miércoles, 27 de septiembre de 2017

Los números y el imperio de la ley

Joseph Goebbels, ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich entre 1933 y 1945 y uno de los colaboradores más cercanos de Adolf Hitler, pasará a la pequeña historia por ser el autor de la conocida frase “Una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad”, que viene al pelo (olvidando desde este momento al personaje, su régimen político y la época histórica que representa, por favor) para analizar algunos mantras que oímos recurrentemente desde hace algún tiempo, referidos particularmente a compensar ante terceros la demostrada incapacidad de nuestros gobernantes en negociar ese conflicto que según afirman es el primer problema de España y cuyo final no se adivina precisamente satisfactorio.

Sin que se sepa bien a ciencia cierta (la información sesgada en este tema es indisimulable) qué es lo que se pide, por qué, y cómo ha evolucionado el asunto en los últimos 6 años por unos y otros para estar en la espiral en la que estamos, todo ello para poder opinar y argumentar con objetividad y criterio formado, lo cierto es que lo que más se oye es el mensaje del Ejecutivo de que, como estamos en una democracia sujeta al imperio de la Ley, lo que se pide es ilegal pues no está contemplado directamente por ninguna ley y debe ser considerado como delito, porque la Ley está para cumplirse en democracia.

Y, claro, a fuerza de repetirlo una y otra vez sin que los medios "críticos y objetivos" se atrevan a cuestionar ni una coma...

Estas afirmaciones, ideologías partidistas aparte, merecen analizarse objetivamente porque, juntas, denotan un desconocimiento preocupante de los principios de la Política (con mayúsculas). Únicamente, antes de entrar en un análisis objetivo, resulta insoslayable notar la incoherencia de la premisa: ¿cómo puede decir (y que los buenos periodistas criticos, que los hay, no señalen la contradicción) quien incumple reiteradamente leyes vigentes, como la de Memoria Histórica entre otras, por poner un ejemplo, por no recordar Directivas europeas, que la Ley está para cumplirse? ¿O es que sólo se han de cumplir las que interesan a una parte?

Pero vayamos al plano teórico; cuando, en el primer curso de Ciencias Políticas, se estudian las formas de gobierno, encontramos estas definiciones (que aquí nos hemos tomado la libertad de citar las del DRAE para evitar cualquier sesgo partidista de los autores):

Dictadura.-
Régimen político que, por la fuerza o violencia, concentra todo el poder en una persona o en un grupo u organización y reprime los derechos humanos y las libertades individuales. (continuando con el DRAE, el término "violencia" no se limita a la física)
Democracia.-
1. f. Forma de gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos.
2. f. País cuya forma de gobierno es una democracia.
3. f. Doctrina política según la cual la soberanía reside en el pueblo, que ejerce el poder directamente o por medio de representantes.
4. f. Forma de sociedad que practica la igualdad de derechos individuales, con independencia de etnias, sexos, credos religiosos, etc.
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Y el imperio de la ley es un concepto jurídico-político de definición formal que generalmente se entiende en el sentido de la primacía de la ley sobre cualquier otro principio gubernativo. En cierto sentido, el concepto de imperio de la ley es similar al concepto anglosajón rule of law, pero no debe confundirse con otros, como los germánicos Rechtsstaat —Estado de derecho1— y Verfassungsstaat —Estado constitucional de derecho—, con el principio de legalidad o con los conceptos de legitimidad, legalidad, cultura de la legalidad, gobernanza, etc.


Como ya se habrá observado también se incluye en los elementos a analizar el de dictadura y esto es así porque se ha de tener en cuenta que un Estado tiene que amoldarse al Derecho Común (o terminar con él para imponerse), que en modo alguno es un concepto estático, sino dinámico, como ya fue puesto de manifiesto en el siglo I por el jurista del emperador Trajano Javoleno Prisco, que en su Epistulae nos dice que "En Derecho de las personas, toda definición es peligrosa, pues es difícil que no tenga que ser alterada". Por definición, una dictadura obliga a cumplir SUS leyes, con independencia de que hayan recogido la evolución social, mientras que una auténtica democracia es sensible a esta evolución para ir modificando la normativa, en el bien entendido de que una evolución no ha de ser uniforme, y puede afectar sólo a un segmento de la ciudadanía; cobra valor, en ese sentido, la definición de la democracia como forma de gobierno, a la luz de la progresiva adecuación de las leyes en los países modernos a la Declaración de los Derechos Humanos: "Democracia es el sistema de gobierno en el que las decisiones de la mayoría escuchan y atienden las necesidades de las minorías".
Con sólo lo detallado hasta ahora, ya es notable la ensalada mental que exhiben muchos integrantes de nuestra clase política en el uso a diestro y siniestro de consignas que mezclan conceptos contrapuestos, chirriantes en la aplicación indiscriminada a un roto o a un descosido. Esto, que pueden parecer meras teorías políticas, tiene más sentido común (que ya dijo el Nobel George Bernard Shaw que es el menos común de los sentidos) del que cabe pensar, y para intentar mostrarlo, acudiremos a un campo alejado y no contaminado por la política como el (apasionante por otra parte) mundo de los números.
Estamos familiarizados a convivir con los números para muchas aplicaciones de nuestra vida cotidiana, tenemos asumido casi sin pensarlo su valor y su expresión gráfica, y por confort o por pereza mental, estamos a gusto pensando que ha sido así desde el origen de las civilizaciones y que perdurará así, como nosotros lo conocemos, in sæcula sæculorum (es lo que  también pasa con los territorios, por cierto, que creemos inconscientemente que siempre han sido, y serán, como nosotros los hemos conocido). 
Pues no, y de su evolución también podemos extraer enseñanzas. Situémonos en el Imperio Romano, tan poderoso que había creado su propia notación numérica, ya sabéis, esa de I, V, X, L, C, D y M para 1, 5, 10, 50, 100, 500 y 1.000. Muy bonitos, sí, pero algo farragosos a la hora de hacer cálculos con ellos, como se quejaban los astrónomos, astrólogos, matemáticos y comerciantes de la época, que anhelaban un sistema que les permitiera llegar con facilidad a resultados y registrar las cifras importantes, lo que hizo que los abaquistas (que eran capaces de realizar cálculos con el ábaco con rapidez y fiabilidad) se hicieran de oro. Sin embargo, hacia el año 500, la India ya disponía de los tres elementos cruciales para el desarrollo del sistema decimal: diez dígitos diferentes, valor posicional de cada uno de ellos en cualquier cifra ¡y el concepto del cero! Por su descubierta facilidad de uso, el método fue acogido y usado con entusiasmo por el mundo islámico (de ahí que los números se conozcan, erróneamente, como arábigos) y se dice que fue Leonardo Fibonacci, un matemático de Pisa asentado en la actual Argelia, quien introdujo el método en Europa hacia el año 1200. Pero, si bien el método fue recibido con aplausos por el público culto y tuvo un impacto profundo en el pensamiento matemático europeo, nunca llueve a gusto de todos, y los abaquistas profesionales se sintieron amenazados porque fueron los primeros en advertir que el nuevo método ponía al alcance de todos la realización de cálculos; para colmo, el conocimiento del nuevo método coincidió con la época de las cruzadas contra el islam y el clero (depositario del conocimiento) recelaba de cuanto oliera a árabe.
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Así las cosas, en 1299, la floreciente Florencia prohibió y situó fuera de la ley, sujeto a castigo, el uso de los números arábigos sólo porque sus sinuosos símbolos eran más fáciles de falsificar (un 0 podía convertirse con facilidad en un 6 o un 9, un 1 podía transformarse en un 7, etc.) que las sólidas I o V romanas. Como consecuencia, los números arábigos no acabaron de ser aceptados en Europa hasta el siglo XVII, aunque es notorio desde entonces que hoy se ha dado la vuelta a la tortilla y los números romanos han quedado relegados a los casos en que no hace falta calcular nada: numeración de documentos legales, capítulos de libros, notación de los siglos, etc.
Pero nos queda la constatación de cómo un poder público decide alegremente tachar de ilegal (o al revés, según sea el caso), a su conveniencia, cualquier actividad, aunque sea beneficiosa para sus gobernados. Y como las meigas gallegas, ejemplos, haberlos, haylos.
Sigamos con los números. Estamos tranquilos porque dominamos con soltura (está bien, unos con más soltura que otros) el sistema numérico decimal en todo lo que hacemos y tendemos a creer que es el único y el mejor; dejemos aparte lo de que sea o no el mejor, que eso va a gustos según para qué se aplica, pero, desde luego, sistema único, no.
Desde que la persona tuvo la necesidad de contar cosas, los sistemas de numeración ensayados han sido variados, empezando, quizá, por los que usaban por ejemplo los dedos de la mano para representar la cantidad cinco y después se hablaba de cuántas manos se tenía o en los que se usaba cuerdas con nudos para representar cantidad. De forma genérica, son los que hoy llamamos sistemas no posicionales, y entre ellos están los sistemas del antiguo Egipto, el sistema de numeración romana, y los usados en Mesoamérica por mayas, aztecas y otros pueblos. Un paso adelante fue el invento de los sistemas posicionales, en los que el número de símbolos permitidos para representar una cifra se conoce como base del sistema de numeración. Si un sistema de numeración posicional tiene base n significa que disponemos de n símbolos diferentes para escribir los números, y que n unidades forman una unidad de orden superior. De estos sistemas, aparte del decimal que conocemos (que está basado en el número de dedos de ambas manos), existen con base 2, 8, 12, 16, 20 y 60 como más estudiados. De ellos diremos que el que está identificado por los expertos matemáticos como más perfecto para usarse en cálculos, es el docenal, o de base 12, entre otras cosas porque 12 es divisible entre 2, 3, 4 y 6 (mientras 10 sólo entre 2 y 5), lo que confiere más exactitud en las fracciones.
El sistema sexagesimal o de base 60, es un sistema de numeración posicional que se conoce como babilónico ya que tuvo su origen en la antigua Mesopotamia, en la civilización sumeria, aunque también fue empleado por los árabes durante el califato omeya. En realidad, por lo complicado que resultaba el manejo de 60 números, el sistema sexagesimal se empleaba sólo formalmente en cálculos numéricos, si bien se mantiene aún hoy como unidad de medida en algunas cosas.
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Medallón de Leibniz con el sistema binario.
Respecto al sistema de numeración de base 2, o binario, que es el que se usa en los ordenadores, que nadie piense que nació en la era de la informática; al contrario, es uno de los más antiguos. Ya a finales del siglo XVIII, el sistema tuvo como defensor al científico, filósofo y estadista alemán Gottfried Leibniz, conocido como "El último genio universal", que estaba convencido de que el sistema binario aunaba relevancia práctica/matemática y religiosa, representada ésta por la correspondencia 1=ser, 0=no-ser. La convicción de Leibniz se trocó en devoción cuando conoció los hexagramas binarios contenidos en I Ching, libro oracular chino de 1200 a.C. que contiene los escritos del emperador Fu-Hsi, de 2400 a.C., de quien se dice que inventó la escritura. El hecho de que un sistema de numeración concebido en origen con una espesa pátina religiosa sea hoy la base para los cálculos en las computadoras fue definido por el matemático ruso-estadounidense Tobías Dantzig de la siguiente manera: "¡Ay! Lo que una vez fue aclamado como un monumento al monoteísmo ha terminado en las tripas de un robot"
Hoy día, ya se sabe, estamos rodeados por el sistema decimal, muy mayoritario, pero nadie discute el valor de las aportaciones de otros sistemas, hoy minoritarios: los meses del año o las horas del día en el sistema docenal, los minutos, segundos y ángulos en el sexagesimal, etc. Del mismo modo que en la aritmética, la mejor manera de gestionar una minoría es la de saber integrar sus aportaciones dentro de la estructura global en un proyecto compartido.
Claro, que para llevar esa idea a buen puerto hace falta, como para entender los números, un mínimo de inteligencia que supere la de los primates, que sólo llega a resultados de vencedores y vencidos.

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1En el lenguaje común entendemos "Estado de Derecho" como la garantía de nuestros derechos individuales, igualdad ante la Ley (isonomía) y seguridad jurídica. El Estado de derecho se impone con la Revolución Francesa y se consolida en el siglo XIX con la formulación del Rechsstaat alemán hasta lo que tenemos actualmente. Es un concepto que se contrapone al de Imperio de la Ley, lo que los ingleses entienden como "Common Law". En el Estado de Derecho, y su desarrollo en la Teoría Pura del Derecho de Kelsen, toda creación legislativa se reduce a que cumpla formalmente con la jerarquía legal que deriva de la hipotética norma materializada en las Constituciones de las que emanan el resto de leyes. El resultado es un modelo centralizado y artificial que puede derivar en cualquier forma legal de acuerdo al procedimiento y es, de acuerdo con no pocos politólogos, la puerta de entrada legal de las dictaduras. En la práctica, en muchas ocasiones termina imponiéndose el llamado Estado de derecho, ya que tiene la fuerza de su lado. No es casual que Estado, así, se defina como monopolio, sin dejar lugar a que nada ni nadie le haga sombra.

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