Visto lo visto estos
primeros días post vacacionales, en los que se confirma que decir
que nos espera un otoño caliente es quedarse corto, es saludable
dosificar las lecturas de las páginas de política de los diarios
para hacer caso a nuestro cardiólogo y evitar sobresaltos y
crispaciones, que pueden resultar fatales (por cierto, en algún
sitio he leído últimamente que algunos sociólogos están
estudiando el protagonismo de las estrategias del PP en la sensación
global de crispación ya que, como hoy nadie discute, la alentaban
cuando estaban en la oposición y, al parecer, la siguen utilizando
en el gobierno). Esa decisión de rebajar las lecturas sobre política
nos conduce a incrementar nuestro consumo de páginas de deportes,
economía, cultura, etc. Prescindimos de la primera, para evitar
polémicas estériles, de la segunda, por tener un alto contenido
político, y nos decantamos por dedicar más tiempo a la tercera,
aunque, personalmente, sin incluir en ella ciertos festejos que
oficialmente llaman cultura, e incluso arte.
Y, en esa línea, estos
días hemos leído la noticia de que se han publicado en un libro
monográfico las cartas que Frida Kahlo le escribió a su amante
español, el catalán Josep Bartolí1.
Se trata de 25 cartas de amor apasionado que van acompañadas de
dibujos, fotos, frases sueltas escritas con distintas tintas y hasta
en los bordes de las hojas de un amor de la artista mexicana del que
se tenían referencias pero cuyo testimonio nunca se había podido
concretar. El lote de cartas se subastó en 2015 por la sala Doyle de
Nueva York y fue adquirido por 137.000 dólares por un millonario
coleccionista que buscaba también, según sus declaraciones, las
cartas de respuesta que escribió Bartolí.
Una de las obras de Bartolí, de su paso por los campos de concentración franceses |
La vida de Frida Kahlo, con
casi 40 años de edad cuando conoce a Bartolí, discurría cuesta
arriba. Recordemos de su historia, suficientemente divulgada, que de
niña había sufrido una poliomielitis, que le dejó la pierna
derecha más delgada que la izquierda. Y que, a los 18 años, un
accidente en autobús deshizo la salud que le quedaba: el golpe
quebró su columna y un hierro le atravesó la vagina. En estas
condiciones, que la obligaron a someterse a un total de 32
operaciones quirúrgicas a lo largo de su vida, Frida había acudido
en una ocasión a un centro médico neoyorquino, en Manhattan, para
una de esas operaciones y en ese espacio de dolor, conoció, de la
mano de Cristina, su hermana menor, a Bartolí, y surgió el idilio.
Era junio de 1946 y Frida, en aquel momento casada por segunda vez
con el muralista mexicano Diego Rivera, no le puso límites a aquel
idilio. Frida le dice a Bartolí que se está recuperando en la Casa
Azul, en Coyoacán, México, y que su hermana Cristina, que fue quien
los presentó, acude a cuidarla, sugiriendo que él pueda pasar a
visitarla. La primera carta de amor es la que le envía el 29 de
agosto, después de "nuestra primera tarde solos" en
México. "Anoche sentía como si muchas alas me acariciaran
toda, como si en las yemas de tus dedos hubiera bocas que me besaran
la piel. Los átomos de mi cuerpo son los tuyos y vibran juntos para
querernos. Quiero vivir y ser fuerte, para amarte con toda la ternura
que te mereces, para entregarte todo lo que de bueno haya en mí
(...) Te escribiría horas y horas, aprenderé historias para
contarte, inventaré nuevas palabras para decirte en todas que te
quiero como a nadie".
A lo largo de las 100
páginas del libro que componen este archivo inédito desfila sin
tapujos la pasión profunda y casi adolescente que la artista
mexicana, un icono transgresor y feminista, sintió por Bartolí. Las
cartas las firmaba como Mara (posible diminutivo del apelativo
cariñoso Maravillosa) y las enviaba a la casa de Brooklyn de una
confidente y amiga. Como medida de seguridad, Frida le pidió a su
amado que firmase como Sonja. La estratagema iba destinada a evitar
los celos de su marido, ya que Rivera, mujeriego empedernido por otra
parte, toleró el amor de Frida y sus aventuras con las mujeres2,
pero era tremendamente celoso de sus relaciones con los hombres.
La lectura de las misivas
permite poner el ojo en la cerradura y ver en primera fila el volcán
sentimental al que se lanzaron los amantes. La propia Frida admite
que siente por Bartolí algo que jamás ha experimentado. Hay pasión,
pero también la soledad que caracterizó a la pintora y que, por
obra del amor, se tornó en espera, pero, junto a los meandros de la
pasión, las cartas ofrecen nuevas claves sobre su trabajo artístico.
Frida gestó un mundo de gran complejidad; sus cuadros forman un
espejo de su atormentada existencia, de su lucha constante contra el
dolor, de la superación de los prejuicios. En ellos, la artista
también abre las puertas al crisol cultural mexicano. En esta
urdimbre participa ella casi constantemente, con el ejercicio del
autorretrato y también el cultivo de una imagen, cambiante y
transgresora, que aún genera una atracción universal. Entre sus
obras punteras figura el doble autorretrato Árbol de la
esperanza, un compendio de sus demonios personales pintado,
precisamente, durante el romance con Bartolí. Un periodo donde el
dolor apenas la dejaba trabajar. "Me acordé de tus últimas
palabras y empecé a pintar. Trabajé toda la mañana y después de
comer hasta que no hubo más luz. Pero luego me sentí extenuada y
todo me dolía (...) Por ti he vuelto a pintar, a vivir, a ser feliz.
Eres mi árbol de la esperanza".
"El árbol de la esperanza", de Frida Kahlo |
Las cartas fueron escritas,
claro, a escondidas de Diego Rivera, cuya presencia aparece una y
otra vez en los textos como una sombra oscura, opresiva. En ese
ambiente de soledad, el declive físico de la artista avanza. En
enero de 1949 le cuenta que la depresión le empuja a beber. La
angustia la cerca. “No te olvides de mí. No me dejes sola”.
Bartolí ha dejado de escribirla. Ella lo sigue intentando. “Pinto
poco, apenas tengo fuerzas para vivir”. En la última misiva,
escrita desde la cama, Frida Kahlo, enferma, lanza una desesperada
llamada: “Aún soy tu Mara, tu compañera. Tu amor es mi árbol
de la esperanza. Te esperaré siempre. ¿Volverás?”
Las respuestas de Bartolí,
definitivamente, no han sido halladas. Posiblemente, la pintora las
destruyó. No se conoce, por tanto, su contenido, sin embargo, en una
que él envió a un amigo le comentó: "Frida (que maldigo no
haberla conocido antes) es una de las mujeres más inteligentes,
leales, sensibles y valientes que he visto en mi vida",
pero
las 25 cartas de ella, las que ahora se publican, fueron guardadas
amorosamente por Bartolí dentro de sus sobres, junto con los
pequeños objetos y fotos que jalonaron tres años de relación
(1946-1949). La causa del fin de la misma se desconoce. La distancia
y el deterioro de la salud de Frida, seguramente jugaron su baza. La
artista, con una pierna amputada e incontables intentos de suicidio,
murió el 13 de julio de 1954.
Josep Bartolí, con extraña
fidelidad, nunca hizo exhibición de este amor. Calló incluso cuando
algunos biógrafos consideraron que él era tan solo uno más en el
florido árbol de relaciones de la pintora. Muerto en 1995, su
secreto pasó, en perfecto estado, a sus familiares. Ahora, ese
vínculo entre dos seres que ya solo viven en el pasado ha quedado
expuesto a la luz.
Cae por su peso que, del
estudio de un personaje tan poliédrico3
como Frida Kahlo, se pueden obtener múltiples enseñanzas y
anti-enseñanzas que orbitarían en lo trágico de su vida, su
voluntad de vivir, la opresión de su entorno, las pasiones que
despertó pese a todo, el arte que la rodeaba, etc., en un recorrido
que siempre resultaría incompleto acerca de los detalles que pueden
captar nuestra atención. Pero no es menos cierto que cualquier
conclusión en este caso vendría condicionada por la fuerza del
personaje, difícil de aislar en un análisis, aún somero y, en
general, adquirirían un tinte trágico o, cuando menos,
trascendente.
Hay, sin embargo, una forma
de desdramatizar que es fácilmente extrapolable a otros supuestos, y
es ejercitarse, cuando es necesario, en desbrozar y sacarle la punta
a los hechos intentando prescindir de identificarlos (aunque
sea de lejos) con sus protagonistas. Por ejemplo, fijémonos en el
pequeño detalle que representa que el propietario de las cartas que
escribió Frida tenía la aspiración de publicarlas junto con las
que escribió Bartolí, caso de haberse encontrado. Si hubiera
podido ser así, ¿hubiéramos conocido mejor los pensamientos y
sentimientos de la artista mejicana? Es difícil afirmarlo, tanto en
sentido afirmativo como negativo, pero cabe pensar que posiblemente
no hubiera ampliado el abanico de nuestro conocimiento sobre ella
reflejado en sus propias cartas. Y eso es así porque en la rica,
antigua y variada tradición de la literatura epistolar (en la que
cabe incluir ¿por qué no? a estos efectos las Epístolas contenidas
en la Biblia), se conjugan dos premisas fundamentales: tener algo que
decir y saber expresarlo, y no tanto las posibles matizaciones del
destinatario en sus respuestas, salvo si lo que se está valorando es
la postura de ambos interlocutores sobre un tema concreto4
y su evolución con los aportes en cada misiva.
Añadir leyenda |
Ciertamente, las nuevas
tecnologías casi que se puede afirmar que están acabando con esta
rama literaria, particularmente por la popularización del uso de
mensajes cortos. Y es que si encontramos mensajes del tipo "Luis,
sé fuerte" o "Hacemos lo que podemos", por citar
ejemplos conocidos, es de todo punto imposible conocer su significado
exacto si no se sabe a qué contesta. Eso parece confirmar la
sospecha de que los avances en las tecnologías de la comunicación
personal no conllevan per se una mejora en la expresión del
pensamiento. Desde el punto de vista estrictamente literario, los
mensajes cortos no dan ninguna pista acerca de los pensamientos o
sentimientos del emisor ya que, realmente son una secuencia de
transacciones, quasi comerciales; tampoco permite presuponer lo que
tiene por decir (si lo tiene) el emisor ni si sabe comunicarlo
adecuadamente.
Pero eso es salir del tema que nos ha inspirado Frida
Kahlo.
-------------------------
1Josep
Bartolí i Guiu , pintor, escenógrafo, dibujante y escritor
barcelonés (con parte de su obra, particularmente la realizada a su
paso por los campos de concentración, donada al Arxiu Històric de
la Ciutat de Barcelona) nacido en 1910, de espíritu libertario,
muy joven comenzó a trabajar como dibujante en la prensa y se
implicó en el sindicalismo de la Barcelona de la época; durante la
Guerra civil se comprometió con los comité revolucionarios y
alternó su paso por el frente con sus viajes a Barcelona donde
colaboraba con el Sindicat de Dibuixants Professionals. Fue de los
últimos en pasar la frontera en febrero de 1939 y acabó en los
campos de concentración del Rosellón. A lo largo de dos años,
pasaría por siete campos de concentración, el último de ellos el
de Bram, de donde se evadió. Detenido por la Gestapo, fue enviado
al campo de Dachau, pero en el camino huyó saltando del tren y,
tras un largo periplo siguiendo una de las "rutas de los
exiliados republicanos", llegó a México vía París y
Casablanca. Allí, en México, retomó su actividad pictórica, y
entró en contacto con el entorno de Diego Rivera y Frida Kahlo. En
1946 se establece en Estados Unidos, donde encontrará cierta
estabilidad con la creación de escenografías y como ilustrador de
la nueva revista Holiday. No volvió a Catalunya hasta 1977 y no
quiso quedarse aunque se empadronó en Terrassa. Volvió a los
Estados Unidos, donde murió, en New York, en 1995. Las cartas de
Frida pasaron, a su
muerte, a un familiar, que fue quien las subastó en
2015 pese a que en el 2000 Sotheby's ya vendió varios objetos
(libros, un reloj, dibujos) que le había regalado Frida
2Es
famosa la relación de Frida Kahlo y la conocida cantante
costarricense-mexicana Chavela Vargas; durante el tiempo que pasaron
juntas, se amaron, se desearon, se necesitaron a su manera. En más
de una oportunidad, Chavela reveló que amaba a la mujer y no a la
artista: “Frida esparcía ternura como flores, sí, como
flores. Una gran ternura, una ternura infinita.” En el año
2012, antes de su muerte a los 93 años, Chavela recordaba su vida
junto a Frida. Decía que se la habían presentado como la noche de
los sueños, y como el premio más grande que le había dado la
vida: tan hermosa, que nadie ha podido pintarla como realmente era;
contaba que le cantaba al oído mientras Frida estaba postrada en
una cama, invadida por dolores, haciendo a la artista ser parte de
sus canciones para siempre, en donde su lujuria por la vida
permearon la nuestra. Una de sus frases más célebres dice así:
“¿Adiós? No, nunca se dice adiós. Se dice ‘te amo’.”
3Confieso
que el uso aquí de esta palabra encierra un reconocimiento a las
ideas, que comparto, de mi buena amiga psicóloga Susi, que mantiene
que a veces una expresión o palabra "se pone de moda",
vete a saber por qué (¿son articulistas de lectura endogámica y se van copiando unos a otros?), y te la encuentras en los medios hasta en la
sopa, venga o no a cuento, como pasa ahora con el dichoso
poliédrico. Y, repito, coincido.
4Quizá
no esté de más, con la que nos está cayendo, poner en valor la
literatura epistolar auténtica y recordar que entre 1900 y 1911, año de la
muerte del poeta catalán, Joan Maragall y Miguel de Unamuno se
intercambiaron cartas, libros, ideas y afecto (Unamuno y Maragall - Epistolario y escritos complementarios, Distribuciones Catalonia, Barcelona, 1976). En sus cartas
debatieron sobre lengua, cultura y sobre un aspecto hoy apenas
existente en el diálogo (¿existe?) entre Catalunya y
Castilla/España: la búsqueda de un espacio para transitar unidos
hacia un futuro, si es posible, común. Si Maragall y Unamuno, tan
antagónicos, pudieron hablar e intercambiarse libros, poemas,
ejemplares de periódicos, notas en revistas y direcciones de
escritores a los que admiraban por igual, esto demuestra que
comunicarse no debe ser tan difícil: si un catalanista como
Maragall podía encontrar firmes y afectuosos espacios comunes con
el centralista y conservador Unamuno, entonces el problema no es
tan gravísimo, ni antes ni ahora. Unamuno y Maragall compartían no
el estar afectados por lo que se anunciaba de manera apocalíptica
como la ruptura del estado, sino estar francamente decepcionado por
lo mal que lo hace el personal en todas partes. En ese aspecto, las
cartas de ambos escritores se leen como el desahogo o confesión de
cada uno sobre un hombro amigo de la frustración por ver cómo, por
un lado, aún hay demasiadas actitudes trogloditas que condenan al
pueblo a un retraso en la llegada del estadio más avanzado de la
civilización/pensamiento, alejado de la perniciosa visceralidad , y
cómo por el otro se tiende hacia el egoísmo en lugar de apostar
por la colaboración y la hermandad, que tan beneficiosa suele
resultar. Unamuno se ganó el respeto de Maragall,entre otras cosas,
al leer el catalán casi tan bien como leía el inglés y el alemán,
hasta el punto de traducir al castellano La vaca cega.
Maragall, entonces, comprendió que no había una España hostil,
sino españoles cretinos sueltos, como siempre. Lo que es aplicable
en ambos sentidos y en todos los ámbitos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario