miércoles, 3 de mayo de 2017

Pensiones ¿y futuro?


Aviva es la marca con la que se conoce en España a un importante grupo asegurador británico, uno de los más solventes del mundo (para entendernos, aquí es continuador de lo que un día fue Plus Ultra Seguros), y especializado en seguros de vida y pensiones, que acaba de publicar un interesante y documentado informe con el título de Pensiones en transición y el aclarador subtítulo de Un panorama internacional de los retos que afrontan los sistemas de pensiones.

Tal como se puede leer en la presentación del documento, en un momento en el que las pensiones están a debate en todos los países del mundo, el informe proporciona un panorama internacional de los retos que afrontan los sistemas de pensiones, presenta y compara la variedad de sistemas existentes, dando a conocer cómo los diferentes países afrontan los retos demográficos así como el papel de las pensiones privadas. El estudio es realmente exhaustivo y repleto de datos comparativos y, además de hacer una descripción detallada de los casos nacionales y modelos de pensiones, abarca las diferentes contingencias (jubilación, supervivencia, incapacidad y dependencia), sus condiciones de elegibilidad, cuantía de las prestaciones, sus límites y compatibilidad, así como la financiación y fiscalidad de los sistemas.

Las pensiones están a debate en todos los países del mundo. A pesar de las grandes diferencias que presentan “las demografías”, las instituciones y las economías que se superponen a los sistemas de pensiones en cada país, o grupos de países, las pensiones responden a un mismo propósito y los sistemas que las causan presentan problemas de una u otra índole en todos los países.

Las pensiones son, pues, un fenómeno global, dotado de un dinamismo que a veces puede parecer de baja velocidad, pero que a la postre se expresa mediante una permanente transformación de los sistemas de pensiones existentes.

De ahí que, frente a un enfoque de tipificación de “modelos de pensiones”, y su comparativa, resulte más pertinente reparar en la similitud que todos los sistemas declaran en sus principios protectores, las condiciones que establecen o el cálculo de las prestaciones que otorgan a los beneficiarios. Y, al mismo tiempo, reparar en las diferencias que en estos mismos ámbitos existen.

Estas similitudes y diferencias son las que, a la postre, en virtud de los procesos de reforma acelerados que se han puesto en marcha en los últimos lustros, y los procesos que pasarán también a la norma en los años venideros, llevarán a los sistemas que hoy pueden parecer claramente delimitados a mezclar sus características para responder de manera similar a problemas comunes.

Por lejos que parezca ahora esta perspectiva, todos los sistemas de pensiones del mundo se encuentran en plena transición hacia esquemas más adaptados a una demografía global gobernada por la convergencia en la denominada “segunda transición demográfica” en la que sobresalen dos tendencias decisivas:
1.- el descenso acusado de la tasa de fecundidad hasta por debajo de los niveles de reemplazo generacional y
2.- la extensión aparentemente ilimitada de la esperanza de vida a todas las edades.

La primera de estas tendencias socava las bases financieras de los sistemas de reparto, poniendo en cuestión su sostenibilidad y, a la postre, su viabilidad financiera. Mientras que la segunda tendencia, determina que los sistemas de ahorro y capitalización, con sus bases actuales, rendirían pensiones cada vez menores, si bien sostenibles, para que los capitales acumulados puedan extenderse a medida que lo hace la esperanza de vida.

Por estas razones se aborda aquí el análisis de la incesante transición de los sistemas de pensiones públicas en un caldo de cultivo en el que se mezclan la similitud de los procesos demográficos, la
convergencia de las culturas protectoras y la experimentación de los países más dinámicos en la materia (avanzados o emergentes, anglosajones o continentales, asiáticos, etc.).

Pensiones en transición” es, pues, un intento de presentar la increíble variedad de sistemas existentes bajo un doble prisma que primero descompone la luz en dicha rica diversidad para posteriormente concentrarla y hacerla incidir en el punto focal en el que la institución de las pensiones, con el concurso de todos los países, modelos y sociedades, acabará reinventándose para asegurar la protección de los trabajadores del siglo XXI.

La convergencia entre la baja tasa de fecundidad y la alta esperanza de vida es un hecho tangible en todo el mundo, lo que está induciendo una evolución de los sistemas de pensiones, que deben afrontar estos dos retos que ponen en cuestión la sostenibilidad financiera de los sistemas.

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En plata, que las tendencias en todo el mundo son las de disminuir el importe de las pensiones públicas, aplicando a las mismas únicamente criterios economicistas y no sociales y que, ante tal evidencia, el único camino es el de complementar esas pensiones públicas con aportaciones a Planes de Seguro privados. La pregunta del millón es la de que si (al menos en nuestra España) las reformas laborales permiten la proliferación (y el gobierno lo sabe) de sueldos de auténtica miseria, ¿de dónde puede sacar el trabajador medio el ahorro para formalizar un plan privado? Y sumémosle a eso la angustia de saber que, si ahora los ingresos no llegan a cubrir los gastos de subsistencia, en el futuro aún menos con una pensión (si es que se puede acceder) bajo mínimos. Pero, eso sí, dicen los que saben (?) que la recuperación económica es un hecho incuestionable.

Volviendo al informe, en él se ofrece, de forma pormenorizada, una panorámica internacional de cuál ha sido la evolución de los diferentes sistemas de pensiones públicos y privados, su adaptación a la realidad cambiante y los retos que afrontan en el medio y largo plazo, comparando una veintena de países (Australia, Estados Unidos, Irlanda, Reino Unido, Alemania, Francia, Polonia, España, Italia, Portugal, Dinamarca, Suecia, Holanda, Brasil, Marruecos, Méjico, China, Japón y Singapur), que el estudio agrupa en seis modelos de pensiones: Anglosajón, Europa Central, Europa del Sur, Nórdicos, Países Emergentes y Asia y eso porque cuando los problemas son comunes, las soluciones no deberían ser divergentes. Pero a efectos prácticos, cada país es diferente, por lo que debería distinguirse entre países avanzados y países emergentes. En el caso de los primeros, con niveles de protección altos, la sostenibilidad se ve más comprometida cuanto mayor es el componente de reparto. En el caso de los segundos, donde se dan contrastes de protección y hay déficit de cobertura en amplias capas de la población, se suelen adoptar soluciones de la mano de entidades privadas..

La lectura de todo el informe es altamente recomendable, aunque sea sólo para ver las diferentes soluciones adoptadas para afrontar un problema, no nos engañemos, común. En lo que sí se advierte un criterio común es en la tendencia generalizada a retrasar la edad de jubilación, con algún matiz secundario. Prácticamente coincide España con países tan diferentes como Polonia, Dinamarca, Australia y algún otro en elevar la edad de jubilación desde los 65 a los 67 años; la citada Australia junto con Suecia, ya ha iniciado el debate interno para superar los 70 años, y, aunque de manera más sutil (al ligar el cálculo de la pensión de jubilación a la esperanza de vida), es una idea que se plantea, por ejemplo, en Italia y Holanda. Precisamente ese factor, la esperanza de vida, es el que hace que en países como Marruecos o China se mantenga la edad de jubilación en los 60 años.

Y, desde luego, el standard en el análisis comparativo de todos los territorios es el de considerar la jubilación y la pensión, no como un derecho laboral/social, sino como un mero instrumento útil para aumentar la rentabilidad de las entidades financieras y/o aseguradoras en la comercialización de sus planes de pensiones privados. Ante el dolce far niente complaciente de las autoridades. En todos sitios.

Malos tiempos para la lírica...

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