miércoles, 27 de junio de 2018

La Cultura, el Poder, el odio...

Hace unos días tuvo lugar en Nueva York la entrega de los Premios Tony, galardones que celebran logros en el teatro estadounidense, y más en concreto obras estrenadas o al menos representadas en los teatros de Broadway (la calle de Nueva York que ES el teatro por antonomasia). Los premios Tony son considerados el más alto honor del teatro en Estados Unidos, el equivalente a los Premios de la Academia (Oscars) para las películas, los Premios Grammy por la música o los Premios Emmy para la televisión. Cuando se producen estos eventos, generalmente retransmitidos en directo, lo normal es que después se hable, lógicamente, de las obras premiadas (este año, sobre todo, «The Band’s Visit», «Harry Potter and The Cursed Child», «Angels in America» o «Three Tall Women») o del glamour de los y las asistentes. Pero este año, no; este año el protagonismo de la noche fue para un indignadísimo Robert De Niro, que, cuando le tocó presentar la actuación en la gala de Bruce Springteen, sorprendió con un contundente "¡Fuck Trump!" (¿hace falta traducirlo?) que, por cierto, arrancó de los asistentes el mayor aplauso de la noche.
Y es que, aunque fuera el más contundente, directo y sin matices, no fue el único que criticó esa noche a Trump y sus políticas; también lo hicieron Ari’el Stachel, Andrew Garfield, Lindsay Méndez o Glenda Jackson al recibir sus galardones. No hace falta recordar que, desde la campaña de las votaciones a la Presidencia, Trump no ha parado de "hacer amigos" entre los que se encuentran Robert Downey Jr., Mark Ruffalo, Scarlett Johansson, Neil Patrick Harris, James Franco, Martin Sheen, Julianne Moore, Meryl Streep, George Clooney o el propio De Niro, entre muchos otros. 


A lo largo de la historia, se constata que las relaciones entre la Cultura y el Poder frecuentemente distan mucho de ser una balsa de aceite, con la excepción de aquellas manifestaciones, creativas o no, ligadas a lo que el Poder de turno define como SU cultura oficial y en todas partes se considera normal que lo que se conoce como "el mundo de la cultura" critique y denuncie con su música, humor, obra escrita, teatro, etc. todos los excesos, contradicciones, injusticias que, a su juicio, observa en el ejercicio del Poder. Y hay que reconocer que Trump y su política se lo ponen muy fácil con su incomprensible (a la larga) abandono de la UNESCO (¿hablábamos de Cultura?), de los acuerdos comerciales con el resto del mundo, del Comité de Derechos Humanos de la ONU (!!!), su inhumana política migratoria (algo difícil de entender en alguien como Trump -¿o hemos de llamarle Drumpf, su apellido original antes de cambiarlo por el actual?-, nieto de Frederick, inmigrante alemán e hijo de Mary Anne MacLeod, inmigrante escocesa ilegal). Pero, más allá de la controvertida figura del Presidente, lo cierto es que el propio sistema implantado por él ofrece aspectos cuestionables como es, por ejemplo, que la Jefa de Seguridad del gobierno justifique la salvajada de separar a niños de sus padres inmigrantes con el argumento de que éstos son criminales (sic) por haber vulnerado la ley estadounidense al haber entrado ilegalmente en el país. Dejando a un lado que, según ese criterio llevado a rajatabla, el mismo Presidente Trump sería el hijo de una peligrosa delincuente, lamentablemente se comprueba que usar, como en este caso, ese mantra de apelar al cumplimiento de la ley para justificar no pocos excesos legales no es privativo de los Estados Unidos ni de la política de Trump, que usa la asombrosamente eficaz herramienta de inculcar odio por quien es o piensa diferente o viene de fuera, presentándolo como un peligro para la comunidad ¡en un país que debe su grandeza a quienes han venido a él! olvidando al parecer que la ley (particularmente en una democracia auténtica) ha de ajustarse a la realidad social en evolución, que por eso mismo no hay ninguna ley intocable y que cuando los conceptos de "ley" y "justicia" no van parejos, resulta complicado exigir su cumplimiento, si no es por la fuerza.

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Fruto de esas neuras, dudas conceptuales y contradicciones es la promulgación de algunas leyes chocantes (y no hace falta acudir para ello al declaradamente xenófobo Grupo de Visegrad -Hungría, Polonia, Eslovaquia y República Checa-, no, venimos a nuestro país para ver cosas cercanas más sutiles) como es la del "delito de odio" (no "apología del odio", cuidado con los conceptos) sin tener en cuenta de que es un tema muy delicado en el que un tratamiento erróneo lo envía todo a hacer puñetas toda vez que el odio es un sentimiento y no debe legislarse para canalizar y gestionar odio sólo en la dirección que convenga a los legisladores de turno. Intentemos explicarlo: supongamos que un grupo de gente uniformada, siguiendo órdenes, apalea pública e impunemente a un ser querido en actitud pacífica y que no se revuelve contra el agresor. En este supuesto, sentir odio contra el uniformado (no contra la institución, ojo, no confundamos; sólo los politicastros rastreros manipuladores propugnan las ideas de "todos los X son Y" -todos los del PP son corruptos- porque promueven poner las etiquetas de grupo antes que a la persona) y contra quien le jalea, alienta, felicita o premia, forma parte de la condición humana y es legítimo. Por ello el sentido común previene del error que es intentar legislar sobre el odio en cualquier sentido, porque, a ver, ¿Delito? ¿Un sentimiento? Bien mirado, delito es (debería ser) legislar y fomentar actitudes/actuaciones que alimentan esas situaciones generadoras de odio aunque sea disfrazadas con el señuelo de que "eso es lo que quiere la mayoría (¿cuál?), es decir, actuar en sentido opuesto a lo que debe ser analizar de qué pie cojea la convivencia (en particular la futura, no la que convenga para captar votos a corto plazo) y gestionarlo sabiamente.

Y no digamos cuando se promueve la banalización del término. No sería justo tachar de incultos, ignorantes, mal informados o meros manipuladores a fiscales, jueces, medios de comunicación, partidos políticos, etc., pero aún es reciente el caso de un concejal de Madrid que fue acusado, juzgado y condenado por "delito de odio" por unos chistes (gustos personales y sensibilidades muy respetables, aparte) publicados en su página de Twitter, algunos de los cuales ya figuran en las antologías del humor político1.

Pero volvamos a la relación entre la cultura y el Poder, y para ello escucharemos unos versos de Luis de Góngora, musicados por Paco Ibáñez.


Visto desde hoy, pasados cuatro siglos desde que se escribiera, el poema puede parecernos sólo jocosa e inocentemente satírico, pero, si ahondamos, podemos comprobar que tiene una importante carga crítica (que tendría sus consecuencias para el autor), de lo que lo primero que se observa es su voluntad de disimulo, alternando la crítica política con la picaresca al uso en la época. Veamos con todo el poema, y no sólo los fragmentos musicados:

Dineros son calidad,
¡verdad!
Más ama quien más suspira,
¡mentira!

El método es que en cada una de las estrofas de esta letrilla Góngora denuncia alternativamente una verdad y una mentira: que el dinero todo lo puede y que muchos amores son falsos y sólo están movidos por el interés.

Cruzados hacen cruzados,
escudos pintan escudos,
y tahures, muy desnudos,
con dados ganan Condados;
ducados dejan Ducados,
y coronas Majestad:
¡verdad!

Con cruzados (moneda de oro portuguesa) se arman los caballeros de las órdenes militares; con los escudos (monedas) se pintan escudos nobiliarios; los ducados (monedas) proporcionan territorios a cargo de un duque y las coronas (monedas) proporcionan realeza.
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Pensar que uno solo es dueño
de puerta de muchas llaves,
y afirmar que penas graves
las paga un mirar risueño,
y entender que no son sueño
las promesas de Marfira:
¡mentira!

Cambiamos de tercio a la picaresca; aquí puerta = mujer casquivana = sitio por donde entra y sale mucha gente. Afirmar que los tormentos del enamorado quedan pagados con el mirar risueño de la amada,... ; la mención a Marfira, podría entenderse poéticamente relacionada con la ninfa de los ríos, pero resulta más creíble que Góngora se refiera a la Marfira que es el seudónimo tras el que muchos especialistas creen adivinar a una mujer real y apasionada que debió vivir en Valencia y que sería una de las escasas voces femeninas de poesía profana durante la primera mitad del siglo XVI, de la que sabemos ciertamente que amó y fue amada pues "regaló delicados vasos lusitanos y, ante un oportuno ramo de flores, se dispuso a entregar «cuerpo y alma, todo junto» al poeta Dardanio" ¿la promesa de la que habla Góngora?

Todo se vende este día,
todo el dinero lo iguala:
la Corte vende su gala,
la guerra su valentía;
hasta la sabiduría
vende la Universidad:
¡verdad!

Volvemos a las andadas: en 1601 la Corte se trasladó de Madrid a Valladolid. Madrid ofreció cien mil ducados al duque de Lerma si impedía el traslado, mientras que Valladolid le prometió un palacio al rey (un ejemplo de cómo las coronas compran majestad). La valentía queda a sueldo de los mercenarios. Por cierto, podemos imaginar lo que diría el poeta de que algunas universidades hoy no venden sabiduría sino títulos acreditativos falsamente de ella, precisamente a políticos ligados al Poder.

En Valencia muy preñada
y muy doncella en Madrid,
cebolla en Valladolid
y en Toledo mermelada,
Puerta de Elvira en Granada
y en Sevilla doña Elvira:
¡mentira!

Algo de crítica sociológica disfrazada de picaresca: Valencia era famosa entonces por sus burdeles. Habla Góngora de mujeres que en Madrid presumían de doncellas y mientras en Valencia se prostituían, comían cebolla en Valladolid (comida vulgar) y en Toledo mermelada (comida refinada), en Sevilla eran señoras y en Granada eran puertas (otra vez, sitios por donde entra y sale la gente). Notemos que Madrid, Toledo y Sevilla eran grandes capitales frente a Valencia, Valladolid y Granada, más provincianas.
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No hay persona que hablar deje
al necesitado en plaza;
todo el mundo le es mordaza
aunque él por señas se queje;
que tiene cara de hereje,
y aun fe la necesidad:
¡verdad!

"La necesidad tiene cara de hereje" era una versión popular de Necessitas caret leges, (la necesidad carece de leyes, es decir, quien se ve acuciado por la necesidad no respeta ley alguna). Góngora añade que la necesidad no sólo tiene cara de hereje, sino que tiene fe de hereje, es realmente hereje. (Por supuesto lo dice con ironía: está denunciando que a quien no tiene dinero no se le tiene ninguna consideración.)

Siendo como un algodón,
nos jura que es como un hueso,
y quiere probarnos eso
con que es su cuello almidón,
goma su copete, y son
sus bigotes alquitira:
¡mentira!

¿Y una concesión a la picaresca procaz? Aunque la tiene blanda como un algodón, jura que la tiene dura como un hueso, y para probarlo se pone duro todo lo que es blando: se almidona el cuello, se pone goma en el pelo y alquitira en el bigote (una goma destinada a atiesar los bigotes).

Cualquiera que pleitos trata,
aunque sean sin razón,
deje el río Marañón,
y entre el río de la Plata,
que hallará corriente grata
y puerto de claridad:
¡verdad!

El sistema judicial tampoco escapa a su mirada inquisitiva: Marañón era el nombre antiguo del río Amazonas, y aquí sugiere la dimensión de la maraña que supone un pleito largo, frente a la rapidez con que puede resolverse si se usa adecuadamente el dinero (la plata). La expresión "Salir a puerto de claridad" era poder descansar, no tener ya que preocuparse por algo.

Siembra en una artesa berros
la madre, y sus hijas todas
son perras de muchas bodas
y bodas de muchos perros;
y sus yernos rompen hierros
en la toma de Algecira;
¡mentira!

Termina Góngora su diatriba con la picaresca "para dejar buen sabor de boca" al censor y facilitarle que olvide todas las críticas políticas anteriores. Sembrar (y hacer crecer) berros en una artesa es una forma de decir que la madre era una hechicera. Las hijas son perras que han pasado muchas "noches de bodas" (pues la madre hechicera recompone su virginidad para la siguiente) y dichas bodas eran bodas de perros (pues tales eran los hombres involucrados). Los yernos (de la madre) rompen hierros (lanzas) al tomar Algecira[s] precisamente porque se la encuentran virgen.
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Si, con lo visto, nos atrevemos a estudiar, de manera amplia, las a menudo tormentosas relaciones entre Cultura y Poder, veremos de inicio que son dos conceptos aparentemente diferentes, pero que en la realidad se cruzan, y se han cruzado en numerosas ocasiones a través de la historia de la humanidad. Hay que convenir que el poder es mas antiguo y visceral que la cultura, aparece con los primeros homí­nidos, y se encuentra presente en prácticamente todas las relaciones de seres vivos dentro de la naturaleza, íntimamente asociado a la supervivencia, a la ley del más fuerte, el más oportunista también por cierto. Por otro lado la cultura va apareciendo poco a poco, en paralelo a la evolución social, y comienza a ponerse al servicio de intereses, religiosos o del grupo. Con el correr de los siglos la Cultura se posiciona como un bien de prestigio dentro de las distintas sociedades, si bien con matices de servicio al Poder en las distintas épocas: medioevo, renacimiento, revolución francesa,... Es en el siglo XX en el que el intelectual/artista deviene mas independiente, riguroso en su juicio de la sociedad que lo rodea, pese a que paralelamente la Cultura retorna nuevamente a los círculos del poder, (Europa oriental, Asia,.. ) y cuando, más que tomar un valor patrimonial público, adquiere un valor dentro del mercado, y por lo tanto pasa a ser y se convierte en una pieza de colección, una pieza de trofeo de ciertos museos en el orbe, un polo de atracción para la recaudación, por medio del aumento de las visitas artísticas o ventas, en fin, se torna al fin y al cabo, en un medio para incrementar los índices económicos de los círculos de poder. Es este aspecto, precisamente, el que hace poner en valor la expresión de la disidencia del intelectual crítico, ya que su actitud se puede ver, no como denuncia de puntos a mejorar sino como un torpedo a la línea de flotación del sistema económico, que no se vería perjudicado sin esa denuncia. Y entonces, lo habitual es que se ponga en marcha la maquinaria contra el "verso suelto" en forma de la razón de la fuerza y no de la fuerza de la razón, como ya ha empezado a ocurrir en el contencioso De Niro – Trump del inicio de estas reflexiones.

¡Ah1 ¿Y qué consecuencias tuvo, si es que las tuvo, la crítica de Góngora al poder hace 400 años?
Pues, un castigo sibilino, ya que Felipe III llamó a Góngora a la Corte para "contar con sus valiosos servicios" y, una vez cerca (hay que pensar que las críticas eran algo más que la letrilla analizada), le hizo la vida imposible hasta el punto de acabar sus días más pobre que las ratas, además de aquejado de lo que hoy identificaríamos como Alzheimer. Peor le fue en sus relaciones con el Poder a otro representante de la Cultura, crítico, coetáneo y "enemigo íntimo" de Góngora, Francisco de Quevedo, pero eso es ya otra historia.

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1Josep Pernau (1930 – 2011), periodista y maestro de periodistas, es autor, entre otros libros "más serios" del recomendable Humor de combate (en catalán, Humor de combat, Ed. La Campana, Barcelona, 2007), con el subtítulo de Cómo sobrevivir a las dictaduras, y que es un ensayo sociológico con chistes de autor anónimo sobre el uso del humor como herramienta pacífica contra las políticas totalitarias de todo el mundo: Hitler, Mussolini, Franco, Fidel Castro, la Unión Soviética, Pinochet, En el capítulo dedicado al humor en la época de Hitler (y aquí enlaza con el caso citado del concejal madrileño), Pernau se apoya en los trabajos del escritor y psicoanalista judío Eliahu Tocker, que recopiló documentadamente los chistes en los guetos y en los campos de exterminio (donde se entraba por la puerta y se salía por la chimenea, según consta que decían los propios internos), entre los que se encuentra documentado aquel de
- ¿Cómo viajarían cincuenta judíos en un coche?
- En el cenicero.
En palabras de Tocker, "¿Cómo podían reír los judíos confinados en guetos y campos? Precisamente porque no tenían otra salida, que no tenían nada que perder. Hacer humor constituía una actitud desafiante; sabían que arriesgaban la libertad y la vida, pero, como dijo una sobreviviente, “sentíamos que los nazis eran dueños de la última bala, pero nosotros teníamos la última palabra”. El chiste, a menudo negrísimo, elaborado en pleno infierno no era producto de la frivolidad, sino de una imperiosa necesidad de conservar el equilibrio frente a la NADA. Que quienes no lo sufrieron hagan bromas a cosas del Holocausto puede ser perverso, pero que quienes lo protagonizaron se hayan reído de él, resulta sublime".
Luego, según las teorías de Tocker, lo relevante no es el chiste en sí sino QUIÉN lo dice y en qué contexto. A partir de aquí, el problema social serio es, según han publicado varios estudiosos, que el humor, cada día más objeto de censura, está recuperando su protagonismo como herramienta política ante la deriva involucionista que afecta hoy a casi todo el mundo.

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