Se dice que lo mejor en esta sociedad es ser apolítico. Craso error, que deriva del consejo, ese sí, de la conveniencia de ser apartidista, que es otra cosa porque nadie es apolítico. Todos tenemos unos ideales alrededor de las formas de convivencia que suelen cuajar en el apoyo a la formación política que dice defenderlos, pero recapacitemos en que, para mantener la dignidad personal, los valores auténticos siempre han de quedar por encima del fanatismo en que se convierte a veces el apoyo a unas siglas. Un ejemplo simple: si uno es partidario de una Sanidad pública universal y de calidad y el partido al que apoya la desmonta, uno debe tener derecho a criticarlo y a cuestionar el seguimiento (si no hay marcha atrás en ese desmontaje) a la formación de turno, y dice poco bueno de quien no lo hace y calla. O al menos ha de quedar incólume la objetividad y la capacidad de análisis.
Llama la atención, en esa deriva, que en los últimos meses estamos asistiendo a unas acciones "oficiales" de judicialización de las ideas, de demostradas intrigas ministeriales, de fabricación de falsos informes policiales y otras "perlas" que, al estar dedicadas al "malo de la película", que es la Catalunya que se presenta como la anti-España rediviva (nuevo error fácilmente comprobable con una ojeada a la Hemeroteca; cuando Catalunya pedía una consulta popular para revisar su relación DENTRO de España, fue el PP quien, en un alarde de inteligencia, vendió esa aspiración como deseo de "romper España" - que por cierto ya había roto el PP con su recurso sólo a un estatuto y no a todos los similares -, idea que fue cogida al vuelo por los independentistas, en progresión geométrica desde entonces, en paralelo a las acciones del gobierno). Y así estamos.
Lo preocupante es que, siguiendo el conocido proverbio de Confucio, aquel de "Cuando el sabio señala a la luna, el necio mira al dedo" el ciudadano medio que comulga sin más con lo que predica su partido se queda con la idea de que son acciones "para pararles los pies a estos catalanes" sin percatarse de que, en realidad lo relevante no es a quién van dirigidas EN ESTE MOMENTO, sino que son deleznables en sí mismas y deben combatirse por su facilidad de extenderse "como normales" a quien se considere enemigo.
Me recordaba todo esto un poema famoso atribuido erróneamente con frecuencia a Bertolt Brecht aunque realmente sea de Martin Niemöller (1892-1984), que se ordenó como pastor luterano en 1924 y que,a pesar de su inicial soporte a Hitler, a partir de 1933 fue uno de los primeros y más tenaces críticos del nazismo y constituyó un movimiento de resistencia denominado Iglesia Confesional. Como símbolo de la resistencia antinazi en que se había convertido, fue arrestado por la Gestapo en 1937 y declarado culpable de traición, siendo confinado hasta el final de la guerra en los campos de concentración de Sachsenhausen y Dachau.
Salvó la vida de milagro.
Después de la guerra, pronunció innumerables conferencias, concluyéndolas a menudo con el poema a que nos referimos y que reproducimos a continuación (existen diferentes versiones, con pequeñas variaciones).
Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista.
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata.
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista.
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío.
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.
En unos días en los que vuelven a cobrar actualidad obras como 1984 o Farenheit 451, en los que estamos dejando a nuestro hijos una indigna herencia que no merecen, en los que ya hemos estropeado el medio ambiente, hemos acabado con la ética personal, hemos creado una sociedad en la que el dinero lo ha corrompido todo (en la que además el “mardito parné” no ha conseguido darnos la felicidad), en la que tenemos continentes enteros muertos de hambre frente a la opulencia de otros, se han creado castas, como la de los políticos que no viven la realidad fastidiándonos la nuestra (y lo que es mucho peor, la de nuestros hijos), como decía Niemöller no es raro que “cuando vinieron a buscarme, no había nadie que pudiera protestar”.
Parece que es hora de tomar cartas en el asunto y dejar de mirar para otro lado, si esperamos que los demás resuelvan nuestros asuntos creyendo en falsos enemigos vamos a conseguir al final lo que decía el poema y ya será muy tarde.
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