemos a lo anotado: la crisis es estructural y lo que hay que ver, mas allá de aplicar los parches puntuales correspondientes, es qué se ha de cambiar de la estructura.
Y una nueva desviación, ya apuntada en entradas anteriores: ¿no serviría de ayuda en la actual situación una lucha decidida contra el fraude fiscal? Claro que esa decisión representa definir previamente dónde y cómo se oculta el dinero, revisar algunas normas fiscales (como las de las SICAV sin ir más lejos) y llevar a la práctica el eternamente pospuesto plan de lucha coordinado contra la permisividad de los paraísos fiscales.
¿Utopías? Quizá, pero siempre es mejor plantearse una utopía de largo recorrido creíble que centrarse SOLO en las soluciones del día a día. Siempre es mejor plantearse el coste de llevar el barco a la atarazana para arreglar las vías de agua que la labor constante y extenuante de intentar SOLO taponar agujeros en alta mar.