Hace pocos días me enviaron
para su lectura una colaboración del por mí respetado Antonio Muñoz
Molina1
en una revista de divulgación y sociología; conviene recordar que
al escritor se le considera ya un clásico viviente de la literatura
en español en el que el universo histórico reciente conforma buena
parte de los decorados de sus obras que exploran la relación entre
el pasado y el presente. El escrito se deslizaba por temas
pseudo-políticos y he de confesar que, leídos los primeros
párrafos, iban creciendo las discrepancias entre lo que yo sabía y
tenía contrastado del tema (básicamente por haber acudido a las
fuentes) sobre el que versaba el artículo y el contenido de lo que
estaba leyendo. Conociendo de antemano la obra del autor,
caracterizado por la claridad de estilo y limpieza de sus
exposiciones, unido a su conocida primera época de militancia
antifranquista que, sin embargo, extirpó pronto de su obra para
desligar la ideología de la literatura, y conocedor de su sentido de
la ética porque no pretende ser un escritor aséptico, sino que
interpreta los hechos y años vividos desde su propio modelo moral
(que no lo neguemos, es el de todos… o eso decimos ahora) dando así
sentido a todo lo que escribe, deduje que su falta de información,
seguramente sin saberlo, de lo que hacían/decían todas las partes
afectadas por el tema de que hablaba le hacía llegar a
opiniones/conclusiones parciales e incompletas. Es sólo una opinión,
claro.
Pero seguí leyendo.
Primero, por respeto al autor, que "se ha desnudado" ante
los lectores; segundo porque conocer las discrepancias de otros a las
ideas propias (al margen, incluso, de que sean fruto de la
desinformación) ayuda a crecer (contrariamente a lo que nos quieren
hacer creer nuestro gobierno y sus altavoces, de que expresar la
discrepancia se ha de prohibir y castigar), ya sea debatiéndolas
cuando hay oportunidad de hacerlo o ya sea simplemente reflexionando
sobre ellas y sus razones cuando no hay esta oportunidad para mejorar
las conclusiones, y eso porque parece evidente que existe (debe
existir) la moral universal como suma de acuerdos, como contratos
éticos que las sociedades "formalizan" a través de sus
miembros y agentes, sin olvidar que la ética puede ser relativa y
cambiar con el tiempo y la evolución social.
Y en este contexto, en el
que se pondera la importancia de la información para, en base a
ella, tomar las decisiones adecuadas, ¿a qué nos referimos cuando
hablamos de información? "Informare" es la palabra latina
que origina el término información y significa, originariamente,
dar forma o aspecto a algo, producir una idea o una noción. Una
definición teórica conocida es la de que “Es
tanto la clasificación de símbolos y de sus relaciones y
conexiones, como la organización de los órganos y de las funciones
de un ser vivo o la organización de un sistema social
cualquiera”pero, paralelamente, para el filósofo y
sociólogo francés de origen judío Lucien Goldman, profesor de la
universidad de La Sorbona, es la transmisión de cierto número de
mensajes, de afirmaciones verdaderas o falsas a un individuo que las
recibe, las deforma, acepta o rechaza, o bien permanece sordo por
completo y refractario a toda recepción; sea como sea, siempre
se produce un llamado proceso informativo, en el cual un
determinado grupo, sistema, objeto o fenómeno, logra transmitir,
transferir o generar uno o varios de sus rasgos o propiedades a otra
persona, sistema, objeto o proceso (procesos informativos pueden ser
la propiedad de adaptación de los seres vivos a diferentes entornos,
la transmisión hereditaria de los rasgos de los padres a los hijos,
el conocimiento del mundo material a través del cerebro humano, la
comunicación humana y, dentro de ella, la comunicación mediante el
documento escrito...)
Y así podemos analizar la
colaboración de Muñoz Molina, ya que, en sentido teórico e
intrínseco, la lectura es un proceso informativo, y mediante ella se
moldea la estructura conceptual de nuestro pensamiento; adquirimos
con su comprensión nuevas formas y nuevos contenidos. Solemos decir,
muchas veces, que la formación de un individuo es, en gran parte,
resultado de sus “lecturas”; y no nos equivocamos. Cuando
queremos conocer el ideario de alguien es imprescindible recurrir a
las fuentes bibliográficas en las cuales se ha nutrido.
Entender la lectura como un
proceso informativo, equivale a plantearnos este problema dentro de
las características propias de los procesos informativos. Así
podremos resolver adecuadamente esa pregunta que siempre ronda por
ahí: qué es la comprensión lectora. En el caso de la lectura, el
proceso informativo es un ciclo completo que se inicia en un estado
de información absoluta, original o inicial, en la que el autor
compone y registra el mensaje; la edición y distribución que el
editor realiza; el almacenamiento, la organización y la diseminación
de los diversos medios de documentación hasta que, finalmente,
aparece el lector quien asimila el mensaje. Por ello, podemos
concluir, que la razón de ser del documento escrito es el propio
lector y que la lectura, como proceso de información, tiene
la característica de ser un proceso dinámico que interviene y
afecta al lector. La lectura no es un acto inocente, carente de un
determinado objetivo en el lector ya que cuando un lector se
encuentra ante una obra, no solo extrae de ella ideas, sino también
las posibilidades de acción. El lector tiene, pues, en el proceso de
información que es la lectura una invitación no sólo a la
reflexión, sino también a la acción.
Esto es así porque la
lectura como proceso informativo es, además, un proceso de
comunicación social en el que se da la concurrencia necesaria de los
siguientes elementos:
- El emisor
(quien informa algo)
- El receptor
(quien recibe la información)
- El
referente (el objeto del cual se informa)
- El canal
(medio de comunicación)
- El mensaje
(contenido de la información)
Podemos hablar entonces, del
emisor-autor, para identificar el elemento que emite el mensaje; de
un receptor-lector, para referirnos al elemento que recibe el
mensaje; el mensaje-contenido de la obra; cuyo referente-tema,
estamos interpretando mediante un canal-documento. Y, no cabe duda,
de que el conocimiento del autor hará la lectura y la comprensión
lectora mucho más productiva. Comprender al autor (¿identificarse
con él?) ya es un paso en la eficacia buscada de comprender, tal
cual, el mensaje, porque todo proceso de información tiene una
“corriente”, o sea un sentido. Dependiendo de la mayor o menor
fuerza, (contenido, estilo y forma) de un mensaje, éste arrastra o
no al lector. Se genera una corriente.
Y, mira por dónde, llegamos
a desembocar a un tema complejo: la diferencia entre información y
opinión, que recoge la inmensa mayoría de los códigos éticos de
los principales periódicos del mundo. Separar opinión e información
es una de las trincheras que defienden con más ardor los
profesionales del periodismo (no los editores), en España y en
cualquier país del mundo. Todos estamos seguros de que es uno de los
principios que más debe defenderse y, sin embargo, todos sabemos que
es uno de los más difíciles de proteger y no son pocas las
ocasiones en que se sabe de osados periodistas que justifican la
credibilidad de sus argumentos a partir del falso «información, no
opinión». «Lo que estoy afirmando es información, no opinión»,
arguyen con atrevida vehemencia. Lo que equivale a un «esto es más
creíble que cualquier otra cosa porque no se trata de una valoración
mía, sino que estoy relatando los hechos tal y como son; tengo la
exclusiva». Luego vemos que lo que se aventuraba como patraña
encubierta efectivamente lo era, pero el sonrojo por la cara dura de
algunos tiene límites insospechados.
Se cuenta en las facultades
de periodismo algo parecido a lo siguiente: si un racista tonto
quisiera fundar un medio, lo que haría es crear una revista de
opinión con firmas que apoyaran la apología del racismo e hicieran
abiertamente todo tipo de declaraciones racistas. En cambio, un
racista listo seguiría otra estrategia: crearía un medio donde en
la sección de opinión escribieran autoridades que combatieran el
racismo, quizá de ONG's u otras asociaciones bien consideradas
socialmente; sin embargo, en la sección de información, publicaría
noticias del tipo "Cuatro inmigrantes subsaharianos acuchillan
por la espalda a una joven de quince años" con lo que la
presunción de veracidad -¿a quién le interesaría engañarnos?-
que el lector otorga casi involuntariamente a la información lo deja
indefenso; inocentemente inerme frente a lo que esa información -muy
conscientemente por parte del ideólogo de la misma- le da a
entender.
Por lo tanto, para una
razonable formación de conclusiones, se debe preferir un medio al
que se le vea el plumero a la legua antes que otro que se erija como
independiente y su independencia se quede sin la "in".
Estos segundos son realmente nocivos: maquinan con nocturnidad y
alevosía las informaciones que convienen para tratarlas de un modo
que influya directamente a quien las lee. Pero el periodismo no
debería consistir en decirle al lector cómo o qué
tiene que pensar. Al menos no desde la información. Desde la opinión
quizá valga, pues cualquiera puede apreciar que lo que lee no es un
fiel relato de hechos, sino la percepción de un sujeto con unas
características propias, de las cuales no se puede predicar
presunción de veracidad alguna. Pero desde luego, no desde la
información, que no se percibe como algo subjetivo -que lo es-, sino
como el mero traslado de los hechos desde la realidad hasta el
ombligo de cada uno.
La irrupción/eclosión de
Internet en nuestra vida cotidiana ha supuesto la aparición de
nuevos matices porque el canal de comunicación autor-lector
permanece abierto a través de la red, de modo que a veces la lectura
no acaba cuando se termina la última línea, sino que continúa con
preguntas que no sólo hace el lector, a veces incluso es el mismo
autor el que busca ese diálogo con sus lectores que surge tras la
lectura (o durante la misma) de la obra escrita y eso puede conducir
en ocasiones a una modulación/matización/puntualización de la
opinión (salvo que el autor sea de los que se limitan a dogmatizar)
y, en definitiva, a una mejora de la confianza con el autor.
Hay, no obstante, algunas
excepciones clamorosas en estas nuevas formas de mejora de
comunicación; el propio Muñoz Molina, en el artículo que da pie a
estas reflexiones, toca tangencialmente una de ellas que, dicho sea
de paso, no queda limitada a las redes, y que consiste en la
plasmación práctica de que la doctrina de inteligencias múltiples,
expuesta por Howard Gardner2
en 1983. trasciende los marcos teóricos y de estudio. En efecto, se
dan casos de excelentes profesionales en su ramo que, cuando salen de
su despacho, laboratorio, etc., demuestran su carencia de
inteligencia para la comunicación interpersonal y se comportan como
auténticas acémilas, frecuentemente "en posesión de la verdad
absoluta" en cosas en las que, además, suelen exhibir
ignorancia y parcialidad a partes iguales. Esta falta de esa parte de
la inteligencia se traduce (consciente o inconscientemente) en la
necesidad de segmentar a sus interlocutores/destinatarios de sus
escritos en función de origen, ideas políticas, credo, etc., con lo
cual lo que dice/escribe se dirige a un nicho determinado de personas
convirtiendo su presunto ideario en una retahila de consignas
parciales y auto-retroalimentadas. No hace falta decir que cuando
esta actuación la protagoniza un "creador de opinión", la
manipulación está servida.
Y aún, dentro de las
particularidades en las redes de los comunicadores, para acabar,
encontramos un perfil, a priori, inclasificable, cual es el de la
persona culta, reputada de sensata y abierta, que es incapaz de
mostrar sus ideas propias, limitando prácticamente su uso de las
redes como canal de comunicación a la reproducción de "frases
lapidarias" (tan de moda en Internet), a menudo contradictorias
o, lo que es peor, a hacerse eco de "ocurrencias"
hirientes, cuando no directamente insultos o injurias, destinadas a
quien piensa de otra forma.
Vamos, que no es descartable
que Robert Louis Stevenson se inspirara "avant la lettre"
en las actuales redes para su conocida novela El extraño caso del
doctor Jekyll y el señor Hyde.
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1Antonio
Muñoz Molina (ubetense, paisano y casi coetáneo del popular
cantante y "poeta urbano" Joaquín Sabina) es un escrito,
académico de número de la Real Academia Española, que en 2013 fue
galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. En su
obra abundan referencias a la cultura popular, que es una de las
principales fuentes de inspiración del autor. Reconocido admirador
de Rulfo, García Márquez y otros integrantes del boom
latinoamericano, sus eclécticas influencias abarcan desde Julio
Cortázar o Jorge Luis Borges a la novela francesa e inglesas
decimonónica, con las innovaciones estrucuturales de Gustave
Flaubert o William Faulkner. El cine, el jazz y la precisión del
buen lenguaje son las otros influjos apreciables en sus prosa.
Títulos como Beltenebros, El jinete polaco (premio
Planeta), El invierno en Lisboa o La noche de los tiempos,
figuran en su antología.
Repasemos rápidamente algunos
rasgos de su obra. Es curioso que fuera el poeta catalán Pere
Gimferrer (¿cuándo admitirán "los poderes" que es una
estupidez inculta el querer poner fronteras/barreras a la cultura o
sus manifestaciones?) quien lo alentó a publicar su primera novela,
Beatus Ille, tras leer las compilaciones de sus artículos
periodísticos. En esta novela figura la ciudad imaginaria de
Mágina, trasunto de su natal Úbeda (que reaparecerá en otras
obras suyas) y cuenta la historia de Minaya, un joven que regresa a
Mágina para realizar una tesis doctoral sobre el poeta Jacinto
Solana, muerto en la guerra civil, pero cuya apasionante vida le
llevará a una serie de indagaciones que darán como resultado un
final magistral.
Otra obra característica de Muñoz
Molina es Ardor guerrero, de la que el autor dice: «Yo me
llamaba J-54.» En el otoño de 1979, un joven que sueña con ser
escritor se incorpora por leva obligatoria al Ejército español. Su
destino es el País Vasco. Su viaje en un lúgubre tren que
atraviesa la Península de sur a norte es el preludio de una
pesadilla. «Conejo, vas a morir.» Así serán recibidos los nuevos
reclutas. Tendrán que olvidar su identidad y, en gran medida, su
condición humana. En las paredes de los cuarteles colgaban todavía
los retratos de Franco y su mensaje póstumo. Aquel recluta, J-54,
se llamaba Antonio Muñoz Molina. La obra es una memoria
valerosa y desnuda, documento implacable, alegato contra la
intolerancia, crónica incisiva de unos años clave en la historia
de España,
Por último, en esta antología que
no es tal, una mención al ensayo (no novela) Todo lo que
era sólido, en la que Muñoz Molina
se desliza entre la maleza de la confusión y analiza las décadas
anteriores a esta crisis, aquellas en las que todo parecía sólido
y España vivía en su propio castillo de naipes, bien apuntalado,
pero de naipes al fin y al cabo. Analiza los años de la furia, los
del exceso, los días en los que España era “el país donde más
rápido uno se puede hacer millonario”, según palabras de un
ministro de economía socialista. Los años del gasto y del
desgaste, aunque fuéramos incapaces de apreciarlo ya que, como bien
describe Muñoz Molina, hemos vivido de espaldas a la ética y moral
que asumíamos como propia. Sabíamos que lo que se hacía (y
todavía se hace) estaba y está mal, pero nos beneficiábamos de
ello y nos dejábamos mecer por un cinismo ético que nos acunaba
entre contratos y beneficios más o menos confesables. . Muñoz
Molina hace un repaso de los años de democracia, casi desde el
inicio de la misma, y separa cada átomo de nuestra sociedad para
analizarla desde una perspectiva ética, económica y social.
2Howard
Gardner es un psicólogo, investigador y profesor de la Universidad
de Harvard, de Estados Unidos, conocido en el ámbito científico
por sus investigaciones en el análisis de las capacidades
cognitivas y por haber formulado la teoría de las inteligencias
múltiples (musical, físico-kinestésica, lógico-matemática,
lingüística, visual-espacial, interpersonal, intrapersonal y
naturalista). Por esta teoría y por sus implicaciones en la mejora
global de la educación, le fue concedido el Premio Príncipe de
Asturias de Ciencias Sociales en 2011.
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