No hace muchos días,
durante una de mis cotidianas caminatas, observé que se formaba un
cierto tumulto de gente en una rotonda a la que me aproximaba. Cuando
ya estuve más cerca, pude comprobar que, al parecer, un coche había
invadido el paso de peatones con su semáforo en rojo y había estado
a punto de atropellar a un peatón, aunque todo había quedado,
afortunadamente, en un susto. No sé si era casualidad que estuviera
allí o los espectadores lo habían llamado pero en esos momentos un
Guardia Urbano procedía a identificar al presunto infractor. Y
mientras yo cruzaba el semáforo siguiendo mi trayecto, tuve tiempo
de oír a éste, muy airado, gritarle al guardia:
-¡Usted no sabe quién soy
yo!
Yo, que me alejaba, ya no oí
la respuesta ni fui testigo de lo que viniera a continuación, pero
sí sé que MI respuesta hubiera sido del tipo de:
- Sí que lo sé; usted es
un conductor que ha estado a punto de cometer un atropello. Eso, y no
otra cosa, es lo que importa ahora.
Pero la verdad es que, más
allá de la anécdota, la pregunta de "¿Quién soy yo?"
tiene su miga. Dicen los psicólogos expertos en comportamiento que
una de las razones de más peso por la que en los ascensores el tema
de conversación más socorrido sea el del tiempo que hace es,
precisamente, el de evitar como sea entrar en callejones sin salida
del tipo ¿Y usted, quién es? Porque, a ver, ¿quiénes
somos? ¿Qué debe prevalecer en la definición? ¿La familia, los
estudios, el trabajo, la residencia, el origen, los hobbies,...?
Claro, que de todo hay en la
viña del Señor, y, lógicamente, de gente que, sin confundir la
gimnasia con la magnesia, intenta manipular a su antojo con una u
otra, basándose en el guirigay que puede suscitar la pregunta de
marras. Es lo que pretendió el expresidente de Uruguay, Luis Alberto
Lacalle Herrera1,
que en una reciente entrevista2
se definió "Tengo 75 años y soy patriota"... y se quedó
tan ancho, porque, con todo el respeto, lo que hace es manipular con
una forma de expresar un sentimiento (¿o alguien que discrepe de él
ya no es patriota?).
Cabe aplicar la pregunta a
una persona, aunque parezca una perogrullada, desde que nace hasta
que muere, o, para expresarlo más gráficamente, desde que la
respuesta al ¿quién es? pasa del "el hijo (o el nieto)
de..." al "el abuelo de..." con todos los pasos
intermedios que conlleva la evolución en el trayecto vital: "el
hermano de...", "el alumno de...", "el que vino
de...", "el vecino del 3º", "el abogado",
"el presidente de la AMPA", "el que siempre cuenta
chistes", y un largo etcétera, diferente para cada persona,
que, en conjunto, forman el mosaico (los datos de la íntima
Wikipedia de cada cual, diríamos) del ¿quién soy?. La
personalidad es, pues, un poliedro de múltiples caras, pero de una
sola apariencia; en efecto, salvo casos patológicos de doble
personalidad del tipo del doctor Jekill y el señor Hyde, una persona
es perfectamente maleable en este aspecto y aplica la respuesta
correspondiente a cada pregunta de ¿quién eres? que recibe,
dentro del prolijo catálogo de que dispone sin, normalmente, ni
planteárselo.
Hay un aspecto de estas
reflexiones que no se puede pasar por alto: todas las respuestas
posibles, conformadoras de una personalidad única, tienen un
trasfondo relacionado con algún asunto vital. ¿Todas? Si nos
fijamos con atención, queda excluida de esta circunstancia una
respuesta de utilización común, pero que, por sí sola, no aporta
absolutamente ninguna información válida al ¿quién eres?:
el nombre. El nombre es el código que se nos asigna para que un
tercero no nos confunda con otra persona, pero es totalmente ajeno a
la persona y al poliedro de su personalidad, al "quién es";
yo soy yo (y mi circunstancia, en palabras de Ortega y Gasset) con
independencia de que me llame Perico Palotes, Nabucodonosor Pi o
Aitor Chorizogoitia Butifarramendi3.
No son teorías. Imaginemos que una persona despierta en el hospital
de un coma amnésico sin saber, en ese momento, quién es, y,
lógicamente, lo pregunta a los presentes, médicos, familiares,
etc.: ¿Quién soy? Como puede imaginarse, recibirá
respuestas del tipo "eres mi marido", "mi hermano",
"mi amigo",... cada una de ellas conteniendo una referencia
vital que, sin duda, favorecerá la reubicación del amnésico. Pero,
claro, si le contesta el personal del hospital, lo más probable es
que le digan "Usted es Juan López", es decir, no le dan
ninguna información válida porque, como mantenemos, el nombre es
ajeno al ¿quién soy?
Pertenece
al Evangelio de San Mateo aquella máxima de "por sus obras los
conoceréis" (bueno, la verdad es que el Evangelio habla de
frutos, no de obras, comparando los buenos o falsos
profetas con los árboles frutales o espinosos y estériles, pero ya
se entiende, ¿no?) y, a otro nivel cabe situar el conocimiento del
nombre, que puede contribuir a formar todo el poliedro pero sin por
eso tapar con el nombre ninguna cara.
Volviendo
a la anécdota del principio, lo relevante es que se trata de una
aparente infracción de tráfico y como tal hay que enfocarla; el
nombre, el "usted no sabe quién soy" se convierte en
agravante al mostrar realmente "quién es". Y es que, entrando ya en terrenos más eruditos, aunque suficientemente trillados, el “¿Quién soy yo?” es una de esas preguntas existenciales
que, si no sabemos responder, pueden llegar incluso a convertirse en un
obstáculo a la hora de ser felices. Saber quién es uno mismo (y, ya puestos, hacia
dónde queremos ir) es una de las bases para encontrar el bienestar, no ya el asociado a los grandes proyectos, particularmente su se es consciente de que el tiempo de éstos ha pasado, sino en todos los detalles de la cotidianidad.
Pero no hay nada que nos haga suponer que la capacidad para plantearse adecuadamente y responder con éxito la cuestión "¿quién soy yo?" sea en sí misma una capacidad innata, algo inamovible e independiente de nuestras elecciones ya que el obtener respuesta va ligado a nuestro conocimiento auténtico de las caras que conforman nuestro poliedro, de manera que la respuesta en cada momento viene matizada desde el enfoque a la cara que corresponde. Y dicen los estudiosos del tema que en ocasiones, es necesario hacernos esta pregunta para poder seguir creciendo y desarrollándonos como persona, pues es un indicador fiable para verificar que estamos en el camino correcto.
Pero no hay nada que nos haga suponer que la capacidad para plantearse adecuadamente y responder con éxito la cuestión "¿quién soy yo?" sea en sí misma una capacidad innata, algo inamovible e independiente de nuestras elecciones ya que el obtener respuesta va ligado a nuestro conocimiento auténtico de las caras que conforman nuestro poliedro, de manera que la respuesta en cada momento viene matizada desde el enfoque a la cara que corresponde. Y dicen los estudiosos del tema que en ocasiones, es necesario hacernos esta pregunta para poder seguir creciendo y desarrollándonos como persona, pues es un indicador fiable para verificar que estamos en el camino correcto.
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1Para
resumir, el personaje, de la familia Herrera, es el "propietario"
del Partido Nacional, que junto con el Partido Colorado, se alterna
en la administración del país prácticamente desde su
independencia, efectuándola como si gestionaran un patrimonio
privado. Al final del quinquenio de su presidencia 1990-1995, se vio
acorralado por numerosos casos de corrupción de cuyas pruebas se
defendió sin negarlas y diciendo simplemente que eran parte de "una
campaña en su contra" (¿de qué me suena a mí eso?).
2La
Vanguardia (Barcelona), 17-06-2017, "La contra"
3Que
nadie piense que es una chanza sobre el euskera, por favor; al
contrario, se trata del recuerdo afectuoso de un viejo compañero de
estudios, navarro de Elizondo, que solía hacer esta broma con sus
propios apellidos, de fonética similar a la de esta expresión. Si
está leyendo estas líneas ya sabe que le envío un abrazo.
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