Joseph Goebbels, ministro
para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich entre
1933 y 1945 y uno de los colaboradores más cercanos de Adolf Hitler,
pasará a la pequeña historia por ser el autor de la conocida frase
“Una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una
verdad”, que viene al pelo (olvidando desde este momento al
personaje, su régimen político y la época histórica que representa, por favor) para analizar algunos
mantras que oímos recurrentemente desde hace algún tiempo,
referidos particularmente a compensar ante terceros la demostrada
incapacidad de nuestros gobernantes en negociar ese conflicto que
según afirman es el primer problema de España y cuyo final no se
adivina precisamente satisfactorio.
Sin que se sepa bien a
ciencia cierta (la información sesgada en este tema es
indisimulable) qué es lo que se pide, por qué, y cómo ha
evolucionado el asunto en los últimos 6 años por unos y otros para
estar en la espiral en la que estamos, todo ello para poder opinar y
argumentar con objetividad y criterio formado, lo cierto es que lo
que más se oye es el mensaje del Ejecutivo de que, como estamos
en una democracia sujeta al imperio de la Ley, lo que se pide es
ilegal pues no está contemplado directamente por ninguna ley
y debe ser considerado como delito, porque la Ley está para
cumplirse en democracia.
Y,
claro, a fuerza de repetirlo una y otra vez sin que los medios
"críticos y objetivos" se atrevan a cuestionar ni una
coma...
Estas afirmaciones,
ideologías partidistas aparte, merecen analizarse objetivamente
porque, juntas, denotan un desconocimiento preocupante de los
principios de la Política (con mayúsculas). Únicamente, antes de
entrar en un análisis objetivo, resulta insoslayable notar la
incoherencia de la premisa: ¿cómo puede decir (y que los buenos
periodistas criticos, que los hay, no señalen la contradicción)
quien incumple reiteradamente leyes vigentes, como la de Memoria
Histórica entre otras, por poner un ejemplo, por no recordar
Directivas europeas, que la Ley está para cumplirse? ¿O es
que sólo se han de cumplir las que interesan a una parte?
Pero vayamos al plano
teórico; cuando, en el primer curso de Ciencias Políticas, se
estudian las formas de gobierno, encontramos estas definiciones (que
aquí nos hemos tomado la libertad de citar las del DRAE para evitar
cualquier sesgo partidista de los autores):
Dictadura.-
Régimen político que,
por la fuerza o violencia, concentra todo el poder en una persona o
en un grupo u organización y reprime los derechos humanos y las
libertades individuales. (continuando con el DRAE, el término
"violencia" no se limita a la física)
Democracia.-
3. f. Doctrina política según
la cual la soberanía reside en el pueblo, que ejerce el poder
directamente o por medio de representantes.
4. f. Forma de sociedad que
practica la igualdad de derechos individuales, con independencia de
etnias, sexos, credos religiosos, etc.
Y el imperio de la ley
es un concepto jurídico-político de definición formal que
generalmente se entiende en el sentido de la primacía de la ley
sobre cualquier otro principio gubernativo. En cierto sentido, el
concepto de imperio de la ley es similar al concepto anglosajón rule
of law, pero no debe confundirse con otros, como los germánicos
Rechtsstaat —Estado de derecho1—
y Verfassungsstaat —Estado constitucional de derecho—, con el
principio de legalidad o con los conceptos de legitimidad, legalidad,
cultura de la legalidad, gobernanza, etc.
Como ya se habrá
observado también se incluye en los elementos a analizar el de
dictadura y esto es así porque se ha de tener en cuenta que un
Estado tiene que amoldarse al Derecho Común (o terminar con él para
imponerse), que en modo alguno es un concepto estático, sino
dinámico, como ya fue puesto de manifiesto en el siglo I por el
jurista del emperador Trajano Javoleno Prisco, que en su Epistulae
nos dice que "En Derecho de las personas, toda definición es
peligrosa, pues es difícil que no tenga que ser alterada".
Por definición, una dictadura obliga a cumplir SUS leyes, con
independencia de que hayan recogido la evolución social, mientras
que una auténtica democracia es sensible a esta evolución para ir
modificando la normativa, en el bien entendido de que una evolución
no ha de ser uniforme, y puede afectar sólo a un segmento de la
ciudadanía; cobra valor, en ese sentido, la definición de la
democracia como forma de gobierno, a la luz de la progresiva
adecuación de las leyes en los países modernos a la Declaración de
los Derechos Humanos: "Democracia es el sistema de gobierno
en el que las decisiones de la mayoría escuchan y atienden las
necesidades de las minorías".
Con sólo lo detallado
hasta ahora, ya es notable la ensalada mental que exhiben muchos
integrantes de nuestra clase política en el uso a diestro y
siniestro de consignas que mezclan conceptos contrapuestos,
chirriantes en la aplicación indiscriminada a un roto o a un
descosido. Esto, que pueden parecer meras teorías políticas, tiene
más sentido común (que ya dijo el Nobel George Bernard Shaw que es
el menos común de los sentidos) del que cabe pensar, y para intentar
mostrarlo, acudiremos a un campo alejado y no contaminado por la
política como el (apasionante por otra parte) mundo de los números.
Estamos familiarizados a
convivir con los números para muchas aplicaciones de nuestra vida
cotidiana, tenemos asumido casi sin pensarlo su valor y su expresión
gráfica, y por confort o por pereza mental, estamos a gusto pensando
que ha sido así desde el origen de las civilizaciones y que
perdurará así, como nosotros lo conocemos, in sæcula sæculorum (es lo que también pasa con los territorios, por cierto, que creemos inconscientemente que siempre han sido, y serán, como nosotros los hemos conocido).
Pues no, y de su evolución
también podemos extraer enseñanzas. Situémonos en el Imperio
Romano, tan poderoso que había creado su propia notación numérica,
ya sabéis, esa de I, V, X, L, C, D y M para 1, 5, 10, 50, 100, 500 y
1.000. Muy bonitos, sí, pero algo farragosos a la hora de hacer
cálculos con ellos, como se quejaban los astrónomos, astrólogos,
matemáticos y comerciantes de la época, que anhelaban un sistema que les
permitiera llegar con facilidad a resultados y registrar las cifras
importantes, lo que hizo que los abaquistas (que eran capaces de
realizar cálculos con el ábaco con rapidez y fiabilidad) se
hicieran de oro. Sin embargo, hacia el año 500, la India ya disponía
de los tres elementos cruciales para el desarrollo del sistema
decimal: diez dígitos diferentes, valor posicional de cada uno de
ellos en cualquier cifra ¡y el concepto del cero! Por su descubierta
facilidad de uso, el método fue acogido y usado con entusiasmo por
el mundo islámico (de ahí que los números se conozcan,
erróneamente, como arábigos) y se dice que fue Leonardo
Fibonacci, un matemático de Pisa asentado en la actual Argelia,
quien introdujo el método en Europa hacia el año 1200. Pero, si
bien el método fue recibido con aplausos por el público culto y
tuvo un impacto profundo en el pensamiento matemático europeo, nunca
llueve a gusto de todos, y los abaquistas profesionales se sintieron
amenazados porque fueron los primeros en advertir que el nuevo método
ponía al alcance de todos la realización de cálculos; para colmo,
el conocimiento del nuevo método coincidió con la época de las
cruzadas contra el islam y el clero (depositario del conocimiento)
recelaba de cuanto oliera a árabe.
Así las cosas, en 1299, la
floreciente Florencia prohibió y situó fuera de la ley, sujeto a
castigo, el uso de los números arábigos sólo porque sus sinuosos
símbolos eran más fáciles de falsificar (un 0 podía convertirse
con facilidad en un 6 o un 9, un 1 podía transformarse en un 7,
etc.) que las sólidas I o V romanas. Como consecuencia, los números
arábigos no acabaron de ser aceptados en Europa hasta el siglo XVII,
aunque es notorio desde entonces que hoy se ha dado la vuelta a la
tortilla y los números romanos han quedado relegados a los casos en
que no hace falta calcular nada: numeración de documentos legales,
capítulos de libros, notación de los siglos, etc.
Pero nos queda la
constatación de cómo un poder público decide alegremente tachar de
ilegal (o al revés, según sea el caso), a su
conveniencia, cualquier actividad, aunque sea beneficiosa para sus
gobernados. Y como las meigas gallegas, ejemplos, haberlos,
haylos.
Sigamos con los números.
Estamos tranquilos porque dominamos con soltura (está bien, unos con
más soltura que otros) el sistema numérico decimal en todo lo que
hacemos y tendemos a creer que es el único y el mejor; dejemos
aparte lo de que sea o no el mejor, que eso va a gustos según para
qué se aplica, pero, desde luego, sistema único, no.
Desde que la persona tuvo
la necesidad de contar cosas, los sistemas de numeración ensayados
han sido variados, empezando, quizá, por los que usaban por ejemplo
los dedos de la mano para representar la cantidad cinco y después se
hablaba de cuántas manos se tenía o en los que se usaba cuerdas con
nudos para representar cantidad. De forma genérica, son los que hoy
llamamos sistemas no posicionales, y entre ellos están los sistemas
del antiguo Egipto, el sistema de numeración romana, y los usados en
Mesoamérica por mayas, aztecas y otros pueblos. Un paso adelante fue
el invento de los sistemas posicionales, en los que el número
de símbolos permitidos para representar una cifra se conoce como
base del sistema de numeración. Si un sistema de numeración
posicional tiene base n significa que disponemos de n
símbolos diferentes para escribir los números, y que n
unidades forman una unidad de orden superior. De estos sistemas,
aparte del decimal que conocemos (que está basado en el número de
dedos de ambas manos), existen con base 2, 8, 12, 16, 20 y 60 como
más estudiados. De ellos diremos que el que está identificado por
los expertos matemáticos como más perfecto para usarse en cálculos,
es el docenal, o de base 12, entre otras cosas porque 12 es
divisible entre 2, 3, 4 y 6 (mientras 10 sólo entre 2 y 5), lo que
confiere más exactitud en las fracciones.
El sistema sexagesimal
o de base 60, es un sistema de numeración posicional que se conoce
como babilónico ya que tuvo su origen en la antigua Mesopotamia, en
la civilización sumeria, aunque también fue empleado por los árabes
durante el califato omeya. En realidad, por lo complicado que
resultaba el manejo de 60 números, el sistema sexagesimal se
empleaba sólo formalmente en cálculos numéricos, si bien se
mantiene aún hoy como unidad de medida en algunas cosas.
Medallón de Leibniz con el sistema binario. |
Respecto al sistema de
numeración de base 2, o binario, que es el que se usa en los
ordenadores, que nadie piense que nació en la era de la informática;
al contrario, es uno de los más antiguos. Ya a finales del siglo
XVIII, el sistema tuvo como defensor al científico, filósofo y
estadista alemán Gottfried Leibniz, conocido como "El último
genio universal", que estaba convencido de que el sistema
binario aunaba relevancia práctica/matemática y religiosa,
representada ésta por la correspondencia 1=ser, 0=no-ser. La
convicción de Leibniz se trocó en devoción cuando conoció los
hexagramas binarios contenidos en I Ching, libro oracular
chino de 1200 a.C. que contiene los escritos del emperador Fu-Hsi, de
2400 a.C., de quien se dice que inventó la escritura. El hecho de
que un sistema de numeración concebido en origen con una espesa
pátina religiosa sea hoy la base para los cálculos en las
computadoras fue definido por el matemático ruso-estadounidense
Tobías Dantzig de la siguiente manera: "¡Ay! Lo que una vez
fue aclamado como un monumento al monoteísmo ha terminado en las
tripas de un robot"
Hoy día, ya se sabe,
estamos rodeados por el sistema decimal, muy mayoritario, pero nadie
discute el valor de las aportaciones de otros sistemas, hoy
minoritarios: los meses del año o las horas del día en el sistema
docenal, los minutos, segundos y ángulos en el sexagesimal, etc. Del
mismo modo que en la aritmética, la mejor manera de gestionar una
minoría es la de saber integrar sus aportaciones dentro de la
estructura global en un proyecto compartido.
Claro, que para llevar esa
idea a buen puerto hace falta, como para entender los números, un
mínimo de inteligencia que supere la de los primates, que sólo
llega a resultados de vencedores y vencidos.
-----------------------
1En
el lenguaje común entendemos "Estado de Derecho" como la
garantía de nuestros derechos individuales, igualdad ante la Ley
(isonomía) y seguridad jurídica. El Estado de derecho se impone
con la Revolución Francesa y se consolida en el siglo XIX con la
formulación del Rechsstaat alemán hasta lo que tenemos
actualmente. Es un concepto que se contrapone al de Imperio de la
Ley, lo que los ingleses entienden como "Common Law".
En el Estado de Derecho, y su desarrollo en la Teoría Pura del
Derecho de Kelsen, toda creación legislativa se reduce a que
cumpla formalmente con la jerarquía legal que deriva de la
hipotética norma materializada en las Constituciones
de las que emanan el resto de leyes. El resultado es un modelo
centralizado y artificial que puede derivar en cualquier forma legal
de acuerdo al procedimiento y es, de acuerdo con no pocos
politólogos, la puerta de entrada legal de las dictaduras. En la
práctica, en muchas ocasiones termina imponiéndose el llamado
Estado de derecho, ya que tiene la fuerza de su lado. No es casual
que Estado, así, se defina como monopolio, sin dejar lugar a que
nada ni nadie le haga sombra.