Con motivo del Día internacional de la ataxia, que se recuerda cada 25 de septiembre, tuvo lugar
ayer, día 28, en el Auditori de Vilafranca del Penedés (Barcelona – España) un concierto, organizado
por la Associació Catalana d’Atàxies Hereditàries (ACAH), con el fin de recaudar fondos a beneficio
de la investigación sobre esa semidesconocida enfermedad neurodegenerativa. Como quiera que tuve la oportunidad (y no la desaproveché) de asistir al evento, permitidme que
comparta con vosotros algunas reflexiones al hilo del mismo. No se trata, naturalmente, de una fría
crítica musical ni nada que se le parezca sino, abusando de vuestra paciencia, de poner negro sobre
blanco impresiones personales que no pretenden ser las únicas ciertas, ni mucho menos. Es obligado, eso sí, empezar por la música; en principio, para conseguir la conveniente calidez del
acto, la interpretación, cercana al publico, no fue de una orquesta al uso, sino que corrió a cargo sólo
de la pianista María Ivanovich, el contratenor Víctor Jiménez Díaz y el acordeonista Nikola
Tanaskovic1, a quienes se unió en la segunda parte la Polifónica de Vilafranca. Confieso mi perplejidad
ante la posibilidad de escuchar música clásica al acordeón, pero todas las dudas se disiparon al oir los
arreglos para ese instrumento de composiciones de música barroca del Padre Soler o Domenico
Scarlatti, por ejemplo, con resultados ciertamente cautivadores para el oído.
Gracias a las gestiones de la citada pianista María Ivanovich, se incluyó en el concierto el estreno
mundial de la obra del compositor, profesor de música en la Ben-Gurion University y en el Sapir
Academic College, ambos de Israel y partícipe de la Fundación Phonos, de Barcelona, Gil Dori,
Resplandece el sol de mediodía, inspirada en Antoni Gaudí, y, en concreto, en el templo inacabado de
la Sagrada Familia. Más allá del aspecto musical, sobre el que pueden haber diferentes gustos, todos respetables, es
inevitable cavilar sobre la evidencia de que no tiene el mismo poder de convocatoria un acto
proyectado para recaudar fondos contra la ataxia que, pongamos por caso, esas actividades masivas del
“Mulla’t” (Mójate) que se programan exitosamente cada año contra la esclerosis múltiple (que nadie
me malinterprete, por favor; no se trata de una crítica al Mulla’t, al que cabe desear la mayor
efectividad, sino una reflexión retórica que esconde el deseo de que ojalá la sociedad tuviera el mismo
grado de sensibilidad ante todas las enfermedades minoritarias de manera que algunas dejaran de ser
tratadas como un estigma, como aún pasa). Sin ir más lejos, este concierto se ha celebrado gracias a la
iniciativa privada de ámbito muy reducido: un patrocinador local cuyo nombre no estoy autorizado a
divulgar, una entidad financiera, una empresa del sector vinícola, el apoyo del Ayuntamiento de la
ciudad, y poco más, salvo la colaboración de los músicos. Hay mucho por hacer, máxime cuando se confirma, dolorosamente, que hay muchas de las personas
afectadas por la enfermedad que ni tan siquiera conocen lo poco que se sabe de ella.
1Alguien
puede decir que, al citar sus nombres en estas líneas, se les está
haciendo publicidad; no lo discuto, pero me parece que sería una
descortesía no citarlos, tanto por su calidad interpretativa como,
sobre todo, por su compromiso con el proyecto del concierto, dada su
finalidad.
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