Ramón José Simón Valle Peña, más conocido como Ramón del Valle-Inclán o Ramón María
del Valle-Inclán (1866 - 1936), fue un dramaturgo, poeta y novelista que formó parte de la
corriente literaria denominada modernismo y se encuentra próximo, en sus últimas obras, a la
generación del 98. Destacó en todos los géneros que cultivó y fue un modernista de primera
hora que satirizó amargamente la sociedad española de su época. Se le considera uno de los
autores clave de la literatura española del siglo XX. Vinculado con el carlismo, desde 1924 muestra su oposición a la dictadura de Primo de
Rivera, vocifera en los cafés y no duda en hacerse oír. En alguna ocasión fue detenido en la
vía pública por quejas al régimen. Valle-Inclán era un paisano incómodo para el Poder, y en
1927 participa en la creación de la Alianza Republicana.
Literariamente, nos fijaremos tan sólo dentro de su obra, en que, en 1920, la revista España
publicó por entregas Luces de Bohemia, cuya versión definitiva se editó en volumen en 1924;
en 1925 Los Cuernos de Don Friolera, en 1926 El Terno del Difunto que cambió por el de Las
Galas del Difunto en 1930; y, finalmente, La Hija del Capitán vio la luz en 1927. Las tres
últimas se incluyeron en el volumen Martes de Carnaval (1930), en donde se repasa
críticamente la historia contemporánea española desde las guerras coloniales -Cuba y
Marruecos- y, en general, el militarismo (es de destacar la ambivalencia significativa del título
Martes de Carnaval, con toda su carga paródica), hasta la dictadura de Primo de Rivera,
pasando por los hechos menudos de la vida española; desfilan en clave tragi-fársica por las
páginas de estos cuatro textos, los únicos a los que Valle expresamente denominó
«esperpentos», término que adquiere con él una categoría estética de la que hasta entonces
carecía. Todos los elementos de contenido y forma definitorios del esperpento están en Luces
de Bohemia y Los Cuernos de Don Friolera que, además, formulan complementariamente la
teoría esperpéntica1.
Con él se dio lugar al concepto actual de esperpento, una de cuyas definiciones académicas
válidas es la de “Género literario que se caracteriza por la presentación de una realidad
deformada y grotesca y la degradación de los valores consagrados a una situación ridícula”. Pero, trascendiendo el ámbito literario y atendiendo a la definición que acabamos de citar, la
cruda realidad es que convivimos con situaciones esperpénticas, curiosamente en un alto
porcentaje, con un claro componente político, que frecuentemente ponen a prueba nuestra
capacidad de asombro, como que la cabeza de la lista que una formación política presenta
por una circunscripción en las próximas elecciones se ufane públicamente de desconocer y
menosprecie el idioma propio de esa comunidad (cooficial, pero, aunque no lo fuera, un
mínimo de eso que se llama respeto por sus presuntos votantes y un mínimo de
responsabilidad política la descalifican)… y que los medios de (des)información lo consideren
normal. El (pen)último esperpento (yendo como vamos, no es en absoluto descartable que, de aquí a
cuando estas líneas vean la luz, la “producción esperpéntica” haya dejado en pañales lo que
hoy es actualidad) gira en torno a la orden, nada menos que de la Junta Electoral Central de
retirar en Catalunya en las dos próximas campañas de elecciones, las generales y las
municipales/autonómicas/europeas, los omnipresentes lazos amarillos, por considerarlos
partidistas.
Sin tomar aquí partido (salvo que se repita un argumento que ya me han hecho, en serio, el
de que buscar información verídica para contrastar ya es tomar partido) y acudiendo a la
hemeroteca, veamos el origen de la controversia: cuando fueron detenidos por razones
políticas (o, si se prefiere, por la presunta vulneración de unas leyes de contenido político),
en una clara exhibición, de fracaso político, según analistas de dentro y de fuera de España,
seguramente atribuible vistos los antecedentes y evolución de los hechos, a que aquellos que
se autodenominaban políticos no pasaban de ser becarios buscavotos (todo el respeto a los
auténticos y abnegados becarios) de una política enfocada, no al bien del ciudadano, sino a
perpetuar un determinado status quo, los dos primeros independentistas no políticos, nació un
movimiento transversal, de personas de prácticamente todos los colores políticos, de
solidaridad para con ellos que se representó por un lazo amarillo. Cuando el número de
detenidos por esas razones creció, se extendió el uso del lazo y algunas instituciones lo
hicieron también suyo como medida de protesta ante una situación no ligada a un partido, sino
a una idea. Como es comprensible en esta situación, hay partidos políticos (y militantes) que apoyan el
encarcelamiento y, lógicamente, no son partidarios de los lazos, pero, modestamente, una
cosa es mantener legítimamente una postura contraria a esa muestra de solidaridad y otra
muy diferente (¿legítima?) es querer impedirla por todos los medios, incluso físicos, y
divulgar como chanza la actitud de las personas favorables a los lazos. Nadie pretende desde
aquí, por Dios, enmendar la plana a la Junta Electoral Central, pero queda la duda razonable
acerca, precisamente, de que su decisión peca de partidista, máxime si se tiene en cuenta que
los ya famosos lazos no constan en el programa de ningún partido, mientras que prohibir
exponerlos y/o quitarlos SÍ figura en el programa del partido que acudió a ellos. ¿Neutralidad?. Pero, ¿qué son y qué significan los lazos amarillos? Los llamados lazos solidarios, sea cual sea su color, son pequeñas cintas de tela dobladas en
forma de lazo que se usan en todo el mundo para mostrar el apoyo a una causa o como señal
de soporte o solidaridad hacia la misma. Las personas que llevan el lazo, pues, expresan su
solidaridad en relación a una dificultad determinada, que viene indicado por distintos colores.
Aunque en principio cada causa estaba en relación con un color, la proliferación de lazos
solidarios a lo largo y ancho del mundo llevó a que un mismo color pueda significar causas
diversas: el lazo rojo puede representar la lucha contra el sida y a su vez, también, la lucha
contra la droga. Los lazos comenzaron siendo de pequeño tamaño, de manera que pudieran
colocarse en el doblez de la chaqueta o en el pecho de una camisa o camiseta ya que su
portador alberga un sentimiento tan fuerte por la causa que tiene necesidad de expresarlo y
hacerlo público. Sin embargo, la expansión de esta corriente llevó a que se diseñaran
variantes del mismo para colocarlos en las antenas de los coches, o a que se fabricaran lazos
de gran tamaño para poder colgarlos en edificios públicos, árboles o balcones. El origen del
lazo de color es incierto. Según los testimonios históricos se cree que los primeros en lucirlo
fueron los familiares de los miembros de la caballería de EE.UU, en el siglo XIX. Estos
familiares lo portaban en su cuerpo o colgaban en sus hogares como símbolo de lealtad a los
soldados combatientes. En su caso este sentimiento se traducía, precisamente, en un lazo
amarillo.
En el caso concreto del color amarillo, se utiliza internacionalmente como muestra de apoyo a
las mujeres afectadas por la endometriosis (enfermedad que se caracteriza por la existencia
de tejido del endometrio fuera del útero, generalmente en ovarios, trompas de Falopio, vejiga
urinaria o intestinos) y a sus familiares, o para conmemorar el día internacional de la
concienciación sobre los efectos del ruido; en Alemania se emplea como muestra de apoyo a
las fuerzas armadas; en Australia, con diferentes causas relacionadas con el Medio Ambiente,
etc. En España, no deja de ser curioso que el primer uso conocido en la historia del lazo amarillo,
como escarapela en el sombrero austracista, fue precisamente en Catalunya, cuando el virrey
de Cataluña Francisco Antonio Fernández de Velasco y Tovar prohibió en 1704 su uso
partidista durante la Guerra de Sucesión, para evitar la publicidad del bando que las usaba
"creando discordias entre las familias"; actualmente, además de su uso más conocido en el
proceso soberanista catalán, el lazo amarillo es símbolo del Día Nacional de la Espina Bífida
(malformación congénita en la que existe un cierre incompleto del tubo neural al final del
primer mes de vida embrionaria y posteriormente, el cierre incompleto de las últimas vértebras)
en muestra de apoyo por esta patología Una de las referencias populares más conocidas a los lazos amarillos proviene de la vieja
canción tradicional inglesa “'Round Her Neck She Wears a Yeller Ribbon”, (“Alrededor de su
cuello, ella vestía un lazo amarillo”) que llegó a los Estados Unidos a través de los colonos
ingleses.y que luego inspiró la película de John Ford llamada en España La legión invencible
(“She wore a yellow ribbon”, «Ella llevaba un lazo amarillo», 1950), con John Wayne.
En el año 1973, el grupo Dawn y el cantante Tony Orlando editaron la canción Tie a Yellow
Ribbon Round the Ole Oak Tree (“Ata una cinta amarilla alrededor del viejo roble”) que se
volvió muy popular en todo el mundo y “resucitó” la carrera del cantante. De hecho, Tony
Orlando llevaba ya cuatro años retirado de la música cuando cayó en sus manos aquel tema
escrito por Irwin Levine y L. Russell Brown, que de sopetón hizo mundialmente al grupo donde
cantaba junto a Telma Hopkins y Joyce Vincent Wilson. El tema narra el regreso a casa de un
preso que no sabe si su novia aún lo ama, después de estar tres años encarcelado. Para
evitarse un chasco, le escribe pidiéndole que ate un lazo amarillo en el viejo roble que hay
ante la casa para saber si aún ella lo quiere. Temeroso ante la posibilidad de encontrarse el
roble desnudo, el personaje le pide al chofer del ómnibus donde regresa a casa que mire si
hay un lazo, y le responden que no hay uno, sino 100: lo esperaban con los brazos abiertos. Si bien sencilla, la historia conmovió a un público que tiene al lazo amarillo como un símbolo
del amor que espera. Con todo este escenario, ¿qué prohibe exactamente la Junta Electoral Central con el lazo
(¿y color?) amarillo? ¿también las personas que lo luzcan solidarias con los afectados por la
endometriosis o por la espina bífida? ¿Cómo se puede gestionar? Porque se podría llegar a
extremos ridículos como el ocurrido en la celebración en Madrid del partido de fútbol final de
la Copa Libertadores entre los equipos argentinos de River Plate y Boca Juniors, en el que
algunos seguidores de este último club tuvieron problemas para acceder al estadio con las
bufandas amarillas, color de su afición. ¿Y si quien luce el lazo es un ciudadano alemán que
apoya a sus fuerzas armadas? Pues ya hay antecedentes, que se pueden encontrar
buceando en la hemeroteca: hace unos años, en la Rambla de Barcelona, la policía le
propinó una somanta de palos a un joven alemán que vestía un anorak con tres colores, rojo,
amarillo y morado. El alemán (del que no consta si ha vuelto a España) no entendía nada
mientras lo molían a porrazos hasta que se le comunicó que, por el color de su atuendo,
había sido considerado como un peligroso propagandista pro-República y la policía,
simplemente, había obrado en consecuencia. ¿Es o no es un esperpento que haría las delicias de Valle-Inclán?
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1Para
quienes sientan curiosidad, por aquello de que “el saber no ocupa
lugar,”, el término esperpento aparece como concepto estético en
la escena XII de Luces de Bohemia, donde se explicita su
origen y características y se expone el programa artístico -los
mecanismos de la deformación- de la nueva estética a través de la
conversación joco-seria del ciego Max Estrella y su lazarillo,
Latino de Hispalis, que deambulan por las calles de un Madrid
absurdo, brillante y hambriento durante las horas que preceden a la
muerte del poeta ciego.
El punto de partida de esa conversación y la
clave de la misma es la afirmación, en apariencia perogrullesca, de
que la tragedia española no es una tragedia. Con ella Valle parece
querer apuntar la idea de que la realidad española de la época es
ridícula, absurda, una deformación grotesca de Europa (¿sigue
sonando así hoy?), de modo que para expresarla literariamente no se
pueden utilizar los recursos propios de la tragedia clásica, que
es, por definición, sublime y sus protagonistas héroes. ¿Cómo
mostrar, hacer comprensible el sentido trágico de la grotesca
realidad española? ¿Cómo denunciarla? La respuesta también la
ofrece Max Estrella en la citada escena XII: con una estética
sistemáticamente deformada.
Para explicarlo plásticamente apela Valle a
la imagen de los espejos cóncavos del Callejón del Gato, en
alusión a un popular local comercial de la madrileña calle Álvarez
Gato, próxima al antiguo teatro del Príncipe, que lucía en su
fachada estos espejos deformantes. Los espejos cóncavos son capaces
de transformar en absurdas las imágenes más bellas. Valle invita a
pasearse ante ellos a los héroes clásicos, que instantáneamente
se convierten en figuras risibles, caricaturas de sí mismos:
Juanito Ventolera, el protagonista de Las
Galas del Difunto, se inspira en el mito de Don Juan; Don
Friolera, de Los Cuernos de Don Friolera, representa el honor
calderoniano y al celoso Otelo; Max Estrella evoca al mismísimo
Homero..., todos han perdido su original grandeza, porque el autor,
al enfocarlos, ha cambiado su perspectiva. Valle-Inclán en el
esperpento ya no ve el mundo y sus personajes de rodillas (a la
manera admirativa de la tragedia clásica) ni siquiera los contempla
de pie, a su misma altura, como hacía su admirado Shakespeare. No,
Valle ha optado por enfocarlos desde el aire, que es mirar a
distancia, con impasibilidad y superioridad. Con esta visión desde
el aire, el autor se convierte en una suerte de titiritero que mueve
los hilos de su tabladillo; los personajes, en consecuencia, pierden
su grandeza para convertirse en muñecos, peleles e, incluso, a
través de ese proceso deshumanizador se transforman en objetos, se
cosifican, quedan reducidos a bultos y simples garabatos o se
animalizan; es decir, sitúan al individuo al borde de lo
infrahumano.
Ahora bien, detrás de lo bufo, lo grotesco,
lo cómico y lo absurdo se vislumbra siempre una situación
dramática. Esa frontera indecisa entre tragedia y farsa es el
armazón sobre el que se construye el esperpento. De este modo, la
tragedia de España se convierte en espectáculo inquietante pero
cómico. Todos los elementos del esperpento -personajes, ambientes,
palabras y gestos- sirven para proyectar toda la vida miserable de
España. El furor de Valle llega a todos los rincones y casi nada
escapa a ese proceso esperpentizador.
En Luces de Bohemia, a lo largo de 15
escenas, el lector/espectador acompaña a Max Estrella durante sus
últimas horas en su recorrido por Madrid hasta morir en la puerta
de su casa aterido de frío. Ese periplo permite el desfile de un
abanico de personajes, ambientes y situaciones sumamente
variopintos, que engloban a la burguesía, los pequeños
comerciantes y a las prostitutas, la policía y el ministro de la
Gobernación, los modernistas y la bohemia, la redacción de un
periódico, la cárcel, tabernas, las calles de la ciudad, la ley de
fugas, la Semana Trágica de Barcelona, las huelgas de 1920, la
Leyenda Negra, los fondos reservados, la Cruz Roja y multitud de
pequeñas alusiones históricas , que caen bajo ese despiadado
prisma distorsionante en un deseo de condensar una época, un mundo
caduco, la superstición y la ignorancia, la degradación del
humilde, la prepotencia de la policía, la inoperancia de la
burocracia, la política estéril y personalista... Una España
en trance de ruina, pero brillante en apariencia.
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