Mañana, 16 de septiembre, se cumplen cuarenta y cinco años del atroz asesinato del cantante chileno
Víctor Jara, tras el triunfo, sólo cinco días antes, del golpe de estado en su país, encabezado por el
general Augusto Pinochet, que acabó con el mandato y la vida del legítimo presidente, Salvador
Allende y, que no se olvide, una semana antes de la muerte en circunstancias aún sin aclarar, del poeta
Pablo Neruda. Realmente, arrebatar una vida ajena siempre es una atrocidad pero cuando confluyen,
como en este caso, el hecho de que nos encontramos ante un asesinato de estado reconocido como tal,
y el ensañamiento con que se llevó a cabo, el conjunto nos proporciona elementos de análisis para
reflexionar sobre las causas y actitudes que concurrieron y para llegar a conclusiones, aunque estas
conclusiones no puedan tener efectividad práctica. Víctor Jara Martínez fue un músico, cantautor, profesor y director de teatro chileno, militante del Partido
Comunista de Chile y referente internacional de la canción protesta y de cantautor, y uno de los artistas
más emblemáticos del movimiento músico-social llamado «Nueva Canción Chilena». Su ideología
comunista se refleja en su obra artística, de la que fue pieza central. Después de hacer el servicio militar, alternó la dirección teatral con la música, interpretando ya obras
propias cada vez más comprometidas, en las que denunciaba en voz alta lo que consideraba injusticias.
Viajó a Helsinki para participar en un acto mundial en protesta por la guerra de Vietnam y publicó su
álbum Pongo en tus manos abiertas, al que pertenece el tema «Preguntas por Puerto Montt», inspirado
en la masacre de Pampa Irigoin (Puerto Montt1) durante la represión policial del gobierno conservador
del presidente Eduardo Frei Montalva. En esa canción criticó duramente al ministro de Interior
Edmundo Pérez Zújovic, y eso le acarrearía graves consecuencias.
Es obvio que un personaje así, que opina libremente y lo divulga, resulta incómodo a ciertas formas de
ejercer el poder, y cuando se produjo el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, fue detenido ese
mismo día junto con otros profesores y alumnos en la Universidad Técnica del Estado, donde le sorprendió
el golpe dando clases. Lo llevaron al Estadio Chile, convertido en centro de internamiento por los
militares (actualmente Estadio Víctor Jara, lugar en el que hay una placa en su honor con su último
poema), donde permaneció durante cuatro días. Lo torturaron durante horas (le realizaron quemaduras
con cigarrillo, le rompieron los dedos, le cortaron la lengua y lo sometieron a simulacros de fusilamiento)
y, finalmente, el 16 de septiembre lo acribillaron junto al director de la Empresa de Ferrocarriles del
Estado. El cuerpo fue encontrado el día 19 del mismo mes con 44 impactos de bala2. Todos pensamos que el de Víctor Jara es un caso extremo, pero el analizarlo nos permite reflexionar
sobre por qué hay seres humanos (?) cuyo único deseo es silenciar, perseguir, encarcelar y, de alguna
forma, aniquilar a quien no piensa como ellos y estudiar someramente por que esto suele ser así,
precisamente, cuando quien discrepa representa a una minoría. Yendo al fondo de la cuestión, hay que
diferenciar en el análisis si esa actitud arrogante es propia de la persona o inducida. Dicen los principios de la psicología que la base de la evolución de las sociedades humanas,
representada por las relaciones entre personas, ha sido siempre en saber llegar a acuerdos positivos
para todos (lo que hoy identifican las escuelas de negocios como “I win, you win”) en el tratamiento
de las discrepancias, y eso con más relieve que las victorias bélicas que nos inculca la historia teniendo
en cuenta además que, en palabras de Jorge Luis Borges, “nada hay tan contaminado de ficción como
la historia”, ergo la discrepancia ES base de la evolución cuando se sabe gestionar. Siguiendo con el
hilo de los principios psicológicos, cuando se plantean diferencias, es imprescindible pensar en la
conveniencia de una negociación, que no es un pulso o una demostración de fuerza, sino un proceso de
diálogo encaminado a lograr un consenso. Por lo tanto, el objetivo no es (y no debe presentarse así) que
uno gane y el otro pierda, sino conseguir que ambos ganen con el acuerdo a que se sea capaz de llegar.
Para ello, es necesario fijar previamente unas reglas de juego claras, exponer los respectivos puntos de
vista e intentar ponerse en la piel del otro para comprender su perspectiva. Conviene decidir la posición
de antemano, pero no el resultado esperado, impensable de inicio. También deben tenerse claros los
límites mínimos y máximos que se pueden aceptar, así como estar dispuesto a negociar todas las
variables, no sólo algunas, para evitar llegar a puntos muertos. Si la otra parte lanza una propuesta que
no encaja, en lugar de rechazarla debe intentar canalizarse hacia un punto medio. En caso de que se
formule de manera poco apropiada, no debe tenerse en cuenta porque no hay nada peor que trasladar
los posibles desacuerdos a un plano personal. Para que el resultado de una negociación sea equilibrado, ambas partes deben ceder en algunas cosas.
Por lo tanto, no deben celebrarse las cesiones de la otra parte como una victoria y hay que ser generoso
(pensando en el futuro común) aportando también algo propio. Cuando la negociación se atasca, a veces
lo mejor es posponerla para poder reflexionar. Siempre es preferible no llegar a un acuerdo que alcanzar
(o imponer) uno que no satisfaga a todos. Finalmente, cabe recordar que los acuerdos sólo se cumplirán
si son equilibrados y las dos partes los han aceptado con buena disposición. Este esquema sencillo, intuitivo y lógico de diálogo/negociación, con sus matices particulares en cada
caso que se presente, se aplica con eficacia demostrada en todas las temáticas… cuando se aplica, que
no es siempre a la vista de lo que pasó con Víctor Jara y sigue pasando con muchos otros en latitudes
diversas aunque no se llegue al extremo de lo que se hizo con el cantante. Especialmente en política,
aún hay quien cree que la represión/imposición permanentes son más efectivas que el diálogo cuando
basta con echar un vistazo a la evolución de las sociedades para comprobar que quien se empeña en
imponer y no dialogar se queda anclado en el pasado y que la imposición/prohibición/represión sólo es
efectiva en el corto plazo, nunca a largo plazo. Pero ¿qué argumentos pueden esgrimirse para negar el
diálogo? Aparte de la incapacidad/ineptitud para gestionar las diferencias, claro, que ese no se dice
porque esconde, precisamente, la ausencia de argumentos y ¿cómo se puede dialogar sin ellos? Una muletilla recurrente, repetida como una gota malaya y que suele calar en muchos que, posiblemente,
se presten a ser manipulados sin saberlo, es que la discrepancia sobre la que se pretende dialogar está
fuera de la ley y altera la convivencia. Vayamos por partes: - que esté o no contemplado en las actuales leyes sólo indica que, una vez conocido y analizado el motivo
de la discrepancia, deberá evaluarse si se han de revisar las leyes para darle cabida (o no) en la forma en
que se llegue al acuerdo ¿o alguien en su sano juicio piensa que las leyes son eternas? - la discrepancia NO altera la convivencia, sino la forma de tratar esa discrepancia, y resulta muy triste
que en nuestro país haya ciudadanos de buena fe que caen en la trampa de creer ese mensaje y acepten
como normal incluso el uso de la violencia para acallar la expresión de una discrepancia en lugar de
conocerla y gestionarla inteligentemente.
No olvidemos, además, que las leyes las dicta el Poder de turno, por lo que lo primero que deberíamos
preguntar cuando se nos repite machaconamente, por ejemplo, que alguien está en prisión por haber
vulnerado una ley de contenido político, es ¿qué ley? Seamos prudentes; en nuestra historia reciente hay
ejemplos de subversión impune de la legalidad con fines espurios. En la documentada publicación de
Ramón Arnabat, Doctor en Historia, investigador y profesor universitario, respetado y reputado
especialista en la España del siglo XX, La represión: el ADN del franquismo español (lo de “español” por
la divulgación de la obra fuera de nuestras fronteras), puede leerse que “la dictadura franquista, el Nuevo
Estado, la España de Franco, nació de un golpe de Estado militar contra el régimen democrático
republicano legalmente establecido (17-18 de julio de 1936), y se configuró y articuló a lo largo de una
cruenta guerra civil que finalizó con su victoria militar (julio de 1936/ abril de 1939)1. Este es un aspecto
clave para entender la dinámica de la represión franquista, fundamentada en la “trampa (i)legal” de
convertir a los defensores del legítimo régimen republicano, en rebeldes; acusados de Adhesión a la
Rebelión, Auxilio a la Rebelión o Rebelión Militar; mientras que los golpistas se autodenominaban
defensores del orden. El mismo dictador, Francisco Franco, afirmaba que “el –Glorioso– Movimiento
Nacional –el golpe de estado–, no ha sido nunca una sublevación. Los sublevados eran y son ellos, los
rojos3”. Y en las sentencias de los consejos de guerra vemos escrito, una y otra vez: “que contra los
legítimos poderes del Estado, asumidos por el Ejército a partir de 17 de Julio de 1936 en cumplimiento
de su función constitutiva, se desarrolló un alzamiento en armas y una tenaz resistencia, cometiéndose
a su amparo toda suerte de violencias, ...” “Todos aquellos que habían defendido a la República, de
forma activa o pasiva, y todos aquellos que no se habían mostrado favorables al Glorioso Movimiento
Nacional, eran susceptibles de sufrir este tipo de [in]justicia franquista. El franquismo, tanto durante
la guerra civil, como en la posguerra, se planteó eliminar “al enemigo”, de “extirpar” o de “aniquilar”
los elementos republicanos que podían poner en peligro la dictadura, y extender la miedo entre aquellos
a los que no llegaba la represión. Tan importante era eliminar físicamente al enemigo, como atemorizar
y humillar a la población vencida que sobrevivía para que asumiera su lugar en el Nuevo Estado. El
régimen franquista creó una tupida red represiva que abarcó todos los campos posibles: el económico, el
social, el cultural, el ideológico, el político y fue un instrumento de dominación, de humillación y de
consenso forzado.” “Durante la postguerra, el régimen franquista aplicó la legislación represiva
generada durante la guerra civil española (1936-1939), ampliada y matizada por un conjunto de órdenes,
decretos y leyes de carácter complementario.
Durante
el periodo 1939-1948, el eje de la política represiva franquista fue
la “justicia” militar que, con sus sumarios de urgencia y sus
consejos de guerra, llenó las prisiones de penados y los cementerios
de ejecutados (Decreto de 28 de julio de 1936, que se mantuvo hasta
julio de 1948). Decenas de miles de personas fueron sometidas a
consejos de guerra, de las cuales el 90% fueron condenadas, de estas
un 85% a penas de prisión de entre 6 y 30 años y un 15% a penas de
muerte.”
Por
éste y otros factores similares, el franquismo tiene el triste y
dudoso “privilegio” histórico de haber sido el primer régimen
político que, tras una contienda interna (en un proceso del que hay
muchas voces que afirman que, de alguna forma, se mantiene, casi
ochenta años después del final oficial de la guerra), diseñó y
llevó a cabo un plan “legal”
organizado
destinado a acallar/encarcelar/aniquilar a la población civil con
ideas diferentes de las de los vencedores.
Hay
que decir, para bochorno de todo el mundo, que ese sistema ha tenido
y tiene “alumnos aventajados y muy aplicados” en castigar a la
población civil para conseguir sus fines. Volviendo a Arnabat, “La
dictadura franquista siempre se fundamentó
en la distinción entre vencedores
(adictos)
que merecían el premio y el reconocimiento, y los vencidos
(indiferentes
y desafectos)
que merecían el castigo y la humillación.
Una
división marcada por la victoria en la guerra que legitimaba al
régimen franquista. Y así fue a lo largo de toda la dictadura. Por
este motivo, la memoria del franquismo es hoy todavía tan compleja
en España. Unos quieren recordar, “los vencidos”, y otros
quieren “olvidar”, los “vencedores”. Pero, el recuerdo y el
olvido forman parte inseparable de la memoria, de las diversas
memorias del
franquismo y de la represión.”
Por
eso, entre otras cosas, se ha de ser escrupulosamente cauteloso en
conocer siempre los porqués y el marco que rodea cada situación e
intentar no dejarse manipular repitiendo sin más y creyendo sin
corroborar su veracidad lo que no suelen ser sino consignas
partidistas interesadas, sesgadas y parciales. Vengan de donde
vengan. Y si hay discrepancias (que forman parte de la vida en todos
sus ámbitos), lo que nos debe preocupar es que se conozcan y se
sepan gestionar, no que se acallen: pan para hoy y hambre para
mañana.
Acabamos
estas reflexiones
proponiendo
escuchar
la canción más conocida de Víctor Jara,
Te recuerdo, Amanda,
en su homenaje y con el deseo
de que no haya nunca más otro caso como el suyo. Incluida en el
mismo disco que Preguntas
por Puerto Montt,
citada
más arriba, es
una pieza internacional,
porque el tiempo la ha convertido en una historia de lucha de clases.
Representa
a la lucha de la clase obrera a través de la historia de amor de una
muchacha llamada Amanda y de un obrero que respondía al nombre de
Manuel. Él trabajaba duramente en una fábrica, donde ella la
visitaba durante los cortos descansos, cinco minutos escasos hasta
que la sirena indicara el regreso al trabajo. Un día su rutina
cambió radicalmente, porque Manuel faltó a la cita, víctima de la
injusticia del sistema explotador y la codicia de los patronos.
¿Una canción de amor, pues, o un
manifiesto social? Da igual en el fondo como se deduce de lo que dice
en la presentación el propio Víctor, y como anécdota final, citar
que la repercusión de la canción fue tal en los años setenta y en
los ochenta del siglo pasado que fueron muchas las niñas bautizadas
con este nombre.
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1Puerto
Montt es una ciudad de unos doscientos mil habitantes hoy al sur de
Santiago, al comienzo de la Patagonia. La fuerte explosión
demográfica tras el terremoto de 1960 y la ineficaz respuesta del
gobierno al problema hizo que los inmigrantes llegados a ella desde
otras zonas del país recurrieran a la toma de terrenos abandonados
para solucionar sus problemas de vivienda.
En marzo de 1969, cerca de 90 familias de
escasos recursos ocuparon un terreno en el sector llamado Pampa
Irigoin con la intención de obtener una expropiación legal por
no-uso de la tierra (lo que era posible en la legislación chilena
de aquella época) y poder construir allí sus futuros hogares. La
toma transcurrió de forma tranquila y pacífica, y no existió una
acción inmediata por parte de los carabineros. Las negociaciones
transcurrieron con normalidad durante cuatro días, sin dar señales
por parte del gobierno de que se realizaría un desalojo. Sin
embargo, en el quinto día de ocupación, y una vez que el
contingente policial hubo recibido refuerzos de otras prefecturas,
la policía entró en el lugar, con el objeto de poner fin a la
toma. El desalojo se realizó de madrugada, confiando en encontrar a
los ocupantes dormidos y poner fin a la ocupación sin resistencia.
Pero los improvisados sistemas de alarma (latas atadas con alambre a
baja altura) que los ocupantes habían instalado, les permitieron
reaccionar armados con palos y piedras. La policía respondió
haciendo uso de carabinas y gases lacrimógenos, causando la muerte
de 10 pobladores, incluyendo un bebé de nueve meses, y dejando
cerca de 50 heridos entre los pobladores; resultaron también
lesionados 23 carabineros.
En la operación policial participaron 200
carabineros que cumplían órdenes del ministro del Interior Edmundo
Pérez Zujovic.
Las motivaciones que desencadenaron los
hechos han sido muy discutidas y abarcan desde un legítimo problema
habitacional hasta intereses políticos, considerando por algunos
que no se trataba "de la explotación espontánea de un
problema habitacional agudo, sino del resultado lamentable de
intereses políticos irresponsables y bastardos, que no han dudado
en jugar con vidas humanas dignas y valiosas subordinándolas a sus
intereses partidistas inmediatos
Apenas una semana después de los hechos, en
el Senado de Chile, Salvador Allende, entonces senador, pronunció
un discurso sobre ellos que inició con un contundente “Digo,
midiendo mis palabras, que, a mi juicio, éste ha sido un crimen
colectivo, y que hubo en él premeditación y alevosía”
2En
1990, la Comisión de Verdad y Reconciliación confirmó el
horror de las torturas y determinó que Víctor Jara fue acribillado
con 44 disparos el 16 de septiembre de 1973 en el Estadio Chile y
que fue arrojado a unos matorrales en los alrededores del Cementerio
Metropolitano. Luego fue llevado al depósito de cadáveres, donde
le asignaron las siglas NN, y donde más tarde sería identificado
por su esposa. Sus restos fueron enterrados en el Cementerio
General. La viuda, años después, mencionaría que el diario
chileno La Segunda, al día siguiente del entierro, publicó un
párrafo que daba a entender que Jara había muerto sin violencia y
que su sepelio había sido de carácter privado.
El 29 de mayo de 2009, la Corte de
Apelaciones de Santiago de Chile ratificó el encarcelamiento del ex
soldado acusado del asesinato del cantante, que confesó la
coautoría del asesinato, y confirmó que a Jara se le fracturaron
las manos a culatazos en los interrogatorios y que cuando le
tirotearon, Jara ya había fallecido, debido a un disparo en la
cabeza efectuado por un oficial de ejército, por lo que el juez
encargado del caso ordenó la exhumación de sus restos, con el fin
de practicarle una segunda autopsia, que certifico que el artista
murió a consecuencia de «múltiples fracturas por heridas de bala
que provocaron un choque hemorrágico en un contexto de tipo
homicida» y que fue golpeado y torturado durante su paso por el
Estadio Chile, donde estuvo detenido. El texto destaca que se
encontraron más de 30 lesiones óseas producto de fracturas
provocadas por heridas de proyectil y otras provocadas por objetos
contundentes, diferentes a las heridas de bala.
3No
deja de ser llamativo que este mensaje vuelve a emitirse con
profusión estos días
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