"El
estanciero1
presume
de
gauchismo2
y arrogancia;
él cree
que es extravagancia
que su
peón viva mejor
mas no
sabe ese señor
que por su
peón tiene estancia"
(Atahualpa
Yupanqui3
– "Coplas del payador perseguido")
La poesía social,
fuertemente entroncada con frecuencia con la poesía de raíces
populares y con la poesía llamada de denuncia de determinados
cantautores, nos ofrece la oportunidad de reflexionar, más
directamente que con los rodeos y subterfugios que suele utilizar la
poesía culta, acerca de temas considerados casi tabú o
incómodos para las esferas de poder. Es lo que se desprende de la
lectura del pequeño fragmento de la obra de Yupanqui con el que
iniciamos esta entrada. En efecto, continuando con nuestras
reflexiones de hace un tiempo con el título De Persona a "Recurso Humano"
a las que, para ser consecuentes, hemos añadido el (I), bautizando
la presente entrada con el (II), y a la vista de nuevas
comunicaciones cuyos autores siguen pidiendo anonimato, la
equiparación entre persona y cosa productiva se
consolida y cada vez se asume con mayor "normalidad"
aunque, eso sí, cambiando cosa por Recurso Humano, que
se ve que suena mejor.
Como en el poema, el
considerar a las personas sólo como instrumentos útiles para los
que las aspiraciones personales son meras extravagancias, forma parte
de cierto discurso insano de un patriotismo que, por ejemplo, dicta
que la persona debe estar siempre subsumida por lo que ellos
proclaman machaconamente (y muchos lo creen sin más) el bien común
y que, a poco que se rasque la superficie, de común, nada de nada.
Porque, ¿qué es eso del bien común?
El bien común, algo que
parece intuitivo, diáfano e indiscutible para la mejor convivencia,
se ha convertido en realidad en un poderoso instrumento (uno más) de
manipulación política que, seguramente aprovechando que es
intuitivo en su significado global, se usa de manera malsana como una
veleta, según el viento político que se desea que sople, dándole
interpretaciones incluso opuestas (y muchos lo creen sin más,
cualquiera que sea la interpretación) acordes a lo que interesa en
ese preciso momento político.
Dos casos actuales de
manipulación política del concepto: el primero, el hecho comprobado
y denunciado de que en nuestro país crece el índice de pobreza,
incluyendo ahora en él a personas que tienen trabajo (que el sueldo
no les alcance para vivir no pasa de ser una anomalía estadística y
es un tema que JAMAS se aborda en las manifestaciones grandilocuentes
del gobierno, los partidos que lo sustentan y sus medios de
comunicación/propaganda) pese a la disminución numérica y
estadística de los escandalosos porcentajes de paro. Y cuando
alguien, que sobre el papel, debe estar incluido en ese bien común
que se dice defender, protesta por la situación, se le argumenta que
el bien común, representado en este caso por los números
macroeconómicos que se informan a los países socios, exige
sacrificios personales (siempre de los mismos, claro) y que de
revisar el sistema, ni hablar. O sea, que por ese bien común,
sistemáticamente, con perdón, ajo y agua.
Radicalmente opuesta es la
interpretación que se da cuando una sola persona expresa su
rechazo a que sus hijos reciban la enseñanza en una escuela como la
catalana, con un modelo educativo de éxito (avalado por diversas
sentencias del Tribunal Constitucional, reconocido en la Comisión
Europea y en todo el mundo excepto en ciertos círculos políticos
españoles y sus altavoces mediáticos propagandísticos); en ese
supuesto debería cambiarse el sistema para toda la clase,con
el fin de adecuarse al único discrepante.
Que aplique alguien
simultáneamente estas contradicciones en su política para ganar
votos, y que lo consiga, permitiría definir el perfil de sus
votantes, pero no entraremos ahí.
No nos desviemos del tema
lacerante de persona/recurso humano al que dedicábamos estas reflexiones. Nos ha llegado
información contrastada de que, en particular, entidades financieras
(alguna, de esas que figuran en las encuestas como objeto de deseo
para trabajar en ella) banalizan y anulan a sus nuevos empleados
(titulados académicamente, por supuesto) al comunicarles que la
evaluación de su valía profesional se centrará sólo en los
resultados obtenidos en la venta, no de productos o servicios
financieros, ni siquiera de productos de seguro, vinculados de alguna
forma con las finanzas, sino de electrodomésticos, automóviles en
renting, vajillas, sistemas de alarma y mil cosas más, todas ellas
directamente relacionadas con el mundillo financiero, como se puede
ver. Y eso porque, le inculcan, dominar el front office es
prioritario antes de acometer otras responsabilidades.
Corramos un piadoso velo
ante la ignorancia que demuestra quien iguala sólo con la venta la
labor del front office, que podríamos definir como el
conjunto de las estructuras de una organización que gestionan la
interacción con el cliente. Puntualicemos que el front office
es un lugar donde el cliente entra en contacto con la empresa; es el
espacio en el cual el consumidor se vuelve protagonista absoluto y
donde la empresa tiene que dar la mejor imagen de si a los ojos de
quien compra. ¿Y de verdad alguien cree que quien necesite
instalar un sistema de alarma acude a una entidad financiera?
El front office de una
empresa desarrolla distintas actividades:
- recepción del cliente:
saber acogerlo con cortesía y amabilidad;
- escuchar al mismo a
través de la conversación directa: aquí entra en juego la gestión
de las relaciones interpersonales;
- notar las necesidades: el
front office tiene que ser capaz de entender, en el poco tiempo que
tiene a disposición, la real exigencia del cliente;
- ayudar para obtener la
satisfacción del cliente: notadas las necesidades efectivas, existe
la necesidad de dirigir al comprador final al lugar en el cual puede
satisfacer su exigencia.
Sin entrar en profundidades,
no es igual vender un sombrero de paja en un chiringuito de la playa
un día soleado que atender y gestionar las necesidades de un cliente
en una entidad financiera. Nótese que, en el segundo caso, no hemos
usado el verbo "vender" pues ¿qué vende una entidad
financiera? ¿Hipotecas? ¿Rentabilidad de ahorros? ¿Planes de
pensiones?...
No, una entidad financiera
que no sepa y asuma que sólo vende credibilidad y confianza
(que cuajan – o no – en la venta de productos y servicios
financieros, de acuerdo) está abocada al fracaso. El front office
eficaz a futuro de una entidad financiera no es el que condiciona a
sus empleados a vender cuantas más participaciones preferentes
(pongamos por caso), mejor sino el que es capaz de transmitir que,
sabiendo que tiene ese producto en cartera, enseñar a escuchar
activamente al cliente y ofrecerle aquello que realmente colme sus
necesidades, aconsejándole, de paso, de lo que no le conviene de
ninguna manera.
En general, el uso del
término "front office" es un residuo del complejo
comparativo con los mejores tiempos de la Banca de Inversión
americana, y los defensores a ultranza de la evaluación de la valía
profesional del empleado basada en el cumplimiento de objetivos de ese
front office de venta de sistemas de alarma tienen razón en
que, para desempeñar con eficacia y eficiencia labores de front
office se precisa dominar con soltura aspectos como saber comunicar,
incluido el aspecto no verbal, saber equilibrar las emociones (porque
influyen sea en positivo que en negativo sobre el cliente/consumidor
final), etc., que quedan fuera de estas reflexiones que pretenden
focalizar la atención en el error (sea originado por equivocada
política de empresa o por sesgada interpretación de quien lo
transmite) de pervertir el concepto de front office, olvidando qué
es lo que se vende (credibilidad y confianza, que no se
olvide, lo que permitirá vender – ahora o dentro de un año –
los productos o servicios financieros más acordes con ese
cliente satisfecho) y nunca evaluar, y mucho menos asignar objetivos
temporales cuantificables, de otras cosas.
Algo más que vender
alarmas, ¿no? Porque, en el fondo hay que decidir sobre lo que se
considera prioritario, si atender a la persona/cliente para un
posible incremento de negocio futuro o vender hoy la dichosa alarma,
y dedicar los esfuerzos y la formación del empleado a esa prioridad.
Pero, si con todo lo dicho queda a la vista el ninguneo, anulación
profesional y manipulación del empleado (sobre todo del nuevo
empleado) con perversiones en las exigencias del que le dicen que es
su cometido, como dice el refrán, "éramos pocos y parió la
abuela"y la implementación de las nuevas tecnologías en el
proceso previo, el de selección de personas, bien merece un
comentario.
Porque el tsunami
tecnológico de la digitalización llega también a la gestión de
los trabajadores; las primeras aplicaciones de los algoritmos ya
están aquí. Comienzan a usarse en los primeros estadios de procesos
de selección de personal y hacen posible que plataformas de ofertas
de empleo pongan en contacto a millones de trabajadores con miles de
empresas que buscan cubrir puestos de trabajo y aunque los expertos
defienden que la decisión final sobre a quién contratar quedará
siempre en manos de una persona y no de una máquina porque “El
factor humano es determinante. Hay un componente emocional
insustituible que tiene que pesar a la hora de valorar el encaje
entre un candidato y su responsable”.
Más allá de discernir qué
papel acabará teniendo la máquina en la toma de decisiones, la
aplicación de procesos automatizados plantea un debate ético,
cuando está al alcance de la mano de quien diseña el programa crear
patrones con los que separar, por ejemplo, a los candidatos con
tendencia a la depresión o llevar el registro con todos los
movimientos de los trabajadores. En definitiva, no debe bajarse la
guardia sobre los sesgos que pueden arrastrar los aparentemente
imparciales algoritmos que definen los parámetros de análisis de la
selección pues no es cierto que sean neutros, porque aprenden y se
basan en la realidad, que puede estar sesgada. Y porque alguien ha
programado ese algoritmo, por lo que es posible que haya volcado sus
prejuicios de forma que en las cribas iniciales, se corre el riesgo
de que muchas personas ni siquiera lleguen a la mesa del responsable
de recursos humanos, lo que cabe contrastar con la evidencia práctica
de que este tipo de programas son muchísimo más precisos que los
test convencionales aplicados en recursos humanos durante décadas,
porque los algoritmos van aprendiendo y trabajan con decenas
de millones de combinaciones..
El riesgo de discriminar, en
realidad, no está en la máquina, porque existen algoritmos que se
usan éticamente, por ejemplo, para analizar aspectos emocionales
como la fidelidad a la organización o la felicidad de los
trabajadores. Diseñar parámetros para primar a los hombres sobre
las mujeres, a los jóvenes sobre los mayores o a una determinada
etnia lo fija la empresa que encarga la selección, es decir que la
ética no ha de estar en el proceso, en la metodología; los valores
parten de la empresa y los trabajadores tienen siempre derecho a
saber por qué no han sido seleccionados, por qué han recibido un
plus o por qué han sido despedidos.
Paralelamente, en un
reciente informe del Instituto Cuatrecasas sobre inteligencia
artificial y recursos laborales, se recomienda a las compañías
asegurarse “de que los algoritmos con los que opera la inteligencia
artificial estén todo lo libres posible de los prejuicios que hayan
podido introducir, consciente o inconscientemente, no sólo los
programadores sino también los derivados de la información de la
que día a día se nutre la inteligencia artificial, tanto de
comportamientos humanos cotidianos como los derivados de muestras no
representativas de la población". Al final se impone una
reflexión profunda de todos sobre qué datos son necesarios para
fichar al mejor profesional, para gestionar una empresa la plantilla.
“¿Realmente hay que pedirle a la máquina que busque y tenga en
cuenta el pasado de nuestros padres o cómo son nuestros amigos en
Facebook?”.
Pues por ahí van los
tiros...
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1En
casi toda América del Sur se conoce como estanciero al
propietario de una estancia, que allí es una hacienda (finca
agrícola) de campo destinada al cultivo, y más especialmente a la
ganadería.
2El
gauchismo se interpreta como una manera de entender el patriotismo,
tomando como seña de identidad la figura del gaucho,
originalmente el mestizo que, en los siglos XVIII y XIX, habitaba la
Argentina, Uruguay y la zona de Río Grande del Sur, en el Brasil,
jinete trashumante y diestro en los trabajos ganaderos, convertido
por extensión en hombre de campo, experimentado en las faenas
ganaderas tradicionales y tenido por persona noble, valiente y
generosa.
3Atahualpa
Yupanqui, seudónimo de Héctor Roberto Chavero (1908-1992), fue un
cantautor, guitarrista, poeta y escritor argentino hijo de madre
vasca, al que se considera el más importante músico argentino de
folklore.Sus inicios fueron como guitarrista de música clásica,
con obras de Sor, Albéniz, Granados y Tárrega, entre otros, aunque
pronto empezaría a escribir poemas y musicarlos. Su afiliación al
Partido Comunista le provocó la censura de su obra, la persecución,
la tortura y el exilio. Autor de más de trescientas canciones y de
una docena de libros, fue el símbolo vivo de la juventud de una
época ya que, como la cancion de Woody Guthrie "This land is
your land", la de Pete Seeger "We shall overcome", o
el "Blowing in the wind" de Bob Dylan, muchas de las
canciones del repertorio de Atahualpa eran símbolos de libertad.
Alguien dijo que Atahualpa Yupanqui siempre sería un hombre
anónimo, no reconocido, aunque esté incluido en todas las
antologías de literatura. Curiosamente, siendo toda su obra en
castellano, el reconocimiento oficial no le llegó de ningún país
de habla hispana, sino de Francia, cuyo Ministerio de Cultura le
condecoró en 1986 como Caballero de la Orden de las Artes y las
Letras.
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