Aviva es la marca con
la que se conoce en España a un importante grupo asegurador
británico, uno de los más solventes del mundo (para entendernos,
aquí es continuador de lo que un día fue Plus Ultra Seguros), y
especializado en seguros de vida y pensiones, que acaba de publicar
un interesante y documentado informe con el título de Pensiones en transición y el aclarador subtítulo de Un panorama internacional de los
retos que afrontan los sistemas de pensiones.
Tal como
se puede leer en la presentación del documento, en un momento en
el que las pensiones están a debate en todos los países del mundo,
el informe proporciona un panorama internacional de los retos que
afrontan los sistemas de pensiones, presenta y compara la variedad de
sistemas existentes, dando a conocer cómo los diferentes países
afrontan los retos demográficos así como el papel de las pensiones
privadas. El estudio es realmente exhaustivo y repleto de datos
comparativos y, además de hacer una descripción detallada de los
casos nacionales y modelos de pensiones, abarca las diferentes
contingencias (jubilación, supervivencia, incapacidad y
dependencia), sus condiciones de elegibilidad, cuantía de las
prestaciones, sus límites y compatibilidad, así como la
financiación y fiscalidad de los sistemas.
Las pensiones están a
debate en todos los países del mundo. A pesar de las grandes
diferencias que presentan “las demografías”, las instituciones y
las economías que se superponen a los sistemas de pensiones en cada
país, o grupos de países, las pensiones responden a un mismo
propósito y los sistemas que las causan presentan problemas de una u
otra índole en todos los países.
Las pensiones son, pues,
un fenómeno global, dotado de un dinamismo que a veces puede parecer
de baja velocidad, pero que a la postre se expresa mediante una
permanente transformación de los sistemas de pensiones existentes.
De ahí que, frente a un
enfoque de tipificación de “modelos de pensiones”, y su
comparativa, resulte más pertinente reparar en la similitud que
todos los sistemas declaran en sus principios protectores, las
condiciones que establecen o el cálculo de las prestaciones que
otorgan a los beneficiarios. Y, al mismo tiempo, reparar en las
diferencias que en estos mismos ámbitos existen.
Estas similitudes y
diferencias son las que, a la postre, en virtud de los procesos de
reforma acelerados que se han puesto en marcha en los últimos
lustros, y los procesos que pasarán también a la norma en los años
venideros, llevarán a los sistemas que hoy pueden parecer claramente
delimitados a mezclar sus características para responder de manera
similar a problemas comunes.
Por lejos que parezca
ahora esta perspectiva, todos los sistemas de pensiones del mundo se
encuentran en plena transición hacia esquemas más adaptados a una
demografía global gobernada por la convergencia en la denominada
“segunda transición demográfica” en la que sobresalen dos
tendencias decisivas:
1.- el descenso acusado
de la tasa de fecundidad hasta por debajo de los niveles de reemplazo
generacional y
2.- la extensión
aparentemente ilimitada de la esperanza de vida a todas las edades.
La primera de estas
tendencias socava las bases financieras de los sistemas de reparto,
poniendo en cuestión su sostenibilidad y, a la postre, su viabilidad
financiera. Mientras que la segunda tendencia, determina que los
sistemas de ahorro y capitalización, con sus bases actuales,
rendirían pensiones cada vez menores, si bien sostenibles, para que
los capitales acumulados puedan extenderse a medida que lo hace la
esperanza de vida.
Por estas razones se
aborda aquí el análisis de la incesante transición de los sistemas
de pensiones públicas en un caldo de cultivo en el que se mezclan la
similitud de los procesos demográficos, la
convergencia de las
culturas protectoras y la experimentación de los países más
dinámicos en la materia (avanzados o emergentes, anglosajones o
continentales, asiáticos, etc.).
“Pensiones en
transición” es, pues, un intento de presentar la increíble
variedad de sistemas existentes bajo un doble prisma que primero
descompone la luz en dicha rica diversidad para posteriormente
concentrarla y hacerla incidir en el punto focal en el que la
institución de las pensiones, con el concurso de todos los países,
modelos y sociedades, acabará reinventándose para asegurar la
protección de los trabajadores del siglo XXI.
La convergencia entre la
baja tasa de fecundidad y la alta esperanza de vida es un hecho
tangible en todo el mundo, lo que está induciendo una evolución de
los sistemas de pensiones, que deben afrontar estos dos retos que
ponen en cuestión la sostenibilidad financiera de los sistemas.
En
plata, que las tendencias en todo el mundo son las de disminuir el
importe de las pensiones públicas, aplicando a las mismas únicamente
criterios economicistas y no sociales y que, ante tal evidencia, el
único camino es el de complementar esas pensiones públicas con
aportaciones a Planes de Seguro privados. La pregunta del millón es
la de que si (al menos en nuestra España) las reformas laborales
permiten la proliferación (y el gobierno lo sabe) de sueldos de
auténtica miseria, ¿de dónde puede sacar el trabajador medio el
ahorro para formalizar un plan privado? Y sumémosle a eso la
angustia de saber que, si ahora los ingresos no llegan a cubrir los
gastos de subsistencia, en el futuro aún menos con una pensión (si
es que se puede acceder) bajo mínimos. Pero, eso sí, dicen los que
saben (?) que la recuperación económica es un hecho incuestionable.
Volviendo
al informe, en él se ofrece, de forma pormenorizada, una panorámica
internacional de cuál ha sido la evolución de los diferentes
sistemas de pensiones públicos y privados, su adaptación a la
realidad cambiante y los retos que afrontan en el medio y largo
plazo, comparando una veintena de países (Australia, Estados Unidos,
Irlanda, Reino Unido, Alemania, Francia, Polonia, España, Italia,
Portugal, Dinamarca, Suecia, Holanda, Brasil, Marruecos, Méjico,
China, Japón y Singapur), que el estudio agrupa en seis modelos de
pensiones: Anglosajón, Europa Central, Europa del Sur, Nórdicos,
Países Emergentes y Asia y eso porque cuando los problemas
son comunes, las soluciones no deberían ser divergentes. Pero a
efectos prácticos, cada país es diferente, por lo que
debería distinguirse entre países avanzados y países emergentes.
En el caso de los primeros, con niveles de protección altos, la
sostenibilidad se ve más comprometida cuanto mayor es el componente
de reparto. En el caso de los segundos, donde se dan contrastes de
protección y hay déficit de cobertura en amplias capas de la
población, se suelen adoptar soluciones de la mano de entidades
privadas..
La
lectura de todo el informe es altamente recomendable, aunque sea
sólo para ver las diferentes soluciones adoptadas para afrontar un
problema, no nos engañemos, común. En lo que sí se advierte un
criterio común es en la tendencia generalizada a retrasar la edad de
jubilación, con algún matiz secundario. Prácticamente coincide
España con países tan diferentes como Polonia, Dinamarca, Australia
y algún otro en elevar la edad de jubilación desde los 65 a los 67
años; la citada Australia junto con Suecia, ya ha iniciado el debate
interno para superar los 70 años, y, aunque de manera más sutil (al
ligar el cálculo de la pensión de jubilación a la esperanza de vida), es una
idea que se plantea, por ejemplo, en Italia y Holanda. Precisamente
ese factor, la esperanza de vida, es el que hace que en países como
Marruecos o China se mantenga la edad de jubilación en los 60 años.
Y, desde
luego, el standard en el análisis comparativo de todos los
territorios es el de considerar la jubilación y la pensión, no como un derecho
laboral/social, sino como un mero instrumento útil para aumentar la
rentabilidad de las entidades financieras y/o aseguradoras en la
comercialización de sus planes de pensiones privados. Ante el
dolce far niente complaciente de las autoridades. En todos
sitios.
Malos
tiempos para la lírica...
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